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EL REI.

«Presidente i oidores de mi audiencia de la ciudad de Santiago en las provincias de Chile. Habiéndome representado la ciudad de Mendoza i provincia de Cuyo los grandes trabajos i molestias que padecen sus vecinos i naturales a causa de la falta de indios que se espeimenta en aquella tierra por pasarlos contra su voluntad, vos, el presidente, a esa ciudad con varios pretestos, i encomendarlos a los vecinos de ella, en contravencion de lo dispuesto por las leyes, sin atender a los de la referida ciudad de Mendoza i provincia de Cuyo, ni a los méritos de aquellos vecinos i naturales, ocasionándose por este motivo el que, teniendo los mas de dichos indios sus encomenderos en esa ciudad, i arrendándolos éstos a las personas que mas les contribuyen por ellos, por no esperimentar este rigor, se huyen algunos a la provincia del Tucuman, i otros entran a las campañas a vivir e idolatrar con el jentilismo que en ellas habita; i que no teniendo aquella ciudad i provincia para su manutencion mas medios que algunas viñas, cuyo fruto de vino i aguardiente lo conducen sus vecinos por tierra en carretas a Buenos Aires, Santa Fe de la Vera Cruz i Córdoba del Tucuman, son grandes, así los derechos que pagan al tiempo de la salida de sus casas por la licencia, como los agravios i contribuciones que esperimentan en Buenos Aires i Santa Fe; i suplicándome que, en atencion a ello, fuese servido separarla de la jurisdiccion de ese gobierno, i agregarla a la de la audiencia de la Plata, para lograr por este medio algun alivio en las vejaciones que esperimenta; i>in embargo de que, en intelijencia de lo referido i de los informes que cerca de esta instancia se han recibido, i ha espuesto el fiscal' de mi consejo de las Indias, ha parecido denegar a la mencionada ciudad i provincia la separacion de la jurisdiccion de ese gobierno, he resuelto ordenaros i mandaros, como por la presente lo hago, que, de aquí adelante, observando las repetidas leyes i cédulas que os están espedidas en favor de los indios i su alivio para su mayor conservacion, mantengais i ampareis a los vecinos i naturales de la dicha ciudad de Mendoza i provincia de Cuyo en sus usos i costumbres, ley's i ordenanzas, sin hacerles ni permitir se les haga agravio alguno por ningun motivo, que así es mi voluntad, i conviene a mi servicio. Fecha en Madrid, a 29 de noviembre de 1716.-YO EL REI. Por mandado del Rei, Nuestro Señor,

Don Francisco de Cast jon.»

Me parece que nadie sostendrá que el cacargo da lo a la audiencia de Santiago por la cédula precedente era judicial.

Los escritores arjentinos pueden convencerse por esto de cuán equivocados andan, cuando sostienen que las audiencias no tenian atribuciones gubernativas, las cuales desempeñaban en union con el presidente.

II.

El obispo de la Concepcion, d on Diego Montero del Aguila, dirijió al soberano la siguiente carta, que el cronista don Vicente Carvallo i Goyeneche ha dado a luz:

«Señor. Sirvióse Vuestra Majestad promoverme a este obispado de la Concepcion de Chile, i tengo dado parte a Vuestra Majestad de mi consagracion i llegada en otras dos ocasiones; i en continuacion de lo que me incumbe, paso a dar cuenta a Vuestra Majestad de mis progresos, i del estado del reino.

«Luego que llegué, traté de dar principio a las operaciones episcopales, no como mi tibieza demanda, sino como pide la real confianza de Vuestra Majestad, cuando fuí promovido a esta silla. Entrado en ella, me informé del reino, del distrito, i de sus conversiones; i hallé todo estar informe, porque los prelados que ha tenido este obispado, por la mayor parte, han sido de tan crecida edad, que han admitido este obispado mas para tener una honrada mortaja, que para dirijir sus importancias en lo espiritual, no por falta de celo, (porque han sido varones justos), sino por no tener fuerzas para discurrir sus inmensas distancias. De manera que, desde que se descubrió este reino, no ha habido obispo que las haya peregrinado, ni gobernador militar que las haya querido ver. Un obispo fué, habrá ochenta un años, a la provincia de Chiloé, por mar; otro a la plaza de Valdivia, i se volvió en el mismo bajel; pero ninguno ha examinado la tierra, lugares, costumbres, i estado de ella, si no es por noticias i relaciones, unas de unos lugares, i otras de otros. A vista de esto, me resolví a verlos todos; i en efecto me embarqué para la provincia de Chiloé, próxima al estrecho de Magallanes, que se compone de la isla grande i principal, i veinte i seis pobladas en su archipiélago, i las anduve todas, tomando cuenta de la doctrina cristiana, haciendo ordenanzas, i dejando aranceles, i quince mil sesenta personas confirmadas. Pasé a la plaza de Valdivia, i visité todos los castillos, i dispuse en todas sus iglesias lo que necesitó de remedio, i pudo tenerlo. Hubo gran contradiccion de los gobernadores seculares en órden a que penetrase la tierra desde dicha plaza basta esta ciudad, fundada en que sus habitantes eran jentiles, i su paz siempre du

