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po necesario hasta saber su resolucion: todo lo derechos ante el virey Venégas, y el resultado que le servirá de gobierno.

Si V. oye con imparcialidad mis razones, seguro de que no soy capaz de faltar en lo mas mínimo, porque esto seria contra mi honor, que es la prenda que mas estimo, no dudo que entrará en el partido que le propongo, pues tiene talento sobrado para persuadirse de la solidez de estos convencimientos.

El Señor Dios de los ejércitos me conceda este placer; y V. entretanto disponga de mi buena voluntad, seguro de que le complacerá en cuanto sea compatible con su deber su atento servidor que lo estima y S. M. B.

Agustin de Iturbide."

Con diez dias de atrazo contestó Guerrero desde el punto llamado Rincon de Santo Domingo. Seria una presuncion intolerable querer comentar para su elogio esta carta, una de las mas bellas páginas de nuestra historia. Nada, nada nos queda que decir, sino que el corazon mas indiferente, á su lectura, debe palpitar de entusiasmo y orgullo, hoy todavía que han pasado veinte y tres años. Lo sublime es inmortal por las emociones que inspira!....

,,Señor D. Agustin de Iturbide.-Muy señor mio: Hasta esta fecha llegó á mis manos la alenta carta de V. de 10 del corriente; y como en ella me insinúa que el bien de la patria y el mio le han estimulado á ponérmela, manifestaré los sentimientos que me animan para sostener mi partido. Como por la referida carta descubro en V. algunas ideas de liberalidad, voy á esplicar las mias con franqueza, ya que las circunstancias van proporcionando la ilustracion de los hombres, y desterrando aquellos tiempos de terror y barbarismo, en que fueron envueltos los mejores hijos de este desgraciado pueblo. Comencemos por demostrar sucintamente los principios de la revolucion; los incidentes que hicieron mas justa la guerra y obligaron á declarar la independencia.

Todo el mundo sabe que los americanos, cansados de promesas ilusorias, agraviados hasta el estremo, y violentados por último, de los diferentes gobiernos de España, que levantados entre el tumulto uno de otro, solo pensaron en mantenernos sumergidos en la mas vergonzosa esclavitud, y privarnos de las acciones que usaron los de la Península para sistemar su gobierno, durante la cautividad del rey, levantaron el grito de libertad bajo el nombre de Fernando VII, para sustraerse solo de la opresion de los mandarines. Se acercaron nuestros principales caudillos á la capital, para reclamar sus

fué la guerra. Esta nos la hicieron formidable desde sus principios, y las represalias nos precisaron á seguir la crueldad de los españoles. Cuando llegó á nuestra noticia la reunion de las cortes de España, creíamos que calmarian nuestras desgracias en cuanto se nos hiciera justicia. ¡Pero qué vanas fueron nuestras esperanzas! ¡cuán dolorosos desengaños nos hicieron sentir efectos muy contrarios á los que nos prometiamos! Pero ¿cuándo y en qué tiempo? Cuando agonizaba España: cuando oprimida hasta el estremo por un enemigo poderoso, estaba próxima à perderse para siempre: cuando mas necesitaba de nuestros auxilios para su regeneracion, entónces..... entonces descubren todo el daño y oprobio con que siempre alimentan á los americanos: entonces declaran su desmesurado orgullo y tiranía: entónces reprochan con ultraje las humildes y justas representaciones de nuestros diputados: entonces se burlan de nosotros, y echan el resto à su iniquidad: no se nos concede la igualdad de representacion, ni se quiere dejar de conocernos con la infame nota de colonos, aun despues de haber declarado á las Américas parte integral de la monarquía. Horroriza una conducta como esta tan contraria al derecho natural, divino y de gentes. ¿Y qué remedio? Igual debe ser à tanto mal. Perdimos la esperanza del último recurso que nos quedaba, y estrechados entre la ignominia y la muerte, preferimos esta, y gritamos: independencia y odio eterno á aquella gente dura. Lo declaramos en nuestros periódicos á la faz del mundo; y aunque desgraciados, y que no han correspondido los efectos á los descos, nos anima una noble resignacion, y hemos protestado ante las aras del Dios vivo ofrecer en sacrificio nuestra existencia, ó triunfar y dar vida á nuestros hermanos. En este número está V comprendido. ¿Y acaso ignora algo de cuanto llevo espuesto? ¿Cree V. que los que en aquel tiempo en que se trataba de su libertad, y decretaron nuestra esclavitud, nos serán benéficos ahora que lo han conseguido, y estan desembarazados de la guerra? Pues no hay motivo para persuadirse que ellos sean tan humanos. Multitud de recientes pruebas tiene V. á la vista; y aunque el transcurso de los tiempos le haya hecho olvidar la afrentosa vida de nuestros mayores, no podrá ser insensible á los acontecimientos de estos últimos dias. Sabe V. que el rey identifica nuestra causa con la de la Península, porque los estragos de la guerra en ambos hemisferios le dieron à entender la voluntad gene

