Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Gonzalez, á Manuel Villegas, alcalde ordinario descubierto la conspiracion. Tal fué el lamentable fin de dos mancebos dignos de consideracion, tanto por sus prendas personales, como por su esclarecido linage. Ambos eran hijos del capitan Alfonso de Avila con quien Cortés remitió á Cárlos V. el tesoro de Moteuczoma, (prueba notable de confianza) y de una hermana de Pedro de Alvarado.

de la ciudad, al dean D. Juan Chico de Molina, que fué encerrado en la torre del arzobispado, y á otros varios. Al dia siguiente se impuso arresto en sus propias casas, con pena de muerte si lo quebrantaban, á D. Luis de Castilla, padrino de los hijos del marqués; à su hijo D. Pedro Lorenzo de Castilla, á D. Lope de Sosa, juntamente con Bernardino Pacheco Bocanegra, Antonio Carvajal, Hernan Gutierrez de Altamirano, Alonso de Estrada, Juan de Valdivielso, Diego Rodriguez Orozco, D. Juan de Guzman, Alonso Cabrera, Nuño Chavez, D. Fernando de Córdoba, Juan de la Torre, Juan de Villafaña, D. Francisco Pacheco, Luis Ponce de Leon y otros muchos. Como es de suponerse, se apoderaron de las llaves de los cofres y escritorios pertenecientes á los presos. En los de Alonso de Avila se encontraron multitud de billetes amorosos, cosa que irritó en gran manera á los oidores, y en que trataron de fundar y fundaron su inicuo proceder. Las únicas constancias escritas que alegaron para probar la complicidad de Alonso en la conspiracion fueron aquellas cartas, que cuando mas, probarian, las que el alegre y jóven Alonso tramaba en contra del bello sexo. Mas si de él pasamos á su hermano Gil Gonzalez, veremos que su único crímen fué el de haber nacido de una misma madre. Apesar de lo dicho, Alonso y Gil fueron las primeras y únicas víctimas del encono de los oidores, puesto que los sentenciaron á muerte, á pesar de la apelacion que se interpuso, y de la multitud de personas principales que se empeñaron fuertemente por salvar á los desgraciados jó

venes.

El dia 9 de agosto á las 7 de la noche, Alonso de Avila Alvarado y su hermano Gil Gonzalez, fueron sacados de su prision, ataviados con las mismas galas que tenian el dia que fueron prendidos y conducidos en mulas cubiertas de gualdrapas negras á un cadalso vestido igualmente de negro que se habia levantado frente á las casas de cabildo (hoy la Diputacion). Allí fueron degollados, y sus cabezas colocadas en escarpias en la azotea de las mismas casas, cosa que reclamó inmediatamente el ayuntamiento, diciendo que la ciudad no habia sido traidora, y que de consiguiente no se la debia cubrir de tamaña afrenta. De esto resultó que las cabezas, juntamente con los troncos, se sepultasen en la iglesia de S. Agustin; y notaremos de paso que asistieron á sus funerales el general D. Francisco de Velasco, y su sobrino D. Luis, despues virey, y uno de los que segun decian, habia Томо 1.

El marqués del Valle siguió preso en union de las personas arriba mencionadas, y tal vez la audiencia hubiera dejado caer sobre sus cabezas la misma segur que habia cortado la florida juventud de Alonso y Gil Gonzalez, á no ser por la llegada del nuevo virey D. Gaston de Peralta, marqués de Falces, que arribó al puerto de S. Juan de Ulua á los 17 dias del mes de setiembre del propio año de 1566. Mas como quiera que lo tocante á estas ocurrencias se encuentra desarrollado con bastante exactitud en el informe que el citado virey remitió á Felipe II, y que, por la causa que despues espondremos, jamas llegó á manos de él, permítasenos hacer algunas citas de este curiosísimo documento, que comienza de esta manera:

,,Muy poderoso Señor- I. El Marqués de Falces vuestro virey de la Nueva España, dice: Que para que á V. A. le conste la verdad de todo lo que ha pasado al tiempo y despues que desembarcó en el puerto de S. Juan de Ulua, por lo tocante al alzamiento que en esta tierra dicen se pretendió hacer, y lo sucedido de los presos que halló y de lo procesado contra ellos, y de otras cosas de que tiene que hacer relacion, hace la siguiente...." No debemos pasar por alto este notable exordio del informe del marqués, puesto que viene à corroborar nuestra opinion ya enunciada de que en todo lo que atañe á esta conspiracion, se obró por parte de la audiencia con un celo exagerado, cuyo origen no era ciertamente el afecto al soberano, sino rencillas y enemistades personales. Mucho mas nos impele á ratificarnos en esta creencia la carta que el 8 del mismo mes en que fueron ajusticiados Alonso y Gil, escribió al rey la provincia de padres franciscanos de México y que Torquemada insertó en la parte primera libro 5.o capit. 20.o de su Monarquía indiana. En esa carta comienzan los padres por decir modestamente que el acuerdo no obró con ligereza y sin motivo; pero añaden en seguida que reflexionando en la quietuddel reino, y en el afecto con que todos miraban la persona del rey, sospechaban que cuanto se habia acumulado en contra de los ajusticiados y presos, no estaba fundado sino en palabras de mozos livianos poco recatados.

34

El dia 19 de octubre entró en México el nuevo virey marqués de Falces, y pasados ios primeros cumplidos, comenzó á conocer en la causa de conspiracion, teniendo desde luego que entrar en algunas discusiones desagradables con los oidores, cuya audacia y altanería son ciertamente admirables. Basta leer en prueba de esto las palabras siguientes del capit. 2.o del informe:

....."Y por que el dicho virey con su muger y casa no podian posar en las casas reales si los oidores Villalobos y Orozco no se salian del aposento que tenian, les envió á pedir que se lo desembarazaran, sobre lo cual hubo algunos replicatos."

En el curso de la causa del marqués del Valle, éste recusó á los oidores Zeinos y Orozco y en lugar de ellos fueron nombrados los doctores Oseguera y Alarcon. El virey convencido por multitud de hechos, de que los jueces del marqués y sus compañeros obraban con pasion, resolvió remitir á este bajo de pleito homenaje, á pesar de la abierta oposicion que manifestaron los oidores. Todo esto consta del citado informe que acaso jamas hubieramos conocido, á no ser por que el factor Ortuño de Ibarra, encargado de conducir el documento á manos del rey, no lo verificó así por favorecer á los oidores con quienes llevaba estrecha amistad. Para concluir la relacion de los sucesos de este año de 66 diremos que segun Betancourt eu su Tratado de México, el dia 21 de febrero hubo un eclipse casi total, pues á lo que dice Ontiveros, fué de 11 dígitos y 46 minutos: dió principio á las tres y media de la tarde y terminó á las cinco y 58 minutos. En el mes de abril del mismo año se abrió un hospital de convalecientes viejos, inválidos y locos en las casas que estaban en la puerta de S. Bernardo y dabanvuelta al colegio de Porta-Coeli, de que Miguel Dueñas y su muger Isabel Ojeda hicieron donacion al siervo de Dios Bernardino Alvarez. Felipe II. en carta de 23 de noviembre aprueba y exhorta al'Papa Pio V. á que lleve adelante el mandamiento en que, informado del poder y riquezas de los regulares del Nuevo-Mundo, que abandonando su ministerio pasaban á Europa á pretender puestos, les prohibió so-pena de escomunion que llevasen joyas, oro y plata y no les concedió mas que lo necesario para sus gastos de viaje.

1567-En este año el cabildo nombró alcaldes ordinarios á Angel Viliafaña y Leon Cervantes: de mesta á Antonio Cadena y Manuel Villegas: procurador mayor á Juan Sámano: obrero mayor á Francisco Mérida: alférez real a Antonio

Carvajal: el rey dió una plaza de regidor vacante á D. Francisco de Velasco, y el virey concedió voto de capitular á Alfonso Villanueva.

