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Aunque tan digno de ser escuchado por su materia y su forma y por la categoría de los suplicantes, este clamor de la justicia resonó en el recinto de la Convención Nacional del año de 1834; y no obstante que abogaban á su favor las simpatías de muchos de sus miembros que comprendían muy bien que no se trataba del interés mezquino de muchos particulares, sino una cuestión vital de aquellas en que más altamente se hallaba comprometida la riqueza pública, sin embargo fué desatendida, porque desgraciadamente tan irresistible era todavía el imperio de las deslumbradoras utópias de extemporáneo y superlativo liberalismo, que el frenesí repúblicano había hecho adoptar como dogmas sagrados. La Convención prohijó el artículo constitucional, que declaraba libres á los esclavos-venidos del exterior, y permaneció inflexible en cuanto á la época de la emancipación.

Pero las lecciones del escarmiento nunca son perdidas. Si al primer embate no logran derribar el muro que atacan, imperceptiblemente minan y socaban sus cimientos, y cuando más firme se le cree, sin necesidad de nuevo empuje se desploma y cae por tierra. Así sucedió en el caso presente.

Los hacendados no osaron volver á respirar arredrados por la esterilidad de su tentativa de desagravio ante la Convención. Pero las verdades, que habían dicho, fueron recogidas por algunos de nuestros pensadores que las masticaron en el silencio de la meditación, combinando el estudio de las cosas con el de las ideas, y no solo las comprendieron, sino que se familiarizaron con ella. Algunos de estos próceres se encontraban en el seno del Congreso de Huancayo, blanco de mordaces é inmerecidas maledicencias, y felizmente con su conducta acreditaron que el Perú no carecía de hombres de Estado, de saber práctico, que no eran extraños á la verdad vulgar en pueblos más adelantados, de que los Legisladores no son filósofos declamadores, que escriben ampulosas teorías para embriagar á sus lectores, sino apoderados de los intereses de las naciones que ya que no los miran como úni co norte de su marcha, al menos lo deben tener presente como primer elemento que la de entrar en la confección de las leyes que dictaren, amoldando y modificando á él los principios, que aprendieran en las aulas, no para lucir, sino para aplicarlos, haciéndolos instrumentos de la felicidad de sus gobernados, no de su desesperación. Bajo este punto juicioso de vista, recordaron los inútiles lamentos de los agricultores de la Convención y enmendaron los errores de su irreflexión, suprimiendo el artículo, que atrancaba las puertas del territorio peruano á los esclavos que pueden venir de otros puntos del continente, y dictando una

ley que prorroga la emancipación á los 50 años, edad cuya sensatez salva á la moral de las zozobras á que la exponía la irupción feroz de un crecido número de jóvenes en el desenfreno de pasiones, no templadas por el estímulo del honor y de la moderación, fruto de la educación de clases mas elevadas. Los olvidados intereses de la agricultura fueron así consultados en la más larga permanencia de los pocos brazos que aún conservaba, y en la esperanza de reponer en algún modo los perdidos; y este beneficio se obtuvo sin ofender á la humanidad con la resurrección del odioso comercio de Africa, ni defraudar á los de los libertos, porque á más de ratificar el celo por su educación, se les señaló el jornal de un peso semanal pasados los 25 años. La agricultura se alzó del lecho de dolor en que se extinguía, respiró y bendijo la ilustrada equidad del Congreso de Huancayo, el primero á que había debido una mirada de compasión.

INFLUJO DE LAS COSTUMBRES EN FAVOR DE LOS ESCLAVOS.

Pero ¿qué importa que tales sean las leyes, si no se ponen en ejecución? Si; es verdad, pocas veces llega á tener cumplimiento la parte favorable á los amos: mas la que proteje á los esclavos, no sólo se ejecuta, sino con superabundancia.

¿La demanda de libertad se entabló? Nada importa que no aparezca ni sombra de razón legal en que apoyarla. Basta el pretexto mas frívolo, mas ridículo, para que se le dé acojida. ¡Libertad! Esta es una palabra májica que no bien hiere los oídos de nuestro ejército forense, agita sus melindrosos corazones, trastorna sus cerebros, los forma en falanje compacta y disciplinada contra el malvado amo que comete el delito de tener esclavos.

