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mayor orden y precaucion, como en tierra enemiga, el 14 de enero de 1716. Despues de varias visitas, habiendo venido al Real los caciques y ancianos, se les propuso el fin de la jornada, que solo era atraerlos por todos los caminos de saavidad y dulzura al conocimiento del verdadero Dios, y obediencia de los reyes católicos. En cuanto á lo segundo, dijeron estar prontos; pero que admitir una nueva religion, no podian hacerlo sin degenerar de los ritos y costumbres de sus mayores y sin desagradar al sol, y esponerse á los mas graves castigos de este y los demas dioses que habian venerado hasta entonces. En todo el tiempo que se mantuvo allí el campo, tanto por parte del general, como del padre, se les habló muchas veces sobre el asunto, sin poder sacar otra respuesta. Esto, y el contínuo peligro en que estaba la tropa, especialmente en la noche, en medio de una multitud de ébrios, que como se tuvo noticia, no anhelaban sino por tener algun leve motivo de rompimiento, determinó á D Gregorio Mendiola, á volver á Guazamota, despues de habertes hecho prestar obediencia á S. M. católica. El padre Tomás Solchaga, informando de la jornada al Sr. obispo de Durango, dice así con fecha de 25 de febrero de 1716:,,) ,,En cuanto a la reduccion de los nayaritas á nuestra santa fé, juzgo que nunca lo harán espontáneamente, porque entre ellos viven muchos cristianos apóstatas de todos colores, y esclavos fugitivos, y estos, por conservar la libertad de conciencia les inducen á que no se conviertan, ponderándoles las vejaciones que han de padecer de los justicias seculares, y de los ministros evangélicos. La obediencia que han dado al rey no pasa de pura ceremonia, pues jamás obedecen sus mandatos ni dejan de admitir á los apóstatas rebeldes de la corona; ni quieren entregarlos, ni admitir sacerdotes que administrasen á los cristianos allí refugiados. Esto, y el haber no solo hecho daño en los lugares vecinos, sino el estar siempre prontos á admitir á los apóstatas y otros delincuentes, parece que basta para hacerles guerra muy justa. Los indios de este pueblo, apenas reconocen sujecion por el refugio que tienen en estos barrancos, y esto les da osadía, no solo á los indios, sino ámulatos y españoles para cometer muy enormes delitos; y no solo vimos entre los nayaritas tres hermanos españoles, sino que nos aseguraron que fuera de los muchos que viven desparramados en las rancherías, hay una por el Sur que sale á Tepic, donde viven mas de trescien. tos apóstatas de todos colores, y la facilidad y seguró de este asilo, ha dado ocasion á las sublevaciones de estos años pasados. Por tanto,

tengo por necesario sean obligados los nayaritas á tres puntos. Primero: que no admitan cristiano alguno fugitivo en sus tierras. Se. gundo: que entreguen á todos los apóstatas que hubiese en ellas. Tercero: que en caso de que por haber contraido con ellos parentesco, ó haberles nacido allí hijos ó cosa semejante no quieran entregarlos, admitan sacerdotes que instruyan, y que administren & dichos cristianos. Tal fué el dictámen de aquel docto y esperimentado jesuita; sin em. bargo, Dios dispuso de modo mas suave lo que hasta entonces habia parecido imposible á toda humana industria. La osadía y orgullo de los nayaritas habia crecido tanto, que sus sierras no erah ya sino una cueva de ladrones y asesinos que tenian en contínuo susto á los pueblos vecinos. No pudieron sufrir mas este ultraje las poblaciones fronteras al lado del Poniente y costa del már pacífico. Resolviéronse á castigar aquellos salteadores, y juntos en buen número, los acometie. ron y derrotaron con muerte de algunos pocos. Tomaron prisioneros algunos niños que repartieron entre sí en varios pueblos, y dos adultos que enviaron presos á Guadalajara. No era esto lo mas sensible á lós nayaritas, sino que rota la guerra por aquella parte, se les escluia enteramente del comercio de la sal, que ́erà á la nacion de mucha utilidad. Para tratar de alguna composicion en este punto y del rescate de sus hijos, bajaron al pueblo de S. Nicolás á verse con D. Pablo Felipe, caciquo de aquellas fronteras. Por este tiempo habia venido nueva cédula del rey al Exmo. marqués de Valero, muy apretante sobre la reduccion del Nayarit. El diligente virey, fió la cosa á la prudencia y discrecion de D. Martin Verdugo, corregidor de Zacatecas, y este escogió para la empresa á D. Juan de la Torre y Gamboa, noblo vecino de Jerez, y tan amado de los nayaritas, que le habian instado muchas veces que se pasase a vivir a sus tierras, obligándose á mantenerlo á sus espensas, si llegase á no poderlo hacer por sí mismo. Este antiguo convite le pareció por ahora aceptar á D. Juan de la Torre, y consultado el Sr. virey, que con el título de capitan protector le habia señalado el sueldo de cuatrocientos cincuenta pèsos, se determinó para practicarlo con acierto, de escribir á D. Felipe para que de su parte procurara ir disponiendo los ánimos de aquellos gentiles. Justamente se hallaba con este encargo, cuando llegaron los nayaritas á proponerle sus quejas de los habitadores de la costa. El prudente y fiel cacique se mostró muy interesado en su desgracia: les prometió que haria cuanto estuviese de su parte para el feliz éxito de sus pre27

