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ESTADO ACTUAL DE LA LEGISLACIÓN PERUANA SOBRE LA
INTRODUCCIÓN DE ESCLAVOS.

El decreto de 24 de Noviembre de 1821, dictado por el General San Martín, hemos dicho ya que por la ilegalidad de su orígen y por las circunstancias que lo inspiraron, no pudo tener otro caracter que el de provisorio; y como todos los que le tienen, espiró sepultándose en la ley permanente sobre la misma materia, emanada de la primera representación que de ella se ocupó que fué el artículo 152 de la Constitución de 823. Desde el día de la publicación de este primer pacto fundamental peruano, si fueron libres los esclavos que venían del exterior, era únicamente en virtud, no del decreto que no existía, sino del referido artículo que le sostituyó, el cual fué trasmitido en herencia por las Constituciones de 827 y 834. Más hecha la supresión de ese artículo por la de Huancayo, borró la única ley que vedaba la introducción de esclavos en la República, y como la misma Constitución autoriza á todo ciudadano á ejecutar lo que no está prohibido por las leyes, nadie negará el derecho incuestionable que la promulgación de la Constitución de Huancayo dá á todo peruano para importar esclavos en nuestro territorio.

Tampoco existe ninguna traba internacional que coarte ese derecho. El Perú no ha celebrado hasta ahora el tratado de abolición del tráfico africano, que la Inglaterra procura imponer á todas las naciones. Es verdad que en un tratado de comercio con la Confederación Perú-boliviana se encuentra un artículo en que ambas naciones se hacen el ofrecimiento de contribuir á que el tráfico se extinga. Pero entre este ofrecimiento, y el compromiso expreso de dar el tráfico por extinguido, hay una diferencia muy palpable; porque el compromiso impondría una obligación perfecta, mientras que el ofrecimiento apenas supone una cooperación voluntaria de más ó menos extensión. La mejor prueba de la exactitud de esta inteligencia es que el Gabinete de San James ha acreditado que coincide en ella, solicitando varias veces, sin fruto, por medio de su representante en el Perú, la celebración del tratado de abolición que habría contemplado supérfluo, si considerase al Perú obligado á la extinción del tráfico que ese pacto tiene por único objeto.

El mismo Gabinete ha demostrado tambien, con pruebas irrebatibles de hecho, que no juzga en vigor el tratado de comercio con la Confederación en que se lee el artículo de los ofrecimien

tos. Esa prueba es haber estipulado en 20 de Setiembre de 840 otro tratado de comercio con Bolivia, que formaba parte de la Confederación. Cuando conceptúo necesario un nuevo tratado con una de las partes de la Confederación, fué porque el celebrado con él todo lo miraba como nulo para Bolivia, y por lo tanto ella misma ha declarado, que no puede tenerlo como subsistente para el Perú, que es la otra parte integrante de ese todo que no existe. Sobreabundan las razones en apoyo de estas verdades; más se evitan á causa de que las insinuadas sobran para dejar fuera de duda, que, á juicio de la misma Gran Bretaña, el artículo citado no impone al Perú la obligación perfecta de la abolición del tráfico de esclavos, y que el tratado con la Confederrción ha caducado de hecho y de derecho.

El 18 de Octubre del año 825 se celebró entre la Inglaterra y el Brasil el tratado de abolición, y por su artículo 1o se reservó el último el derecho por cuatro años más de traer de la costa de Africa todos los esclavos que pudiese.

En los años de 839 ú 840 tuvo tambien lugar con el Ecuador el mismo tratado, declarando extinguido de una manera absoluta el tráfico de esclavos; más al aprobarlo las Cámaras Ecuatorianas, hicieron la modificación de que se había de estipular un tratado ó artículo adicional, en que se expresase, que el Ecuador quedaba autorizado á introducir esclavos del continente americano. El Gobierno inglés rehusó al principio consentir en la modificación, dando por causal, no que la contemplase en sí digna de reprobación, sino que podría servir de velo tras el cual se escondiese la continuación del tráfico de Africa, llevando los buques negreros sus reprobados cargamentos á puertos del continente americano y desde allí pasándolos al Ecuador. Permaneció así paralizada la cuestión por un cierto tiempo; más posteriormente Mr. W. Cope, Encargado de Negocios Británicos, ofició al Gobierno del Ecuador, anunciándole que había recibido instrucciones expresas del Conde de Aberdeen, para celebrar el tratado adicional.-Efectivamente se celebró, concediéndose al Ecuador la facultad de introducir de la Nueva Granada los esclavos que allí lo fuesen á la fecha en que se celebraba el tratado adicional.

