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no una prueba bastantemente dura para el fervoroso pretendiente. Entre los mismos presidiarios, marineros é indios, le era forzoso hacer una total y repentina mudanza en el vestido, en el tratamiento, y en todo cuanto pertenecia á su persona: le era necesario comenzar á obedecer en humildad y sencillez entre aquellos mismos que estaba acostumbrado á mandar con la libertad y franqueza de soldado. Por otra parte, el grande ejemplar del padre Juan de Ugarte que se le daba por maestro de novicios, le empeñaba á no perdonar á trabajo ni humilla. cion alguna. Este grande hombre, viviendo en una choza, como el mas infeliz californio, y usando indiferentemente de su mismo alimento y vestido, en nada se distinguia de ellos sino en la corona, y en tomar sobre sí lo mas pesado y gravoso. Espuesto á todas las inclemen. cias del tiempo, era á las veces aserrador en el corte de maderas: arriero para conducir personalmente las récuas: procurador para cuidar del alimento de los trabajadores, y aun cocinero para sazonárselos. Su actividad parecia multiplicarlo en la diversidad de operaciones necesarias al designio. Tan presto lo veian con la hacha en la mano derrivando árboles, como uncido con los indios mas robustos para sacarlos de las quebradas. Ya con la azada en la mano igualando el terreno; ya dando botones (ó barrenos) de fuego para saltar la desigualdad de las rocas. Si á todo esto se añade el cuidado y providencia de supeDisposiciones rior de todas las misiones, la atencion al presidio, la misa que jamás y valor exomitia, el oficio divino, la esplicacion de la doctrina que hacia todas traordinario del padre U las noches, los bautismos y demas ocupaciones de misionero, no se aca- garte. bará de comprender cómo un hombre solo podia bastar á tantos y tan diferentes empleos. Es cierto que la naturaleza habia dotado al padre Ugarte de todas las cualidades necesarias para emprender cosas.árduas. Un ingénio claro, pronto y fecundo en espedientes, tanto, que era dicho comun que para el padre Juan de Ugarte no habia imposibles: una salud y una robustez de cuerpo, á prueba de las mayores incomodidades: una presencia de espíritu en los mayores peligros, y aun unas fuerzas corporales que le hacian temer aun á los mismos indios. Vez hubo que para arredrar á los demas gentiles con el castigo de un díscolo que se mofaba de la esplicacion de la doctrina, confiado en sus extraordinarias fuerzas, el padre, para humillarlo, le tomó de los cabellos, y teniéndolo así suspenso en el aire le hizo dar tres ó cuatro vueltas como si fuera una caña. En otra ocasion le vieron con dos piedras en la mano hacer frente á un leon, matarlo y traerlo á la misión sobre

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el arzon de la silla, con pasmo y horror de los indios, tanto mas, que era un caballo furioso é indómito. Adornado de tan bellas cualidades y á costa de tantas fatigas, consiguió el padre Ugarte fabricar una balandra fuerte de bellos galivos y buena vela á mucho menos costo que pudiera haberlo hecho en algun bien proveido astillero. La bendijo solemnemente antes del año, el 16 de julio, dia del Triunfo de la Santa Cruz, de donde tomó el nombre, y justamente al año se echó á la agua el dia 14 de setiembre. No es esto lo mas maravilloso, sino que en medio de tan contínuos y penosos trabajos, tuvo tiempo para catequizar, instruir y disponer con suavidad al bautismo varias naciones que habitaban aquellas serranías tan felizmente, que por diciembre del mismo año pudo pasar á vivir allí de asiento el padre Eberardo Helen y fundar la mision de nuestra Señora de Guadalupe, debida tam. bien á la devocion y sólida piedad del ilustre Sr. marqués de Villapuente. Un mes antes de esta funcion, dejando para ella las órdenes y providencias necesarias habian salido para el puerto de la Paz en la nueva balandra los padres Juan de Ugarte y Jaime Bravo. Siempre se habia juzgado necesario contraer alianza, á lo ménos cuando no se pudiesen reducir á cristiandad los guaicuros, así para promover la predicacion del Evangelio ácia el Sur de la California, como para asegurar aquella costa á los barcos que venian al buceo de las perlas, y la quietud de las demas naciones ya reducidas, en quienes podia hacer mucho daño el mal ejemplo y conocida enemistad de los gentiles. La tentativa que un año antes de su muerte habia hecho para atraerlos el padre Salvatierra, y que habia tenido efecto tan contrario á sus desig. nios, ántes se creia que hubiese agriado mas los ánimos; sin embargo, no era así. Los tres guaicuros que el padre habia puesto en libertad llevado entónces á su pais, habian cumplido muy bien con su encargo, é informado á los suyos de la buena acogida que habian hallado en Loreto: con esta prevencion, aunque al arribo de la balandra se pusieron luego en arma algunos que estaban á la vista, viendo luego á los dos padres desarmados que caminaban ácia ellos, se sentaron esperán

