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que es buen hablista,) y los jóvenes todos acuden con ansia á la cátedra, y creen que entrando á ella son ya unos literatos perfectos, sin hacer caso de la lectura de buenos modelos porque se cansan de leer, como si las bellas letras se aprendieran con solo oir las reglas del arte de hablar bien en prosa y verso. Agréguese á esto la inconstancia; que pasados pocos dias, desconfian de adquirir los conocimientos que se prometian de concurrir á la cátedra, en la cual ningun fruto sacaban porque con las reglas esperaban formarse.

Recordamos á este propósito haber visto preparar en cierto parage de la república los actos de bella literatura, dando unos apuntes, á los sustentantes, pormenorizados del análisis de las obras que debian examinar en sus actos, y tambien tenemos presente habernos dicho con enfasis uno de aquellos jóvenes, que no le prestaba ya ninguna diversion el teatro, porque solo estaba atento aun sin pensarlo á los defectos de la pieza que se representaba.

Nadie duda de la importancia ó casi estrema necesidad de dedicarse á la lectura para los adelantamientos en las bellas letras por lo que reputamos redundante el inculcar este estudio, pero lo que si ponemos en duda ó no admitimos, es la necesidad de estudiar reglas, nosotros convenimos desde luego en la precision de las gramaticales, y apetecemos de buena gana que concluido un escrito se examine cuidadosamente por ver si está en un buen castellano ó disuena de algun modo al oido, y hé

aquí la única regla que nosotros damos del buen gusto. Por lo demas nada aprovecha aprender nombres de figuras retóricas que solo sirven para formar pedantes, sin darles por esto genio, y si de algo aprovecha, es solo saber que en esto ó en aquello se ha cometido tal ó cual figura que tiene ese ó esotro nombre griego. Tampoco podrá condenarse el estilo libre, llamamos así al de los románticos, por tal cual escritorzuelo que no deja tambien de forzar su imaginacion para describir esta ó aquella situacion; al fin no hallando como espresarse, porque no halla pensamiento, nos hace creer, ó quiere que creamos que un hombre en el despecho de una pasion violenta, abriendo su pecho intenta darse muerte y....... y cansado se resigna á pasar la vida hasta que à Dios le plega quitársela. No por estos deben juzgarse los hombres del gusto moderno, sino por la naturalidad de las acciones de sus héroes, pues es conforme á la naturaleza que un hombre cegado por una pasion violenta que no reprime, se exceda en cometer grandes crimenes y se precipite en la desgracia, mas bien que no como obra pura de la casualidad, que el hombre sereno en medio del dolor guiado por la irresistible mano del destino, venga á unirse con la muger que conoció por un acaso, que por un acaso trató, que por un acaso tambien amó.

CARLOS M. SAAVEDRA.

ANAGRONISMOS.

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En este siglo de movimiento y de progreso en que todo camina velozmente hácia adelante, en que en las ciencias y en las artes se han he cho y se hacen todos los dias famosos descubrimientos, invenciones nuevas que parecen fueron reservándose desde los primeros dias del mundo para los hombres de nuestro siglo, para nosotros en este siglo de adelantamientos, y en que la modestia se deja á un lado como importuna, y el descaro se presenta por todas partes, en que la imprenta especialmente ha recibido un fuerte impulso, ha sido elevada á

un grado superior sin duda al que tenia á fines del siglo XVIII, de todos lados descuellan escritores mas ó ménos grandes, que con el espíritu de la época, superficiales los mas, poco aprecio hacen de lo útil, y mucho ménos de lo necesario. Quizá nosotros al escribir esto, incurrimos en el mismo vicio que quisieramos corregir, mas no dejamos por eso de lamentarnos de escritores que se lanzan en la carrera de tales, porque juzgan, como cierto señor de categoría á quien nos abstenemos de nombrar, que basta para formar un buen escritor una

pluma bien cortada y buena clase de papel, á lo que podriamos añadir, y saber pintar la letra, porque lo demas, déjemelo su merced á mí, que todo es tortas y pan pintado.

