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cana, que se pusiese en actitud de acometer á la enemiga, pero sin avanzar terreno. Los rebeldes se contuvieron con esto por un momento; pero á poco se lanzaron sobre los dragones mejicanos hasta llegar á la arma blanca. Entonces Santa-Anna destacó varias compañías de infantería, y los tejanos se retiraron á su campamento sin ser perseguidos.

1836. Al rayar la luz primera del dia 21 de Abril, el general Santa-Anna mandó formar un reducto para colocar el cañon; pero ese reducto no fué formado de una manera sólida como hubiera sido fácil hacerlo, pues hubo tiempo para poderlo levantar durante toda la tarde y noche anteriores, sino que se formó con los aparejos de las mulas, cargas de galleta, equipajes y otros objetos, extendiendo por el frente y derecha un insignificante y débil parapeto de ramaje.

El punto que Santa-Anna eligió para acampar no podia ser mas contrario á lo que enseñan las reglas del arte de la guerra. El menos entendido de los militares no habria escogido un sitio menos á propósito para el objeto. (1) Las tropas de los usurpadores colonos se hallaban á tiro largo de cañon, metidas en un espeso bosque que se encontraba á la derecha de la division mejicana: el frente de esta, aunque llano, estaba dominado por el fuego del enemigo que desde el bosque podia sostenerlo sin sufrir él ningun daño, quedándole por su costado derecho y por su espalda una franca retirada. Ninguna de es

(1) Así lo asegura el varias veces citado coronel D. Pedro Delgado en su relacion sobre esa campaña.

1836.

tas excelentes condiciones presentaba el terreno en que el general Santa-Anna se habia situado; en él no tenia campo suficiente donde maniobrar; á su retaguardia quedaba un bosquecito que iba á terminar en la orilla de la laguna; y extendiéndose esta por la izquierda del campamento mejicano hasta New-Washington, no quedaba terreno ninguno para una retirada, si la suerte de las armas era favorable á los tejanos. El coronel Don Pedro Delgado hizo algunas observaciones sobre este punto al general Castrillon algunas horas antes de que diese principio la batalla; pero su contestacion fué decirle:«Amigo, ¿qué quiere V. que yo haga? todo lo conozco; pero nada puedo remediar, porque V. sabe que aquí no obra mas que el capricho y la arbitrariedad de ese hombre...» Estas últimas palabras las pronunció Castrillon con alguna exaltacion, señalando la tienda de campaña en que estaba Santa-Anna. Ninguno de los generales y jefes, como se ve, juzgaba propio para emprender una accion, el sitio elegido por el general en jefe. Los soldados que notaban el disgusto de la oficialidad, participaban de ella, y empezó á decaer en ellos la fuerza moral y el entusiasmo que hasta entonces les habia animado en todas las acciones. A reanimar el espíritu vino la llegada de un refuerzo de quinientos hombres, al mando del general D. Martin Cos. Eran las nueve de la mañana cuando llegó esa fuerza al campamento, y el acontecimiento fué celebrado con toques animadores de cornetas y tambores y con entusiastas vivas de la division entera. Como la gente que acababa de llegar no habia dormido la noche anterior sino que habia caminado durante ella para llegar pronto al campa

mento, el general Santa-Anna mandó que se acostase á dormir en el bosquecillo inmediato, que, como tengo referido, quedaba á la retaguardia, dejando los fusiles y quitándose hasta las fornituras. Por mucho que el general en jefe confiase en el triunfo, no debió jamás dictar esa disposicion, cuando se hallaba el enemigo á tiro de cañon. Ninguna medida de vigilancia está de, mas cuando el contrario está próximo, por débil que á éste se le suponga, y mucho menos cuando, como en aquellos momentos, se ignoraba la fuerza que los rebeldes tenian y la calidad de sus tropas, cuya caballería osó la tarde anterior llegar hasta el campamento mejicano. Ninguna medida de precaucion tomó Santa-Anna, y su confianza creció, viendo que el dia pasaba sin que el enemigo saliera de su espeso bosque. Atribuyendo á impotencia de los contrarios lo que acaso podia ser plan meditado para que se descuidase toda disposicion precautoria en el campamento y caer de improviso sobre éste, no solo no tomó providencias de vigilancia, sino que á las tres de la tarde, despues de haber comido, se acostó á dormir la siesta, haciendo lo mismo su estado mayor. Como era natural, la tropa que nada tenia que hacer, imitó al general en jefe, tendiéndose bajo los árboles, mientras no pocos acababan de comer el rancho, otros andaban en diversas direcciones buscando ramas para hacer sus barracas, y los soldados de caballería llevaban desensillados los corceles á beber

agua.