ral del pueblo; pero véase como están recompensados los caudillos de esta, y la infamia con que se pretende reducir á los de aquella. Digase ¿qué causa puede justificar el desprecio con que se miran los reclamos de los americanos sobre innumerables puntos de gobierno, y en particular sobre la falta de representacion en las cortes? ¿Qué beneficio le resulta al pueblo, cuando para ser ciudadanos se requieren tantas circunstancias que no puede tener la mayor parte de los americanos? Por último, es muy dilatada esta materia, y yo podria asentar multitud de hechos que no dejarian lugar á la duda; pero no quiero ser tan molesto, porque V. se halla bien penetrado de estas verdades, y advertido de que cuando todas las naciones del universo estan independientes entre sí, gobernadas por los hijos de cada una, solo la América depende afrentosamente de España, siendo tan digna de ocupar el mejor lugar en el teatro universal. La dignidad del hombre es muy grande; pero ni esta, ni cuanto pertenece á los americanos, han sabido respetar los españoles. ¿Y cuál es el honor que nos queda, dejándonos ultrajar escandalosamente? Me avergüenzo al contemplar sobre este punto, y declamaré eternamente contra mis mayo res y contemporáneos que sufren tan ominoso yugo.

He aquí demostrado brevemente cuanto puede justificar nuestra causa, y lo que llenará de oprobio á nuestros opresores. Concluyamos con que V. equivocadamente ha sido nuestro enemigo, y que no ha perdonado medios para asegurar nuestra esclavitud; pero si entra en conferencia consigo mismo, conocerá que siendo americano ha obrado mal, que su deber le exije lo contrario, que su honor le encamina á empresas mas dignas de su reputacion militar, que la patria espera de V. mejor acogida, que su estado le ha puesto en las ma-nos fuerzas capaces de salvarla, y que si nada de esto sucediere, Dios y los hombres castigarán su indolencia. Estos à quienes V. reputa por enemigos, estan distantes de serlo, pues que se sacrifican gustosos por solicitar el bien de V. mismo, y si alguna vez manchan sus espadas en la sangre de sus hermanos, lloran su desgraciada suerte, porque se han constituido sus libertadores, y no sus asesinos; mas la ignorancia de estos, la culpa de nuestros antepasados, y la mas refinada perfidia de los hombres, nos han hecho padecer males que no debiéramos, si en nuestra educacion varonil nos hubiesen inspirado el carácter nacional. V. y todo hombre sensato, lejos de irritarse con mi

rústico discurso, se gloriarán de mi resistencia, y sin faltar á la racionalidad, á la sensibilidad y á la justicia, no podrán redargüir á la solidez de mis argumentos, supuesto que no tienen otros principios que la salvacion de la patria, por quien V. se manifiesta interesado. Si esto inflama á V., ¿qué, pues, hace retardar el pronunciarse por la mas justa de las causas? Sepa V. distinguir y no confunda: defienda sus verdaderos derechos, y esto le labrará la corona mas grande; entienda V. que yo no soy el que quiero dictar leyes, ni pretendo ser el tirano de mis semejantes: decídase V. por los verdaderos intereses de la nacion, y entonces tendrá la satisfaccion de verme militar á sus órdenes, y conocerá á un hombre desprendido de la ambicion é interés, que solo aspira á sustraerse de la opresion, y no á elevarse sobre las ruinas de sus compatriotas.