Escritores pues, hay que sin conocer la historia de un pais, escriben de ella con la misma confianza que un herrero trabaja una llave, por ejemplo. No saben que escribiendo lo que se les viene å las mientes, sin plan, sin órden, sin método de ninguna clase, y dejándose llevar de su imaginacion por donde mas place a ella conducirlos, pervierten el gusto mas que los autores románticos á quienes censuran porque no pueden imitar, porque no tienen ese genio creador de que la naturaleza los ha dotado. Aunque estamos para nosotros, y lo decimos para descargo de nuestra conciencia puesto que gustamos mas de leer á los tales románticos, que las obras de esotros que llaman clásicos, ó mejor, clasicistas ó clasiquistas que todo es uno, que ponen en tortura los pobres entendimientos, haciéndoles desechar ideas, tal vez bellísimas por querer seguir las reglas de un arte que no existe, decimos, pues, que aun los románticos si no guardan reglas, forman por lo menos plan y observan órden, y cuando escriben hechos á fé que los refieren como pasaron y no como debieron ser, ó mejor, cuentan lo que saben que sucedió, y no lo que juzgan probable que fué. Pero ya nos ocuparemos otra ocasion mas detenidamente en (otros dirian de, pero á nuestro entender, en castellano no tiene este régimen el verbo ocupar,) los románticos y en los clásicos, y por ahora siguiendo nuestro tema, volvemos á decir que el escritor que escribe caprichosamente, corrompe el gusto y hace à sus lectores tan superficiales como él, y quizá mas.

Donde debe sobre todo ponerse mucho esmero, es en la historia, por que apénas habrá cosa tan sujeta á duda como ella, y el que la escribe ya que no tenga ni conserve el carácter de imparcialidad que deberia guardar, á lo menos que no la haga mas fabulosa de lo que es en sí. A este intento nos ocurre haber oido, ó si se quiere, serán invenciones nuestras, que allà en tiempos remotos, anteriores al diluvio y muy próximos á la creacion del hombre, despues de esta, eso sí, existian dos naciones poderosas rivales, la Francia y Aténas, (si no mienten los geroglíficos descubiertos por Cain despues de la inundacion universal en las ruinas, de la primera), cuyas dos potencias eran gobernadas aquella por formas republicanas por Pedro el Grande su Czar, ó presidente, que todo es lo mismo, y Aténas la monarquía mas despótica

que se ha conocido, tenia á su cabeza por gefe á Wasingthon. De estas naciones escribe Moises que confinando la una con la otra, se tenian declarada una guerra atroz, que habia durado como veinte años, cuando el emperador Mocteuhzoma Illuicamina de Austria, unido al rey de Egipto, Newton mandó un poderoso ejército á las órdenes de Voltaire, general mahometano, y de Josué, cristiano de religion. Todas las naciones tomaron un empeño decidido en hacer cesar esta contienda, y Dido emperatriz á la sazon del Brasil, invitó á Federico II rey del grande Mogol, para que aliado con Robespierre, senador romano, y con Julio César y Neron, ambos cónsules en la república francesa y miembros de la convencion, levantase grandes ejércitos y terminara aquellas diferencias tan ruidosas.

Mehemet-Ali, escritor de aquellos tiempos, no refiere estos hechos, pero se encuentran en las crónicas de los Betlemitas que escribió Tito Livio, impresas en las ciudades de Pintápolis poco tiempo antes de su incendio, y que se pudieron sacar ilesas de las llamas, gracias á las fervientes súplicas que al precursor de Jesucristo dirigió el jóven Japhet bijo de Noe, y a las misas que por mandato de David, presidente entonces de la academia de ciencias en Paris, celebró Aaron.

Marco Antonio, Czar de Rusia, abrió negociaciones diplomáticas, nombrando su ministro plenipotenciario á D. Miguel Santa María, y de esta manera concluyó aquella guerra que tantos destrozos hubiera causado, retirándose los aztecas con todo su tren de artillería á su pais gobernado por Felipe el Hermoso, á quien dijo el profeta Samuel.