El año pasado habia sido fatal para México, y este no lo fué menos ciertamente. Los oidores penetrados de que si sus infames tramas llegaban á descubrirse, perderian la vida, buscaron por cuantos medios les fué posible apartar al marqués de Falces, cuya rectitud é imparcialidad los mantenia en perpetua zozobra Interceptaron pues, como hemos dicho, el informe que D. Gaston remitia á Felipe II; y á la mayor posible brevedad enviaron en su lugar una acusacion en forma, en que le tachaban de negligente en el asunto de la conspiracion, de partidario del marqués del Valle, y de que se queria alzar con el reino. Fundaron este último cargo en la deposicion de varios testigos falsos que afirmaron tenia el marqués de Falces treinta mil combatientes para llevar à cabo su empresa. Esta impostura, tan ridícula como destituida de verdad, tuvo su origen en una accion bien inocente de D. Gaston de Peralta. Era hombre de muy buen gusto y por esta razon trató de adornar el palacio vireinal, con el objeto de que la mansion de los representantes del rey fuese digna de su encumbrada dignidad. Pintaron en una de las salas una batalla en que, como era natural, se representaron multitud de combatientes, y este ejército, cuya debilidad no tenemos que encarecerá nuestros lectores, fué el que la digna audiencia de México hizo aparecer á los ojos de Felipe II, como una hueste formidable que á las órdenes de su lugar teniente queria arrancarle la joya mas preciosa de la corona de España.

Felipe á primera vista no pudo dar crédito á la acusacion de los oidores y esperó los pliegos del marqués, mas estos jamas llegaron, y el silencio de él se tuvo por una tácita confesion. Asi, pues, el rey encomendó á los Licenciados Jaraba, Muñoz y Carrillo pasasen á la NuevaEspaña en calidad de jueces pesquisidores, dándoles carta para el marqués de Falces en que le mandaba les entregase el gobierno y viniese á la córte á dar cuenta de su proceder. Recibieron igualmente comision de conocer en la causa de la conspiracion del marqués del Valle. Partieron inmediatamente, y su nave gacion fué muy feliz, sin tener mas contratiempo que la muerte de Jaraba. En el momento que llegaron à México presentaron sus despachos, y el Licenciado Muñoz tomó posesion del gobierno de la Nueva-España.

El marqués de Falces, víctima de la iniquidad de los oidores, no sabia cómo esplicar aquel in

sulto; mas confiado en la rectitud de sus procedimientos, practicó varias diligencias para sincerarse á los ojos de todo México, y en seguida se retiró al castillo de S. Juan de Ulua.

Así concluyó la administracion del marqués de Falces D. Gaston de Peralta, y á ella se si

guió el sanguinario reinado de Muñoz. La con ducta de los oidores acarreó varios males á las colonias, siendo uno de los principales el estinguir la confianza que hasta entonces habia tenido en ellas la Metrópoli.

AGUSTIN A. FRANCO.

DON CLAUDIO UBIQVE.

EN

la gran casa de locos que llamamos mundo, cada cual sigue, como habrás notado, lector amabilisimo, una tema particular, de suerte que podriamos clasificarlos en varias especies, à no ser porque resultarian tantas que no habria aritmético, por diestro que fuese, bastante á enumerarlas. Unos se van por esos trigos de Dios, á sentir las chinches de todos los mesones y la hambre de todas las ventas, para volver tan såndios como ántes, pudiendo decir con voz enfática: „he viajado;" otros con un fusil, una bayoneta y un sable, se encargan de repartir à sus hermanos, caritativas amonestaciones, siempre que lo juzgan conveniente; quienes valiéndose de armas mas encubiertas, pero mas terribles quizá, se ocupan en escardar al género humano con récipes, tan formidables para el enfermo, como para el bolsillo de sus deudos; quienes con uñas mas afiladas que si fuesen buitres tratan de volvernos á los felices tiempos de la inocencia, en que todos andaban encueros, á fuerza de rebeldías y demandas; cuáles con el piadoso fin de dejar en la indigencia á una familia desgraciada, le compran vales, con la moderada ganancia de un noventa y cinco por ciento; cuáles.... pero ya he dicho que seria cuento de nunca acabar.