Esta es mi decision, y para ello cuento con una regular fuerza disciplinada y valiente, que á su vista huyen despavoridos cuantos tratan de sojuzgarla; con la opinion general de los pueblos que están decididos á sacudir el yugo ó morir; y con el testimonio de mi pobre conciencia, que nada teme cuando por delante se le presenta la justicia en su favor.

Compare V. que nada me seria mas degradante, como el confesarme delincuente, y admitir el perdon que ofrece el gobierno, contra quien he de ser contrario hasta el último aliento de mi vida; mas no me desdeñaré de ser un subalterno de V. en los términos que digo; asegurándole que no soy ménos generoso, y que con el mayor placer entregaria en sus manos el baston con que la nacion me ha condecorado.

Convencido, pues, de tan terribles verdades, ocúpese V. en beneficio del pais donde ha nacido, y no espere el resultado de los diputados

que marcharon á la Península; porque ni ellos han de alcanzar la gracia que pretenden, ni nosotros tenemos necesidad de pedir por famedio veremos prosperar este fértil suelo, y vor lo que se nos debe de justicia, por cuyo nos eximiremos de los gravámenes que nos causa el enlace con la España.

Si en esta, como V. me dice, reinan las ideas mas liberales que conceden á los hombres todos sus derechos, nada le cuesta en ese caso el dejarnos à nosotros el uso libre de todos los que nos pertenecen, así como nos los usurparon el dilatado tiempo de tres siglos. Si generosamente nos dejan emancipar, entonces diremos que es un gobierno benigno y liberal; pero si como espero, sucede lo contrario, tenemos

valor para conseguirlo con la espada en la noble: desechó con indignacion toda propues

mano.

Soy de sentir que lo espuesto es bastante para que V. conozca mi resolucion y la justicia en que me fundo, sin necesidad de mandar sugelo, ó discurrir sobre propuestas ningunas, porque nuestra única divisa es: libertad, independencia, ó muerte. Si este sistema fuese aceptado por V., confirmaremos nuestras relaciones; me esplayaré algo mas, combinaremos planes, y protejeré de cuantos modos sean posibles sus empresas; pero si no se separa del constitucional de España, no volveré á recibir contestacion suya, ni verá mas letra mia. Le anticipo esta noticia para que no insista ni me note despues de impolitico; porque ni me ha de convencer nunca á que abrace el partido del rey sea el que fuere, ni me amedrentan los millares de soldados con quienes estoy acostumbrado á batirme. Obre V. como mejor le parezca, que la suerte decidirá, y me será mas glorioso morir en la campaña, que rendir la cerviz al tirano.

Nada es mas compatible con su deber que el salvar la patria, ni tiene otra obligacion mas forzosa. No es V. de inferior condicion que Quiroga, ni me persuado que dejará de imitarle, osando emprender como él mismo aconseja. Concluyo con asegurarle que la nacion está para hacer una esplosion general que pronto se esperimentarán sus efectos; y que me será sensible perezcan en ellos los hombres que como V., deben ser sus mejores brazos.

He satisfecho al contenido de la carta de V., perque esa es mi crianza; y le repito que todo lo que no sea concerniente á la actual independencia, lo demas lo disputaremos en el campo de batalla. Si alguna feliz mudanza me diere el gusto que deseo, nadie me competirá la preferencia en ser su mas fiel amigo y servidor, como lo protesta su afecțísimo Q. S. M. B.