¡Sueña en alegar derechos! Es una especie de Paria á quien no se le concede ninguno. Al fin sácio de injurias, harto de improperios, cansado de pasos y gastos inútiles se rinde á discreción, y se contenta con recibir lo que le quieren dar, porque peor es perderlo todo. Las mas veces basta para su pago el importe de los jornales aglomerados durante el tiempo de la fuga; y si algunos pocos tienen la dicha de recuperar el esclavo, lo debe á la felonía del protector famélico que se ha tragado los jornales robados del amo, que el nécio esclavo había depositado en sus infieles

manos.

No es esta una pintura exagerada, sino la verdadera historia de estos ataques á la propiedad que todos los días autorizan los tribunales extraviados por su corazón. Verdad es, que no siempre sacan fruto de ellos los esclavos, pero si, que siempre pierden los amos. Asi es que el terror pánico que inspiran por la pérdida pecuniaria que causan, y por la más funesta de moralidad que excitan semejantes ejemplos, hacen que los amos más tercos, no solo contemplen, sino que adulen á sus siervos, y que la efímera autoridad que ejercen, léjos del peligro de que nunca sea opresora, mucho logra si alcanza á conciliar una obediencia menguada.

Y no son ciertamente los amos peruanos los que merecen sufrir esos descalabros judiciales. En las poblaciones el negrito ó negrita crece retozando con los niños, participa de sus alimentos y golosinas, viste de sus desechos, vá á la escuela y aprende en su compañía. Cuando llegan á ser grandes, viven con cierta familiaridad con los compañeros de su niñez y las mas veces son los favoritos de los padres que naturalmente les han tomado un cariño poco inferior al que profesan á sus hijos, particularmente las señoras dotadas de almas por lo común más compasivas y afectuosas. Como es consiguiente el resto de su vida lo pasan muy feliz, disfrutan comodidades muy superiores á su clase y en muchas casas hasta de lujo reprensible. ¿Hay cosa mas corriente que encontrar en las calles de Lima esclavas con ricas medias de seda, zapatos de raso y pañuelones bordados, y aún joyas de valor?

Los esclavos dedicados al campo no son menos dichosos, en proporción á su género de vida. El reglamento prescribe diez horas de trabajo, y en las más chacras y haciendas se darían por muy satisfechos con que fuesen ocho. Generalmente el trabajo se hace por tareas, es decir designando á cada esclavo una porción de terreno que debe labrar. Frecuentemente se vé que los laboriosos é inteligentes despachan su tarea temprano y piden una segunda, y algunas veces hasta tercera, por cada una de las cuales reciben el jornal de un hombre libre. Generalmente el monte les está abandonado para que en las horas de descanso corten leña, que llevan á vender á las poblaciones inmediatas: algunos conducen pasto, canastos ú otras baratijas, que siempre encuentran compradores. Estos siembran tierras que se les designan: todos crían gallinas, chanchos y otros animales domésticos, que mantienen con los granos del amo cuya generosidad les deja tomarlos francamente. El producto de estas pequeñas industrias, unido á la propina dominical, les hace siempre poseer algun di