Entre tan varias castas, llámanme, por ahora la atencion, unos hombrecillos que tienen la peregrina propiedad de multiplicarse, y estar en todas partes; en el paseo, en las tertulias, en los bailes, en las procesiones, en los entierros, en los bautismos, en las bodas, en fin, donde quiera que no se necesita sacar un ochavo, y que muy al contrario pueden lucir sus fraques de pico de gorrion y sacar su vientre de mal año. Mas no se contentan con ser la sombra de todo viviente, siguiéndole por todas partes; sino que tambien son aspirantes al gran tono,

sin tener un real con que satisfacer esos caprichos que son el distintivo de las clases elevadas de la sociedad. Usan baston y guantes, porque ningun elegante puede dispensarse de ellos; paletot, porque, ¡qué se diria de un hombre de pro que anduviese sin él! aun cuando al volver á su casa, tenga el misero leviton que servir de sobrecama; en fin, de todos los atavíos de un rico, porque ¡qué se diria de un arrancado que no pareciese rico! y por añadidura, de anteojos, porque son cortos de vista, y esta enfermedad es, por lo menos, de literatos, ya que no de ricos. Afectan ser amigos íntimos de todas las personas notables por su caudal ó por su puesto elevado en la sociedad, y saludan con tono de proteccion á los demas; siempre saben los secretos de las potencias estrangeras, de boca del ministro de relaciones; pero guardan á fe de honrados el mas profundo silencio, y dicen luego que llama la atencion algun acontecimiento importante: ¡no lo decia yo! por último, son los entes mas superficiales y fastidiosos.

Apenas habrá entre mis lectores, quien no conozca no ya uno, sino un centenar de bichos de este jaez; mas yo tengo la dicha ó la desdicha, de poderles señalar uno, mas conocido que las torres de la Catedral, y que puede tomarse por el tipo de los animales de su género: el sin par D. Claudio Ubique.

Hombrecillo de pequeña estatura y regulares narices, barba escasa y cútis rosagante, (seguramente á causa de no tener vergüenza) sombrero lustroso, á fuerza demugriento y de ala ligeramente doblada; corbata de enormes dimensiones, en cuyo hueco se enconcha cada y cuando le parece conveniente; levita con honores de paletot, gracias á la industriosa tia que supo fabricarle dos bolsillos en la delantera; pantalo

L

nes raidos y mal forjados, pero tirantes en demasia; chaleco siempre abotonado hasta el pescuezo y atravesado por una cadenilla que perdió ya sus pretensiones á parecer de oro por estar patente el cobre basta para los cortos de vista, y de la cual pende, no un reloj, porque este mueble ha caido en desuso entre los aspirantes al gran tono, sino un lente para flechar con gracia y donaire cuanto le parece digno de llamar su atencion; ved el retrato del bueno de D. Claudio. Cuando por las tardes ha caido un poco el sol, y los elegantes de ambos sexos comienzan á poblar, á pié, á caballo y en coche, las calles de la Alameda y del Paseo Nuevo, aparece D. Claudio, andando con paso mesurado, y con las manos metidas en el seudo-paletot, como es uso, y tarareando una cancion, que el querria fuese de una grande ópera, y que en la realidad no es sino la revelacion manifiesta de que plugo al cielo dotarle de voz chillona y pésimas orejas. Pasa rápido un coche, que no es simon por supuesto, y D. Claudio vibrando su mano forrada en un guante de hilo maltrecho por el tiempo y por el uso, y con una profunda caravana, saluda al rico propietario ó á las encumbradas damas que van haciendo gala de sus lozanos caballos, y que no le contestaron su saludo: seguramente no le vieron. Pasa otro del mismo jaez, repite D. Claudio los cumplimientos y las niñas inclinan ligeramente la cabeza y comienzan á reir con bastante gana.-Quiénes son? le pregunta un viejo calvatrueno que está tomando fresco debajo de un álamo.-Ja ja ja, contesta D. Claudio, que tiene siempre la risa en los lábios; las hijas del ex-conde de Z.... oh! si nos criamos juntos!

