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rojan al agua que les cubre hasta los pechos, y trepan resueltos la colina que ocupa el grueso de las fuerzas enemigas. Alcánzasele al comandante Checa que son suyos los que andan obrando por la derecha de los realistas, y ordena al punto á su división que cargue á la bayoneta por el costado izquierdo. Montúfar mismo acomete de frente por el centro, y como estos movimientos se ejecutan simultánea y cumplidamente con arrojo, quedan los enemigos fuera de combate y ocupan los patriotas á Guapuscal, último punto en que habían pensado aún defenderse. Una vez reunido el ejército de Montúfar, después de este triunfo, pasó de seguida á Yacuanquer.

Montúfar destacó muy acertadamente desde este punto una buena partida de tropa con el fin de que ocupase la montaña de la Trocha para anteponerse al enemigo que, en haciéndose dueño de ésta, aún podia impedirle la entrada á Pasto; y otra mayor para el Juanambú con el de favorecer los movimientos de Caicedo que, como dijimos, asomaba por el norte. Esta partida logró efectivamente dispersar las fuerzas enemigas que ocu paban aquel paso interesante, obligando á huir á los comandantes realistas Dupret y Alais.

Las tropas de Quito, en número de dos mil, ocuparon á Pasto el 22 de Setiembre de 1811. La ocupación de esta ciudad, de ninguna importancia al parecer, dejaba libre de realistas, sin embargo, casi todo el territorio que después fué colombiano, pues las banderas de la patria flameaban ya desde Quito hasta Caracas. Tal vez, si entonces se hubiera establecido un buen gobierno ó conservádose la unión entre los ya establecidos, si las desconfianzas y ambición no se hubieran le

vantado al par con los buenos deseos y sacrificios de los patriotas; tal vez desde entonces mismo se habría consolidado la causa americana, y librádose la patria de llorar por tantas víctimas.

Montúfar encontró á Pasto abandonado, pues casi todos sus moradores, con excepción de unos muy pocos, pertenecían decidida y fervorosamente á la causa del rey. Entre estos pocos debemos hacer mención especial de don José Vivanco, hijo de Loja, que prestó desde entonces muy distinguidos servicios á la patria, y de don Francisco Muñoz y don José Barrera. La ocupación de la ciudad le valió también á Montúfar la de cuatrocientas trece libras de oro, valor de algo más de cien mil pesos, traidas desde Popayán por el gobernador Tacón para emplearlas en la compra de armas, municiones, etc.

Después que el presidente Caicedo ocupó también á Pasto, quiso y obtuvo que sólo sus tropas guareciesen la ciudad contra la opinión de algunos miembros de la junta de Quito, y quedó igualmente encargado de continuar el bloqueo de Barbacoas que desde cuatro meses antes se había emprendido con tino por el valiente y hábil oficial don Mariano Ortiz. Montúfar, después de hechos algunos arreglos con Caicedo, evacuó la ciudad y volvió con sus tropas para Quito, habiendo terminado asi gloriosa y provechosamente la campaña del norte (1).

Poco después vino también Caicedo à Quito, tanto por solicitar que se devolvieran los cien mil

(1) Los pormenores de esta campaña se han tomado de los Recuerdos. En lo sustancial y resultados están conformes con los apuntamientos del continuador de Ascarai y de Paireño.

pesos tomados por Montúfar, fundándose en que se habían sacado de la casa de moneda de Popayán, como por concertar con la junta las convenientes medidas á su común interés, y llegó en circunstancias en que la escisión de los partidos se hallaba en su mayor efervescencia. Acaso no arreglaron ninguna cosa de importancia, y habiéndose negado la junta á la devolución de esa suma, por considerarla como presa ganada al enemigo, volvió Caicedo para Pasto á lidiar con los patianos y pastusos, correr mil azares y peligros y, en fin, morir fusilado algún tiempo más tarde. Los patianos se habían levantado de nuevo por encubrir principalmente los asesinatos y robos cometidos en las personas é intereses de don Carlos Gerónimo Catáneo, don Antonio Fernández y don José Zapata.

