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tas intelectuales, se entiende, y.... Miren vds., amigos, nada de lo dicho es la mitad siquiera, de lo que hacia quejar á D. F. de Castilla.... Las mugeres ya vds. las ven, los hombres, mirenlos vds. Los viejos se pavonean y se prenden y se acicalan, los hombres seducen y roban y matan, los jóvenes se prostituyen y.... los niños, los niños van á las escuelas y se cansan de corretear y de escribir, aunque para esto no les falta razon segun la respetable opinion

Pax Christi, c'est fini.-Señor murmurador. ha
callado V. como un gato à quien degüellan;
está V. convencido.—¡Qué bellos tiempos los
mios! Las mugeres aumentan el volùmen de
sus maridos, de sus amantes, por un verso, por
manía, por dinero.... qué sé yo. Las jóvenes
se dejan seducir lanzando tristísimos gemidos
y dolientes elegias; las niñas aprenden á leer
en los Brevet du Roi que tienen las cajas de
perfumes, y las ancianas.... Oh! las ancianas
se pintan para parecer mozas y hacer conquis- de-ANÓNIMO.

LA CONDESA DE PEÑA-ARANDA.

འལ་

I.

EL BAILE.

ERA el año de 1807, época en que aun México, era la corte de una colonia: corte mezquina, remedo burlesco de las cortes de los reyes, con su semi-rey y con su farsa de nobleza. Esta, hija de las riquezas y no de las hazañas de cien antepasados honrados y belicosos, era quizá la mas ignorante, y al mismo tiempo la mas fátua de todas las clases de nuestra sociedad de entonces, porque muy del caso será advertir aqui que un mayorazgo, un titulo, el primogénito de un conde ó de un marqués, con las inmensas riquezas que á la muerte del padre le quedaban, se creía dispensado de saber aun las cosas mas triviales, indispensables para el trato familiar, y pasaba sus dias en francachelas y desórdenes, en medio de los cuales proyectaba una fundacion religiosa, ó hacia una pingüe donacion á algun convento con el piisimo objeto de ganarse por este medio el cielo. ¡Sacrílega mezcla de impiedad, de religion y de orgullo, que confundidos formaban la careta que para aparecer en la sociedad nos legaron nuestros abuelos, aquellos que agitados por un delirio de muchos años quisieron que de en medio de la sangre de millares de víctimas brotara una religion pura y sin mancha.

Este era en efecto el carácter distintivo de nuestra sociedad; era esta una matrona de dos caras, de las que en una se veían las huellas profundas de la mas desenfrenada prostitucion, y en otra la máscara, no de la virtud, sino de

la mas simulada hipocresía. ¿Quién ál encontrarse en México à principios del siglo XIX, no se hubiera creido en el centro de una de

aquellas ciudades de la edad media en que la religion y el desórden caminaban á la par por sus calles tortuosas y sombrías? La ciudad por otra parte, presentaba en su seno uno de aquelos contrastes quizá esclusivos: la clase elevada de la sociedad, henchida de riquezas y pródiga hasta el exceso; la clase ínfima desnuda, hambrienta, siempre quejosa y encontrando siempre sordo á sus voces al magnate que la despreciaba, que la hollaba, como nosotros podemos hollar al réptil venenoso que va á morder nuestro pié. ¡Cuadro miserable que debe conmover las entrañas del verdadero amigo de la humanidad! ¡Tiempos funestos que deben convencer á los que entre nosotros suspiran por ellos todavía, de lo mucho que hemos ganado con nuestra república, con nuestra libertad, que aunque vacilantes ahora por las ambiciones particulares, jamas llegaran á caer, porque tarde ó temprano el patriotismo levantará su brazo para sostenerlas.

