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que todos mis vasallos logren el consuelo, alivio y utilidad temporal y espiritual que necesitan, y que los vecinos y naturales de la villa y puerto de Campeche, conseguirán uno y otro por el medio que solicitan; he venido en conceder licencia para la fundacion en ella de un hospicio de la Compañía que se ocupen en confesar y predicar, y en la enseñanza de la doctrina y gramática, dispensando á este fin para este caso todas las órdenes espedidas que prohiben nuevas fundaciones, porque no han de entenderse para con esta, ni ha de ser nada gravosa á mi real hacienda: mando á mis vireyes de Nueva-España, audiencia real de México, gobernador de Yucatán y otros cualesquier ministros y justicias, y ruego y encargo al muy reverendo en Cristo, padre obispo de la Iglesia Catedral de Mérida y demás ministros y comunidades eclesiásticas, no pongan ni consientan poner embarazo en la fundacion del espresado hospicio, por ser mi deliberada voluntad el que se ejecute en la forma dicha; y que para su efectivo cumplimiento le den los ministros espresados y todos los demás que deben intervenir en esta materia todo el favor y ayuda que fuere menester por convenir así al servicio de Dios y mio. Fecho en Madrid á 30 de diciembre de 1714. -Yo el rey.—Por mandado del rey nuestro señor, D. Diego de Morales Velasco.-Llegó á México esta real cédula al siguiente año de 1715, y vista la respuesta fiscal de 16 de agosto del mismo año, los señores del real acuerdo en 22 del mismo mes dijeron que la obedecian y obedecerian con la debida veneracion, y mandaron se obedeciese y ejecutase en todo su tenor, para lo cual se mandó despachar real provision firmada en 27 de agosto del Exmo. Sr. duque de Linares, y de los Sres. Uribe, Agüero, Oyanguren, y el Sr. D. Diego de Medina y Saábia.

Con esta noticia se resolvió el padre provincial Antonio Jordan á señalar sugetos para la nueva residencia, y fueron el padre Diego Velez, superior, el padre Antonio Paredes para maestro de gramática, y el hermano Julian Perez, coadjutor. A pocos dias, habiendo dado los su. periores al padre Diego Velez otro destino, de que hablaremos adelante, fué señalado superior de la nueva fundacion el padre Márcos Zamudio. Presentó este la cédula del rey al Sr. D. Juan José de Vértiz y Ontañon, gobernador y capitan general de aquella provincia, quien con singularísimo aprecio que tuvo siempre á la Compañía, no solo la obedeció, sino que como en albricias de que en tiempo de su gobierno se fundase en Yucatán aquella casa, dió al padre Zamudio trescientos pesos para los primeros gastos que podrian ofrecerse.

Se presentó inmediatamente el mismo padre al venerable dean y cabildo sede vacante, quien prestando la misma obediencia espidió decreto, mandando al Dr. D. Cristóbal de Insausti, vicario in capite y juez eclesiástico de la villa de Campeche, guarde, cumpla y ejecute dicha real cédula, haciendo pronta y jurídica entrega al padre Zamudio de la ermita de Sr. S. José y alhajas que á ella pertenecen. Precediendo las tres citaciones, resolvió dicho Sr. vicario dar la posesion el dia 9 de julio, y efectivamente se dió en ese dia mismo, aunque no sin con. tradiccion de Gerónimo Gonzalez como prioste de una cofradía de carpinteros sita en la misma capilla, y á que por tanto pretendia dicha hermandad tener un derecho incontestable. El padre Zamudio averiguó con facilidad que aunque dicha cofradía habia á su costa sacado de cimientos las paredes de la ermita; pero Doña María Ugarte era la que gozaba el patronato por haberla concluido, adornado y proveido de todo lo necesario, y la que por tanto habia en las constituciones de la cofradía prudentísimamente precavido este lance, por la constituion 21 concebida en estos términos: „Item. Ordenamos que si algun tiempo Dios nuestro Señor fuere servido que en esta villa y puerto quisieren fundar iglesia los padres de la Compañía de Jesus para mayor aumento de su religion y lucimiento de esta santa cofradía, se les dé dicho sitio y ermita de Sr. S. José, aunque esté perfectamente acabada del todo, con cargo y obligacion que dichos padres á su costa hagan la capilla principal y de toda ostentacion en puesto preeminente al lado del Evangelio para el glorioso patriarca Sr. S. José.

