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usted razón de lo ocurrido desde mi citada anterior hasta hoy. Impuesto usted de todo, valorizará, sin duda, las molestias y sinsabores que he sufrido en estos días, con motivo de la indig. na conducta de los emigrados bolivianos, residentes en este Departamento.

Ya participé á usted que quebrantando estos las leyes de la hospitalidad, correspondiendo muy mal á los miramientos que se les dispensaba, y burlando la vigilancia de las autorida. des de la frontera, habían preparado clandestinamente una agresión á Bolivia. Don Julián Palacios, asilado en Yunguyo, hace como tres años, reunió, con mucho sigilo, una partida de veinte y tantos hombres, mal armados, y con ellos ocupó Copacabana, que se hallaba sin guarnición, en la madrugada del 11. Este suceso ha traído hasta ahora las desagradables ocurrencias que paso á referir á usted.

Sorprendidas por los agresores las autoridades de dicho Copacabana, hicieron en ese acto una corta resistencia, y el Comandante militar en jefe de la línea divisoria Sotomayor (el de los balazos al General Belzu) y los comandantes militares Estrada, del mismo Copacabana, y Barra, de Parquipucyo, abandonaron el pueblo, quedando prisionero sólo el corregidor del cantón don N. Roson. á los tres primeros los tomó después la indiada y fueron entregados el 12 á Palacios. El mismo día destacó éste una partida de tres oficiales y seis soldados sobre Tiquina, probablemente con el objeto de apoderarse de las balsas del estrecho, evitar el paso de las fuerzas de Linares y ensanchar su esfera de acción. Con noticia que tuvo el Coronel Solís de esa medida, dispuso que el Comandante militar de Yunguyo marchase con algunos vecinos del pueblo al punto de Juruna de nuestro territorio, que está á retaguardia de Copacabana, con el fin de tomar presos y desarmar á los de esa partida. Ella hizo con anticipación la travesía hasta Tiquina; más habiendo encontrado situadas las balsas á la banda opuesta y algunos preparativos como para expedicionar, se puso en retirada otra vez hasta Copacabana; y en el tránsito del indicado punto de Juruna, nuestros indígenas con el Comandante militar de Yunguyo, apresaron y desarmaron á los nueve agresores emigrados, á quienes he dispuesto les siga su causa el juez de derecho de la Provincia de Chucuito.

El Jefe político de Achacachi, don Ignacio Zapata, pasó, en efecto, el estrecho de Tiquina el día 13, con una fuerza como de cincuenta nacionales, para combatir á Palacios, y habiendo atravesado dicho punto de Juruna, se alarmó nuestra indiada y se mantuvo en esta actitud hasta las cinco ó seis de la tarde. A esa hora aparecieron nuevamente las fuerzas de Zapata en derrota y dispersión, de regreso de las inmediaciones de Copacabana, donde Palacios consiguió batirlos. Creyendo los fugitivos que la reunión de la indiada de Juruna, tenía por obje

to cortarles el paso, quisieron abrírselo á viva fuerza, y rom. pieron sus fuegos sobre ella, de que resultó muerto un indígena y tres mal heridos: uno de estos murió al día siguiente. Vién. dose atacados nuestros indios en su propio territorio, se lanzaron sobre los nacionales de Zapata y aprisionaron nueve de ellos, á quienes trajeron á Yunguyo para presentarlos al Co. mandante militar. La Prefectura da cuenta de este desagradable suceso, con un sumario imperfecto, y yo he ordenado que para corregirlo organice otro el juez de primera instancia de Chucuito, conservando presos en Juli á los nueve hombres.

