Pacifico Magazine, Volumen12

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1918
 

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Pasajes populares

Página 135 - ¿Quién el que ya desciende pronto y apercibido a la pelea? Preñada en tempestades le rodea nube tremenda: el brillo de su espada es el vivo reflejo de la gloria: su voz un trueno, su mirada un rayo.
Página 404 - Sólo con la confianza Vivo de que he de morir; Porque muriendo, el vivir Me asegura mi esperanza: Muerte do el vivir se alcanza, No te tardes, que te espero, Que muero porque no muero.
Página 404 - Aquesta divina unión del amor con que yo vivo, hace a Dios ser mi cautivo y libre mi corazón. Mas causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero.
Página 136 - Sciros: los ojos pace en el vistoso alarde de arreos y de galas femeniles que de India y Tiro y Menfis opulenta curiosos mercadantes le encarecen; mas a su vista apenas resplandecen pavés, espada y yelmo, que entre gasas el Itacense astuto le presenta, pásmase... se recobra, y con violenta mano el templado acero arrebatando, rasga y arroja las indignas tocas, parte, traspasa el mar y en la troyana arena muerte, asolación, espanto difunde por doquier; todo le cede...
Página 67 - ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes!
Página 289 - Ven, muerte, tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir no me torne a dar la vida.
Página 404 - Que muero porque no muero. 3 |Ay! ¡Qué larga es esta vida Qué duros estos destierros, Esta cárcel y estos hierros En que el alma está metida! Sólo esperar la salida Me causa un dolor tan fiero, Que muero porque no muero.
Página 164 - Ella es de estatura grande y abultada para mujer, bien que por ella no parezca no ser hombre. No tiene pechos: que desde muy muchacha me dijo haber hecho no sé qué remedio para secarlos y quedar llanos, como le quedaron: el cual fue un emplasto que le dio...
Página 135 - ... y el choque asaz horrendo de selvas densas de ferradas picas, y el brillo y estridor de los aceros que al sol...
Página 137 - Tórrida fue concedida la ciencia profunda de la dicción y al poeta del Niágara la contemplación melancólica y apasionada, Olmedo tuvo, en mayor grado que ninguno de ellos, la grandilocuencia lírica, el verbo pindárico, la continua efervescencia del estro varonil y numeroso, el arte de las imágenes espléndidas y de los metros resonantes, que á la par hinchen el oído y pueblan de visiones luminosas la fantasía. El os magna sonaturum de Horacio parece inventado para poetas como Quintana...

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