Armado con este documento, el padre Zamudio trató de presentarse ante el Sr. D. Juan José de Vértiz, á quien en calidad de vice-patrono juzgó pertenecia el conocimiento de la causa. Su escrito se pasó al Sr. asesor general D. Diego de Arroyo, por cuyo dictámen dicho Sr. gobernador se abocó á sí el conocimiento del negocio, y proveyó auto en que se mandaba al prioste y mayordomos de dicha cofradía cesasen en la comenzada contradiccion, y que si algo tenian que representar lo hiciesen en el tribunal de su señoría.

Cuando se provezó este auto se hallaban dichos cofrades con un de. creto muy á su favor del venerable dean y cabildo, y con la proteccion del Dr. Insausti, que nunca fué hasta la hora de la muerte sinceramente propicio á la nueva residencia. Sin embargo, reconocida la entereza del gobernador hubieron de ceder, y la Compañía permaneció en quieta y pacífica posesion, aunque con la incomodidad de los entierros

y demás funciones de la cofradía.

Esta no duró largo tiempo, porque pasando de allí á poco á gobernar aquella diócesis el Illmo. Sr. D. Juan Gomez Parada, entre otros grandes beneficios que hizo á aquella residencia, no fué el menor haber pasado á la iglesia parroquial la dicha hermandad con la estátua que les permitió llevar de Sr. S. José. Nuestros tres religiosos comenzaron á ejercitar sus ministerios con bastante pobreza. De los catorce mil pesos prometidos por el ca. pitan Santellin, solo pudieron cobrar mil en una casa que se embargó al susodicho D. Juan José de Sierra, deudor de mas crecidas cantidades. Doña María Ugarte entregó efectivamente las diez posesiones de casas cuyos réditos de trescientos veinticinco pesos correspondian al principal de seis mil y quinientos; pero no se verificó la entrega de los seis mil reales que tenia prometidos por sus posteriores atrasos. En esta situacion hubiera permanecido si no hubiera sido por las limosnas de algunos vecinos, y singularmente del capitan D. Angel Rodriguez de la Gala, con que se mantuvo hasta el año de 1820 en que comenzó á esperimentar la proteccion y amparo del Illmo. Sr. Parada.

El padre Diego Velez, que como deciamos fué señalado primer superior de la residencia de Campeche, recibió dentro de pocos dias órden apretada del padre Rodero de pasar á Guatemala para allí encargarse, en calidad de visitador y vice-provincial, de las misiones del Petén, que por repetida cédula del rey se encargaba de nuevo á la Compañía. Se le dieron por compañeros para esta empresa apostólica los padres José Cervino, Andres Gonzalez y Juan Manuel Ruiz, sugetos todos muy á propósito para sacar con crédito á nuestra religion en un empeño que hasta entonces se habia juzgado imposible.

Los misioneros partieron prontamente á Guatemala donde debia formarse el plan y regularse las operaciones y método de la espedicion. Estas bellísimas esperanzas se desvanecieron bien presto por la contradiccion que de parte de algunos sugetos eclesiásticos se comenzó á esperimentar. Como nada hay mas pernicioso al fruto espiritual que los celos y emulaciones entre los operarios de una misma viña, la Compañía, que no hacia en esto sino obedecer las repetidas cédulas de S. M., hubo de apartarse representando á la piedad del rey el estado de las cosas en que le parecia no poderse promover la obra de Dios ni ser de alguna utilidad sus ministerios. Así se cerró por entonces la puerta á la conversion de aquellas naciones; pero la admirable Providencio recompensó la pronta obediencia y fidelidad de la Compañía,

abriendo al mismo tiempo á su celo una vastísima y hasta entonces muchas veces intentada region en el obispado de la Nueva-Galicia, y fué la pronvincia del Nayarit. Encomendada despues de muchas tentativas la entrada á este pais al general D. Gregorio Matías de Mendiola, tuvo por conveniente el Illmo. Sr. D. Pedro Tapiz, obispo de la Nueva-Vizcaya, que le acompañase en esta espedicion el padre Tomas Solchaga, que actualmente leía teología en el colegio de Durango. Este jesuita fué el primero que plautó la cruz y tomó posesion de aquel terreno en el nombre de Jesucristo celebrando el santo sacrificio de la misa de la parte de adentro de aquellas serranías impenetrables hasta entónces, tanto á las armas de los capitanes, como al celo de los misioneros; pero de esto trataremos mas difusamente, tomando desde mas alto la narracion pocos años adelante en que por órden del rey se encargó la Compañía de la reduccion de aquellas gentes.