Mas dejando à un lado reflexiones inútiles, si se quiere, vuelvo á mi objeto, ó por mejor decir, comienzo mi narracion: eran las ocho de la noche del 15 de agosto de 1807, y en uno de los sitios mas hermosos de las orillas de México, á la puerta de una casa de soberbio aspecto, se hallaban parados multitud de coches, en

cuyos arneses y soberbios blasones, fácil era conocer que pertenecian á los primeros personages de la corte de los vireyes de Nueva-España. Multitud de damas y caballeros elegantemente ataviados bajaban de ellos, y entre tanta gente que á la casa se dirigia, dos jóvenes, aunque de distintas edades, llamaban especialmente la atencion por su gentileza, y por lo ajustado de sus vestidos à la moda del tiempo. Estos iban distraidos al parecer con su conversacion, y el mayor, que tendria unos treinta años, decia al menor que contaria veintidos: -El baile será de los mejores que en México se den este año. La señora de tus pensamientos, Julian, desplegará en él todo el encanto de sus gracias; y tú, pobre jóven, de corazon enamorado y ardiente, la seguirás embriagado, verás tal vez comenzar esta noche tu felicidad, y mas de cuatro mozalvetes avezados á las luchas de amor envidiarán tu posicion. -Demasiado lisongero aparece á tus ojos el éxito de mis amores, Alfonso, contestó Julian, Por lo que mira al baile, no dudo que este excederá en mucho á cuantos se han dado este año, porque el conde es rico y viejo, y ama ciegamente à la condesa, cuyo cumpleaños hoy celebran, y la que tú sabes que posee un gusto delicado y no poco amor propio, para ser ménos que las otras en sus convites; mas por lo que toca á mis amores, mucho dudo el verla rendida esta misma noche á mi voluntad.

-Esas son dudas inútiles, cuando otras veces la has dicho ya que la amas, y ella al parecer no ha llevado à mal tu declaracion, pues por el contrario, con mucho agrado ha recibido tus galanterías.

-Es cierto eso; pero tambien lo es que con pretestos y evasivas muy finas, si tú quieres, no me ha contestado esas veces, como yo hubiera querido; y mucho temo que esta noche me suceda otro tanto.

-Nada temas si sabes acertar este golpe nocturno que de tí únicamente depende: la conde

sa te ama.

Era ese dia, en efecto, el cumpleaños de la condesa de Peña-Aranda, de María, la esposa querida del conde de Peña-Aranda, viejo rico, que cifraba su mayor placer en ver que su inmenso caudal le servia para satisfacer aun los menores deseos de su esposa bella y graciosa, à la que no exigia en cambio sino una caricia para reanimar con su fuego sus miembros entumecidos por la edad. Era este un dia en que año por año se daban festines y saraos, en los que la abundancia y el lujo eran excesivos, á los que concurria toda la nobleza, con un fausto que apenas se veria en la metrópoli, y que llenaban de júbilo al viejo conde que desde los apasentos interiores se estasiaba con la algazara de la fiesta, porque él hacia consistir su felicidad en el gozo de su María. Soberbia se esperaba la de esa noche, brillante como no lo habia estado ninguna de las anteriores, porque las tendencias de la condesa eran á dejar muy atras á sus competidoras en fausto y en ostentacion.

En un salon ancho y estenso cuidadosamente cubierto por las ricas telas que en esa época nos venian de la China, telas que han dejado de verse ya entre nosotros, y alumbrado magníficamente por la muelle luz de la esperma, las mas celebradas bellezas de México ostentaban sus encantos, perfumándolo con las emanaciones suaves de los aromas con que habian ungido sus cabellos, y encantándolo con sus rostros peregrinos. Multitud de jóvenes, elegantes exagerados de su tiempo las rodeaban con ahínco, unos galanteándolas por costumbre, y otros hablándoles el idioma de una verdadera pasion, haciendo reir á muchas y ruborizando á no pocas. Mas la que entre todas ellas se llevaba las miradas de cuantos pisaban el umbral de la sala, la que à todas las ofuscaba, como la luz de la luna ofusca el brillo débil de los otros astros, era la reina de la fiesta, María, la hermosa condesa que à todas las aventajaba. si no en belleza, en gracia. Sentada en una de las estremidades de la sala, con to

-Me ama; pero no sé qué empeño tiene en da la hermosura de su rostro y la viveza de disimularme su amor.

