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guerra en persona; pero, asimismo, podía el vicepresidente delegarlas á otros, con más o menos restricciones, para que también las ejercieran en otros pueblos ó provincias. El tal decreto, como se ve, descuartizaba la constitución en su misma cuna; y con todo, creemos que era absolutamente necesario, porque de otro modo no habría podido hacerse la guerra con provecho. El mal, pues, procedía más bien de los mismos autores de la constitución que debieron salir al encuentro de las necesidades que previeran, para no verse en la de quebrantarla inmediatamente expidiendo una ley secundaria en desdoro de ella. El error más prominente de las repúblicas americanas ha consistido en presentar sus códigos fundamentales con todo el aspecto, galanura y coloridos de una justa libertad, para luego tiznarla con las facultades extraordinarias, espantajo perpétuo de los pueblos y arrimo legal y muy legal de todos los tiranos.

Bolívar, en verdad necesitaba aquel decreto para llevar su grandiosa obra á remate; pero si el decreto debía producir y produjo este bien, Bolívar mismo fué su primera víctima; porque obrando como dictador en Colombia, en el Perú y en Bolivia, los pueblos según era de temerse, ya sólo pudieron verle como á tirano. Y aun ha habido, después de sus días, quienes tomando esa dictadura como prueba de afición á ella, han culpado al hombre y no á las circunstancias que la hacían del todo necesaria. Ya veremos como se explicaba él mismo presintiendo, acertado, los celos é ingratitudes de los pueblos que libertó.

El congreso de Cúcuta que debía nombrar al presidente y vicepresidente de la república, eli

gióá Bolívar para el primer puesto, y á Santander para el segundo, y los llamó en consecuencia á prestar el juramento constitucional. Aun antes

de sancionarse la constitución había el Libertador renunciado el mando supremo, y después de nombrado presidente insistió en su resolución con energía: «Pronto á sacrificar por el servicio público mis bienes, mi sangre y hasta la gloria misma, no puedo, sin embargo, hacer el sacrificio de mi conciencia, porque estoy profundamente pene trado de mi incapacidad para gobernar á Colombia, no conociendo ningún género de administración. Yo no soy el magistrado que la república necesita para s dicha: soldado por necesidad y por inclinación, mi destino está señalado en

campo ó en los cuarteles. El bufete es para mí un lugar de suplicio. Mis inclinaciones naturales me alejan de él tanto más, cuanto he alimentado y fortificado estas inclinaciones por todos los medios que he tenido á mi alcance, con el fin de impedirme á mí mismo la aceptación de un mando que es contrario al bien de la causa pública y á mi propio honor».

Pero el congreso que no debía prescindir de la gratitud impuesta por la victoria ni de lo necesario que era Bolívar para las circunstancias de entonces, insistió en sostener la obra de tal gratitud y del imperio de esta necesidad; y Bolívar aceptó la primera magistratura, con la condición de no ser presidente sinó mientras durase la guerra, y siempre que se le autorizase á continuarla poniéndose él á la cabeza del ejército, motivo por el cual volvió á decir: «Entonces, señor, yo ruego ardientemente no os mostreis sordo al clamor de mi conciencia y de mi honor, que me piden á gran

des gritos que no sea más que ciudadano. Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la república al que el pueblo señale como al jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra, el hombre que los combates han elevado á la magistratura: la fortuna me ha sostenido en este rango, y la victoria lo ha confirmado. Pero no son estos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha y por la voluntad nacional. La espada que ha gobernado á Colombia no es la balanza de Astrea; es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer sobre la tierra para castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada en el día de la paz y éste debe ser el último de mi poder; porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido, á Colombia y porque no puede haber república donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades. Un hombre como yo es un ciudadano peligroso en un gobierno popular; es una amenaza inmediata á la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano para ser libre y para que todos lo

sean»>>

¡Ved, soldados que os habeis levantado después de la guerra de la independencia, de esa guerra santa en que todo un continente la cantaba en coro buscando su libertad, cuál era el parecer del soldado por excelencia, y no os alceis para apropiaros de los pueblos á título de guerreros, porque los soldados son para los combates y campamentos, porque los soldados son una amenaza inmediata á la soberanía nacional!

El Libertador pasó para Bogotá, declarada capital interina de la república, á preparar y apu

rar la expedición al sur, y dejando al general Santander encargado del gobierno, salió días después con dirección á las provincias meridionales.

CAPITULO VIII

Jenoi. Sucre en Guayaquil.-Traición del coronel López. Yahuachi.-Huachi.-Llegada del general Mourgeon. Su muerte.-Pichincha,-Incorporación de Quito á Co lombia.-Capitulación de García en Pasto.-Bolívar en Quito. Incorporación de Gnayaquil y Cuenca

I

Ahora que ya conocemos los antecedentes y situación de Bolívar, ahora que los sucesos del sur de Colombia van á enlazarse con los del centro y norte, continuaremos con los primeros, diciendo que Popayán, cuyo territorio alternativamente invadido por las fuerzas libertadoras veni das del norte ó por los realistas que salían de Pasto, como indicamos en otro lugar, se hallaba por este tiempo ocupada por el general republicano Valdés, enviado por el Libertador después de la batalla de Boyacá. Valdés lo diremos de paso, había maltratado á Popayán como á tierra de enemigos, como la maltratara Calzada por amiga de

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