TOM. III.

tensiones; pero (añadió) el camino mas breve y mas seguro, seria presentarse alguno de vosotros al virey de México, cuya autoridad sola podria libertarlos para siempre de semejantes agravios: que á ellos seria mas fácil la entrada, y mas pronto el favor en el palacio de México, con el amparo y proteccion de D. Juan de la Torre, de cuyo constante afecto para con ellos no dudaba que á la menor insinuacion que le hicieran, se avendria á acompañarlos y presentarlos á su excelencia. Pareció tan bien el consejo á los nayaritas, que sin ofrecerles dificultad alguna, resolvieron el viage, y para autorizarlo mas, quisieron que fuese el gefe de la embajada el cacique de la Mesa, que era el principal de la nacion, y á quien estaba vinculada la dignidad de sumo sacerdote del sol. Otros cincuenta caciques se nombraron que le acompañasen, y por fines del año de 1720 partieron á Jerez para persuadir á D. Juan de la Torre quisiese favorecerlos en una accion tan desusada. El capitan, aunque nada deseaba mas, sin embargo, pareció sorprendido de la propuesta, y mostró dificultad en emprender un viage tan molesto y prolijo, protestando que solo por el amor que tenia á la nacion, y por corresponder á su confianza, se esforzaria á vencer los mayores embarazos. Habiéndolos así empeñado mas, apresuró la jornada á Zacatecas. El corregidor D. Martin Verdugo y los mas distinguidos republicanos, se esmeraron en honrar á Tonati (este nombre daban al sacerdote del sol) * y á los demas de su caravana, á quien D. José de Urquiola, conde de la Laguna, proveyó de cincuenta iguales vestidos con que pudiesen parecer en la corte de México.

Llegaron á ella por febrero del año de que tratamos el cacique de la Mesa y otros veinticinco, (por haberse despedido los demas desde Zacatecas) acompañados del cacique de S. Nicolás, y de los capitanes D. Juan de la Torre y D. Santiago de la Rioja. Se les habia preparado un decente alojamiento por órden del virey, que en la sazon se hallaba en Jalapa. Luego que volvió, mandó hacer á Tonali un costoso vestido á la española, y capa de grana con galon de oro, y le regaló una silla ricamente bordada, y todo ajuar de montar á caballo. En la primera audiencia, el cacique presentó al virey en señal de reconocimiento el baston de que usaba con puño de plata, y su excelencia le volvió otro con puño de oro de China, curiosamente labrado, admitiéndo

* Tal era el nombre del sol. Al capitan Pedro Alvarado, porque cra rúbio, le llamaban los indios mexicanos el capitan Tonatiuh.—EE.

