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según la Historia de Indias. Volvía Colón con el corazón alborozado y llevábalo amargado; la insubordinación de Martín Alonso á la vuelta, no frustraba en nada la realización del descubrimiento, y las quejas que de él da la Historia de Indias á la ida, son otros tantos óbices, y grandes, para hallar las deseadas costas del gran Khan. Siendo además el mismo el que extractó todo el viaje de ida y vuelta, no puede asignarse motivo alguno de blandura en el principio y severidad al fin, tanto más cuanto que del extracto hizo fray Bartolomé un solo libro que se conservaba en Madrid en la biblioteca del Señor Duque de Osuna. Sea, pues, la siguiente nuestra última recapitulación. No viendo más que afirmaciones generales en las crónicas nacionales, y declamaciones en la mayor parte de las extranjeras, puedo empezar á sospechar prudentemente de la no existencia de un motín acerca de el que falta cuanto en los demás abunda. Leo con detención el libro que más garantías puede prestarme por estar llevado por el mismo Colón, y hallando en él multitud de datos minuciosísimos relativos á este viaje, sólo faltan los del motín. Veo la acrimonia con que Colón trata á Martín Alonso en el libro que extractó las Casas, veo una falta en él consignada hasta el fastidio, y no viendo los motines encabezados por los Pinzones, que sin duda eran de más trascendencia que la falta dicha, voy adqui

riendo la certeza de que no hubo tales motines, tanto más cuanto que veo en las tripulaciones inequívocas señales de alegría en las mismas singladuras que en la Historia de Indias se asignan á los motines dichos. Leo por último, que cuando la tripulación del descubridor Bartolomé Díaz teniendo á la vista la tierra del Cabo de las Tormentas, dijo: «no pasamos de aquí; volvamos á Lisboa," y que como lo dijeron lo hicieron, concluyo de este modo: Si los que iban con Colón hubieran dicho de verdad -no seguimos adelante; proa á España,” Colón hubiera hecho, como Díaz, de la necesidad virtud. No hubo, pues, motín.

Continúa la miscelánea.

Demos por supuesto que Don Fernando Colón sea realmente el autor de la «Historia del Almirante." (AP. III.) ¿Con qué fundamento nos presenta á los descubridores espantados por ver las llamas del volcán de las Canarias? Los marineros que acompañaban al almirante, hombres en su generalidad avezados á las navegaciones largas, no podían desconocer este fenómeno, pues los intrépidos marinos de Palos de Moguer estaban habituados desde el siglo XIII á las erupciones de los volcanes de Italia, y aun å las del de Tenerife, pues los navieros y pilotos de las costas de Sevilla y Cádiz, especialmente los de Palos, Huelva y Lepe, acos

tumbrados por mucho tiempo á navegar á las Canarias y á la costa de Africa..." (Nav. I. PÁG. XLVI.) En fin, las palabras del mismo Colón acerca de la gente que llevó á su primer viaje, hacen de ella la mejor apología llamándolos buenos y cursados hombres de mar.

El capítulo de las manchas de yerbas es muy análogo á este de las llamas del pico de Teyde en las Canarias. La aludida historia del almirante dice al capítulo XVIII «descubrieron cantidad de yerba; á veces les causaba gran miedo porque había manchas tan espesas que en cierto modo impedían la navegación; y como siempre propone lo peor el miedo, temían les sucediera lo que se finge de San Amoró en el mar helado, que no deja mover los navíos, por lo cual los apartaban de las manchas siempre que podían." Quien conozca las cartas marítimas de Maury, recordará que el llamado en ellas mar de sargazo se halla entre las islas de la Madera y las Azores, y al O. de ambas; ahora bien; siendo estos sargazos arrastrados en su casi totalidad por la gran corriente del gulf stream, llegan al N. O. de las Azores antes de quedarse estacionarios entre estas islas y las de la Madera, flotando en parajes donde no podían menos de ser muy conocidos por todos los navegantes de España que visitaban las costas de Irlanda é Inglaterra. Que lo espeso y extendido de las manchas llamara al principio la atención de los expedicionarios, es muy

natural desde que el mismo Colón las tomó por bajos en los que temió quedar varado, como dice en la relación de su tercer viaje, «y es tan espesa (la yerba) que al primer viaje pensé que era bajo, y que daría en seco con los navíos” (1).

La ciencia de Colón y la ignorancia
de los españoles.

Ser exaltados y deprimidos más de lo justo, es por lo general el lote que cabe á los grandes hombres. Entró en la regla nuestro almirante, mas para ambos extremos se aducen gravísimas razones: lo vario de sus conocimientos y el no haber alcanzado en todos el mismo grado de ciencia, nos dan la clave para esta diversidad de juicios.

La escuela que adopta por lema el deprimir todo lo que acerca de la América pertenezca á España, obra lógicamente pintando á Colón como un sabio consumado. Las teorías sublimes que explaya ante los encargados de examinar sus proyectos, no pueden ser entendidas por los más de ellos; los que con él sienten, son girasoles que meramente se vuelven á la luz

(1) Y á propósito de manchas; el deponente Alonso Vélez Allid dijo en una de las declaraciones del asendereado pleito, que después de venidos los del viaje se tenía por cosa cierta que el almirante cuando llegó á las manchas de yerba se quiso volver, y Martín Alonso (por razón de un aviso que le dió Pedro Vázquez de la Frontera, que había ido con los portugueses á descubrir esta tierra de las Indias) dijo que si él se quería volver, quel quería seguir la vía que llevaba, etc.

que el sabio genovés ha hecho brillar entre las tinieblas en que yacía la universidad de Salamanca. Los pilotos españoles que en su primer viaje le acompañaron, eran, al decir de la escuela, unos pobres ignorantes que esperaban el oráculo de Colón para saber en qué parte del mundo se encontraban. Seamos justos, y examinemos para ello de qué conocimientos estaba dotado el primer almirante de las Indias.

Que Colón conocía más que medianamente la Escritura y alguno que otro Santo Padre, sobre todo en aquello que hacía al objeto de su continuo ideal, suministran pruebas abundantes todas sus cartas, y especialmente el libro de las Profecías. Que en la lectura de los filósofos griegos y latinos estaba más versado aún, lo convence el testimonio irrefragable de los escritos que de él se conservan, y por de todo punto llano debemos, me parece, tener, que la decidida protección que halló en los Doctores de Salamanca, más que á las teorías de su ingenio, las debió á las que sobre el particular expuso de Séneca, Aristóteles y Strabón, filósofos harto conocidos del claustro salmantino (1). Que á estos conocimientos juntaba el fárrago de errores que enseñó Ptolomeo principalmen

(1) Si Colón, en las juntas de Córdoba, se hubiera explicado como lo hizo en Salamanca, se hubiera ahorrado las amarguras de que tan incesante como injustamente se queja. No era por cierto fray Hernando de Talavera que las presidió, ningún ignorante; antiguo profesor en Salamanca, reputábasele por una de las lumbreras de su Orden. Pero Colón, receloso con lo de Portugal, sólo adujo en Córdoba las razones más débiles, fáciles por

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