La condescendencia de la Gran Bretaña en los dos pactos con el Brasil y el Ecuador, revelan dos datos muy importantes: 1° que el celo de la Inglaterra se halla concentrado en obtener el triunfo de la elevada cuestión humanitaria de que los hombres libres no se conviertan en esclavos, más como indiferentes á esta cuestión, nada le importa que los que existen en esa condición,

se encuentren en tal ó cual punto, y que de consiguiente se trasladen de uno á otro, mucho más cuando así lo exige la conveniencia de este ó aquel pueblo; 2o que tal es el respeto que á su conveniencia le tributa, que en homenaje á ella no trepida hasta en cejar en su propósito, como lo ha hecho en obsequio del Brasil, infringiendo temporalmente su principio primordial de la abolición del tráfico africano y tolerando su propagación por un período determinado.

Ya hemos dicho que el crecido número de esclavos que devoraron los combates de la independencia, los que á consecuencia de ellos quedaron libres, los que lo han sido y lo son diariamente por la profusa protección de los tribunales, han disminuido considerablemente la esclavatura en nuestro país; y su falta tiene á muchas haciendas y chacras abandonadas enteramente, otras mal trabajadas por insuficiencia de brazos y amenazadas de verse condenadas dentro de poco tiempo á la misma suerte que las anteriores.

Al principio de nuestra emancipación nos lisonjeamos con la esperanza halagüeña de que la superabundancia de población de la Europa iba á desbordarse sobre nuestras playas y cubrirlas de enjambres de labradores, mucho más industriosos é inteligentes que los esclavos, y que llenasen con usura el vacío que estos habían dejado. Pero 23 años los hemos esperado inútilmente y aún está el primero por aparecer. Este desengaño cruel nos lo han explicado los datos más exactos acerca de esta especie de negocios, cuya adquisición debemos al roce con las naciones extranjeras. Ellos nos han hecho comprender que con una inmigración voluntaria semejante á la que acude á Estados Unidos, no debemos contar hallándonos á tanta distancia de Europa, siendo tan costoso el pasaje y no habiendo en la costa tierras baldías con cuya donación compensar, como allí, á los colonos el sacrificio de viaje tan penoso y dilatado. No habría, pues, otro medio probable de lograrlo, que por contratos celebrados por los hacendados con negociantes que se comprometiesen á traerles un número determinado que tenía necesariamente que no ser pequeño para que el negocio prometiese lucro. Todo esto exige adelantos de consideración y por un tiempo largo que supone en los agricultores una suma de capitales ociosos, de que los tiene privados la misma postración de la agricultura. Más aún allanado este primer obstáculo insuperable-quién garantiza que hombres pacíficos abandonarían su patria en busca de las condiciones de un contrato no muy seductor, y cuyo cumplimiento les haría justamente calcular muy precario la perpétua ajitación que se ha hecho enfermedad endémica de nuestro clima?

Pero contémoslos ya entre nosotros-¿Querrían libres y blancos trabajar lado á lado con los esclavos negros? ¿Se desentenderían de la preocupación de los colores en un país en que la hallaban en todo su imperio? ¿La misma consideración y respeto que le tributarían los negros sus compañeros, habituados á llamar amo á todo blanco, no haría insoportable su condición? ¿No aumentaría su natural repugnancia la perspectiva de mayores ventajas con que las poblaciones inmediatas brindaban á su raza y aptitudes? ¿No los haría indóciles y difíciles de gobernar? ¿Y esa indocilidad no terminaría por cansar á los amos de colonos disgustados y violentos, y presentarles como muy preferible á una lucha constante acordarles la libertad de rescindir de sus contratos aunque fuese á costa de sufrir la perdida de sus crecidos é inespertos desembolsos; pérdida que sería el golpe mortal dado á sus escuálidas fortunas? El temor á esas contingencias es el que ha acobardado á los hacendados á tentar ese género de empresas.