Vicente Guerrero.

La lectura de esta carta inflamó los ánimos hasta el delirio: las espresiones de esta resonarán en la mas remota posteridad. Hoy.... la historia dirá un dia sin embozo lo que deba decir. Véase el juicio que sobre esta carta forma Torrente el historiador mas parcial y enemigo de los americanos. Guerrero, dice (1) respondió con fecha 20 del mismo mes, desde el Rincon de Sto. Domingo con tanta entereza y dignidad, que le habria hecho altamente recomendable si hubiera sostenido una causa mas [1] Revoluc. hisp-am. Tom. 3. pág. 253.

ta que no llevase por base la independencia absoluta del pais; despreció todo el aparato imponente de sus fuerzas, y se valió de argu nentos tan convincentes y persuasivos en su viciosa clase, que ya no le quedó mas arbitrio á Iturbide que él de descubrir sus ocultos proyectos, sin conseguir su preliminar intento que era el abatimiento de los que temia pudieran ser un dia sus mas furiosos rivales.

Iturbide conoció todo el mérito del generos o cuanto modesto y esclarecido patriota en quien se habia fijado para apoyar su plan, y desde Tepecuacuilco el 4 de Febrero le escribió lo siguiente.

"Estimado amigo: No dudo darle á V. este título, porque la firmeza y el valor son las cualidades primeras que constituyen el carácter del hombre de bien, y me lisongeo de darle á V. en breve un abrazo que confirme mi espresion.

Este deseo que es vehemente, me hace sentir que no haya llegado hasta hoy á mis manos la apreciabilisima de V. de 20 del pasado; y para evitar estas morosidades como necesarias en la gran distancia, y adelantar el bien con la rapidez que debe ser, envio á V. al portador, para que le dé por mí las ideas que seria muy largo de esplicar con la pluma; y en este lugar solo aseguraré á V. que dirigiéndonos V. y yo á un mismo fin, nos resta únicamente acordar por un plan bien sistemado, los medios que nos deben conducir indubitablemente y por el camino mas corto. Cuando hablemos V. y yo se asegurará de mis verdaderos sentimientos.

Para facilitar nuestra comunicacion me dirigiré luego á Chilpancingo, donde no dudo que V. se servirá acercarse, y que mas haremos sin duda en media hora de conferencia, que en muchas cartas.

Aunque estoy seguro de que V. no dudará un momento de la firmeza de mi palabra, porque nunca di motivo para ello; pero el portador de esta, D. Antonio Mier y Villagomez, la garantizará á satisfaccion de V. por si hubiese quien intente infundirle la menor desconfianza.

A haber recibido antes la citada de V. y á haber estado en comunicacion, se habria evitado el sensibilísimo encuentro que V. tuvo con el teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo el 27 de Diciembre, porque la pérdida de una y otra parte lo ha sido como V. escribe á otro intento à dicho gefe, pérdida para nuestro pais. Dios permita que haya sido la última.

Si V. ha recibido otra carta que con fecha 16 le dirigi desde Cunacanotepec, acompañándole

otra de un americano de México, cuyo testimo- ansia comprobar con obras esta verdad, y S. nio no le debe ser sospechoso (2), no debe du- M. B.-Agustin de Iturbide.-Sr. D. Vicente dar que ninguno en la Nueva-España es mas Guerrero. interesado en la felicidad de ella, ni la desea con mas ardor, que su muy afecto amigo que

[2] E Lic. D. Carlos María Bustamante, cuyo pa. triotismo no ha desmentido hasta el dia y con el mismo fuego que en sus primeros años.

He aquí los preliminares para la mas atrevida de las empresas. Iturbide y Guerrero iban á quedar convenidos....

México, Febrero 7 de 1844.

D. REVILLA.

REMITIDOS.