De las antiguas misiones en las de Sinaloa, Taraumara y Sonera, todo procedia sin novedad. La alta Pimería, despues de la muerte del padre Kino, habia ido siempre en notable decadencia. El padre Agustin de Campos que habia acompañado quince años, y heredado, digamoslo así, todo su zelo y amor para con los Pimas, en vano se esforzaba á conservar en los ánimos las buenas disposiciones en que los habia mantenido su santo compañero. Habia muchos años que los caciques del Bac, de Soamea, de Sonoidac, de Tubutama de Caborca y otros mas distantes cuidaban de la cria de ganados, sembraban regularmente, vivian congregados en pueblos, y aun tenian fabricadas casas para los misioneros que tantas veces se les habia hecho esperar. Con la dilacion de tanto tiempo comenzaron á enfriarse y esparcirse como ántes. Las misiones de Tubutama y Caborca que ántes habian tenido ministros, carecieron de ellos por mas de diez años, hasta 1720. Para las demas no se destinaron nuevos hasta 1731, veinte años despues de la muerte del padre Kino, y cuando ya vueltos los salvages á su rusticidad y estupidez natural, apénas les quedaban sino remotas y muy débiles especies del Evangelio y sus ministros. La mision y pueblo de Dolores, primogénita del padre Kino, y donde habia vivido tantos años por juzgarse de terreno mal sano, cuasi se despobló enteramente como el de lɔs Remedios. No tanto el de Cocospera, aunque espuesto á las continuas invasiones de los apaches, y menos aun el de S. Ignacio asistido y fomentado por cuarenta años por el padre Agustin Campos. Por el contrario, á pesar de las enfermedades, de la

hambre y de todo género de necesidad y trabajo, crecia considerablemente la grey de Jesucristo en California. El padre Piccolo descubrió un nuevo terreno para la mision de S. Ignacio, y se habia ya pedido misionero á México para la de la Purísima. El padre Salvatierra determinó pasar personalmente al puerto de la Paz y reduccion de los guaicuros. Queda esta nacion estendida al Sur del presidio de Loreto hasta las cercanías del cabo de S. Lúcas. El Evangelio no tenía en la Península enemigos mayores que estos bárbaros; tanto habian quedado agriados y enfurecidos contra el nombre español despues de la espedicion del almirante Atondo. Pasó el padre á aquella costa con el capitan y algunos soldados é indios lauretanos. Llevaba en su compañía tres guaicuros que habian redimido del poder de algunos buzos, y á quienes habiendo regalado bien en Loreto, y hecho testigo de la suavidad y dulzura con que se trataba á los naturales, pretendia tentar por medio para atraer á la nacion; pero no habia aun llegado la hora del Señor. Algunas partidas de guaicuros que andaban por la costa al arribo de la embarcacion, se pusieron en fuga. Los conchos ó lauretanos que se echaron á nado los siguieron con precipitacion como á enemigos. No pudieron dar alcance sino á algunas mugeres, que asustadas les acometieron con piedras. Ellos, vueltos á su natural ferocidad, no tuvieron vergüenza de manchar sus manos con la sangre de aquellas infelices. A este tiempo llegaron los soldados, y dificultosamente pudieron serenarlos, y menos aun detener á las fugitivas guaicuras que corrieron á dar la noticia á sus maridos. El padre reprendió ásperamente á los suyos, y conociendo que en los ánimos nuevamente irritados con aquel agravio no podian hacer efecto las proposiciones y consejos de paz, necesarios para anunciarles á Jesucristo, se contentó con enviar á los guaicuros cargados de donecillos y encomendados de manifestar á sus paisanos los fines de su venida, y cuanto habia sentido la inconsideracion é imprudencia de sus neófitos: que esperaba volver á ellos en mejor ocasion, y darler á conocer cuanto los amaba. Hecho esto, trató de volver á Loreto para enviar el barco á Matanchel. En este viaje, que se hizo á los fines del año, varó la balandra con un recio temporal: perdióse la carga y se ahogaron nueve personas, las demas se salvaron sobre la mitad de la cubierta.

Por marzo del año siguiente de 1717 llegó al puerto de Loreto el padre Nicolás Tamaral, enviado de los superiores para la proyectada mision de la Purísima. Entregó al padre Juan María carta del padre pro

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