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de Esmeraldas y Tumaco dejó cerradas todas las puertas de Quito, privándole de las únicas vías por donde podía negociar las armas de fuego de que estaba por demás escaso.

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Poco después se supo en Quito que Santa Fé sostenía con bríos la causa proclamada: que el coronel Tacón, gobernador de Popayán, había sido derrotado por los caucanos en Palacé: y que, replegado á Pasto, donde fué recibido con frenético entusiasmo, se hallaba organizando un nuevo ejército con el doble fin de contener á sus vencedores, si asomaban por el lado de Juanambú, y el de invadir el territorio de Quito si le dejaban tranquilo por el norte. El gobierno le esta provincia había cubierto cautelosa y tempestivamente su frontera setentrional con una columna de trecientos hombres, comandada por el teniente coronel don Pedro Montúfar. Tacón, animado y sostenido por el entusiasmo de los hijos de Pasto, quiso ante todo tener una entrevista con el comandante en jefe, don Carlos Montúfar, y despachó con la comisión de pedirla á don Antonio Mendizabal. Poco después porque desconfiara del buen éxito de la entrevista, ó por que no la provocara sinó para calmar los recelos de Quito, adelantó sus tropas hasta Carlozama, pueblo rayano con los de la presidencia, y tomó en el río Bobo prisionera toda la avanzada que los patriotas tenían en este punto.

Aun sin este acontecimiento que vino á poner en claro la mala fé de Tacón, ya tanto la junta superior como el comisionado Montúfar se

habian negado abiertamente á la conferencia provocada por aquel, pues entendieron que los empeños del gobernador de Popayán estaban, en resumen, reducidos á pedir que se restituyesen las cosas al estado del año de ocho. Y la junta no sólo se negó con terquedad sinó que al punto dispuso que, reforzándose las tropas de don Pedro Montúfar con docientas plazas, emprendiese el paso del Carchi y acometiese al enemi

go.

Montúfar las puso en movimiento, y consiguió fácilmente atravesarlo y ocupar la altura de Cuaspud, burlándose de los fuegos con que los coroneles don José María de la Villota y don José Uriguen, capitanes realistas, intentaron atajar sus pasos. Sabedor Tacón de este avance que no temía, se vino á comandar personalmente su ejército y, después de algunos tiroteos, repetidos de día en día y de hora en hora, aunque con flojedad, se retiró al pueblo de Zapuyes sin haber sacado ventaja ninguna con su presencia.

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En tales circunstancias las tropas de Montúfar se reforzaron más, y Tacón, conociendo esta superioridad, se vió obligado á retirarse á Imbue. En el Chupadero pretendió atajar á su enemigo; mas, habiéndole sido adverso el encuentro, que repasar el Guáitara con ánimo de no ceder un palmo más. El Guaitara transitable apenas por algunos puntos muy señalados, ha sido siempre considerado por los militares inteligentes casi como inexpugnable; pues el caudal de sus

aguas, la velocidad con que se precipitan, la profundidad del cauce y los barrancos que lo cruzan, son otros tantos estorbos que la naturaleza ha opuesto para su acceso. Tacón, pues, se con

sideraba muy justamente como invencible en ese punto.

El Juanambú, más inaccesible todavía que el Guaitara, tenía á cubierto sus espaldas y encastillado entre estas dos fortalezas y con pueblos fervorosamente apasionados de la causa realista, creía mantener en jaque tanto á los triotas del Cauca por el norte como á los de Quito, hasta que fuerzas mayores de los realistas de otros puntos favorecieran el ensanche que pensaba dar á sus movimientos bélicos.

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Bien pronto, sin embargo, se disiparon sus ilusiones, porque muy luego tuvo la noticia de que avanzaban contra Pasto don Joaquín Caicedo, presidente del Cauca, y don Antonio Baraya, comandante en jefe de las tropas auxiliares de Cundinamarca. Tacón, militar hábil y hombre de talento, en el conflicto de no poder amparar el Juanambú, porque, desamparado el Guáitara, dejaba el paso libre á las tropas de Quito, y porque, si se mantenía en este punto franqueaba la invasión de Caicedo, vino á apurarlo más con la deserción de algunos de sus partidarios y con una grave enfermedad que le sobrevino en esos mismos días. En este trance tomó el partido de pasar á Patia con ánimo de fortalecerse en las costas para volver después á reconquistar á Popayán.