Siendo la siguiente novela y la poesia que insertamos à continuacion, propias del tiempo, por ser ambas de Carnaval, las damos lugar con el mayor gusto en las columnas de nuestro periódico.

EL CARNAVAL DE VENECIA.

I.

MATRIMONIO DEL DUX Y DEL MAR.

bian venido espresamente de todas las ciudades de Italia para ver la fiesta.

En medio de esta ruidosa multitud estaba un

EL sol, disipando las nieblas del Adriático, se jóven cabisbajo y meditabundo, parado al pié

elevaba resplandeciente sobre el mar: gran festividad habia en Venecia, un repique à vuelo de todas las campanas de los templos saludaba al dia de la Ascencion, y una multitud inmensa de gente ocupaba las calles, las plazas y los puentes. Todos se dirigian hacia el lugar donde el gigantesco Bucentauro (1) brillantemente decorado y adornado con guirnaldas y pabellones, esperaba al dux acompañado de su séquito. Las góndolas se resbalaban rápidamente por los canales, pues los remeros, cantando entusiasmados las octavas del Tasso, se apresuraban á llegar para colocarse al rededor del antiguo bajel veneciano. Las ventanas de la Procuraduría que daban á la plaza de San Marcos, estaban cubiertas de señoras ricamente vestidas, y de estrangeros que ha(1) El Bucentauro era un bajel del dux ricamente adornado con oro y finísimas telas En la popa estaba una tienda de seda color de púrpura, decorada con el pabellon de la República y las armas del dux; y en la proa tenia grabada en oro la imágen de la justicia. El objeto a que estaba destinado, era la recepcion de los grandes señores y la fiesta del matrimonio del dux el dia de la Ascension.

de la columna que sostiene el famoso Leon de bronce; miraba con arrogancia, pero sin orgullo, á este pueblo agitado, y sus inciertas miradas parecian buscar una que respondiese á ellas, pues en medio de la multitud estaba solo. El regocijo público hacia gran impresion en su alma, y por un contraste singular le causaba tristeza.

Paolo Barozzi descendia de una de aquellas antiguas familias, cuyos gefes, bajo el nombre de Tribunos, gobernaron la República ántes de la eleccion del primer dux. Su madre, que disfrutó muy poco tiempo de la ternura de su esposo, fundaba todas sus esperanzas en este hijo único, digno ciertamente de su amor, pues reunia á las mas brillantes cualidades, las ventajas de la belleza y de la juventud. Era instruido y valiente, ambas cosas poco comunes entre los venecianos nobles, y su corazon que aun no conocia al mundo, puro como el de un angel, estaba lleno de sinceridad, dote tan estimable y precioso en el jóven, como el pudor en la doncella.

Ocupada su imaginacion con los preparativos de la fiesta, salió por la mañana, esperando di

sipar con los acontecimientos del dia la fastidiosa y monótona igualdad de su vida. Entraba en una edad en que la voz de una muger, el ruido de su traje, una respiracion suave y perfumada, una leve sonrisa, conmueven todos los sentidos. Su alma soñaba un ser ideal que tomase parte en los males y en los placeres de su existencia, y este ser encantador é imaginario aun no se presentaba á sus ojos; sin embargo, un secreto presentimiento alimentaba

su esperanza.

Las guardias de la ciudad pusieron en órden al populacho, y la comitiva avanzó pausadamente. Los Capeletes y los Morlacos con mosquetes á la espalda marchaban al son de una música guerrera. Paolo entusiasmado, sintió repentinamente nacer en su alma el deseo de llevar un uniforme como el de estos; pero lo singular de él y la mezcla de colores verde y encarnado, desterró prontamente su deseo.

Sonaron las trompetas, y los coraceros montados en caballos negros como el azabache, comenzaron á marchar. El jóven veneciano pensó por un instante, que un casco y una coraza no le fatigarian mucho; pero oyó la voz del oficial que reprendia à un soldado, cuyo fogoso caballo se salia de la línea, y le pudo infinito que un hombre fuese responsable de los caprichos de un animal.

