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del Presidente, que desconfiaban de este comisionado americano que venía á destemplar su actividad y energía, reservaron para sí y los de su ruedo aquel mandato, y el 27 de Junio de 1810 salió el fatal proceso bajo la custodia del doctor don Victor Felix de San Miguel. El viaje lo emprendió éste á las tres de la madrugada con un piquete de soldados que le acompañó hasta Pasto, de recelo que le asaltasen los insurgen

tes.

Se creía y aun se ha dicho por la prensa que como el proceso llegó á Santa Fé en circunstancias que ya también allí se había derrocado el poder español, fué reducido á cenizas por el pueblo, mas la verdad es que se conserva hasta hoy en uno de los archivos públicos de esa capital, según estamos bien asegurados. [1]

X

Los presos no esperaban gracia ninguna del Virey Amar, principalmente por las conexio nes estrechas que con él tenían los interesados en que se les condenase. El Oidor Fuertes y Amar, hombre meticuloso que se había acarreado el odio público por las violentas irregularidades con que obró como Juez de Instrucción del proceso, era sobrino del virey, y bastante natural, por consiguiente, que se interesase en la confirmación de sus procedimientos. Don Manuel Arredondo, otro de los muy prevenidos con

(1) Informe oral del señor don V. Lucio Salazar que por los años de 1868 y 1869, estuvo de Secretario de la Legación ecuatoriana en Bogotá.

tra los patriotas, era hijo del virey de Buenos Aires y sobrino del regente de la real audiencia de Lima, y estos vínculos debían ser muy considerados por Amar, ya que también Arredondo se interesaba en el castigo de aquellos. Amar, además, era, según Restrepo, hombre de cortos alcances y no estaba en el caso de poder acertar con el medio conveniente para conciliar la dignidad del gobierno con lo que demandaban las opiniones de entonces.

Como tregua, eso sí, y de las más provecho sas, conceptuaron los patriotas el tiempo que iba á emplearse en la remisión del proceso y reso lución que debía tener, porque el tiempo, para ellos, era su salvación. Pero si por esta tregua se desacerbó algún tanto su amargura, se dobló la vigilancia y se estrecharon más las prisiones. El Presidente que sabía la venida del comisionado regio, á quien miraba mal, según dijimos, tenía esta razón más para desplegar mayor vigilancia. «<Iban corriendo los días de desconsuelo para los infelices presos, dice Caicedo, hasta que consiguieron un decreto de la Audiencia que se los aliviase; pero Arredondo, bajo el pretexto de que se habían insolentado desde que tuvieron noticia de la venida del comisionado regio, no aflojaba de su dureza. En este estado le pasaron un oficio suplicatorio para que ordenara á los oficiales de guardia, en cumplimiento de lo ordenado por el tribunal, les concediera algún alivio. A este acto de atención y urbanidad puso otro decreto el imperial Arredondo, para que se les hiciese saber el respeto con que debían tratar á su distinguido Jefe militar, y que si no estaban cargados de fierro hasta el pescuezo era por su

bondad.>> El destemple de Arredondo, en esta vez, provenía, dice, de que en el oficio no se le había dado el tratamiento de señoria.

Varios de los muchos prófugos, discurriendo en mala hora que, ido el proceso, no podría envolvérseles ya en el juicio, se habían restituido á sus casas, y fueron tomados y reducidos á prisión, sin que les valiera su notoria prescindencia de los sucesos del 9 de Agosto. El cuerpo del delito, en el decir de los gobernantes, estaba en la ausencia que habían hecho de la ciudad. Pasos semejantes, como era natural, aumentaron la inquietud y desconfianzas, se paralizó el tráfico, la carestía de víveres subió de punto, y las vejaciones y saqueo de la tropas se hicieron irremediables.

Voces repetidas, bien que vagas, decían que los españoles protestaban no admitir al comisionado Montúfar sinó hecho cadáver, porque era un bonapartista y traidor: que se mataría á los presos antes que él tuviera tiempo de ponerlos en libertad: que todos los hijos de Quito eran unos rebeldes é insurgentes, y otras especies de este orden, envueltas y confundidas entre la certeza, la falsedad y la exageración.

Las palabras y acciones más inocentes se abultaban ó interpretaban desacertadamente, y las desconfianzas del pueblo contra el Gobierno, y las del Gobierno contra el pueblo llegaron á exacerbarse. Era lengua que los soldados de Lima habían solicitado y obtenido del Gobierno el permiso expreso de entrar á saco la ciudad, y tal decir envolvía, más que torpe invención, un inconcebible absurdo: si los soldados cometían latrocinios, procedían sólo de su natural desenfreno, incapaz de contenerse por el apocado Pre

sidente, y menos aún por el contemplativo Arredondo que los mimaba con demasía. Decíase que el pueblo trataba de asaltar los cuarteles, y esto era igualmente falso, á lo menos por entonces, pues semejante resolución no la tomaron sinó después, con motivo de las imprudentes palabras que vertieron las autoridades contra los presos y contra los americanos en general. Así el Capitán Barrantes, discurriendo de buena ó mala fé que realmente creía en el asalto propalado, había dado la orden de que matasen á los presos al primer movimiento que se dejara notar de parte del pueblo.

Cuando los encausados alcanzaron á traslucir semejante orden, por demás fácil de ejecutarse, se quejaron de ello al presidente por conducto del reverendo obispo; y Barrantes, sin impresionarse ni hacer caso alguno de tal queja, confesó que la orden era efectiva condicionalmente, esto es siem pre que el pueblo tratase de libertar á los presos. Arredondo sostuvo la disposición de Barrantes como necesaria para prevenir un mal; y así, este viejo y extraviado principio de legislación criminal vino por remate á dar tan pesimos resultados como los habría dado el mal mismo que se trataba de cortar.

CAPITULO II.

Conspiración del 2 de Agosto.-Asalto á los cuarteles.-Asesinato de los presos.-Combates y transacciones.-Llegada del comisionado regio y sus procedimientos.-Instalación de una nueva junta.-Reconocimiento de la suprema autoridad de la regencia.-Proclamación de la independencia.-Retiro de Ruiz de Castilla.-Asesinatos de Fuertes y Vergara.-Los comisionados Villalba y Bejarano.Campaña contra Cuenca.-Campaña contra Pasto y ocupación de esta ciudad Desacuerdos de la junta.-Instalación del Congreso Constituyente.-Segunda campaña contra Cuenca.-Combate de Verdeloma.- Defecciones militares.-Asesinato de Ruiz de Castilla.

I.

Nunca han menester los gobiernos de más tino y discreción para no irse á más de lo que es de su potestad, ni venir á menos de lo que deben para conservar el orden y el imperio de las leyes, que en los tiempos de agitación y revueltas de los pueblos. Saliéndose á más de lo que les es permitido, desaparecen los vínculos que unen á los gobernantes con los gobernados, y quedan estos sacrificados. Si, por el contrario, pierde el gobierno su pujanza, siquiera se enflaquece, enton

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