y

Confieso que no puedo escribir esto sin pasmo; tanto mas, cuanto que considero el gran fondo de virtud y caridad que habria en el corazon de un varon que á impulsos de ella obraba tantas maravillas. El padre Ugarte pasará en la historia por el Hércules de la Compañía de Jesus en la provincia de México. ¡Hombre asombroso, vivc Dios, y digno de la inmortalidad!!-EE.

dolos con muestras de amistad. Los padres les llenaron de donecillos y alhajuelas que dieron muestras de recibir con agradecimiento. Se les declaró el fin de aquella jornada, aunque sin declararles que algu. no hubiese de quedar entre ellos. Poco á poco comenzaron á familiarizarse con los californios cristianos y aun con los soldados de quienes huian al principio. Cada dia concurria mayor número de las rancherías vecinas. En breve comenzaron á pedir que se quedase con ellos algun padre para que los defendiese de los buzos que les hacian mucho mal. Se les dieron al principio buenas promesas, y vista su perseverancia y la docilidad con que se habian reconciliado á la primera insinuacion con los moradores de las islas vecinas, se comenzó á tratar de un establecimiento fijo. En tres meses que se detuvo allí el padre Ugarte, dejó ya levantadas casas pajizas y enramada para iglesia, y puesta en corriente la mision. En este intermedio, llegó por tierra al mismo lugar el padre Clemente Guillen, que despues de veintiseis dias, y mas de cien leguas de un camino muy agrio, no creia ya poder hallar comunicacion de Loreto á la Paz, como se le habia encargado buscarlo. Su llegada fué de suma alegría para los que habian venido por mar. Recibieronlos con descarga de los mosquetes, y tomados algunos dias de descanso, en que ayudaron todos considerablemente al padre Bravo, se partieron por sus respectivos rumbos á la mision de Loreto; pero esto fué ya á los fines de enero de 1721. Volvámos á lo que nos queda del año anterior.

Inténtase la

las Mónicas

El año de 1720 será siempre memorable con grande honor de la Compañía en la ciudad de Guadalajara, por la ereccion del religiosísi- fundacion de mo monasterio de agustinas recoletas de Santa Mónica. Esta gran- de Guadalade obra la habia emprendido desde mucho tiempo el padre Feliciano jara. Pimentel, y tuvo principio del fervor de algunas hijas espirituales del mismo padre, que de Valladolid donde antes residia, quisieron por no privarse de su direccion, seguirle á Guadalajara donde le destinaba la obediencia. Ni los superiores de la Compañía, ni el mismo padre Pimentel aprobaron semejante resolucion: sin embargo, movido de caridad el padre Feliciano les procuró habitacion donde estuviesen con recogimiento y proporcion para darse enteramente, como deseaban, á la vida espiritual. Halló cuanto deseaba en la casa de D. Martin de Santa Cruz, un honrado republicano muy vecino á nuestro colegio. Aquí comenzaron á esparcir dentro de poco tiempo tan suave olor de virtudes, que no solo dentro de la ciudad, pero aun fuera de ella y del

obispado se hablaba con edificacion del retiro, de la clausura, de los devotos ejercicios de aquel recogimiento de vírgenes.

