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La espada es un mal cetro; tarde o temprano hiere al príncipe que se apoya en ella.

SEGUR.

. I.

NUESTRA imaginacion se traslada con frecuencia á ese periodo misterioso de la historia del género humano, á ese tegido de virtudes y de vicios, á ese rico diamante engastado en plomo vil, á la celebrada edad media. Cuando nuestro pensamiento vaga por esa prestigiosa region, mil personages se agrupan á nuestro derredor. Unas veces el último de los tribunos, el caballero Rienzi, pasa delante de nosotros revestido de su pompa republicana y hollando con firme planta las orgullosas cimeras de los barones de Roma: otras contemplamos arrobados el heróico valor del rey de Inglaterra, Ricardo Corazon de Leon, al combatir por la Cruz en los desiertos de Palestina: en otras escuchamos enmudecidos el terrible acento del Dante, al denunciar á la posteridad los desafueros de sus contemporáneos.

Aquella época de turbulencia, aquel periodo verdaderamente guerrero, fué la cuna de grandes inteligencias, de grandes virtudes y de terribles atentados. Léjos de nosotros el declararnos como sucede á muchos escritores

de la época presente, cronistas del crimen; si ahora vamos á trazar la historia de un malvado, es porque esa historia envuelve una terrible leccion, porque en ella se ven hondamente estampados los funestos efectos de la discordia, y porque en fin, el horroroso castigo de Ugolino, siempre servirá de espejo à todos los que quieran erigirse en tiranos de su patria. Afortunadamente la especie humana camina rápidamente en la senda de la perfeccion, y son muy escasos los ejemplos que puedan ofrecerse en el dia del desenfreno de las pasadas edades. ¡Idea consolatoria, que como la paloma del arca, viene á derramar la paz en nuestros corazones!

La vida del conde Ugolino della Gherardesca ofrece bastantes escollos para el biógrafo moderno, porque su conducta equívoca unida á la frecuencia con que se adhirió, ya á uno ya á otro partido, esparcen por toda ella una notable oscuridad. No obstante, el timbre de traidor siempre manchó su blason, y la sangre

de sus víctimas jamas ha podido enmudecer; Ugolino comenzó su carrera turbulenta por los años de 1275, época en que Italia se veia desgarrada por las dos facciones encarnizadas de Güelfos y Gibelinos: su familia era una de las mas poderosas de Pisa, y sus maquinaciones ambiciosas no tardaron en dar á conocer á sus compatriotas la serpiente que abrigaban en su seno. Así pues, el conde se vió inesperadamente acusado de enemigo de la libertad pública, y obligado á buscar un refugio mas allá de los muros de la ciudad. Firme en sus de

signios fué á pedir asilo al enemigo mas mortal de su patria, á Florencia. Fué recibido con los brazos abiertos y se le confirió el mando de una parte de las fuerzas. Dentro de pronto se organizó una irrupcion al territorio de Pisa, y se verificó sin asignar para ella el mas leve motivo, siendo su resultado la toma de Vicopisano y otros varios castillos. Los florentines se volvieron triunfantes, y los pisanos quedaron exasperados con aquel golpe que les era tanto mas doloroso, cuanto que les habia venido por instigacion de un rebelde. Hicieron varios preparativos, y pocos meses se pasaron antes de que se presentasen al frente de un ejército respetable, sedientos de venganza. Los florentines no reusaron el reto, y los dos contendientes se encontraron en Castel d'Asciano. Hiciéronse prodigios de valor por una y otra parte, mas al fin los pisanos fueron vencidos, les tomaron muchos prisioneros, y el castillo cayó en manos de los enemigos, quienes lo dieron al pueblo de Lucca.

Esta victoria animó á los desterrados de Pisa, quienes unidos á los florentines, y bajo las órdenes del conde Ugolino, hicieron una segunda irrupcion, tan desastrosa como la primera. El pretesto que para ella tomaron, fue la restauracion de los Güelfos á su ciudad natal; mas la dañada intencion del traidor que los mandaba era muy diversa. Su único objeto era satisfacer la ambicion desenfrenada que le impelia à erigirse en tirano de su patria; y para la consecucion de este abominable proyecto, tra

taba de debilitarla, puesto que asi le ofreceria menos resistencia. Semejante táctica era muy natural en un hombre como Ugolino: no habia podido lograr que la disension carcomiese el gobierno de Pisa; sus pretensiones habian sido abortivas, y buscó en el esterior un instrumento que le ayudase para llegar al punto elevado que con tanto ardor apetecia.

Los pisanos se defendieron heroicamente, mas el resultado de la segunda campaña fué fatal para su independencia. Compelidos á capitular, tuvieron que apurar hasta las heces la copa de la humillacion, y que volver á recibir á tres familias de las mas temibles: la del conde della Gherardesca, la de los Upezzinghi y la de los Visconti. A mas de esto, se vieron obligados á ceder á Lucca los castillos de Castiglione y de Cotrone.