-Quiénes? V. y el conde?

tan, corren y se agolpan á la portería, y todo es confusion, y apretones, y algazara. Yo, que soy curioso como cualquiera, y ademas, comodino, viendo que no puedo acercarme sin ser bien magullado, pregunto la causa de aquel alboroto, y sé que la comunidad de S. Agustin ha bajado à dejar á los convidados, que asistieron á la toma de posesion del nuevo Provincial. De pronto, atravesando por en medio de la multitud, y con las narices untadas de grajea, y los carrillos de polvo de azúcar, cual raton que acaba de salir de entre la barina, va à mi encuentro D. Claudio, empuñando con ambas manos un pañuelo preñado de mamones y rosquetes, confites y almendras cubiertas, y con el sombrero y la levita llenos de flores artificiales que ostenta ufano, como otros tantos trofeos gastronómicos.-V. gusta? me dice con voz hueca, sin que falte su acostumbrada risa.-Mil gracias-grandísimo animal, prosigo murmurando entre dientes, y él se aleja sosteniendo trabajosamente el pesado botin que supo ganar en la batalla de glotonería, en que lucieron su denuedo, tantos viejos de rosario de cuentas gordas en el cuello, librito de oraciones en el bolsillo, y entrañas de tigre y uñas de gavilan, para con los infelices á quienes prestan con dos reales en el peso, y á los cuales les roban las prendas siempre que pueden; y tantos jovencitos imbéciles, y buenos comedores, que se nutren bien, para ser con el tiempo el robusto apoyo de su patria.

Las ocho: voy atravesando el átrio de la Catedral, y llama mi atencion una hilera de coches, frente à la puerta del Sagrario; multitud de muchachos y de pordioseros aguardan en la puerta á los padrinos para recibir el bolo, que por fin les reparte, aunque no de lo suyo,

-No, hombre; las muchachas y yo. No ob- un quidam, chiquitillo y ágil, que aparece con servó V. cómo reian al verme?

-Y con justicia, repone sonriendo el viejo socarron que conoce bien el menguado cerebro de D. Claudio; este prosigue su camino; y en saludar á cuantos pasan en buen coche ó en arrogante caballo, examinar á todos con el lente, trabar del brazo á los elegantes, quienes le profesan amistad á un nécio á cuyo lado pueden pasar muchos de ellos por racionales, y en ir y venir, pasa la tarde y da la vuelta al Café, con Enrique el perfumado elegante à quien toca esa noche costear el helado. (El lector entenderá desde luego, que nunca le toca á D. Claudio).

Mas las campanas del convento de S. Agustin atruenan los oidos; los cohetes y los pedreros se suceden sin intermision, los muchachos gri

el sombrero sumido hasta las cejas, y dejando flotar en el aire los faldones de su levita. ¡Quién ha de ser! D. Claudio.

Si encuentro en la calle alguna procesion, lo primero que veo es á nuestro héroe armado de su correspondiente vela y su inseparable lente, pasando revista de todos los balcones; si entro en un Café, una palmada en el hombro me avisa que al volver la cara he de hallarme con él; si voy á misa, allí está, y si me propongo oir cinco, estoy seguro de mirarlo en todas; si voy á un baile (en que nada se pague) en el primer wals, en la primera contradanza, figura mi hombre, á no ser que se hayan negado todas las señoras á bailar con él; en fin, tengo la desdicha de que ese ente endiablado, no me deje å sol ni à sombra.

THE NEW YORK PUBLIC LIBRARY.

ASTOR, LENOX AND TILDEN FOUNDATIONS.

« AnteriorContinuar »