dosa, i el enemigo comun habia esparcido entre ellos que el obispo habia echado la langosta de las islas a su tierra firme, i llevaba botijas de peste para maleficiarlos, i sobre todo iba a quitarles la pluralidad de mujeres que habia sido su costumbre heredada de sus padres. Sin embargo, fiando de la misericordia de Dios, emprendí con mis familiares solos la entrada, i reconocí todas las ciudades perdidas. Visité las misiones de los relijiosos de la Compañía de Jesus; i como estos lugares no están consecutivos, sino en los estremos del territorio, peregriné mas de cuatrocientas leguas sin mal suceso, aunque con trabajo, i algunos peligros imajinados. No caben en una carta todas las noticias de lo que he visto i tanteado, i se requeria un volúmen grande; pero apuntaré lo sustancial para que Vuestra Majestad haga el juicio que fuere servido.

«Este reino se compone de ocho ciudades: la de Santiago, que es la corte i silla principal, la de Serena o Coquimbo, la de Mendoza, i la Punta, que tocan al obispado de Santiago, i nunca tuvo mas, ni se ha disminuido alguna; i todos sus pueblos, valles i campos están reducidos, poblados de españoles, i en órden regular, de que dará larga noticia su obispo, a quien me remito. Camínanse desde Santigo hasta cincuenta leguas; i al fin de ellas, comienza el distrito de este obispado, i se continúa hasta esta ciudad por término de otras cincuenta leguas con ménos habitadores, que el del obispado de Santiago, pero todas de paz i pobladas de jente buena, la mayor parte mestizos, hijos de españoles e indios, i la menor de jente principal, i de obligaciones, que tienen algunas encomiendas i cuidado a las armas. Desde esta ciudad, se caminan dos leguas a un rio formidable, que se llama Biobío, i en tiempo de estío, tiene media legua de ancho, i en tiempo de aguas, mas de una; i desde allí hasta el estrecho de Magallanes, tierra del Fuego, cabo de Hornos, i tierra de Salvajes, llamada así, a lo que creo, porque sus habitantes se sustentan de yerbas incoctas, hasta la isla grande de Chiloé, caminando a esta ciudad corren doscientas leguas; i no hai ni español, ni cristiano, ni predicacion evanjélica, porque, aunque, son innumerables las naciones que residen allí, i en su intermedio se forma el estrecho i tierra del Fuego, ni hai accion, ni fuerzas, ni caudal para pasar a estos parajes. Es mucha la mies que se deja ver, i ningun operario que la haya querido examinar. Duéleme el corazon cuando lo considero, pero no debe de haber llegado el tiempo que Dios tiene determinado para que su gracia alumbre aquellas partes, i se lo suplico en mis tibias oraciones. Desde dichas islas de Chiloé hasta Valdivia, habrá treinta leguas, i desde Valdivia a esta ciudad,

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mas de ciento; i en este intermedio, hubo doce ciudades ricas, pobladas de muchos españoles, i todos los conventos de relijiosos i relijiosas, i hai capacidad de vegas, rios, i ángulos para otras doce ciudades. Apretábase la mano a los indios en la saca de frutos, i oro; i rebelados, mataron españoles i españolas, reservando las que, por su cara i poca edad, fueron objeto de su desórden, i destruyeron las iglesias, las capillas i murallas de ocho ciudades, que estaban en el corazon de la tierra; i no queda mas memoria de ellas, que las señales de los cimientos, que aun se conservan en sus cuadros i divisiones, por haber hecho los indios empeño de no habitarlas, ni permitir que otros las habiten, aunque sean amigos, i relijiosos misioneros; i quedaron cuatro ciudades en el nombre, i ésta solo en la sustancia, en los estremos de toda la tierra: la plaza de Valdivia, que, siendo un fuerte de soldados que sirve de frontera, se llama ciudad; la de Castro, que no tiene cincuenta vecinos españoles; la de Chillan, que tendrá otros tantos; i ésta, que tambien es frontera, i tendrá a lo sumo doscientos vecinos; i este es todo el obispado. Con haber quedado esta frontera en los estremos, se han sujetado las ciudades de Santiago, Serena, Mendoza i la Punta, que es el obispa→ do de Santiago, las cuales crecen tanto, que, de diez a diez años, no se conocen, ni las ciudades, ni los edificios, ni la jente, al contrario de este obispado, que, por ser donde se dan los golpes por mar, i por tierra, cada dia va a ménos de parte de los españoles, i cada dia a mas de parte de los jentiles. Esto es lo que toca a la tierra.