En el encuentro de las fuerzas de Zapata con las de Palacios, mandó el primero hacerle una instrucción al segundo, hallándose presente los prisioneros Sotomayor, Roson, Estrada y Barra, de quienes hablo á usted arriba; y á consecuencia de un ligero cambio de palabras de Sotomayor, ordenó Palacios, con una autoridad inaudita, que se les matase á los cuatro. Al momento recibieron una descarga á quema ropa y cayó muerto Roson y agonizante Sotomayor, á quien acabaron de asesinar á golpes de fusil en la cabeza. La sangre me hierve de indignación al referir á usted semejante ferocidad salvaje. Es. trada y Barra salvaron milagrosamente y un doctor Nernul des, compañero de Palacios, los favoreció y pudo conseguir que pasasen la raya como expulsados; así es que ambos se presentaron en Yunguyo en clase de asilados. Como las declaraciones de estos nos servirán muchísimo para las cuestiones diplomáticas que se ventilen, he dispuesto que tratándolos con las consideraciones posibles, se les haga venir aquí, para que expongan judicialmente lo que ocurrió con ellos y cuanto han presenciado. Después regresarán á su país con las seguridades necesarias.

Sin embargo de hallarme solo y bastante indispuesto, mandé ayer al General Beltrán hasta Yunguyo, con el objeto de hacer cumplir inmediatamente mis órdenes de no dejar ni un emigrado en toda la Provincia de Chucuito, á la vez de recorrer la frontera y tomar los datos convenientes sobre Bolivia.

Por el órgano del Ministerio de la Guerra, doy un parte minucioso de todo lo que significo á usted en esta carta, con los documentos del caso. Por ellos verá usted que á mérito de las activas y enérgicas providencias que tomé para contener las demasías de la emigración, se ha conseguido embarazar la marcha que intentaron hacer por diversos caminos extraviados, disfrazados de indios y usando de todos los medios ima. ginabies y sigilosos, para auxiliar á los agresores de Copacabana, los cuales, por consiguiente, han quedado en completo aislamiento. Si alguno ó algunos de estos regresan á nuestro territorio, he prevenido que se les aprese y conduzca á esta ciudad con buena guardia y custodia para someterlos á juicio, y

además, como acabo de indicar á usted, que á cuantos bolivianos existan diseminados en la Provincia de Chucuito, sin distinción de clase, ni rango, se les obligue á salir de grado ó fuerza, en el término de 24 horas, á la del Cercado, puesto que su indigna conducta de faltar á las leyes del asilo, comprometiendo la política circunspecta del Gobierno, el decoro y la digni. dad nacional, les ha hecho perder todo derecho á los miramientos que se le dispensaba.

Ya que no pudo evitarse el ruin proceder de los que inva. dieron Copacabana, creo haber cumplido mis deberes y hecho cuanto era dable para cruzar los planes de aquellos, y alejar así las complicaciones internacionales que podían surgir más tarde. Para conseguirlo, he sufrido hora por hora mil y mil molestias é incomodidades de todo género; así es que éstos días han sido para mí muy mortificantes.

En cuanto al órden interior y al buen pie en que se encuen. tra el ejército que se dignó usted confiarme, me remito á mi anterior, porque nada tengo que agregar en esto: todo mar. cha, pues, sin novedad alguna.

Los sucesos de Copacabana hacen de todo punto imposible saber lo que pasa en Bolivia, ni las medidas que adopta Linares, pues la incomunicación es ahora absoluta y más extricta que nunca. Este es un síntoma alarmante, y recelo que suframos una violenta invasión, á pretexto de la cruzada que pene. tró á aquel pueblo. La incertidumbre de lo que resulte de esta situación durará pocos días. Para cualquier caso tengo tomadas todas mis medidas, conforme á las órdenes de usted, que cumpliré con exactitud.

Con el sentimiento de participar á usted noticias harto desagradables, termino esta, y me repito su muy atento amigo y afeetísimo S. S. Q. S. M. B.

Miguel San Román.

Excmo. Señor General Presidente don Ramón Castilla.

Lima.

Puno, octubre 19 de 1860.

Mi respetable General:

Desde el 11 del que rige han habido ocurrencias bastante sorprendentes en la frontera de Yunguyo, como se impondrá V.E. del expediente que se organizó inmediatamente por el Juez

de paz de aquel pueblo. Sin embargo diré á VE. algunas particularidades.