Hasta aquí de historia fabulosa, estamos seguros de que sobre poco mas ó ménos todos los hechos que en general se nos refieren si no son de esta naturaleza no difieren mucho. A excepcion de la Sagrada Escritura, atendiendo solo á la razon, convendremos en que nada en efecto está tan sujeto á dudas. Por que si suponemos al historiador contemporáneo, le falta desde luego la imparcialidad, pues es muy natural que le afecten las circunstancias de su época y ha de procurar engrandecer á las personas de su partido y lo contrario hará con las de los opuestos. Lo único que de los contemporáneos puede sacarse, es conjeturas fundadas en reglas de una sana crítica, y con todo, tales conjeturas quizá tampoco son muy exactas, pues no puede el lector dejar de afectarse y de tomar interés por algun personage determinado. Aun hay mas, que debe suponerse al es

critor muy al cabo de todo lo que pasa y desde luego es su fe muy incierta. Pongámonos en el caso de que vamos á formar la historia actual de nuestro pais, y para hacerlo con buenos datos procurariamos recogerlo de las autoridades, la proteccion que estas nos dispensarian nos inclinaria en su favor, y he aquí la falta de imparcialidad. Pero con todo, admitamos que fuésemos imparciales, y no por esto dejarán de alterarse en gran manera los hechos, pues que ni en los documentos oficiales se encuentra intacta la verdad: se queja un vecino de falta de buena policía, el gefe de esta espone que se tiene la mayor vigilancia: se queja otro de que no se le administra justicia, el tribunal contesta que no ha demorado ninguna causa; no hagamos mencion de los partes militares, pues siempre cada fuerza beligerante triunfa de su contraria: cada una de ellas tiene pocos muertos y heridos, y la otra ha dejado el campo de batalla cubierto de cadáveres y ha echado á huir.

Esto es lo que podemos sacar de los contemporáneos únicos testigos fidedignos de los hechos que refieren; pero ya que la historia es oscura y que poco se encuentra en ello cierto, no debemos hacerla mas fabulosa ni suponer ó desfigurar los hechos de modo que de luego á luego nos desmientan. Para escribir, especialmente historia, se necesita un sumo cuidado: á la posteridad sí, la podemos engañar, y descubriendo nuestro fraude, sù fallo no nos perjudicará puesto que ya habremos dejado de existir; pero mientras vivamos, si tenemos siquiera deseo de que nuestras producciones se lean con fruto y con gusto, no demos lugar á ser censurados con justicia y que se nos haga ru borizar si el fallo de la posteridad alcanza solo à nuestro nombre, el de nuesta edad alcanza á nuestras mismas personas.

C. M. SAAVEDRA.

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Que el teatro es una escuela de costumbres, y con que los pueblos ilizados han cultivado el

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que

un termómetro para calcular el grado de civilizacion de las naciones, así como que por su utilidad no debe descuidarlo un gobierno ilustrado, es una verdad tan firmemente asentada, que ya hoy ha llegado á ser principio, despues tantos sabios de la mas alta reputacion han ocupádose en esta materia, tratándola con una crítica algo juiciosa, y desapasionada, con erudicion y con maestría. En consecuencia seria un arrojo, un atrevimiento y una pedantería pretender siquiera añadir algo á lo que esos hombres han escrito.

Sus luminosas obras nos refieren la atencion

drama, y nos haceje'entender que esta parte de la literatura, nos lamente en nada cede á las demas, sino que por el contrario, las hermosea, y que hasta cierto punto puede reputarse como el mas alto grado á que pueden llegar los hombres de ingenio, asemejándose al sol, que no ilumina únicamente á esta ó á la otra familia de la gran sociedad. Un buen escritor dramático, en mi opinion, deberá ponerse en igual línea que el médico: este cura y sana las partes fisicas de nuestro cuerpo: aquel deleita al mismo tiempo que corrije los defectos que corrompen y degradan la especie humana, y que aver

