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cuidar de los derechos de los ciudadanos, impidiendo las violencias; i hacer, en fin, que continúen en sus funciones las autoridades que no dieren motivo para ser removidas. Por el artículo cuarto, resultó nombrado el señor Rocafuerte para jefe supremo del departamento, i el comandante Mena, por el quinto, para comandante jeneral. Por un acto posterior fué ascendido éste a jeneral.

Figuran en el acta (¡Quién habia de creerlo!) los nombres de los Olmedos, Ordeñanas, Espantosos, Icazas, Caamaños, Anzoáteguis, Cornejos. Lavayen, Bernales, Benites, Santistévanes, i otros i otros personajes de séquito; i estos nombres vinieron a lo ménos a dar algun valor e importancia a una insurreccion de cuartel.

La provincia de Manabí, apadrinadora frecuentemente de las doctrinas i opiniones de la de Guayaquil, siguió el ejemplo de ésta.

Rocafuerte i Mena, dueños de un cuerpo de tropas suficientes, de una marina imponente por la Colombia, i de las rentas del departamento mas rico del Estado; podian, de seguro, sostenerse con provecho, sacar airosa a la revolucion i humillar, como querian, al gobierno de Flóres. La noticia de tan grave acontecimiento causó por consiguiente serias inquietudes al gobierno, i el jeneral Flóres se preparó a emprender la campaña contra las provincias disidentes.

Hase publicado repetidas veces por las prensas del Ecuador una carta que, con motivo de esta revolucion, dirijió el jeneral Flóres á Mena. Tal carta de fecha 17 de octubre, ha sido interpretada i comentada hasta serlo de sobra, i deducídose por remate que la revolucion de Mena fué aconsejada i preparada por Flóres mismo. ¿Por qué? Por el

antojo de conocer a sus enemigos, i pasar por el gusto de castigarlos. ¡Singular manera de discurrir! Ved la carta:

"Escribo a Ud. de un modo afectuoso en el momento mismo en que he sabido la revolucion que ha tenido lugar en ese pueblo, porque Ud. me dijo que si le convidaban para la revolucion, entraria solo por conocer a los conspiradores para entregarlos presos como ellos merecen. Mas si Ud. no estuviese en esta intencion, i por el contrario pensase en ser enemigo del lejítimo gobierno del Estado, i de la persona que ha depositado en Ud. una suma inmensa de confianza, no solo le aborreceria como al hombre mas pérfido i como a un monstruo de iniquidad, sino que tambien le perseguiria hasta el sepulcro. Pero repito que estoi en la persuacion que Ud. ha obrado conforme a las circunstancias para obtener despues el resultado que se ha propuesto, es decir para prender a los facciosos, enemigos del órden i de las leyes. Yo marcho mañana con cinco cuerpos, contando con los del Azuai. Ud. esperará que yo llegue a Babahoyo para dar el golpe. Cuento con ello; pues ademas de la confianza que debo tener en Ud., su última carta aumenta mis esperanzas."

"Si hubiese algunos obstinados que quieran morir abandónelos Ud., seguros que mui pronto me veran poner mi planta vencedora en Guayaquil, pues yo no soi el sarjento Peráles para intimidarme con noticias i murmullos. Sé los recursos que tiene ese departamento: conozco el estado de su parque, etc., etc., etc. Esto basta.-Soi de Ud. su afectísimo amigo i paisano."

"Posdata.-Hoi le han hecho a Ud. coronel;

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cuidado con faltar a la confianza, porque seria Ud. hombre perdido para siempre."

Nuestro juicio es como el de cualquier otro hombre; mas nosotros no damos por esta carta con lo de que se haya invitado a Mena para la revolucion, i ménos con el lazo en que debian caer los patriotas. La sociedad de El Quiteño Libre no tenia conexiones de ningun jénero con el faccioso jefe, i, como hemos dicho ántes, ni los desterrados que habian tocado ya en Guayaquil supieron que iba a sobrevenir aquel trastorno. No vemos en la carta sino la natural sagacidad del jeneral Flóres, su prenda sobresaliente, con la cual, recordando a Mena las ofertas en punto a invitaciones de revolucion, supone i cree, finjiéndose inocente, que la que se habia verificado era solo por conocer a los conspiradores. Bien natural era que Mena le hiciera semejante oferta, ora porque realmente le hubiesen hablado algunos de revolucion, ora porque inventándola, por darlas de astuto i leal, como ya se han visto de ello varias pruebas, quisiese inspirar suma confianza al presidente.