Esta campaña, entre otros pueblos, habría probablemente concluido con la separación del capitán enemigo: pero entre los de Pasto, decididos hasta serlo de sobra por la causa de España, no se advirtió siquiera en tal falta, y las hostilidades siguieron como antes. Los pueblos situados á retaguardia de una parte del ejército

de Montúfar, y que fingidamente se habían so metido à la causa americana, se levantaron de nuevo y victorearon el estandarte real: la división de Montúfar que iba á la vanguardia quedó, por consiguiente, separada del ejército, cortada la correspondencia y riesgo de ser batida en detal. Por fortuna la salvó una ocurrencia peregrina y arriesgada con la mayor felicidad. Quince hombres de los más audaces, fingiendo ser auxiliadores de Pasto, se presentaron osadamente en el Contadero á los enemigos que pasaban de docientos y, sosteniendo aquella farsa y dándo las de entendidos capitanes que conocían los ardides de la guerra, los encaminaron mansos hasta ponerlos a tiro de la división patriota. Presentada ésta muy á tiempo y cuando ya los realistas no podían huir, tuvieron que rendirse, quisiéranlo ó no lo quisieran, y cayeron todos prisioneros, con inclusión de los cabecillas Corral y Taques, y cayeron igualmente sus armas y bagajes. Se les trató con la mayor generosidad y hasta consideración, porque la guerra de entonces ¡Así fueran todas las guerras!) tenía por principio invariable atraer los pueblos con dulzura y ver á los enemigos con clemencia, no debiendo derramarse sangre sinó en los casos de combate dolorosamente necesarios.

Asegurada ya la retaguardia, se pensó en atravesar el Guaitara, y para esto se dispuso que el ejército se dividiera en tres partes, y que todas obrasen simultáneamente pero por diferentes puntos. La primera la conservó consigo el comandante en jefe, la segunda se puso á órdenes del teniente coronel don Feliciano Checa, y la tercera á las del capitán don Luis Arboleda.

Los enemigos habían logrado interceptar una comunicación en que se manifestaba este proyecto y, como era natural, concentraron cuantas fuerzas tenían en el paso del Funes con el fin de acometer primeramente á la división que debía encaminarse por este punto, y luego arrollar con mayores probabilidades á las otras. Montúfar, que llegó á saber también la revelación de su secreto, conceptuó atinadamente que el enemigo obraría del modo como obró, y entonces, incorporando la tercera división á la de Checa, siguió con la suya å retaguardia. Dispárase Checa hacia el paso señalado, acomete arrojadamente á los realistas y se abre camino con su división; mas, fuera torpeza ó traición del guía que encaminaba la de Arboleda, queda aquella separada de ésta y encerrada en el punto llamado Calabozo bajo los fuegos del enemigo. Por dicha, la misma espesura de las selvas que le impide abrirse paso á bayoneta, pone en cambio bajo su abrigo, defendiéndola del incesante fuego que en otro terreno habría sido mortífero. Merced á esta circunstancia y á la de que el enemigo no se atrevió á caer sobre ella, pudo Checa sostenerse firme en su puesto por dos días. Por los alrededores, entre tanto, rindieron los enemigos una columna de ochenta zapadores, por habérseles acabado sus municiones.

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El 20 de Setiembre se aproxima en fin Montúfar con su división, se hace cargo de los conflictos en que debía hallarse su teniente, y destaca cuarenta fusileros escogidos por la derecha del enemigo con orden de acometerle en la misma altura, atravesando el río Bobo. No cejan los fusileros al ver este paso defendido por veinte y cinco enemigos y algunos morteros, sinó que se ar

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