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¿Verdad que este es un sueño extravagante?

Yo veía á Rip muy pobre, lo veía rico, lo miraba joven, lo miraba viejo; á ratos, en una choza de leñador, á veces en una casa cuyas ventanas lucían cortinas blancas; ya sentado en aquel sillón de cuero; ya en sofá de ébano y raso . . . . no era un hombre, eran muchos hombres . . . . tal vez todos los hombres. No me explico cómo Rip no pudo hablar; ni cómo su mujer y su amigo no lo conocieron, á pesar de que estaba tan viejo; ni por qué antes se escapó de los que se proponían atarlo como á loco; ni sé cuantos años estuvo dormido ó aletargado en esa gruta . . . .

¿Cuánto tiempo durmió? ¿Cuánto tiempo se necesita para que los seres que amamos y que nos aman nos olviden? ¿Olvidar es delito? ¿Los que olvidan son malos? ¡Ya veis qué buenos fueron Luz y Juan cuando socorrieron al pobre Rip que se moría! La niña se asustó; pero no podemos culparla: no se acordaba de su padre. Todos eran inocentes, todos eran buenos. y sin embargo, todo esto da mucha tristeza.

Hizo muy bien Jesús el Nazareno en no resucitar más que á un solo hombre, y eso á un hombre que no tenía hijas y que acababa de morir. ¡Es bueno echar mucha tierra sobre los cadáveres!

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (Mejicano).

SPANISH READER

(PART 2)

TROZOS ESCOGIDOS

CONTRASTES

¿Qué quiere usted?-me dijo la buena señora Weber. - Cada cual ve á su modo las cosas, porque no sólo se ve con los ojos del cuerpo. Hay quién se fija preferentemente en la sombra que vaga en un cuadro lleno de luz, y hay también quién ve sólo el rayo de luz que aparece á intervalos en un horizonte negro.... ¡Vaya usted á saber!' Misterios de óptica.... Yo soy costurera, trabajo todo el día y buena parte de la noche, tengo por toda diversión la vista de los escaparates, guardo al igual de' la hormiga, y paso el verano recordando las heladas de enero y el invierno pensando en los calores de agosto.... Sin embargo, yo era feliz, porque las tristezas y perrerías de la vida las veía por los ojos de mi María, que son claros y alegres, y aunque no tenía aún tres años, me llenaba el alma como si fuera una persona mayor. Sí, yo era feliz, créalo usted, señor.

Y dicho esto se echó á llorar francamente como si estuviera sola en el rincón de su buhardilla.

- Pero, ¿cómo pudo consumarse semejante infamia? -Yo misma no lo sé. Ya usted ve que la calle de Chartres, donde vivo con mi hijita, es estrecha. Es también un

'Vaya usted á saber! - how to find out!

'Al igual de-like, after the fashion of.

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horno en este tiempo. No por mí, que estoy hecha á sufrir, sino por el pobre angelito, nos sentábamos todas las tardes en un banco del boulevard de la Chapelle, cerca de casa. Yo repasaba la ropa, mientras María, respirando á sus anchas, se entretenía en hacer montoncitos de arena, único juguete de las niñas pobres.

Llegó ayer ese hombre, se sentó en un banco al lado del que yo ocupaba, llamó á María; la hizo caricias. . . . Señor, ¡yo le miré con ojos de madre agradecida y orgullosa! Seguí repasando mi ropa, con la vista fija en la labor, y de repente me dió un vuelco el corazón: María no estaba allí; el hombre tampoco. Corro, pregunto, lloro.... ¡usted sabe que las lágrimas de una madre ablandan las piedras!.... transeúntes me dicen: "Por aquí pasó en brazos de un hombre; iba gritando: Mamá!.... Mamá!...."-Y el hombre ¿qué dijo? “Que era el padre de la criatura y la llevaba á casa de la madre." ¡Dios mío, qué pena! Sigo recorriendo de arriba abajo todo el barrio: ¡ni una señal, ni un dato!....

Se llamaba ó le llamaban Dubois. No sé si de nacimiento, ó porque le hubieran encorvado los pesares y los años, era muy pequeño de estatura. La barba blanca; el andar atáxico; en la mano izquierda una muleta y en la derecha un garfio.

Todavía se mantiene caliente y de pie en mi retina. Todavía veo sus zapatillos de orillo, su pantalón borroso, su gabán raído, pero limpio. Luego, una chistera pequeña, como de amazona; entre la cinta y el pelo del sombrero una porción de plumas, de variados colores, que recogía en su tardo paso de Cristo rendido por la cruz del trabajo, y sobre la espalda, como un inri, la espuerta de su vida, el cesto dentro del cual sacudía papeles y andrajos, que pescaba al azar, con el garfio de la miseria.

