Y no luces tus colores,
Violeta dulce y medrosa, Hoy que entre todas las flores Va el rey á elegir esposa ? »
Siempre temblando la flor, Aunque llena de placer, Suspiró y dijo:- « Señor, Yo no puede merecer Tan distinguido favor.>>
El rey, suspenso, la mira Y se inclina dulcemente; Tanta modestia le admira; Su blanda esencia respira, Y dice alzando la frente:
<< Me depara mi ventura Esposa noble y apuesta; Sepa, si alguno murmura, Que la mejor hermosura Es la hermosura modesta.>>
Dijo, y el aura afanosa Publicó en forma de ley, Con voz dulce y melodiosa, Que la violeta es la esposa Elegida por el rey.
Saeta que voladora Cruza, arrojada al azar, Sin adivinarse dónde Temblando se clavará;
Hoja que del árbol seca Arrebata el vendaval,
Sin que nadie acierte el surco Donde á caer volverá;
Gigante ola que el viento Riza y empuja en el mar, Y rueda y pasa, y no sabe Qué playa buscando va;
Luz que en cercos temblorosos Brilla, próxima á expirar, Ignorándose cual de ellos El último brillará;
Eso soy yo, que al acaso Cruzo el mundo, sin pensar De dónde vengo, ni adónde Mis pasos me llevarán.
Del salón en el ángulo obscuro, De su dueño tal vez olvidada,
Silenciosa y cubierta de polvo Veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, Como el pájaro duerme en las ramas, Esperando la mano de nieve
Que sabe arrancarla!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio Así duerme en el fondo del alma, Una voz, como Lázaro, espera Que le diga: «Levántate y anda!»
En el mar de la duda en que bogo Ni aun sé lo que creo;
¡Sin embargo, estas ansias me dicen Que yo llevo algo
Divino aquí dentro!
¿Qué es poesía? dices mientras clavas En mi pupila tu pupila azul;
¿Qué es poesía? Y tú me lo preguntas? Poesía ... eres tú.
Este armazón de huesos y pellejo,
De pasear una cabeza loca
Cansado se halla al fin, y no lo extraño;
Pues, aunque es la verdad que no soy viejo,
De la parte de vida que me toca
En la vida del mundo, por mi daño He hecho un uso tal, que juraría
Que he condensado un siglo en cada día. Así, aunque ahora muriera,
No podría decir que no he vivido;
Que el sayo, al parecer nuevo por fuera, Conozco que por dentro ha envejecido.
Ha envejecido, sí; ¡pese á mi estrella! Harto lo dice ya mi afán doliente;
Que hay dolor que al pasar, su horrible huella Graba en el corazón, si no en la frente.
Cerraron sus ojos Que aun tenía abiertos; Taparon su cara
Con un blanco lienzo;
Y unos sollozando, Otros en silencio, De la triste alcoba Todos se salieron.
La luz, que en un vaso 35 Ardía en el suelo, Al muro arrojaba La sombra del lecho;
5 Y entre aquella sombra Veíase á intervalos, Dibujarse rígida
La forma del cuerpo. Despertaba el día, 10 Y á su albor primero Con sus mil ruidos Despertaba el pueblo. Ante aquel contraste De vida y misterios, 15 De luz y tinieblas,
Medité un momento: «¡Dios mío, qué solos Se quedan los muertos!»
De la casa en hombros 20 Lleváronla al templo,
Y en una capilla Dejaron el féretro. Allí rodearon
Sus pálidos restos 25 De amarillas velas
Y de paños negros. Al dar de las ánimas El toque postrero, Acabó una vieja 30 Sus últimos rezos; Cruzó la ancha nave, Las puertas gimieron, Y el santo recinto Quedóse desierto.
De un reloj se oía Compasado el péndulo, Y de algunos cirios El chisporroteo. Tan medroso y triste, 40 Tan obscuro y yerto
Todo se encontraba ... Que pensé un momento: «¡Dios mío, qué solos Se quedan los muertos. » De la alta campana La lengua de hierro, Le dió, volteando, Su adiós lastimero. El luto en las ropas, 50 Amigos y deudos Cruzaron en fila, Formando el cortejo. Del último asilo, Obscuro y estrecho, 55 Abrió la piqueta
El nicho á un extremo. Allí la acostaron, Tapiáronle luego, Y con un saludo
60 Despidióse el duelo.
La piqueta al hombro, El sepulturero Cantando entre dientes Se perdió á lo lejos. 65 La noche se entraba, Reinaba el silencio; Perdido en las sombras,
Medité un momento:
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