El 13, un Zapata, jefe militar, atacó á Palacios que ocupaba Copacabana: éste le salió al encuentro y tan luego como se avistaron ambas fuerzas, avanzó un señor Nernuldes, de la partida de Palacios, sobre las fuerzas de Zapata que constaban de 40 hombres más 6 menos, y les habló intimándoles rendición ó retirada, y que si rompían los fuegos, fusilarían á So. tomayor, Roson, Estrada y Barra que los habían llevado consigo; imprudentemente Zapata rompió los fuegos. En este acto, habló en voz algo alta Sotomayor á las fuerzas de Zapa. ta, motivo por el que ordenó Palacios que fusilaran á los cua tro; en realidad, pegaron una descarga de la que murieron Sotomayor y Roson: en este momento Nernuldes regresaba y -pudo salvar á Barra y Estrada los que han sido desterrados al Perú. He ordenado que se presenten en esta Capital para hacerles tomar una declaración y despacharlos á su país, prestándoles todos los auxilios precisos y guardándoles toda consideración; hoy estarán aquí.

Las fuerzas de Zapata en su fuga pasaron por Jurugua, te. rritorio nuestro, y sin más que presumir que nuestros indios podían tomarlos, porque estaban en grupos, rompieron los fuegos sobre estos, de cuyas resultas verá V.E., por el expediente que remito, que han muerto dos indios nuestros y dos heri dos. Además del expediente que remito he ordenado que organicen un sumario formal y más circunstanciado por si el que va tenga algunas nulidades. Irritados los indios de ver muertos y heridos á sus compañeros, trataron de atacar á aquellos y tomaron nueve prisioneros, á los que he ordenado se les siga el juicio correspondiente. Todos estos hechos han acontecido en nuestro territorio.

El Departamento en completa tranquilidad, y ofrezco á V.E. que durante mi mando no habrá la menor novedad.

Su atento y seguro servidor.

Lorenzo Tovar.

Excmo. Señor Gran Mariscal Presidente don Ramón Castilla.

Puno, octubre 20 de 1860.

Mi estimado general y amigo:

En alcance del correo del próximo vapor, hago á Arequipa este expreso, á las tres de la tarde de hoy, en que he recibido sucesivamente los partes que originales acompaño al Ministerio de la Guerra, sobre la invasión de fuerzas bolivianas á nuestro territorio por la frontera del Desaguadero. No sé si ella tendrá por objeto pasar sólo á Copacabana, para destruir la cruzada de los emigrados, de que dí cuenta á usted ayer, ó si será con la mira de hacer la guerra al Perú. He tomado ya las medidas necesarias para este caso, á fin de obrar con extricta sujeción á las instrucciones de usted, acerca de lo cual no debe tener cuidado alguno. El General Beltrán, á quien como dije á usted mandé anticipadamente á Pomata, me escribe de ese pueblo, con fecha de anoche, indicándome que, según todas las apariencias, la agresión boliviana se ejecuta como para hacer una guerra franca al Perú.

Me apresuro á dar á usted estos avisos, para que dicte las providencias que sean convenientes, y á fin de que, aun cuando sea por medio de un vapor nacional de guerra, para evitar cualquiera demora, me comunique usted las prevenciones que juzgue oportunas, lo mismo que á la división existente en Are. quipa, que, á mi juicio, debe estar dispuesta á obrar según las exigencias de la situación.

Temo que este propio no alcance al correo de Arequipa, pues los caminos deben de estar muy malos con la estación de lluvias que ha principiado, y por esto concluyo repitiendome de usted afectísimo amigo y atento.-S. S. Q. B. S. M.

Miguel San Román.

Excmo. Señor Gran Mariscal Presidente don Ramón Castilla.

Puno, octubre 21 de 1860.

Mi estimado General y amigo:

Por un extraordinario, que despaché á las tres de la tarde de ayer, participé á usted el aviso de haberse violado nuestro

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