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mediaron algunas contestaciones por escrito en que éste quiso retractar en parte su anterior disposición, intentando desempeñar las funciones de su mitra al mismo tiempo que su provisor y que el Doctor Bustamante.

Me ha sido forzoso, para cortar este cisma, prevenir a los capitulares el ningún fundamento del derecho que alegaban, pues en caso extraordinario y viviendo el Obispo le era lícito delegar su gobierno al eclesiástico que fuese de su agrado, y finalmente que tomaría las providencias que bastasen a escarmentarlos si intentasen fomentar aquella temeraria oposición.

Mas como ni esta providencia hubiese sido suficiente a tranquilizar aquella tempestad, dejando en el Cusco a los dos principales motores de la insubordinación del clero, he mandado que dentro del término de cuarenta días contados desde el veinticinco de setiembre último se presenten en esta capital el Doctor Don Hermenegildo de la Vega (a quien he mandado separar de Provisor), y el Arcediano Don José Benito Concha, a fin de contenerlos en sus límites y evitar los daños que ocasionaría su presencia en aquella ciudad.

De todo he querido ilustrar a Vuestra Excelencia para que comunicándolo a Su Majestad resuelva sobre dicho Prelado y demás incidentes lo que fuere de su Real beneplácito, sirviéndose tener muy presente que el citado Obispo ha propuesto y pedido por su auxiliar al Arcediano Don José Benito de la Concha, a fin de que en vista de lo expuesto se le niegue semejante Gracia o disponga sobre todo el Soberano lo que conceptúe de justicia.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Lima, 24 de octubre de 1815.

El Marqués de la Concordia

Al Excelentísimo Señor Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias.

A.G.I. Lima. 749.

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MERITOS Y SERVICIOS DE JUAN CORVACHO

AL MARGEN.-Alega sus méritos documentados y pretende alternativamente la Asesoría de Arequipa, o la Administración de la Renta de Correos de dicha Ciudad, o una Sub-delegación en cualquiera de las Provincias del Virreinato del Perú.

TEXTO:-Señor: El D.D. Juan Corvacho Abogado de V. Real Audiencia del Cuzco en el Reino del Perú, e hijo de la Ciudad de Arequipa, puesto a los Pies de Vuestra Majestad con el más profundo respeto mediante esta súplica, paso a recorrer en señal de mi homenaje, fidelidad, y amor a Vuestra Majestad los principales Capítulos documentados de mi mérito que parece me protegen.

Luego que mis legítimos, y nobles Padres me hicieron vestir el honroso traje del Convictorio Real de S. Bernardo de esta Ciudad del Cuzco; una juiciosa Lógica, y una sana Moral costearon allí mis primeros entretenimientos hasta que una Teología Dogmática estudiada con infatigable celo, y madurez, me prestaron el feliz éxito de dedicar un Acto Literario a satisfacción del Público, y del Mecenas Vuestro Arzobispo que hoy es, de la Capital de Lima D.D. Bartolomé María de las Heras, quién me oyó sostener con placer las tesis ofrecidas a la discusión, en cuyo premio se me encomendó la enseñanza de un crecido número de jóvenes.

Dedicado a un juicioso estudio de la Jurisprudencia Real, Civil y Canónica, conseguí en vuestra Universidad del Real Seminario de San Antonio el Grado de Doctor en ambos Derechos: Concuida la práctica de ellos fui recibido de Abogado en Vuestra citada Real Audiencia con conocido aprovechamiento; por lo que se me encomendó repetidas veces la Defensuría de pobres en lo Civil y Criminal, el desempeño de muchas Asesorías, hasta nombrarme Defensor en el Juzgado de bienes de Difuntos, y por vuestro Virrey del Reino Defensor igualmente de los Derechos de vuestra Majestad en la Real Hacienda de la Intendencia de Puno; cargos que me debieron la mayor atención a excepción del último, que a pesar de mis deseos no pude ejercer por el obstáculo de mis indisposiciones e indigencias por transportarme con crecida familia de tan dilatada distancia; pero en los demás no quedó displicentado el Pú

blico, y supe enjugar las lágrimas del miserable, la viuda, el Pupilo y el Huérfano.

Vuestro Cabildo igualmente me Condecoró a su vez de Asesor, de Alcalde de la Hermandad y de Ordinario de 2a. Elección ¡ay, y qué terribles contrastes no padeció mi espíritu en el desempeño de este último empleo con la revolución del tres de Agosto de la que Vuestra Majestad estará suficientemente informado! Presas las Autoridades por los Faccionarios de ella, no hubo otra legítima más que la mía que en medio del desorden de la fuerza armada se pudiese aventar; a pesar de los inminentes peligros de la vida acontecen a estos inhumanos monstruos que hollaban a gran prisa los Sagrados Derechos de Vuestra Majestad, y devoraban sus intereses y los de los vecinos, sin dejarlos por un momento seguros en sus hogares. El Cabildo que reuní, pudo en alguna manera reconvenir a los prevaricadores sobre el desorden, y conseguir de ellos, no obstante su temeridad el que coadyuvasen a embarazar los robos públicos, y las muertes que ya amenazaban, así de las Autoridades presas, como de otras personas, en cuya sangre se hubiese visto anegado el Cusco: al fin, me conduje con fidelidad a Vuestra Majestad en época tan desgraciada, y con humanidad, para con mis semejantes aborreciendo por filosofía, por carácter y por Religión los abominables excesos de esos hombres que no pretendían con ellos, sino erigirse en déspotas, y tiranos, y hacer el divorcio de la América con Vuestra Majestad, mas mi espíritu sucumbido al pesar de las asechanzas por no ser adicto, me hizo fugar de dicha Capital con mi numerosa familia sin reparar en los quebrantos de mi salud, e intereses de los que he quedado destituido y en estado de mendicidad, porque hasta el lugar de mi asilo fui perseguido de muerte por el rebelde Mateo Pumaccahua. Por estas operaciones de amor a Vuestra Majestad restablecidos Vuestros Derechos, me confirió el Gobierno la Asesoría, y Vuestra Real Audiencia me nombró de Conjuez para el Despacho.