II.

Restablecido en Pisa, Ugolino se cubrió con el velo de la hipocresía, y mostró tanta afabilidad en su trato, tanta sencillez en el modo de presentarse, y un celo tan marcado por la causa pública, que no tardó en hacer olvidar lo pasado á sus conciudadanos y en obtener su confianza. Despues veremos cual fué el resultado de esa confianza: baste ahora hacer la reflexion de que los pueblos, por lo general, son estremados en sus juicios.

Hacia mucho tiempo que existia entre las repúblicas de Génova y de Pisa la enemistad mas rencorosa. Una disputa que tuvieron en Constantinopla algunos comerciantes genoveses y pisanos, fué el origen de una guerra tan dilatada como sangrienta.

En la época de que hablamos, los genoveses prepararon una espedicion naval contra Pisa. Los habitantes de esta, inmediatamente equiparon una armada, y confiaron el mando de ella á Alberto Morosini, á Andreotto Saracino, y al conde della Gherardesca.

Las flotas se encontraron, y despues de un largo combate fué derrotada la de Pisa, por la defeccion del conde Ugolino, quien se retiró en lo mas acalorado de la pelea. No se retiró ciertamente por cobardía, sino porque su desercion decidiria de la batalla, y de esta manera los pisanos recibirian un golpe de grande importancia para el perverso que trataba de sojuzgarlos. Once mil prisioneros hicieron los genoveses, y Pisa se cubrió de luto. Varias fueron las opiniones que hubo en Génova respecto de lo que debia hacerse con los prisione ros; el partido que se tomó por fin, fué inicuo: conservarlos en prision sin darles muerte, con

el objeto de que sus mugeres no pudiesen formar un nuevo enlace, y de esta manera se impidiese el que aumentase en Pisa el número de la poblacion. Los güelfos de Toscana obraron todavía con ménos generosidad. Pisa era la única ciudad gibelina de toda la comarca, y deseosos de reducirla á una completa nulidad, formaron una alianza con las ciudades de Florencia, Lucca, Pistoya, Sena, Prato, Volterra, San Gemignano y Colla. El 10 de noviembre de 1284, salieron de Pisa los florentines domiciliados en ella, y esta fué la primera señal de las hostilidades.

No se ocultaba á los pisanos que el conde Ugolino, gibelino por nacimiento, habia conservado relaciones con los güelfos de Florencia, y eran testigos de que con su política tortuosa habia cobrado ascendiente sobre ambos partidos. Cercados de enemigos, víctimas de un revés tan reciente como terrible, recurrieron á un medio peligroso, á un medio que no tiene mas probabilidad de ser bueno que la invariable rectitud de la persona elegida. Nombraron al conde della Gherardesca Capitano delle Masnade, puesto que en realidad depositaba en sus manos las riendas del gobierno y le convertia, á escepcion del nombre, en un verdadero dictador. Lo primero que encargaron á Ugolino fué que destruyese la liga formada en contra de Pisa, y cuando esto se llegó á lograr fué à costa de mil sacrificios. El dictador, celoso puramente de su propio engrandecimiento, no vaciló en admitir las condiciones mas vergonzosas y perjudiciales para Pisa, de manera que ésta vió reducirse sus posesiones á los castillos de Motrone, Vico Pisano y Piombino.

Aquella república tan floreciente y belicosa en otro tiempo, no podia contemplar sin exhalar un gemido las ruinas de su pasada grandeza. Su posicion era bien triste, mas cuando á sus pérdidas de cuantía, y á sus quebrantos se vino á agregar la imponderable amargura de un tirano doméstico, entónces estalló su dolor, y tanto los guelfos como los gibelinos se declararon en contra del conde. Su sobrino Nino de Gallura, á fuer de heredero de la familia Visconti, era el gefe de los güelfos, mas no por el parentesco ni por que su tio parecía favorecer su partido, pudo Nino olvidar la antigua rivalidad de sus respectivas familias. Sabedor el conde de las maquinaciones que habia en su contra, tomó medidas violentas; desterró á varias familias gibelinas é hizo arrasar los palacios de diez de los mejores ciudadanos de Pisa, so pretesto de que estaban en relaciones con ellas.