Aún más difícil se presenta la bajada de los indios de la sierra á las costas. Si fuesen menos indiscretos en el abuso de las frutas y licores fuertes, creemos que no serían tan frecuentes los ataques de tercianas, disentería y tabardillos que los asalta á su venida del interior. Pero el hecho es que lo sufren, que la asistencia de los hospitales hace mortífera para los más esas enfermedades, y que su ignorancia las atribuye, no á sus desarreglos sino á contradicción del clima con sus temperamentos. De allí el disculpable horror con que miran á la costa; horror que les sirve de obstáculo para fijarse en ella, á despecho de la tentación seductora del jornal mucho más crecido que ganan. Asi es que este eficaz aguijón de la codicia, ni las esmeradas solicitudes de los hacendados han logrado vencer su repugnancia más que en algunos puntos del Sur, á que se logran atraer en pequeño número, y durante el determinado período de veinte días que llaman mita al cabo de los cuales se vuelven presurosos á los escarpados cerros. Y el fruto de estas labores trashumantes ¿cuál ha sido? Mezquinas cantidades de producciones, cuyo costo es el duplo ó triple de las mismas cosechadas por esclavos en el Norte. No negamos que esa preocupación de los indios contra la costa, por mas arraigada que esté, puede ir cediendo paulatinamente á incentivos tales como la exención del servicio militar, la de pago de tributos y otras análogas con que se propusiera atraerlos un Gobierno previsor que se ocupase sériamente de trabajar por el fomento de la riqueza nacional. Más, aun así el resultado no sería inmediato, sino moroso y parcial.

¿Y á remedio tan tardío, y al que no sería más veloz en sus efectos, el de la inmigración europea, se encomendará el alivio. de la actual rápida decadencia de nuestra agricultura espirante? ¿La mortal dolencia de hoy no abrigará mas esperanzas de cura que en medicinas con que no se puede contar sino mañana, y un mañana tan vago é incierto? Cuando ese mañana llegue, si es que llega-¿no es probable que los miserables restos de capitales que aún quedan, se habrán acabado de aniquilar, y que entónces no será un enfermo el que se trata de curar, sino un muerto el que sea preciso resucitar? ¿Y quién es el que se jactará de poseer la palabra divina entónces para decir á este nuevo Lázaro levántate y camina?

Cuando el Brasil celebró su tratado de abolición, poseía ya un acopio inmenso de esclavos, que continuaba aumentando en virtud del mismo tráfico, y el Perú hace un cuarto de siglo que no dá un solo reemplazo á las bajas cuantiosas que han decrecido el fondo mucho menor que tenía el tiempo de la independencia. El Ecuador antes de la suya, no acostumbraba cultivar con esclavos sus campos mas feraces que la excesiva humedad, y que fecundados por la acción poderosa del sol equinoccial, encontraba gente bastante eficáz en los brazos libres habituados á esa especie de labores limitadas. Sin embargo, el último ha obtenido de su contemplativa benevolencia de la Gran Bretaña la adquiescencia para llevar esclavos de la Nueva Granada, y el primero, mucho más, hasta la contradicción de su mismo principio predilecto de la abolición de la aborrecible trata. Y todo se le negaría á la necesidad de la agricultura peruana, por ser mucho más urgente y perentoria? Solo á sus clamores, por más justos, se mostraría sorda la sabiduría y cuerda discreción de esa nación mesurada?

Poco conoce el espíritu de severa é imparcial justicia que domina en los consejos de San James quien tal afirma. Solicita el tratado de abolición de las demás potencias, porque solo en el derecho perfecto que de esos pactos emana, encuentra fundamento para intervenir en el ejercicio de la trata que mútuamente se hayan comprometido á extinguir. Y como el Perú á nada se ha comprometido, vería con dolor, más sin violarlo, á su pabellón ejercer ese repugnante comercio; si el Perú fuese capaz de hacerlo, y no dudaría en comprar su extinción, como el Brasil, á costa de un limitado período de prórroga si lo exigiese.

Más el Perú sin necesidad de lecciones agenas de filantropía, no ha soñado nunca en hacerle tamaña ofensa: así es que fué unánimemente deshauciada una solicitud para la resurrección

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