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mas podía tenersela como una gota de esas fuentes, y era claro que ni conservarse, cuanto menos avanzar podía.

Hombres acaudalados y mansos por demás; letrados que pensaban gobernar el pueblo por las reglas del derecho civil, y paisanos que, hechos soldados de la noche á la mañana, habían de sostener la guerra que de seguro iban á levantar los antiguos gobernantes, si no por las mismas reglas, por los principios más humanos y clementes; no debían ni podian durar otro tiempo que el absolutamente necesario para que los enemigos pu dieran concertarse, reunirse y asomar por las fronteras de la provincia. Los nuevos gobernantes contaban, ilusos, con que las provincias rayanas de Guayaquil, Cuenca y Pasto, movidas del mismo noble impulso que la de Quito, repetirían el grito al punto, y se mancomunarían todas para hacer frente al peligro común; y sin embargo, ninguna de ellas estaba concertada, cuanto más preparada, cuanto más resuelta á defenderla.

La misma junta constitutiva dispuso el levantamiento y formación de una falange que debía componerse de tres batallones, y Salinas, el brazo ejecutor de la revolución, fué ascendido á coronel y puesto á la cabeza. El letrado Arenas, el que se conceptuaba idóneo para dar consejos al comandante en jefe y moralizar el ejército, fué nombrado auditor general de guerra con los honores de Teniente coronel.

Aún no tenían patria segura que organizar, y ya se les vino establecer, para el régimen y despacho de justicia, un senado compuesto de dos salas; la una civil y la otra criminal. Para la primera fueron nombrados don José Javier Ascásubi,

quien debía asimismo hacer de gobernador y pre sidir ambas salas, y don Pedro Jacinto Escobar, decano; de senadores don José Fernández Salvador, don Ignacio Tenorio y don Bernardo León; y de fiscal don Mariano Merizalde. Para la criminal lo fueron don Felipe Fuertes Amar como regente, y don Luis Quijano como decano; de senadores don José del Corral, don Victor Félix de Sanmiguel y don Salvador Murgueitio; y de fiscal don Francisco Javier de Salazar (12). Como se ve, no se distinguieron colores ni banderías, y eligieron indistintamente á republicanos y realistas, á americanos y españoles. Si los nombramientos del español Fuertes Amar y del realista Sanmiguel se hubieran hecho para mantener cabal la idea de que sólo se pensaba en sustraerse de la junta de España, y nunca de la dominación del rey Fernando, tales nombramientos, á decir verdad, habrían sido políticos y acertados. Lo que hay de cierto, sin embargo, es que hubo contemporizaciones y flojedad.

La junta, eso sí, publicó en el mismo día un manifiesto, en que se expusieron las causas de la revolución y el derecho que para ello tenían los americanos. Letrados acostumbrados á esclarecer el derecho entre las partes contendientes, muy buenos para formar leyes y hasta constituciones, para todo podían servir y sirvieron de hecho, menos para obrar con la energía que demandaban las circunstancias. Se agitaban en dar papeles y papeles, elocuentes si se quiere, que salían á luz por la prensa ó publicados por bandos; pero lo que es pensar en proceder con pujanza, en instruir oficiales, en disciplinar al soldado, en la unidad y vigor con que debía obrar el gobierno para

hacer la guerra ó sostener la que habian de traerla, talvez no pensó ninguno.

Como el marqués de Selva Alegre, aunque instruido de cuanto se pensaba hacer en la noche del 9, había tenido á bien permanecer en su hacienda de Chillo, se le comunicaron por la posta los acontecimientos ocurridos y estado de la causa pública, suplicándole que viniera inmediatamente á posesionarse de su destino y dar dirección á los negocios. Se presentó en Quito al día siguiente y entró de seguida en el ejercicio del empleo en junta de las otras autoridades.

Fueron convocados los del pueblo á un cabildo abierto par el día diez y seis, y reunidos en efecto confirmarea y ratificaron, por medio de comicios tenidos en la sala capitular de San Agustin, cuantos actos se habían celebrado hasta entonces, según puede verse en el mismo documento núme ro 2, que va en el Apéndice.