¿Quién no palpa en la carta la destreza con que trataba de seducir al corrompido Mena, dándole el anuncio de habérsele hecho coronel; i que la carta solo respira el deseo vivo i natural de que abandone a sus cómplices para hacer triunfar la causa del gobierno de un modo mas eficaz?

El jeneral Flóres salió de Quito el 18 de octubre con rumbo para Guayaquil, i al dia siguiente ocurrió un suceso de aquellos que se calcan en la memoria de los pueblos, i que, por mas que pasen los tiempos, se mantienen vivos i amargos como en el momento en que sucedieron.

Un sarjento del escuadron que guarnecia a Qui

to, de apellido Peña, habia logrado granjearse las simpatías de algunos de los patriotas que visitaron en el cuartel a los aprehendidos el 15 de setiembre, i aun parece que el señor Ascásubi (Manuel.) hermano de uno de los presos, al ver que Peña se mostraba condolido de la suerte de éste, aventuró hacerle algunas indicaciones de revuelta. Peña, al principio, obró tal vez de buena fé, i pensó en acojer tales invitaciones. Posteriormente, sin embargo, cuando alguno le hizo comprender que la revolucion vendria a obrar en su propia contra, puesto que los ecuatorianos solo pensaban en salir de los soldados estranjeros, cambió la resolucion de ser traidor al gobierno por la de serlo a los conspiradores, i llevando adelante su ficcion de condolido, habló de la revuelta como de la cosa mas hacedera i realizable, i puso esos pormenores en conocimiento del jeneral Flóres.

Natural i mui lójico es que el gobierno, dueño de tan importante secreto, instruyese a Peña sobre cómo habia de conducirse con los presos que iba a escoltar. Lo cierto fué que este sarjento i los demas soldados de la escolta se portaron tan afectuosos i finos con los presos, que el doctor Moncayo habló a Peña por la insurreccion del cuerpo al cual pertenecia, i que el sarjento manifestó las mejores disposiciones para el intento. Como se vé, fué ya por este tiempo, esto es despues de las persecuciones i destierros, cuando los miembros de la sociedad de El Quiteño Libre intentaron seducir a algunos soldados del escuadron acantonado en Quito.

De vuelta de su comision, presentóse el sarjento Peña en casa de la familia Ascásubi, so pretesto de saludarla a nombre de los desterrados; i como la familia hubiese recibido tan bien la recomendacion

de tratar bien a Peña, le agazajaron i le hablaron de la conjuracion sin ningun recelo. Peña se mostró resuelto, i ofreció que volveria al dia siguiente con algunos de sus compañeros, a quienes iba al punto a comprometer. Presentó, en efecto, algunos sarjentos i cabos, i entre los primeros, a uno llamado Segundo Medina, mas hábil, a lo que parece, o mas apropósito para la intriga que Peña, quien, desde entonces, quedó reducido a un papel mui secundario.

Medina dió a entender a los patriotas que tambien él comprendia tanto como ellos los abusos del gobierno, i que, en tal supuesto, se comprometia a entregar el cuartel a caso hecho, i amarrados al jefe i oficiales de su cuerpo. Los patriotas discutieron la oferta con acaloramiento i entusiasmo, i aunque no faltaron algunos espertos i avisados que institivamente desconfiaron de ella, prevaleció la opinion de la mayoría de los jóvenes, quienes, como se sabe, nunca miden los peligros ni entran en cuenta las traiciones i continjencias. Teníase ya conocimiento de la revolucion verificada en Guayaquil, el presidente acababa de salir con un cuerpo de infantería, i se sabia que mui luego iban a sacar tambien el parque; i era preciso aprovechar de este conjunto de circunstancias para hacer, no solo mas realizable la entrega del cuartel, sino para apoderarse de las armas, que les faltaba casi del todo. Conviniéronse, en consecuencia, en hacerse del cuartel el sábado 19 de octubre, por la noche.

Cierto es que el jeneral Flóres no pudo saber el tiempo en que esto iba a suceder, porque el señalamiento del dia i hora se hizo despues de su salida; pero debió ser sabedor, no hai como dudar, de las

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