-Su empeño es el de todas las mugeres, que jamas ceden á la primera insinuacion, ya porconveniencia, ya por orgullo: cinco, seis, siete veces necesita el hombre rendirseles para ablandar su carácter.

sus ojos negros, con su blanco ropaje de finisima seda, con su velo trasparente, que ocultaba apénas las formas hechiceras de su seno, con su negro cabello esparcido por la espalda y entretegido con jazmines y violetas, con su guirnalda y con sus joyas ricas y preciosas, pa

-Veinte me le rendiré yo à ella, si á la úl- recia una de aquellas visiones celestiales que tima he de oir de su labio que me ama.

En esta conversacion penetraron en la casa, y se perdieron entre los demas caballeros que subian la escalera.

agitan los ensueños de los amantes afortunados, ó mas bien una de aquellas imágenes divinas que los pintores ó los poetas crean en uno de sus momentos felices de inspiracion.

Alfonso y Julian entraron á la sala, y éste, al verla, al contemplar casi frente á frente á la que tantas veces habia hecho palpitar su corazon de amor, fijó en ella una mirada ardiente, una de aquellas miradas en que las mugeres, acostumbradas á leer en los ojos los sentimientos del alma, descubren los mas íntimos secretos del corazon.

-Alfonso! esclamó Julian en voz baja, apre tándole fuertemente la mano á su compañero. Alfonso! ¡Cuán bella está! ¡Jamás habia soñado yo un ángel!

-Calma, serenidad, amigo, contestó friamente Alfonso, mira, esa sonrisa que vaga por sus lábios al verte, esa palpitacion de su seno que levanta el velo que lo cubre, son indicios de que á mas dé que no le eres indiferente, esta misma noche cesará su empeño de ocultarte que te ama, si tú das un golpe certero, si sabes aprovecharte de las circunstancias.

Una sonrisa de la condesa le indicó á Julian en efecto que lo recibiria con agrado cerca de sí. Este, que no deseaba otra cosa, se dirigió á ella, sin atender à mas, sin pensar en mas que en su amor, embriagado, como dicen que lo están las aves al hálito de cierta serpiente. La hizo una profunda caravana, no sin dejar escapar al inclinarse, un ahogado suspiro, y ella le contestó con una dulce sonrisa, y haciéndole sentar á su lado. Oh! era la suprema felicidad para Julian, como lo es para todos los hombres, estar junto à su querida, esprimentar el suave contacto de su ropaje, contar los latidos de su corazon, sorprenderle de cuando en cuando una mirada, imprimir tal vez un beso ardiente en su mano blanda, como las hojas de una rosa entreabierta.

La armonía de la música habia tocado ya la cuerda mas sensible del corazon de las mugeres, la inquietud las agitaba á todas, y habia hecho nacer en las jóvenes el deseo de dar mas vida á los trinos de una flauta, acompañandolos con los movimientos voluptuosos del baile. Todas giraban ya en la sala, como unas sílfides, embriagadas, porque cada pasion tiene su embriaguez particular. Julian enlazado con la condesa, bebia el primer trago de la copa de la felicidad, y otro tanto le sucedia á ella, que con la agitacion del placer que esperimentaba su alma, apénas respondia á las palabras apasionadas de su amante.

-Oh! cuán bella eres, querida mía, le decia este, y cuán cruel al mismo tiempo! ¿Porqué, si al tocar mi mano se enciende tu rostro y palpita tu corazon rápidamente, ocultarme por mas tiempo que me amas?