nero que los económicos van acumulando para comprar un día su libertad; pero que la mayor parte consagra, de preferencia, á adquirirse los goces de mejorar el vestido y el alimento, proporcionarse cabalgaduras que mantienen en la hacienda á costa del amo; y sobre todo á satisfacer la sed insaciable de licores fuertes, que en todo el globo es la suprema dicha de la clase ínfima de la raza humana.-Acérquense los declamadores contra la esclavitud los días de fiesta á cualquiera de las tiendas inmediatas á las portadas en que se vende esa bebida favorita, y verán enjambres de negros y negras, vestidos aquellos de paño ó dril, estas de zarazas ó muselinas, cubiertas sus cabezas con sombreros de tres y cuatro pesos de valor, montados todos en asnos ó caballejos, y digan si esos trajes y la atronadora algazara y risotadas excitadas por el alcohol predilecto que resuena en todas partes, son síntomas de miseria ó de desgracia. Un día de cumple años, de bautismo, ó de matrimonio en los galpones, es ocasión de un tosco banquete en que se devoran huevos, gallinas, carne de chancho ó de carnero, pescados diferentes, acompañados de buen pan de trigo, y regados con copiosos tragos del excelente aguardiente de Pisco; tráigase á presenciarlo uno de esos irlandeses, que terminan su vida sin que sus paladares hayan sido nunca regalados con otros sabores, que los ingratos del suero, y tal ó cual papa, ganados con el sudor de doce horas y catorce de infatigable trabajo, y ¿digan si son desgraciados nuestros negros? ¿Qué encuentran preferible si su famélica libertad nominal, ó la calumniada esclavitud de estos? Ni es tampoco un fenómeno tan raro, que desdeñen romper esas cadenas que se ponderan como tan pesadas, á pesar de poscer los medios de lograrlo. Galpón ha sido invadido por los montoneros en nuestras guerras civiles cuyo botin no ha valido menos de quince mil pesos, cuyos dueños no soñabau antes en dedicarlos á la adquisición de una libertad que no apetecían. Se la han ofrecido tambien muchas veces esos mismos montoneros, sin mas trabajo que unírseles en sus correrías, y lejos de aceptarla, han huido apresurados del contacto de sus peligrosos protectores. ¡Que síntoma mas doloroso de la vergonzosa degradación de la especie humana que estado produce! esclamarán muchos doctores petulantes. Mas los pensadores juiciosos, acostumbrados á sondear los rincones del corazón humano, interpretarán semejante abnegación como prueba inequívoca de un bienestar real y positivo, que habla mas elocuentemente que las metafisicas charlatanerías de sus detractores.

Aun existe otra clase de esclavos que superan en bienestar á los del servicio doméstico ó rural; estos son los jornaleros. Pagan á sus

amos una cantidad diaria moderada, mediante la cual viven por su cuenta dedicados al ejercicio que prefieren. Los hombres generalmente se dedican á aguadores ó cargadores de esquina; las mujeres á cocineras ó lavanderas. Todos ganan sobrados para pagar su jornal y vivir en medio de cuantas comodidades apetecen: á muchos les produce su industria mas de dos pesos diarios. ¡De tres á cuatro mil francos anuales! Blanco suspirado de la afición de un oficinista francés, que solo obtienen para consuelo de la vejez uno que otro bienhadado como galardón de asíduo trabajo, de inteligencias bien cultivadas! Y lo ganan fácilmente los envilecidos esclavos del Perú sin mas que un trabajo grosero de seis ú ocho horas en los días que quieren, durmiendo á pierna suelta las noches en mullidos colchones, despues de henchir sus estómagos de comidas suculentas y sabrosas: mientras que al trabajador de las fábricas de la opulenta y libre Inglaterra le vale un chelin catorce ó diez y seis horas de labores mortíferas para las que no les dá fuerzas su desapacible y desustanciada sopa, y el suficiente sueño que apenas se le permite. Y estos son los bienaventurados, porque se les dice que son libres, y aquellos infernalmente malhadados, porque llevan el apellido de esclavos de que tal vez no se acuerdan jamás.

Derecho de propiedad y de libertad compulsoria, limitación de trabajo y castigos, educación religiosa é industrial, libertad de vientres, protección de los tribunales, esto por las leyes. Por las costumbres, vestido decente y aún lujoso, alimentos sobrados y gratos; permiso para trabajar por su cuenta, caricias y aún favoritismo de los anios. Hé aquí la significación de la palabra esclavitud en el Perú. Mientras que en las Antillas inglesas y francesas, y en los Estados Norte-americanos y el Brasil, ella quiere decir ausencia abslouta de todos esos derechos, nulidad de todos esos goces.

Bien se comprende que tal estado verdaderamente desolador pudo y debió ser leña que encendiese la escandescencia de los corazones nobles y generosos de aquellos países contra una opresión tan injusta y degradante, y desatase sus lenguas para tronar por la terminación de abusos tan reprobados, y en favor de la dignidad del hombre hollada impunemente. Pero que esos sentimientos exaltados en grado proporcionado al infortunio tambien exagerado que les motivaba, se quiere, por una imitación facticia, aplicarlos á la innocua esclavitud peruana, tan distinta de aquella, solo por que se llama esclavitud, tambien es además de injusticia ridícula parodia.

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