«Por lo que toca a los naturales, solo por donde he transitado, he visto mas de veinte mil jentiles, montados, con lanzas, espadas, i todo jénero de armas, ménos las de fuego, i hago juicio que pasan de cuatrocientos mil de Valdivia a la Concepcion, sin trascender las cordilleras,ni seguir las doscientas leguas de lonjitud hasta el norte, que no estan peragradas de españoles, ni de otras naciones, sino de indios bárbaros. No tienen culto, ni adoracion, ni altares, ni artes, ni oficios; ni conocen mas de un cierto espíritu que puede hacer daño, i no esperan provecho, ni amistad con él; i para efectos impuros, i que quite las enfermedades, le invocan; i los mas relijiosos entre ellos tienen cierta creencia de que van a resucitar detras del mar; i para ello, se les ponen (cuando mueren) comidas de matalotaje, avíos de camino, caballo, silla i espuelas. Todo su Dios son tres vicios: el ocio, la embriaguez, i la lascivia. Para el ocio, se retiran a los desiertos i ángulos de la tierra, i abominan tener lugares i ciudades de comun habitacion; cada uno tiene su rancho, i casillas de paja, i allí viven con sus hijos, mujeres i ganados, i solo los junta

LA C. DE L.

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la solemnidad del beber, citados a ciertos valles, campos o vegas. Los varones no trabajan; las mujeres siembran, hilan, i tejen, visten a los varones, i les dan de comer i de beber. La embriaguez dura todo el tiempo que hai que beber, haciendo vino de manzana, de semillas, i de frutas del campo; i los meses que falta la bebida, que suelen ser los de agosto i setiembre, padecen hambre intolerable, porque, como no trabajan, i siempre están embriagados, llega a consumirse el material; i luego que vuelve el tiempo, vuelven tambien los frutos, especialmente los silvestres, i pasan con ellos, i sus brevajes. La lascivia, hija del ocio i de la embriaguez, es sin mesura; pero nunca he averiguado que pase a ser nefanda. Las mujeres son de mas estrecha servidumbre, que en Arjel, porque no se reputan por iguales a los hombres en la libertad; los padres las venden, como venden una oveja, vaca o cabra. Siembra para el marido, hila, i teje para él todo el año; por esta causa, así como el que tiene mas ganado es mas rico, lo es el que tiene mas mujeres. Entre ellas, no hai celotipia respecto del marido, sino que están al arbitrio de él, i opta la que quiere; i la optada le ha de construir el primer dia una manta i otros vestuarios, ligas, o ce ñidores. La manta es una tela de hilos gruesos, de dos varas de ancho i tres de largo, abierta con un tajo por medio cuanto quepa la cabeza; i metida, cae una falda a los pechos, i otra a las espaldas. El que mas viste dos mantas; pero como las mujeres son muchas, sobran al cabo del año, al señor o marido, gran acopio, i éstas las venden, cambian, o dan por vino a los españoles, que despues las revenden entre nos otros. El hijo mayor hereda las mujeres, ménos a la madre; i si el tal hijo mayor se aficiona de alguna mujer de su padre, pone acechanzas al padre, i muerto, se queda con aquella, i las demas. Los varones sienten que de aquellas mujeres haya alguna infiel, i con levísima sospecha, la castigan, o dándole muchos palos, o muchas heridas, de que mueren; i si sanan, las venden. Pasando yo por la Imperial, castigó a una de ellas el cacique Inalican, cortándole con su alfanje un pecho, i no murió, ni ella se quiso apartar de su compañía, i venirse a los cristianos, i entre españoles, porque adoran en su misma esclavitud. Su conversion no es imposible, ni difícil, si se quisiera, porque, no dando adoracion a otro Dios, sino a sus vicios, ninguno apetece padecer martirio por ellos; i quitándoles la ocasion, hòi unos, i mañana otros, se hubieran reducido muchos.

«Caminando yo de Tolten a Boroa, salieron a cumplimentarme mas de quinientos indios jentiles; i debajo de una enramadilla de paja, me ofrecieron chicha, maíces cocidos, i no sé qué frutas. Yo les re

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