El 26 dispuso la junta que el presidente dirigiese oficios circulares á los vireyes de Santafé y Lima noticiándoles lo ocurrido; y á los gobernadores de las provincias dependientes de Quito y á los cabildos de las otras ciudades excitándoles á que formasen sus respectivas juntas y se rigiesen con independencia de las de España. Tenemos á la vista el dirigido al cabildo de Santafé en que se inserta el puesto para el virey, que de seguro no fué contestado, y el dirigido á los empleados subalternos; y puede comprenderse el grado de indignación con que fueron recibidos tales oficios po las contestaciones da or el gobernador de Guayaquil y por el cabo de Popayán al de F: sto (3): en ambas, era natural, se trasluce la a miración y rabia con que los realistas, y aun

muchos que no lo eran, miraron á los insurgentes americanos. Una revolución política en las colonias era inconcebible é inesperada que no podía oirse sin gran asombro ni ruidoso escándalo. ¿Cómo, principalmente la incomunicada y pobre provincia de Quito, había pensado alterar el orden é instituciones de la madre patria, y desobedecer los mandatos de la junta suprema central de España?

Posteriormente el Ministro Morales pasó la circular siguiente:

«Quito, Agosto 13 de 1809.-A los Señores Alféreses, Corregidores y Cabildos que existen en los asientos, villas y ciudades.-S. E. el Presidente de Estado, de acuerdo con la Honorable Junta y los Oidores de audiencia en pública convención, me han instruido que dirija á US. una circular en la que acredite y haga saber á todas las autorida des comarcanas que, facultados por un consentimiento general de todos los pueblos, é inspirados de un sistema patrio, se ha procedido al instalamiento de un Consejo central, en donde con la circunspección que exigen las circunstancias se ha decretado que nuestro Gobierno gire bajo los dos ejes de independencia y libertad; para lo que han

convenido la Honorable Junta y la Audiencia nacional en nombrar para Presidente á S. E. el señor marqués de Selva Alegre, caballero condecorado con la cruz del orden de Santiago. Lo comunico á US. para que en su reconocimiento se dirijan por el conducto ordinario letras y oficios satisfactorios de obediencia, después de haber practicado las reuniones y juntas en las capitales de provincia y pueblos que sean convenientes; y fechos que sean se remitan las actas.»>

Recibida en Pasto la circular, don Gabriel Santacruz, Alferes real, hizo publicar el siguiente bando:

Considerando que arbitrariamente se han sometido los revoltosos quiteños á establecer una Junta sin el prévio consentimiento de la España, y como se nos exige una obediencia independiente de nuestro Rey Don Fernando VII, por tan execrable atentado y en defensa de nuestro monarca decretamos:

Art. único. Toda persona de toda clase, edad y condición, inclusos los dos sexos, que se adhiriese ó mezclase por hechos, sediciones ó comunicaciones en favor del Consejo central, negando la obediencia al Rey, será castigado con la pe na del delito de lesa majestad.»

En cuanto á la contestación dada por el Vi rey de Lima, véase el número 4o; y con respecto al procedimiento del de Santafé el número 5o

Privadamente se dirigieron también los seño res Montúfar y Morales, el primero á don Jacin to Bejarano, comandante de un cuerpo de milicias de Guayaquil, y el segundo á don Vicente Rocafuerte, sobrino de Bejarano, incitándolos á que se apoderasen del gobernador y de esa de esa plaza. El gobernador, Cucalón, tuvo de esto avisos oportunos, rodeó de soldados la casa en que vivian tio y sobrino, y aun cuando no se hallaron tales cartas ni documento alguno que los hiciera sospechosos, fueron presos uno y otro. Si el paso de apoderarse de la plaza de Guayaquil hubiera sido anticipadamente concertado y felizmente ejecutado, se habría sostenido la revolución á lo menos con dignidad.

Sea de esto lo que fuere, hase visto que en

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