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fuerzas desbandadas procuraron salvarse penetrando en un bosque; pero la caballería, siguiendo el alcance y rodeándoles por todas partes, hizo prisioneros á seiscientos soldados y á considerable número de jefes y oficiales, contándose entre ellos los coroneles D. Juan Nepomuceno Almonte, D. Pedro Delgado, D. Martin Cos, CastilloIberri, Céspedes, (1) y otros de no menos importancia. El general D. Antonio Lopez de Santa-Anna que emprendió la fuga en un caballo que le dió el capitan Bringas, tomó la direccion del rio Brazos, donde se hallaba el general D. Vicente Filisola; pero habiendo llegado á un puentecillo de madera que estaba quemado, tuvo que bajar del caballo que iba ya herido, y disfrazándose, para no ser conocido, se dirigió á pié hácia el sitio referido. El trage con que se disfrazó, era pantalon de dril, chaqueta azul de indiana, cachucha y zapatos bajos de tafilete encarnado. Aprehendido por una partida de tejanos que ignoraban quien era, fué llevado por un soldado de caballería, á las dos de la tarde del 22, á donde estaba el general vencedor. Al pasar por el sitio donde se hallaban los demás oficiales prisioneros, estos hicieron simultáneamente un movimiento de sorpresa y de extraña curiosi

(1) Este Céspedes era hijo tercero del pundonoroso capitan de fragata español D. Manuel de Céspedes que, marchando de Méjico en 1811 al interior del país para tomar el mando de una columna, como tengo referido al hablar de aquella época, fué aprehendido en Tepeji por una fuerza insurrecta, despues de haberse defendido heróicamente y de recibir cinco heridas, y que habiéndole propuesto D. Ramon Rayon, que deseaba salvarle de ser fusilado, que tomase parte en la insurreccion, prefirió la muerte á dejar sus banderas.

dad, que hizo comprender á los tejanos que el nuevo prisionero debia ser un elevado personaje. (1)

1836.

La conducta del general D. Antonio Lopez de Santa-Anna al estar prisionero, no correspondió al arrojo con que se habia internado en el país enemigo sin mirar los peligros y los riesgos á que exponia sus tropas. Todo lo que le sobró de temerario al separarse con una corta division del grueso del ejército, le faltó de valor civil, para rechazar con dignidad las proposiciones que los vencedores le hicieron. Habiendo exigido el jefe vencedor que hiciese retirar á todas las tropas mejicanas del territorio de Tejas, envió una órden al general D. Vicente Filisola, que era el segundo jefe del ejército, y que tenia á sus órdenes mas de cuatro mil hombres, para que se retirara al otro lado del rio Colorado, dejando así libre el territorio á los usurpadores. Desde el momento de haber caido prisionero, habia dejado Santa-Anna de tener autoridad sobre el ejército, pues el mando recaia en el segundo jefe; pero aunque hubiese conservado su autoridad, que no la conservaba, debió preferir todas las conse

(1) Se ha dicho por algunos, que fué conducido al campo al tercer dia de la derrota; pero el coronel D. Pedro Delgado que estaba entre los prisioneros y lo vió llegar, asienta lo que yo dejo referido. «El dia 22... á las dos de la tarde» dice, «fué conducido prisionero por un soldado de á caballo, el Excelentísimo Sr. general en jefe D. Antonio Lopez de Santa-Anna; su vestido consistia en pantalon de dril, chaqueta azul de indiana, cachucha y zapatos ó chinelas de tafilete encarnado. Su conductor no sabia seguramente que era S. E.; pero habiendo hecho nosotros simultáneamente un movimiento de extraña curiosidad cuando llegaba á nuestra inmediacion, conoció que era mas que simple oficial.»

