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jo atribuyeron á éste esos arranques del patriotismo, y el tiempo y la tradición lo han confirmado.

También el presidente Muñoz de Guzmán y las demás autoridades tuvieron muy luego á Espėjo como autor de las banderillas; mas como no hallaron pruebas adecuadas contra el cargo, se desentendieron del asunto, y por otros motivos que no alcanzamos, si no pretextos, le redujeron á prisión, en la cual murió aquel patriota, honra de su raza y de Quito, su cuna.

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Decimos que le prendieron por otros motivos que no hemos podido descubrir, porque nunca se le acusó de autor de las banderillas. De la correspondencia del Presidente con el Virey don José de Espeleta tenemos los oficios de 21 de Octubre y 21 de Noviembre de 1794, y los de 6 de Agosto y 6 de Setiembre de 1795, de uno de los cuales hemos copiado los textos de las banderillas, y en ellos dice que no ha sido posible averiguar acerca de sus autores y origen. y que tan solamente se halla preso por remotas sospechas un maestro de escuela, sin que la opresión que padece con las prisiones que se le han puesto, haya hecho declarar ninguna especie que dé bastante luz, contra alguno como cómplice. Por otro oficio (21 de Agosto de 1795), dirigido al presidente del Supremo Consejo de Indias, se sabe que Espejo estaba preso por cierta causa grave de Estado; pero como no la expone, quedamos en la misma incertidumbre. Puede ser que esta causa fuese la de sus conexiones con Nariño y Zea, presos igualmente por el mismo tiempo en Santafé como reos de Estado; y aun esto, sin embargo, no pasa de ser una presunción.

Cinco meses después de la aparición de las banderillas que tanto preocuparon á los gober

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nantes, aparecieron también en Cuenca otros pasquines y proyectos de mayor resolución, pues uno de ellos contenía nada menos que estas frases.

«A morir ó vivir sin rey prevengámonos, valeroso vecindario. Libertad queremos, y no tantos pechos y opresiones de Valle.» [D. José Antonio Vallejo era el gobernador de Cuenca.]

Otro de ellos decía: «Desde Lima ha llegado esta receta fiel. A morir ó vencer conformes nuestra Ley, menos los pechos del Rey; indios, negros, blancos y mulatos: ya: ya: ya (el que rompiere su vida perder quiere) no se puede sufrir; como valerosos vecinos, juntos á morir ó vivir unánimes hemos de ser.» [i]

Pero ni estos ni los anteriores despertaron á los pueblos de su somnolencia de tantos años. Los deseos de los patriotas quedaron ahogados en los pechos que los abrigaban, y esas provocaciones, intempestivas para entonces, sólo vinieron á obrar en 1808.

II.

Se ha preguntado ¿por qué las colonias de América, á pesar de las distancias que las separaba y de su poca mancomunidad de carácter, luces y costumbres, cual más cual menos, pensaron todas por una misma época sacudirse de la madre patria? Si por las penas pacientemente sobrellevadas por tan largos años, ellas se hicieron sentir desde el primer día que los conquistadores senta

[1] Hemos transcrito los dos pasquines copiándolos del testimonio del proceso actuado en Cuenca en averiguación de sus autores, conferido por el escribano Juan Izquierdo del Prado, y fechado el 28 de Junio de 1795.

ron sus plantas en la tierra de Colón, y lejos de haberse agravado más ni sobrevenido otra clase de padecimientos, antes podía contarse con que el natural proceso de los tiempos mejoraría, como ya iba mejorando, la condición de los colonos. Por mucha que fuera la ignorancia de estos y por exageradas que fueran sus pretensiones, no podían dejar de comprender la diferencia que va del pueblo conquistador al pueblo conquistado, y demandar para ellos los mismos derechos que tenían los vencedores, era propender á una nivelación sin ejemplar en el mundo ni en la naturaleza de los hombres. Puede ser que nuestros padres, considerándose ya en estado de gobernarse por sí mismos y corridos de vivir en pupilaje. quisieran salir de él; pero como no es de suponer que las secciones coloniales, unas más atrasadas que otras, se conceptuaran todas, por el mismo tiempo, con igual grado de cultura ó suficiencia para poder pasar de esclavas á señoras; tampoco es satisfactoria tan conforme determinación. En el orden de las cosas estaba discurrir y esperar que también las colonias españolas seguirían por ese camino de adelantamientos abierto por las inglesas, ejemplo que no podía menos que provocar á la imitación; pero ni esto era tan reciente para darlo como causa inmediata, ni siendo como era seductor, pudo animarlos á poner por obra un proyecto de tan dificil como arriesgada ejecución.