Ella nada respondia; y Alfonso á veces con la sonrisa en los lábios, á veces con el ceño en la frente, los seguia siempre de léjos sin perderlos de vista. El entusiasmo de los jóvenes habia llegado á su colmo, todo era agitacion, á nada se atendia, porque los acentos de la música y el aspecto de mil hermosuras tenian absortos los sentidos. Aprovechándose Julian de esta circnnstancia, casi arrastró á la condesa fuera de la sala, y perdiéndose con ella entre la multitud, salió á uno de los estensos corredores, que á la sazon estaba en parte iluminado por la luz de la luna. Alfonso, que como he dicho, no los perdia de vista, y que cemprendió las miras de su amigo, los siguió, y logrando ocultarse à poca distancia de ellos, sorprendió sus secretos. Julian sostenia á María en su brazo junto à un rosal, y despues de un momento de silencio, durante el cual la vió tan hermosa:

-María, María, esclamó apretándola fuertemente contra su pecho, ah! perdóname si contra tu voluntad te he arrastrado hasta aquí. Tu silencio atormentaba mi corazon, como nada lo habia atormentado; ¿porqué, si me amas, no endulzas con una sola palabra el acíbar de mi vida? María, Maria, respóndeme, dime que me has amado, dime que me amas, nadie nos escucha; todos ¡insensatos! están ahora embriagados con los vapores que despide el festin.

María lloraba; mas de pronto por una especie de movimiento convulsivo levantó hácia él sus bellos ojos negros anegados en lágrimas, lo enlazó con su brazo por el cuello y entre a

briendo sus labios:

-Si, te he amado, te amo, Julian, esclamó, tú, tù has sido el hombre que ha llenado el vacio que habia en mi corazon. Muy infeliz he sido, Julian mío: jóven, con un corazon de fuego, mi destino puso contra él, otro de hielo que jamas he podido soportar. El conde, ¡ah! yo le amo como se puede amar á un padre; pero no como se ama á un amante: á tí, á ti te adoro, porque tu corazon palpita tanto como el mio, porque tus ojos derraman lágrimas de fuego, porque tus manos arden, y tus palabras conmueven mi alma. Ah! Julian, si el amor puede hacer felices á dos corazones que se comprenden, jamas le volveremos à ver el rostro á la desgracia.

-Angel de mi amor! ¡cuánto han aligerado el peso de mi vida tus palabras! tú me amas, y con tu amor nada falta ya á mi felicidad. Tú padecias tanto como yo, por eso me amaste, porque las penas son el vínculo que mas unen

las almas.

-Pero no me abandones, Julian mio: sin ti mañana le es placentera. Oh! muger, obra in

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comprensible de la creacion, conjunto de luz y de tinieblas; tú cuya mision sobre la tierra deberia ser de paz y de caridad, de amor y de consuelo, ¿porqué contra las leyes mismas de tu naturaleza, te conviertes á veces en la manzana de la discordia, á veces ocultas bajo el atractivo de tus encantos un veneno corrosivo, y ora con un desprecio das la vida, ora con una caricia das la muerte sin que nadie alcance à ver en el fondo de tu alma para comprenderte? En vano

-Te amo tanto, que ya no hay desgracia que el diligente anatómico de la sociedad, el morano imagine para nuestro amor.

-A las ocho de la noche, María....

lista, ha disecado fibra por fibra tu corazon para investigar tu esencia, esta se la ha escapado,

—Sí, Julian, á esa hora por la reja del jar- como el jugo del sazonado fruto, cuando se le din, yo bajaré la llave.

Al oir esto Alfonso, que todo lo habia escuchado, sacó de su bolsa una preciosa cartera, apuntó en ella con lápiz quizá las últimas palabras, y se dirigió á la sala ántes de ser descubierto por los amantes. Estos, embriagados de felicidad y de amor volvieron presto; y ya cuando los concurrentes abandonaban fastidiados la sala, Julian se acercó á Alfonso, y le dijo al oido:

-He vencido.

-Te lo habia predicho, le contestó Alfonso con una amarga sonrisa. Pobre tonto! murmuró aparte al bajar la escalera.

II.

MARIA, JULIAN.