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A esta fama, como con un secreto y divino instinto, se vieron repen. tinamente concurrir á la ciudad de Guadalajara muchas nobles y virtuosas doncellas, no solo de aquella diócesis, sino aun de Pátzcuaro, Zamora, Celaya y otros lugares del obispado de Valladolid. Ya una casa particular era estrecha habitacion para aquella piadosa familia. El padre Feliciano Pimentel, confiado en la piedad de la causa, y conociendo ser voluntad de Dios que se encargase de promover aquella obra de su gloria, comenzó con no pequeñas fatigas y sonrojos á juntar limosnas para la fábrica de un colegio ó recogimiento de vírgenes, que á esto solamente se limitaban por entonces sus ideas. Estando para comenzarse la fábrica, recibió órdenes muy estrechas de los superiores mandándole restituir las limosnas recogidas y desistir de la imaginada fábrica. Obedeció prontísimamente el religioso padre y alzó mano de todo hasta informar rendidamente á los superiores del estado en que se hallaban aquellas señoras, y en que le era imposible dejar de procurarles alguna cómoda habitacion. En este medio tiempo se halló con carta del Illmo. Sr. D. Manuel Fernandez de Santa Cruz, entonces obispo de la Puebla. Habia este señor gobernado antecedentemente el obispado de Guadalajara, y conservaba un tierno amor á su primer rebaño. En la Puebla acababa su Illma. de fundar el convento de Santa Mónica, y exhortaba al padre Pimentel á hacer florecer en Guadalajara la misma recoleccion. Nada podia ser mas conforme al gusto del mismo padre, tiernamente devoto del gran Dr. de la Iglesia S. Agustin. Recibió las palabras de aquel prelado como nna declaracion de la divina voluntad. Todo conspiró de improviso al buen éxito. Los superiores de México, y aun el padre general en Roma, dieron al padre Feliciano amplísima facultad para la fábrica: las limosnas fueron mucho mas abundantes, y los señores obispos D. Juan Santiago Leon Garabito y D. Diego Camacho, tan declarados favorecedores de la nueva fundacion como el Illmo. Sr. D. Fray Manuel Mimbela, en cuyo gobierno llegó á su perfeccion.

En efecto, concluida con grande costo la fábrica, no sin algunas contradicciones, se obtuvo licencia para que se pasasen á ella las virtnosas doncellas, á cuyo número se habian agregado dos hijas del mis'mo D. Martin de Santa Cruz, que hasta entonces les habia dado hos. picio. Entre tanto se habia ya recurrido á la corte de Madrid por la

licencia para erigirse en monasterio. Despucs de repetidos informes de la real audiencia, cabildo eclesiástico y secular, y de los señores obispos, no se habia podido conseguir, sino que po, cuatro veces se negase abiertamente la licencia para la nueva fundacion.

Una repulsa tan constante hubiera rendido cualquier otro ánimo que el del padre Feliciano: su confianza tenia cimientos muy sólidos, y sabia ser este el carácter de las obras de Dios. Habia florecido entre aquellas vírgenes una de muy particular virtud, á quien tanto el padre Feliciano como sus compañeros habian oido decir con ascveracion muchas veces. La licencia vendrú: Dickosas las que podrán ofre

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cerse á Dios con los votos religiosos: Yo no lograré esa fortuna. muerte en la edad florida de veinte años, verificó una parte de la profecía, y dió nueva confianza al padre Pimentel para prometerse el resto. Añadió nuevos alientos á su confianza lo que aconteció poco despues de su muerte.

Para ayudar al padre Feliciano y contribuir á una obra que se manifestaba ser de tanta gloria de Dios, se habia dedicado enteramente á recoger limosnas por toda la tierra el venerable sacerdote D. Juan de los Rios. Era este un hombre raro, y por singulares caminos llama. do de Dios á una alta perfeccion. Habia sido muy rico en el comercio del mundo, y dejádolo repentinamente todo por consagrarse al servicio de los altares. En este estado estuvo muchos años obseso y vejado visiblemente del demonio, disponiéndolo el Señor por medio de esta humillacion á los dones sobrenaturales con que habia de adornar su espíritu, y de que no es lugar esta historia. Este espiritual y devoto eclesiástico, volviendo de uno de sus largos viages con una gruesa limosna para aquellas señoras que le amaban como á padre, ántes de verse con el padre Pimentel quiso pasar por el recogimiento y saludar á las esposas de Jesucristo. Hízolo muy brevemente como solia, y dando luego cuenta al dicho padre.... Estuve con las señoras (le dijo) y me ha hecho especial fuerza ver á Josefa de los Angeles con un rostro mas rosagante y mas risueño que nunca... El padre entonces le dijo como aquella vírgen habia muerto dias habia; pero conociendo la eminente virtud de la difunta, y la veracidad y espíritu de quien le hablaba, no dudó que el Señor habia querido mostrarle la gloria de aquella su sierva y animar así su esperanza. Era esto á tiempo que el padre Juan Antonio de Oviedo disponia su viage para Roma. El padre Pimentel, que conocia bien toda la actividad y eficacia del padre procurador, le

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