güenzan al que está contaminado con ellos. Mi pluma es débil, no puedo por lo mismo describir, ¿qué digo describir? ni aun bosquejar la influencia del teatro en las costumbres, ni lo que contribuye á su mejora. Pero ¿que podria agregar á lo que los mas célebres literatos, así en nuestra lengua como en otras, nos han dejado en esas obras clásicas, que solas ellas bastan para formar el crédito y fama de que hoy gozan? A ellos somos deudores, y de ellos hemos aprendido que Grecia y Roma en sus tiempos felices tuvieron, la primera, sus Aristófanes, Sófocles y Euripides: la segunda sus Plautos y Terencios: la Francia sus Corneilles, Racines y Molières: la España sus Lopes de Vega, Calderones, Moretos, Tirzos de Molina, y al mexicano Alarcon: que la Italia, la Inglaterra y la Alemania, tuvieron igualmente los suyos, advirtiéndonos al mismo tiempo, que cada nacion hace gala y blasona de haber producido excelentes poetas dramáticos, que han sido ornamento y gloria de su pais y de su siglo. México en calidad de colonia de España deberia haber seguido en su teatro la suerte y vicisitudes de su metrópoli: floreciente en los reinados de Felipe III y IV: decadente en el de Carlos II y renacido en el de Carlos III, como parte de esa monarquía; pero pocas son las composiciones dramáticas indígenas de que se tiene noticia. Las causas de este olvido, menosprecio, ó qué sé yo, con qué se vió por nuestros nacionales este ramo de la literatura son bastante conocidas: no hay, pues, necesidad de recordarlas. El mismo D. Juan Ruiz de Alarcon que adquirió tanto lustre al lado de los célebres poetas españoles de su época, allá en Madrid, se habria ceñido en México á las cavilosidades y enredos del foro; si hubiese permanecido en él, y si no se hubiese trasladado á la península, su Verdad sospechosa y las Paredes oyen, yacieran hoy arrinconadas y llenas de polvo en algun archivo, si no es que habrian desaparecido á manos de algun ignorante boticario ó de otro especiero.

Don Tadeo Ortiz en su México independiente, menciona algunas comedias escritas por mexicanos, y sin embargo de que ni las hemos leido, ni ménos visto representar, no seria aventurado decir que deben estar plagadas de los defectos del tiempo en que se escribieron, aunque sus autores hayan tenido ingenio y sido dotados de las otras cualidades que se requieren para llegar á ser, no un perfecto, sino un regular poeta dramático. Esta conjetura no es gratuita, no la ocasiona un impulso innoble, una arrogancia presuntuosa, ni ménos

una crítica precipitada, tanto mas espuesta: cuanto que no se tienen á la vista esos escritos; sino que la dicta una induccion racional, nacida de la misma naturalcza de las cosas, porque si los Calderones, Rojas y otros muchos se dejaron arrastrar del espíritu dominante de su siglo, ¿qué fundamento plausible hay para que no les toque la misma suerte á los que en igual tiempo escribian esta clase de composiciones acá en Nueva España, atendidas las circunstancias locales, y otras que aun no están olvidadas? Esa misma conjetura da lugar á otra, y es que en el estado en que se hallaba en México la imprenta, entretenida únicamente en publicar sermones gerundianos, y novenas de santos mal digeridas, no han de haberse impreso ningunas de nuestras comedias, y que si existen algunos ejemplares manuscritos ¡sabe Dios en poder de quien pararán, y lo alteradas que estarán las copias!

Sin embargo, buenas o malas, ellas nos pertenecen, y contengan los defectos que se quiera, forman parte de nuestro teatro, los vicios, y mal gusto del siglo no perjudican en nada al talento de los que las trabajaron. Deberiase, pues, solicitarlas con empeño y conservarlas, si no como una muestra ó modelo del arte, al ménos como una prueba de que no han faltado entre nosotros quienes hayan cultivado este género de literatura; sin que nos avergüencen sus impropiedades ni los asuntos de que tal vez se apoderaron sus autores, á no ser que sea reprehensible en nosotros, lo que en las naciones todas se ha atribuido al siglo en que se ha escrito.

A continuacion de esas piezas deben colocarse las compuestas del año de 821 en adelante, porque separado México desde aquella época de la dominacion española, debe tener como nacion independiente todo lo que es propio de este rango, á la manera que el resto de las que se encuentran en su caso. España, Francia, Italia, etc., tienen su teatro peculiar mas ó mẻnos rico, y mas o menos abundante en obras de este género; y ya que se ha perdido el tiempo entre nosotros en idear, y escribir utopías, en asesinarnos por miras personales, ruines, y y antipatrióticas, y en obstruir todo lo que real y verdaderamente es útil y provechoso; la razon, la justicia, las exigencias públicas demandan que volvamos sobre nosotros mismos: que hagamos à un lado esas pequeñeces y miserias, pues todo lo que huele à espiritu de partido debe abandonarse, y nos consagremos á ese ramo de la literatura, animándolo y fomentán

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