Incomprensible es el corazon de la muger; en vano el hombre se afana en penetrar sus arcanos, esos arcanos que solo ella comprende; à medida que mas la contempla, à medida que mas escudriña sus acciones, con ménos claridad ve en el fondo de su alma, mas se confunde; porque semejante aquella al sol, cuanto mas fija este en ella su vista, tanto mas le deslumbra. Hay hombres que creen haber fondeado el corazon, haber sorprendido los secretos de una muger en una hora: ¡insensatos! su orgullo los engaña; no cabe en su necedad que una muger esté dotada de la sagacidad suficiente para afectar lo que en ella no existe, cuando median razones de conveniencia, para dar á sus mismos hábitos un giro muy distinto del que todos se imaginan que tienen; miden ellos su fuerza moral por su fuerza fisica. Tiene hoy la muger un deseo para cuya satisfaccion no vé medios, no se pára en inconvenientes, mañana lo ve satisfecho, y quisiera que ja mas hubiera nacido en su corazon; la impresion que boy le fué agradable, mañana le cansa, le fastidia, y la sensacion que hoy le fué dolorosa

oprime con fuerza entre las manos; tu solate conoces, y razon lienes en reir, y en despreciar al bombre que demasiado confiado en sí mismo esclama con énfasis:,,yo conozco el corazon de la muger."

Esa oscuridad, ese velo misterioso encubre el corazon de María, la hermosa condesa de Peña-Aranda: llena de atractivo y de gracia, con un talento, una sagacidad y una sensibilidad nada comunes; y con las inmensas riquezas que proporcionan la comodidad en la vida, rie y muestra su rostro alegre en la sociedad; compite en lujo y en fausto con sus rivales en ellos, y todos la juzgan insustancial y feliz; pero tambien allá á sus solas suspira, llora y gime, y sin saber lo que falta á su corazon, se cree tanto mas infeliz, cuanto que para aparecer en público, tiene que cubrirse con una careta que á su dolor repugna. Su vida es igualmente incompresible, es una mezcla de felicidad é infelicidad que asombra, es una de aquellas vidas que solo pueden comprender los que han recorrido ese camino. Hija María del crimen y de la miseria, y arrebatada de los brazos maternales, cuando en los pechos de su madre bebia aun la vida, sin saber lo que son las caricias de esta, fué llevada á una prision en donde vió correr los primeros años de su vida al lado de su padre, encerrado allí por circunstancias que no importa saber ahora. Niña, muy niña, era el único ser que con sus caricias prestaba consuelo á su desgraciado padre que en su calabozo gemia, y que á la escasa luz que una claraboya dejaba entrar, apenas habia podido contemplar las facciones delicadas de su hija, de aquel àngel que guardaba su sueño, que endulzaba sus horas de amargura. Maria, siempre al lado de su padre, y en una edad ya en que su razon podia distinguir exactamente las ventajas del bien y los inconvenientes del mal, los dulces goces que aquel proporciona y

los dolores acerbos que este causa; viendo á su padre desnudo y estenuado por las privaciones, no solo de lo superfluo, sino aun de lo necesario para la vida, y viéndose ella envuelta en la misma miseria, pensó, si no en cambiar su estado miserable, porque le era imposible hacerlo por sí sola, al ménos en dulcificar la posicion de su padre y la suya propia. Con el empeño, con el teson que la necesidad presta á las almas, logró adiestrarse en tocar con gracia y soltura una guitarrita que la escasa conmiseracion de los carceleros de su padre le proporcionó; y cuando ella conoció que estaba ya en estado de causar con ella algun placer al oido de los que pudieran escucharla, sin que su padre lo supiese, salió de la prision, á poner en planta el recurso que su amor de hija le habia inspirado. Con su cuerpo airoso, su rostro peregrino, su negro pelo suelto, su pié delicado y pequeño, su vestido, aunque pobre, limpio, y con los dulces sonidos de su guitarrita, pulsada suavemente por sus manos de niña, la atencion de cuantos en la calle la miraron se fijó en ella, porque los extasiaba con la armonía de su instrumento, porque los cautivaba con su gracia y los conmovia con los suspiros que se le escapaban de su pecho, en medio del júbilo que ella queria afectar. Todos la admiraron, todos la acariciaron, todos pusieron en su mano el socorro que ella en silencio imploraba; y María volvió á la prision de su padre, alegre, porque habia encontrado ya un medio seguro para mejorar la suerte de aquel. En este ejercicio continuó ella llamando la atencion, así del pueblo, como de las personas mas encumbradas de la corte, hasta que su padre, lo supo, y lloró con ella, porque grande debe de ser la emocion de un padre al ver á un hijo sacrificarse para procurarle su subsistencia y su bienestar; ¡emocion indefinible que admiro, pero que aun no me es dado comprender!