cuencias de una negativa, á dictar una disposicion que arrebataba á la nacion una de sus mas codiciadas provincias. D. Vicente Filisola, que tampoco debia de ninguna manera obedecer la órden de un individuo que, además de no poder ejercer ya el mando no podia obrar sino bajo la presion de sus enemigos, no quiso, con una determinacion contraria, exponer la vida de Santa-Anna, y tratando de conciliar el deber con la amistad, reunió una junta de los principales jefes del ejército para tratar sobre la desocupacion del territorio. Noble era el sentimiento de humanidad que obligaba al general Filisola á dar ese paso; noble el deseo de salvar de la muerte á su jefe superior y amigo; pero en la dura alternativa de exponer la vida de éste á sostener los derechos de la nacion, debió resolverse por esto último, sacrificando en aras de la patria los afectos del cariño personal. Filisola, en mi concepto, debió contestar que nada podia resolver hasta no recibir órdenes del gobierno, y si no creia conveniente marchar sobre el enemigo, pues tenia fuerzas sobradas para hacerlo y derrotarle, haber permanecido en puntos convenientes de la provincia de Tejas mientras le llegaban instrucciones del ministro de la guerra. No juzgó él sin duda deber obrar de esta manera, y, en consecuencia, reunió, como he dicho, una junta de los principales jefes del ejército. En ella se resolvió, el 25 de Abril, la evacuacion del territorio, pasando al otro lado del Colorado, y esperar allí las órdenes del gobierno y refuerzos para emprender de nuevo la campaña. Tomada esta determinacion, Filisola contestó á Santa-Anna que iba á obsequiar su órden por consideracion á la paz de la república

y por el afecto que á él le consagraba. Poco despues se emprendió la triste marcha de desocupacion.

Santa-Anna no solo tuvo la debilidad de enviar por escrito la órden á Filisola para que desocupase el territorio, sino que el dia 14 del siguiente mes de Mayo, firmó un tratado con el presidente electo de la que se denominaba ya república de Tejas, en que se obligó á no volver á tomar las armas contra los tejanos, ni llegar á influir en que se enviasen tropas de Méjico, en tanto que el gobierno mejicano no llegaba á reconocer su independencia.

1836.

La noticia de la derrota de Santa-Anna en San Jacinto, causó un profundo pesar en Méjico, donde se habia estado esperando de un momento á otro las lisonjeras nuevas de la completa sumision de los colonos. Las victorias anteriores habian hecho concebir justamente esa esperanza, y nadie podia suponerse que se cometiera por el general en jefe una imprudencia que arrancase de las manos el completo triunfo que sin duda hubiera alcanzado Méjico sobre sus contrarios, á no haberse cometido por Santa-Anna el acto de imprudencia referido. El presidente interino D. José Justo Corro, trató de excitar el patriotismo de la nacion para que los departamentos aprestasen hombres y recursos que sofocasen la rebelion de los usurpadores tejanos y libertasen al general Santa-Anna.

Entre tanto el general D. Vicente Filisola, viendo que la retirada habia introducido el desaliento en sus tropas, no solo pasó el Colorado, como le habia mandado el jefe prisionero, sino que se dirigió á Matamoros, á la orilla derecha del Bravo, llegando á este punto con su gente

completamente desmoralizada. El general D. José Urrea, á quien el gobierno nombró general en jefe para sucederle en el mando, nada emprendió por hallarse muy avanzada la mala estacion para continuar la campaña, como recibió órden de hacerlo, y el general Filisola pidió li– cencia para pasar á Méjico y que se le sujetara á un juicio en que responderia satisfactoriamente á los cargos que se le hicieran. Así se hizo; y juzgado en un consejo de guerra, fué absuelto, declarándosele libre de toda responsabilidad en la pasada campaña.

Las escaseces del erario para poder enviar refuerzos y dinero al nuevo general en jefe para continuar la campaña, hicieron que Urrea nada emprendiese sobre Tejas, á pesar de las continuas órdenes del gobierno. Llamado á Méjico para que respondiera á varias acusaciones que se le hacian, se pensó en el hombre que fuese mas á propósito para emprender la guerra con buen éxito contra los habitantes de Tejas.

Entre tanto el general Santa-Anna, contra quien los tejanos abrigaban un odio implacable por la guerra destructora que les habia hecho incendiando sus poblaciones y fusilando á todo prisionero, se hallaba encerrado en una estrecha prision, con una pesada barra de hierro á los piés, esperando á cada momento ser sentenciado á muerte, como lo pedia la multitud.

Mientras el aherrojado prisionero pensaba en su estrecha prision en los cambios de la inconstante fortuna, y que en la prosperidad y en el triunfo debe ser uno generoso para encontrar en la adversidad amigos entre sus mismos contrarios, el gobierno mejicano organizó nuevas

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