Estos señores (el primero italiano avecindado en Quito) eran unos comerciantes que iban á traer mercaderías de Jamaica, y habían preferido la vía de Pasto para salir á Cartagena. Al atravesar el Patia y cuando se hallaban en Quilcacé, hacienda del Colegio de San Camilo de Popayán, fueron acometidos por diez ó doce facinerosos capitaneados por Juan José Caicedo, llamado sucho por apodo, quienes, después de asesinarlos, cargaron con todo el caudal que llevaban esos inocentes. Sólo á Catáneo pertenecían ochenta mil pesos, adquiridos con su trabajo y destinados para dos niños tiernos, sus hijos, que los había dejado bajo la guarda de la madre, y quienes, con motivo de tal asesinato y robo, quedaron reducidos á orfandad y miseria lamentable.

Con este dinero levantaron tropas, y poniendo á su cabeza al cura Marcillo y al fraile Sar

miento, proclamaron á Fernando VII, y se tomaron á Pasto. El dinero de Catáneo. hasta alcanzó para pagar á las tropas los sueldos de dos y medio meses, según se vé en la declaración judicial dada por el padre Fr. José Elorza que hemos tenido á la vista.

Mientras el señor Caicedo andaba lidiando allá por las escabrosidades de Pasto y Patia contra pueblos aferrados al sistema del gobierno antiguo, se preparaban dentro y fuera de Quito tempestades que bien pronto iban á descolgarse á borbotones, como en castigo de la desunión y discordia de los gobernantes que desde muy atrás germinado habían.

XI

Ocurrió también por este tiempo [ 11 de Octubre] un cambio político que no debemos pasar en silencio. El conde Ruiz de Castilla, olvidado en su retiro, tuvo á bien desprenderse de un destino que no lo tenía sinó en el nombre, é hizo dimisión de la presidencia. La junta convocó al pueblo á un cabildo abierto, y éste admitió la renuncia y nombró de presidente al muy digno é ilustrado patriota, el obispo don José Cuero y Caicedo, conocido ya y envuelto, como vimos en la desgraciada conjuración del año nueve. su intercesión y sagacidad se debía que el gobierno y pueblo pospusiesen su ira, y no se derramase la sangre de otras víctimas que estaban ya en el matadero, y este solo acto basta para enaltecer su memoria, y tributarle nuestros más gratos y cordiales homenajes. El señor Cuero hizo cuanto pudo por librarse de este cargo que tanto

A

repugnaba á su ministerio, y fue necesario hablarle á nombre de la concordia, que no podía esperarse sinó de él, para que se resolviera á aceptarlo aun que no más que ad honorem.

Dijimos que las desconfianzas y discordias. se habían introducido entre los gobernantes, y ved aquí de donde procedían, y cómo se fomentaban y representaban. La antigua sociedad de Quito, la de 1809, se componía, más o menos, como la de las demás colonias, de algunas familias ricas y tituladas, de ciertos jurisconsultos y eclesiásticos de nombradía, y de gente del estado llano, esto es de gente de poca industria y de ningún comercio, por lo general, y desvalida. Tal marqués tenía por consejero á tal letrado, cual otro á otro cual, y si los letrados y los que no lo eran hacían la corte á los marqueses, estos se la retribuían con sus talegas siempre abiertas, y con las consideraciones y protección que les dispensaban. Dueños los marqueses y mayorasgos de todas las fábricas de tejidos, de la mayor y mejor parte de las haciendas de ganado y de las de trapiche, en tiempos en que, fuera de lo enunciado, andaban el comercio y otros géneros de industria por el suelo, contaba cada uno de ellos con multitud de protegidos y paniaguados, así en las poblaciones como en los campos, y el prestigio de los nobles, naturalísimo por cierto, era popular, inmenso, de esos que ya no pueden subir á más. Aun mantenían por costumbre provechosa y tradicional la de meter un hijo en uno de los conventos de hombres y una hija en los de vírgenes, por cuanto sabían que el primero, hecho ya sacerdote, había de ser nombrado Provincial,

y la segunda para Abadesa. Si se

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