El padre de María espiró, y ella sola, á los diez y ocho años de su edad, comenzó á sentir todo el peso de su desgracia. Su vida desde allí fué un tegido de acontecimientos que solo ella era capaz de comprender, que dejaron en su alma impresiones que jamas se borraron, porque si las de la felicidad llegan á olvidarse alguna vez, las de la desgracia nunca mueren en el corazon. Sin ninguna esperiencia de las cosas de este mundo, se dejó elevar de pronto por el vicio y la maldad á una altura en que jamas habia soñado, para caer desde allí y sumergirse en la mas espantosa miseria; juguete de hombres perversos, la barca de su vida zozobró en el mar de la existencia, y su virtud cuТомо 1.

bierta de harapos fué á gemir á la súcia habitacion del pobre, y casi à mendigar el pan de puerta en puerta. El trabajo de sus manos no bastaba á sus necesidades, y su hermosura iba rápidamente marchitándose y su vida consumiéndose por la falta de los jugos que la mantienen. Mas el destino, la casualidad, ó la Providencia, hicieron que el conde de Peña-Aranda, viejo viudo y rico, la conociera, y que en su corazon naciera un amor hacia ella que el no pudo ocultar. Este amor decidió al parecer del porvenir de María, porque el viejo conde empeñado en satisfacer el desco engendrado en su corazon por una pasion concebida casi en la decrepitud, sobreponiéndose á las preocupaciones de su época, dió su mano de esposo á aquella jóven, miserable; pero interesante por su belleza. María la aceptó, y cediendo á aquella propension que todos tenemos de ser algo en la sociedad, de brillar entre los demas, de excederlos tal vez en fausto, sonó con placer en sus oidos, no ya el nombre de María, sino el de la condesa de Peña-Aranda. Un sueño le pareció su rápida elevacion: subir del seno de la miseria á la cumbre de la opulencia: dormir ayer en un miserable cuarto súcio y oscuro, y despertar hoy en un palacio rico y esplendente, es para causar una transformacion total en el corazon humano; y en el de María en efecto, esa transformacion comenzó á efectuarse. En un estado ya en que le era indispensable tratar con lo mas selecto de la sociedad mexicana, la que al principio no dejó de mirarla con desdén, por considerarla pegote de la aristocracia, mas la que luego la acogió en su seno, porque para esa clase no hay mas vínculos de amistad que los que proporciona el dinero; la condesa de Peña-Aranda quiso embriagarse con su aparente felicidad, quiso ser pródiga, y comenzó á presentarse en los paseos, en los teatros y en las tertulias con un lujo sorprendente. Su amabilidad, sus encantos, y sus riquezas sobre todo, le habian atraido un círculo de jóvenes, entre de los cuales era ella la soberana, de quienes no recibia sino adulaciones á su belleza, incienso á su orgullo. Mas en medio de tanta ostentacion, ella no era feliz: subida hasta tan alto para no sentir contra su pecho sino un abrazo de hielo; contra su megilla, sino el lábio casi inanimado de un viejo, su corazou sentia la necesidad de amar, habia en él un vacio que no podia llenar sino el amor de un jóven, el fuego de una pasion igual á la suya; y ella estaba inquieta; pero al mismo tiempo no comprendia la causa de su inquietud.

Alfonso, el joven que hemos visto acompa

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