¡Dubois!.... Alguna vez le dí diez céntimos y le envié una mirada de amigo. Parecíame, en pleno boulevard, un feto coronado irónicamente de plumas, con un cuévano á

cuestas.

Le miraban pocos; le sentían menos. ¿Qué importaba? Salía á las diez de la noche y cruzaba como una sombra las calles principales. En los altos espejos de los almacenes reflejábase á veces, herida por la luz eléctrica, su silueta deforme, algo de extravagante y grotesco, mientras la sombra de las plumas de su chistera se extendía á lo largo de las paredes, subiendo y bajando á compás del andar del viejo que se arrastraba penosamente. Á veces también detenía el paso y dirigía á los manjares y bebidas de las mesas una mirada de asombro triste.

Con indiferencia inaudita, con abandono característico en todos los mendigos de raza, cruzaba anoche, -cuando desfilaba su ruidoso torbellino una multitud de carruajes lujosos, brillantes, el espacio que separa la calle de Mathurins de la calle Caumartin, vértigo de ruedas, laberinto de bestias; espacio que había de ser, en su largo martirio, el que separa la vida de la muerte.... Le atropelló el coche de una señora que debía tener mucha prisa, según la que llevaban sus caballos. Iría quizá al teatro; de todos modos no era cosa de perder un instante.

Apenas lo percibió el cochero. Aquello que caía en el arroyo, entre las patas de una caballería y las ruedas de un carruaje, más parecía fardo que hombre, un paquete con plumas de gallo.

¡Pobre Dubois! Después de todo, no iba á hacer nada. malo; iba á pasar.

**

Sentado en un rincón del Grand Café, entre la calle Scribe y el boulevard de Capucines, yo recordaba, á las nueve de la noche, el gran festín á que se había entregado una hora antes la Mesalina moderna. Aún se alcanzaba á ver, por entre las ramas de los árboles, que ocultaban, á manera de hiedra, el frontispicio de los bouillons parisiens,' el ir y venir de los blancos delantales de las camareras, cargadas como bestias con los desperdicios de suculentas cenas. Á lo largo del boulevard, en todos los hoteles y restaurantes, así como

"Bouillons parisiens" - French name of certain popular restaurants,

también en las últimas tabernas, el mismo banquete en honor del Grand prix' y corriendo por todas las calles, salida de sótanos y portales, la misma bocanada de aire impregnada de fuertes olores á comida caliente....

Sentí un malestar grande, como si yo también ejerciera de boa. Figurábame que me había crecido un poco la barriga, y que yo era ya uno de los muchos panzudos de la villa. Salí en busca de aire que no oliera á salsas de pomada; atravesé la plaza de la Concordia; llegué al puente sobre el Sena.... La tumba de Napoleón se destacaba, como un girón de oro, en la negrura del espacio, y no sé porqué me pareció que la enorme rotonda, con su larga aguja, era un gigantesco casco de acerada punta, como casco de hulano, que se desprendía lentamente del cielo para tapar la oreja parisiense. . . . Un vozarrón me gritó al oído: ¡Attention!....y pasó rozándome un enorme carro de comidas.

Buena cosa es el progreso; pero, no puedo remediarlo: esa locomotora que recibe vítores de la prensa porque fué de Jafa á Jerusalén, y atruena y apisona recónditos parajes, como el Gólgota, cuya silenciosa tristeza no se había enturbiado á través de tantos siglos.... esa locomotora victoriosa me da á mí mucha pena; porque ya no le queda nada á la poesía: ¡ni el huerto de las Olivas!

Y si el progreso material no respeta la tierra santa, el progreso intelectual no respeta la tierra de los sepulcros. Al pie de la sepultura de una niña, gritó ayer un racionalista que con otros muchos enterraba civilmente á la muerta: — ¡Viva la revolución social!

-¡Viva Dios!-respondió un sacerdote que llegaba al mismo tiempo acompañando el entierro de otra niña. Hubo gritos, silbidos, protestas, gran escándalo entre los grupos de ambos partidos.

Las niñas muertas no podían, afortunadamente, enterarse de la gresca religiosa. Vestidas de blanco, pálidas, con los ojos bajos-como si las avergonzara el espectáculo de la lucha esperaban en el fondo de la zanja las paletadas de

"Grand prix" - the French name of the Parisian Derby. 'Ejercer de- to act the part of.

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