Las causas, todo bien considerado, debieron ser las enunciadas; pero, á nuestro ver, más bien la ocasión, que no las causas, fué la que, removiéndolas y despertando los instintos de libertad, alentó á nuestros padres á valerse de la que tan á mano se les presentaba para conquistar su in

dependencia. Llegada la ocasión, todo hombre, por apocado que parezca, aprecia su libertad, y todo pueblo, por atrasado que esté, aspira al ejercicio de los derechos comunales; y con estos instintos, avanzando de idea en idea, de conocimiento en conocimiento, su propensión natural, su ciego impulso, es mejorar las instituciones políticas y dar, si cabe, con la perfección. Repúgnales á los pueblos las preocupaciones establecidas allá, en la infancia de las sociedades, por el orgullo ó atraso de los hombres, y repúgnales más todavía el vivir separados unos de otros, cuando, obrando todos como uno solo, sin diferencia de razas, religiones, lenguas ni costumbres, aun los más atrasados participarían también de los conocimientos adquiridos por los primeros que adelantaron por el camino del saber y bienestar. Este lejano pero natural impulso hace brotar otro más inmediato y apurador, por el cual los hombres procuran verse, comunicarse, asociarse y favorecerse, por el cual se vencen las selvas, los montes y los mares, y por el cual, venida la ocasión, todos los pueblos, principalmente los que han tenido cerradas las puertas, no reparan en obstáculos ni sacrificios. Las colonias. españolas se hallaban en este caso, porque les estaba vedada toda clase de comunicaciones, aun con los mismos peninsulares, y era demasiado dificil que no aprovechasen de esa revolución francesa que habia de dar y andaba dando ya la vuelta al mundo.

Yacía España mal dirigida por un rey de ánimo estrecho, desacreditada por la infidelidad de su privado, desprovista de rentas y empeñada en una guerra con Francia, cuya fuerza tenía espantadas á las naciones. Estas circunstancias dieron

á los americanos la ocasión, y es necesario que las dibujemos, siquiera alzadamente, para conocer el estado político de la madre patria en 1808.

Hacía algunos años que España y Francia andaban mancomunadas por el pacto de familia ó parentezco de sus reyes, y ora dominada la primera por este efecto, ora por un desacierto de la política de Carlos III. había, no sólo llegado á ingerirse en las contiendas de los gabinetes de San James y Versalles, sinó lo que fué aún más imprudente, contribuido también á favorecer la independencia de las colonias inglesas de América, separándose de la neutralidad que le convenía mantener, y amparando una causa cuyo buen éxito no podía menos que provocar, llegada la ocasión, á los colonos españoles. En vano el conde de Aranda, hombre de seso y político atinado, se había opuesto con muy acertada previ sión al reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, y en vano aconsejado tan discretamente que su amo obrase del modo que aconsejó en su Memoria secreta, presentada en 1783. Tal memoria arrebata nuestra admiración al ver cumplida la mayor parte de lo previsto para lo futuro, pues parece escrita después de los acontecimientos que temió ese gran político.(1) Véase el apéndice.

Carlos IV, menos ilustrado que su padre, aunque muy hombre de bien, y por demás flojo de carácter, dejó andar las cosas como andaban á su advenimiento al trono, y esto cuando la Francia avanzaba pujante con su revolución, desengañando á los pueblos de la mágia de los reyes y hablándoles de los derechos del hombre, desconocidos ú olvidados hasta entonces. El conde de

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