lo á la obediencia del rey de España, prometiéndole á él y á todos los suyos en nombre de S. M. todo el favor que necesitasen sin perjuicio de la justicia. No tocó el prudente virey en esta primera audiencia el punto de religion; pero en la segunda, á los despachos favorables de sus pretensiones, añadió un papel mostrándoles el error en que vivian y que en vano esperarian en lo de adelante su proteccion y la del rey su amo, mientras no detestasen sus errores y se sujetasen al suave yugo de nuestra santa ley. El contenido de este papel, traducido fielmente por el cacique D. Pablo, sorprendió algun tanto al Tonati; sin embargo, el respeto, el agradecimiento y quizá el temor, le sacaron de la boca algunas espresi ones en que pareció dar esperanzas de reducirse y de cooperar á la reduccion de los suyos. De las turbadas palabras del cacique, que quizá sazonó mas á gusto del Exmò. virey el buen celo del intérprete, tomó ocasion el virey para proceder á tratar de conversion. Se sabia que en otro tiempo los mismos nayaritas habian de. clarado á la audiencia real de Guadalajara, que en caso de convertirse y entregarse á la direccion de algunos padres, habian de ser los prietos (así conocian á los jesuitas.) En esta atencion, el Sr. virey, despues de tratado el negocio con el Sr. arzobispo D. José Lanciego, á quien remitió tambien los caciques, mandó llamar al padre provin cial Alejandro Romano, y le suplicó quisiese la Compañía encargarse de aquella tan dificil y peligrosa, cuanto gloriosa conquista, y proveer desde luego para ella dos misioneros. No pudo el padre provincial dejar de representar con la mayor ve- Se hace carneracion ciertos inconvenientes, los que desvanecidos por su excelen- go la Compacia, señaló luego el dia 19 de marzo á los padres Juan Tellez Giron, duccion que se hallaba en México, y á Antonio Arias de Ibarra, que adminis. traba la mision de Chinarvas. El padre provincial dispuso á los nayaritas un banquete espléndido en el Seminario de S. Gregorio, y con ocasion de darle á entender (á Tonati) lo que allí trabajaban los jesuitas por el bien de los indios, se introdujo suavemente á persuadirle y exhortarle á que diese á toda la ciudad de México un dia plausibilísimo, y á los suyos un grande ejemplo abrazando nuestra religion, y recibiendo el bautismo. Nada se pudo conseguir del Tonati, sino promesa de que lo haria` en Zacatecas; promesa que creida por el virey, escribió al conde de la Laguna para que le apadrinase en su nombre; pero el cacique astuto, supo á su tiempo impedir la entrada en Zaca. tecas, y componer la palabra, con lo que no sin fundamento le dictaba

su temor.

ñía de la re

de

los nayaritas.

A D. Juan de la Torre se dió el título de gobernador de la sierra del Nayarit, con órden de reclutar en Zacatecas y en Jerez cien hom. bres de armas, que sirviesen de presidio y de escolta á los misioneros evangélicos y á los mismos nayaritas que quisiesen abrazar el cristia. nismo. Privadamente se le encargó al capitan, que con industria y modo detuviese consigo á Tonati, y no le permitiese entrar á sus sierras antes que pudiese seguirlo la tropa. Nada de esto se ejecutó como se habia pensado, El Tonati amedrentado por las amenazas de los suyos, que habian llevado mal su condescendencia en admitir misio. neros y soldados, luego comenzó á eludir la entrada en Zacatecas, donde habia prometido bautizarse. Se valió del especioso pretesto del tiempo de la siembra, que ya instaba á los suyos, y que por tanto, llevarian posadamente cualquiera detencion, y que su desabrimiento podia costarle la vida. Así hubo de apartarse para aquella ciudad el padre Juan Tellez Giron: mientras se juntaba la tropa y el capitan con los caciques, pasó derechamente á Jerez. Con toda la sagacidad y buenas artes de D. Juan de la Torre, no pudo conseguir que aun allí se detuviese algunos dias el Tonati, mientras se reclutaba siquiera alguna parte de los soldados. Comenzó á dudar de la mala fé de aquellos bárbaros; pero por no declararse, ó no perder del todo su amistad, hubo de dejarlos ir solos contra las órdenes del virey, esperando seguirlos muy presto. En efecto, dejando ordenada la recluta en Jerez, que fué de cincuenta hombres, á cargo del capitan D. Alonso Reina de Narvaez, partió á Zacatecas, donde en pocos dias se completaron los otros cincuenta al mando de D. Santiago de Rioja y Carrion. Se bendijo solemnemente el estandarte en nuestro colegio el dia 23 de julio; salió la pequeña tropa para Jerez, en compañía del gobernador y del padre Juan Tellez, á quienes alcanzó poco despues el padre Antonio Arias. En estos principios, dos diversos acontecimientos estuvieron para trastornar la empresa. El primero fué causado de algunos émulos del nuevo gobernador, que informaron al virey para que lo despojase del mando; mas su excelencia se lo confirmó de nuevo. gundo fué un peligroso accidente, que parte la pesadumbre, parte el cuidado de la empresa acarrearon al mismo gobernador trastornándole el juicio, sin dejarle al dia sino muy cortos intervalos de razon. Se avisó prontamente á México; pero ántes de tomarse providencia alguna mejoró de modo, que pudo seguir la marcha á Guajuquilla. Aquí se comenzó á descubrir la mala fé de los naturales. Se observó que

El se.

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