La prolija Historia de mis primeros dictados, y la escrupulo sa delineación de mis padecimientos, en la época de la revolución, constan de los Documentos que acompaño, pues por no fatigar la Soberana atención de Vuestra Majestad, no los describo con la mejor especificación, y únicamente me refiero a ellos dejando al celo, justicia y conmiseración con que Vuestra Majestad mira a sus Fieles Vasallos, que en premio de tantos padecimientos se me confiera la gracia de colocarme en el destino de Asesor de la In

tendencia de Arequipa en caso de estar vacante por promoción del que la sirve, o de Administrador de la Real Renta de Correos de dicha Ciudad, o finalmente de Subdelegado en alguna de las Provincias del Virreinato del Perú. Cuzco y Octubre veinte y cuatro, de mil ochocientos quince. Señor Dr. Juan Corbacho (Rúbrica).

Archivo General de Indias-Sevilla.- Lima No. 1017.

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DECLARACION DE VARIOS TESTIGOS SOBRE LA ACTUACION DEL REALISTA JUAN CORBACHO, ALCALDE DEL CUSCO DURANTE LA REVOLUCION DE 1814

TEXTO.- Muy Ilustre Señor Presidente Gobernador I. Presidente El Doctor Don Juan Corbacho vecino de esta ciudad, y Abogado de su Real Audiencia, parezco ante Usía Muy Ilustre en la más bastante forma que haya lugar en derecho, y digo: Que al mío conviene el que la rectitud de Usía Muy Ilustre se digne recibir una información sumaria, de las personas que sean de su superior agrado relativa a la conducta, y manejo que hayan observado en mi persona, en todo el tiempo de la inmediata insurrección, que ha padecido esta Ciudad, desde el tres de Agosto de mil ochocientos catorce, y evacuada en la parte que baste, se me entregue original, con el Informe que Usía Muy Ilustre gradúe de Justicia estampar a su continuación, para los usos que me convenga. Y respecto a que me es preciso acreditar algunos críticos pasajes, en los que parece manifesté mi amor, y fidelidad al Soberano, paso a exponer las principales en preguntas, a fin de que con arreglo a cada una de ellas, expongan los declarantes lo que sepan, y les conste en el particular: informando sobre lo mismo los Señores Coronel Don Domingo Luis de Astete, y Teniente Coronel Don Juan Tomás Moscoso, autoridades legítimas en aquel tiempo, por la aprobación que obtuvieron sus personas del Excelentísimo Señor Virrey del Reino.

Expongan si es verdad que la terrible mañana del tres de Agosto a poco más de las seis salí de mi casa agitado del bullicio que se experimentó por la insurrección de la tropa acuartelada por en medio de veinte y cinco, a treinta bayonetas, que estaban a la puerta de mi casa, no sé con que designio, y si a pesar del miedo que ellas imponían, porque los Soldados llenos de embriaguez en nada reparaban, me dirigí a las Casas Capitulares, como Alcalde, y primer representante de la Ciudad en falta de Gobernador, y Señores Ministros de la Real Audiencia, que otros muchos habían sido sojuzgados, oprimidos y soterrados, en los calabozos del Cuartel por los infidentes José Angulo, Gabriel Béjar y Manuel Mendoza, con quien me encontré en la puerta del Cabildo, echando fuera todos los presos de la Cárcel, después de haber roto, y violentado sus puertas, en cuyo momento estuvo más expuesta mi vida, tanto por las balas que tiraban a discreción los Soldados que desgaritados y borrachos andaban por las calles, y Plazas del Cabildo, cuanto por la ferocidad de Hurtado, hombre facineroso e impío que pudo con mi presencia en aquel lugar haberme destruido, con cualquiera de las muchas armas que traía consigo, de lo que visiblemente me libró la Providencia, y pude a pesar del retiro de las gentes de este juicioso, y fiel vecindario que separado de aquel tumulto de la tropa estaba obstruido y cerrado en sus casas, por felicidad hallar un Portero de Cabildo, para que citase a los Capitulares inmediatamente con el fin de aquietar aquel escándalo entregándole para ello, bajo de mi firma, una boleta dictada con energía, que puse a presencia del Señor Rector de San Bernardo, en cuyo aposento me introdujo para estamparla, cuyos términos eran más que suficientes, para que los Rebeldes hubiesen sacrificado su vida antes que otra alguna, de las que estaban prontamente amenazadas.

Digan si es cierto que cuando llegaron los capitulares a la entrada de la Casa Consistorial, o agitados de su honor y obligación, o por la citación, y llamada mía, me encontraron firme, y sólo esperándoles para tratar sobre el modo, y forma que debíamos tomar, como representantes de la Ciudad, y contener en su virtud los diversos escándalos y movimientos que se experimentaban, manteniéndome con ellos lleno de energía, sin embargo de que fuimos rodeados por más de ciento y cincuenta soldados arnados, que intentaban que hubiese el Cabildo abierto a lo que me opuse tenazmente hasta conseguirlo, porque reflexionaba las funestas consecuencias que podrían resultar.

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