Ese era el estado que guardaba el campamento de Santa-Anna á las cuatro y media de la tarde. En esos momentos en que el descuido era completo, se escuchó el to

que

dado por el corneta mejicano que estaba en la línea de la derecha, anunciando que el enemigo avanzaba sobre la posicion por aquel flanco. A la inesperada y alarmante señal de la corneta, Santa-Anna, su estado mayor y los soldados despertaron sobresaltados, y corrieron en confusion el primero á dar órdenes, y los segundos á empuñar las armas que estaban en pabellon. No podia haber órden en aquellos instantes de sorpresa en que muy pocos estaban en su lugar, en que los soldados de caballería tenian que ensillar á toda prisa sus caballos, y en que el refuerzo de quinientos hombres llegado con el general Cos que acababa de tomar el rancho, se ponia las fornituras, cogia el fusil y se situaba en punto conveniente cuando desconocia el órden en que estaba dispuesto el campa

mento.

1836. Entre tanto los tejanos avanzaban sobre la posicion extendiéndose en columna de ataque, formando una ala prolongada, con un solo hombre de frente ó de fondo, llevando en el centro la bandera de Tejas, y dos piezas de artillería, perfectamente servidas, á los flancos: su caballería ocupaba el frente de los mejicanos y se extendia hasta la izquierda de estos. La fuerza ascencia á mil hombres, componiéndose la mayor parte de ella de soldados de los Estados-Unidos que, pretestando ser desertores, favorecian las ambiciosas miras del gobierno de Washington, auxiliando á los rebeldes á la independencia de su rica provincia. A paso acelerado, en medio de una espantosa gritería y haciendo un vivísino fuego de metralla, de fusil y de rifle, avanzaban sobre el campamento mejicano, en el que, como he dicho, nada estaba prepa

rado para el combate, y donde, en consecuencia, reinaba la confusion que es consiguiente á toda sorpresa. Cada oficial, reuniendo los soldados que podia, hacia fuego del punto que mas conveniente juzgaba. El general Castrillon daba órdenes por un lado, gritando para poder ser oido en medio de aquel desórden; el coronel Almonte hacia lo mismo en otro punto, y el general Sinta-Anna, marchaba aturdido de un sitio á otro, restregándose las manos, sin que acertase á dictar disposicion ninguna. (1) No era posible en esas desfavorables circunstancias para el ejército mejicano, que la victoria fuese suya. De nada servia que cada jefe se batiese aisladamente con valor al frente de un grupo de soldados, si no habia enlace ni combinacion con los demás grupos. La confusion era causa de que se aumentasen las víctimas. El valiente general Castrillon, el mismo que siendo coronel se distinguió por su arrojo así en el asalto de Tampico como en el fortin de la barra cuando la expedicion de Barradas, cayó herido al suelo, atravesada una pierna por una bala despues de luchar heróicamente, espirando á poco, herido gravemente por otra; el coronel Treviño quedó muerto, lo mismo que Batres, español, coronel tambien, hijo del tesorero general, D. Marcial Aguirre, gravemente herido, que tenia igual graduacion, y otros varios individuos de diversas graduaciones. Muertos ó heridos los principales jefes, la confusion llegó á su colmo y la derrota fué completa. Como no habia punto de retirada, las

(1) El coronel D. Pedro Delgado lo asegura así en su relacion varias veces por mí mencionada. «Entonces ví á S. E.,» dice, «correr aturdido de uno á otro lado, restregándose las manos, sin acertar á tomar providencias.>>

TOMO XII.

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