No por esto se desanimó el juez de Gallura;

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antes bien estrechó su alianza con los gefes de mente que consumase la obra su digno compalos gibelinos, los Gualandi y los Sismondi, y ñero. En efecto, este reunió las tropas del con trabajó con teson porque volviesen á Pisa los de, y habiendo hecho volver á la ciudad á los once mil prisioneros de Génova. Ugolino se Gualandi, los Sismondi, los Lanfranchi y otras opuso á esta medida con igual ardor, porque familias gibelinas, presentó al juez de Gallura conocia que le seria muy contraria á sus miras, un pié de guerra tan formidable, que sin atrey Nino trató de sublevar al pueblo en contra verse á combatir, éste marchó á establecerse á de él, pero le fué imposible conseguirlo. En- Calcinara, lugar que estaba comprendido dentónces tomó otro camino y acuso al conde della tro de su jurisdiccion. Gherardesca ante los cónsules y los Anziani delle arti, de que habia estendido su autoridad mas allá de los límites que las leyes le fijaban, de que se habia apropiado el oficio de podestá y apoderádose del palacio della signoria que no le habia sido concedido por el pueblo. Los magistrados ordenaron en efecto á Ugolino que evacuase el palacio, y que no se mezclase en los asuntos de la república. Disimuló su rabia y obedeció, mas inmediatamente comenzó á armar á sus partidarios: el juez por su parte hizo lo mismo.

Tal era el estado de las cosas cuando el po

destá de Pisa arrestó á un tal Coccio di Guido por infraccion de la ley que prohibia la portacion de armas. Coccio era pariente del conde della Gherardesca, y este inmediatamente mandó órden al podestá de que le pusiese en absoluta libertad. El podestá no se atrevió á obedecerle, temeroso de que se le tuviese por uno de sus partidarios, y Ugolino, indignado de esta conducta, se puso à la cabeza de sus tropas, marchó al palacio, sacó al preso, lanzó de allí al podestá, enarboló su propia bandera y se volvió á su casa despues de dejar una guarnicion escogida. En seguida, se hizo declarar capitan y señor de la ciudad de Pisa, y eligió para su inauguracion el dia de su cumpleaños. En la noche, al retirarse de un festin, lleno de orgullo, y embriagado con su buena suerte, preguntó á uno de los que le acompañaban:,,¿Qué dices, Lombardo? ¿qué es lo que ahora me puede faltar?"—,,Nada mas que la cólera de Dios," fué la respuesta.

III.

Sabedor Ugolino de que el juez Nino de Gallura era corifeo de la faccion enemiga, resolvió deshacerse de él sin reparar en los medios por reprobados que fuesen. Con el objeto de asegurar el buen éxito de esta empresa, entró en relaciones con el arzobispo Ruggiero degli Ubaldini, hombre de carácter doble y emprendedor. Pronto quedó arreglado el modo conque habian de ser destruidos Nino y todos sus partidarios, mas Ugolino, deseoso de que no se le juzgase complicado en la trama, se retiró al castillo de Settimo, donde esperó tranquila

Cuando Ugolino volvió de Settimo, se enconbierno por su cuenta. El pueblo deseaba que tró con que el arzobispo habia tomado el golos dos juntos gobernasen; pero el conde della Gherardesca, fiel á la ingrata máxima, que coribar la escala que les ha servido para su promo por instinto siguen todos los tiranos, de derpia elevacion, hizo retirar á Ruggiero, y se encontró por fin señor absoluto de su desgraciada patria.

Nótese que todo tirano cuando llega á la cumbre de la prosperidad, adquiere por lo general que casi merece el nombre de ley de la naturaun carácter duro y violento; esta observacion, leza, se ve corroborada por mil y mil hechos. Por manso, por imbécil que sea un pueblo, descontento. Esto dimana de que el Señor ha siempre encontrará en él su tirano motivos de sembrado en su corazon el gérmen de la incia va á atormentarle para siempre. El ejerquietud y que el terrible clamor de la conciencicio del poder ilegitimo acarrea necesariamente la crueldad, porque cuando no se tiene ha de poner esta en ejercicio para poder sosmas derecho que la fuerza, frecuentemente se

tenerse.

El conde della Gherardesca no tardó en empapar en sangre el trono que ya habia salpicado desde antes de asentarse sobre él. El vir

tuoso Anselmo, conde de Capraja, fué una de rido de los habitantes de Pisa, y esto firmó su sus primeras víctimas. Anselmo era muy quesentencia de muerte, porque á los ojos de un tirano no hay mayor crímen que el ser apreciado del pueblo.

Una grande escasez vino á aumentar los padecimientos de los pisanos, y comenzaron á exhalar quejas en contra del usurpador. Un sobrino suyo se atrevió á hablarle acerca de esto y á aconsejarle que pusiese pronto y eficaz remedio. El conde furioso sacó un puñal que siempre llevaba consigo, é hirió con él al jóven, gritando:,,Con que tú, tú tambien me quieres arrancar el poder!" Un sobrino del arzobispo y amigo íntimo del herido, no pudo contenerse al presenciar aquel acto feroz, y apostrofó á Ugolino con el epiteto de tirano san

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