En seguida pasaron los magistrados de la ciudad en traje de ceremonia: iban seguidos de los auditores y de los proveedores, vestidos con trajes morados y capas de armiño. Paolo se figuró que podia muy bien consistir la felicidad en administrar justicia: su alma tierna se llenaba de júbilo al pensar en las virtudes de los magistrados: pero cuando vió á un antiguo proveedor, que á pesar de sus numerosas prevaricaciones no habia sido escluido del tribunal, volvió los ojos á otra parte.

En este momento aparecieron los miembros que componian el senado de Venecia, dividido en cinco clases como la nobleza. En la primera fila marchaban orgullosamente los caballeros de la estola de oro. Paolo, al notar el fastidio que mostraban sus colegas en sus semblantes, se alegró de no haber hecho uso del derecho que le concedia su nacimiento para preceder al dux en esta ceremonia pública.

Los gritos del pueblo anunciaron que el príncipe de la república se aproximaba. El dux iba acompañado de su canciller, del capitan general de marina y de sus consejeros. El cuerno ducal, emblema de la fuerza y del poder, coronaba su frente, rodeada de una faja de lino; algunos esclavos llevaban su manto de TOMO I

brocado, un magistrado conducia la vara de oro que le servia de cetro, y un oficial su espada, de la que tan pocas veces hacia uso. Paolo vió cen indecible ternura y respeto á este venerable anciano, agobiado por los años, destruido por el trabajo, y rugada su espaciosa frente por los pesares, esforzarse en mostrar al pueblo un semblante apacible y risueño, y arrastrarse hacia el mar, mas bien como un criminal que marcha al patíbulo que como un príncipe que va á encontrar á su esposa.

Sucedió á los estrepitosos clamores que reinaban el mas profundo silencio. Algunos hombres vestidos de negro marchaban gravemente en medio de la multitud, la que sin que interviniese la tropa, se habia retirado voluntariamente á cierta distancia, para dejarles el paso libre. Este era el cuerpo de los inquisidores de estado, el famoso consejo de los diez, mas temible que el terrible tribunal de la Inquisicion portuguesa. · Paolo hubiera tal vez conservado el deseo de ser árbitro de la vida y de la fortuna de sus conciu

dadanos, pero este recibimiento tan frio, y el temor que el pueblo manifestaba á sus tiranos, disiparon completamente su ambicion. Tan luego como los inquisidores pasaron, volvió á manifestarse el gozo en los semblantes, y todos dirigian la vista al Bucentauro.

El dux estaba parado en la popa, mientras que el patriarca bendecia el mar Adriático. Paolo, al oir pronunciar la fórmula latina del matrimonio, se sonrió, y no pudo ménos que levantar los hombros cuando el pueblo anunció con sus voces que el anillo nupcial habia sido arrojado á las olas.

Luego que concluyó la ceremonia se retiró el jóven de la plaza de San Marcos, y caminaba muy pensativo, cuando un esclavo africano al pasar junto á él lo empujó y lo hizo vacilar. Paolo se volvió háçia él con la amenaza en los lábios, y llevando la mano al puño de su espada; pero una jóven cubierta con un velo seguia al esclavo, y una mirada de sus ojos, que brillaban como luceros, bastó para calmar su furor, y la cedió cortesmente el paso. El velo no era tan tupido que impidiese percibir que una sonrisa habia sido el pago de su cortesanía, y sin reflexionar Paolo se lanza tras de la incógnita, admirando su elegante y airoso talle y su gracioso modo de andar. Al voltear una calle, el viento del mar arrebató el velo que estaba sin duda mal prendido, y Paolo tuvo la dicha de cojerlo cuando iba á caer en un canal, y adelantándose lo puso en las manos de la bella incógnita, sin proferir una palabra. Desde este dia comenzó una nueva existen

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