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de confesaba y hacia pláticas. Los miércoles y sábados á los convictorios ó colegios de niñas. Los mártes y viérnes á las cárceles y hos pitales. El tiempo que le sobraba de estas tareas lo ocupaba en rezar el rosarió en la hermosa y magnífica capilla del convento de Stɔ. Domingo. Todo el tiempo que vivió en la Puebla, asistió á los ajus. ticiados; jamás omitió el santo sacrificio hasta dos dias antes de morir: rezó siempre de rodillas el oficio divino, el parvo de la Santísima Vír. gen, la Piisima de S. Buenaventura, y otras innumerables oraciones, para las cuales no bastándole por los ministerios el dia, empleaba en el coro gran parte de la noche. Fué varon verdaderamente humilde, preciándose de ser coadjutor espiritual, y quejándose amorosamente á los superiores cuando señalaban algun otro para las confesiones nocturnas ó para algun otro ministerio de incomodidad y trabajo. El Illmo. Sr. D. Juan Antonio Lardizabal, le visitó en su última enfermedad, sintiendo perdieso su diócesis tan incansable obrero. La esclarecida religion de Sto. Domingo hizo con el humilde padre demostraciones nunca vistas, ni despues usadas aun con las personas de la primera gerarquía. En el primer sábado en que por su enfermedad no pudo ir al rosario y letanías que se cantan á la Santísima Vírgen en su capilla, echándolo ménos aquellos padres, vinieron en comunidad á cantárselas á su pobre aposento, y despues el credo. Finalmente, se encargó la misma nobilísima familia de su entierro, honrando así el Señor y su Madre Santísima á uno de sus mas amantes siervos. Falleció el padre José de Aguilar el dia 14 de marzo.

Antonio Ur

Pasó de esta vida el mismo año en la villa de Sinaloa el padre An- Muerte y elotonio de Urquiza. Este sugeto es incontestablemente uno de los ma- gio del padre yores que ha tenido nuestra provincia en lo heróico de sus virtudes y quiza. dones divinos, y poco conocido al mismo tiempo por no haberse impre. so su carta de edificacion que suponemos se escribiria al tiempo de su muerte. El padre Juan Antonio Baltazar, visitador de las misiones, procuró juntar algunas noticias de su admirable vida, de las cuales se formó la memoria que de él se hace en nuestro menologic; pero no bastando esta para la alta idea que nos hemos formado de su mérito, y creyendo que no será desagradable á nuestros lectores salir esta vez de nuestro método en los elogios de los varones ilustres, determinamos dar aquí un estracto de lo que hemos podido hallar en este asunto.

Era el padre Antonio de Urquiza natural de Bilbao y bautizado en la parroquia de S. Sebastian. Se sabe haberse criado, por muerte de 30

TOM. III

que

sus padres, á la sombra y amparo de un tio suyo, eclesiástico, y que procuró este inclinarlo á prácticas de devocion y culto divino. De sus estudios, vocacion á la Compañía y pasaje á Indias, no se sabe cosa alguna fija. Un manuscrito de aquel tiempo conjetura haber venido en la mision del padre Pedro de Echagoyen; pero esto no pudo ser, pordel libro de bautismos del pueblo de Ocoroiri consta que administró aquel partido desde el año de 1688, en el cual tiempo no habia aun ido á España el padre Echagoyen que fué elegido procurador en 1680. Lo cierto es que en esta provincia se ordenó de sacerdote, é inmedia. tamente fué destinado á misiones á los veinticinco años de su edad, donde estuvo hasta los ochenta y seis que pasó á lograr el prémio de sus apostólicas tareas. Administró en este tiempo los diversos parti. dos de Chicorato, Oguera, Bamóa, Nio, Guazave y Tamazula, aunque la mayor parte en Ocoroiri. En tantos años fué uno siempre el tenor de su vida. Levantábase muy temprano (dice un manuscrito dirigido sin nombre de su autor al padre Mateo Ansaldo) y nadie podia saber su hora, porque cuando estaba en el colegio de Sinaloa á la media noche se iba á la iglesia hasta la alba. Al salir decia la misa, salvo los dias de fiesta que por esperar al pueblo la decia mas tarde, y en esos dias predicaba siempre dos sermones, uno en el idioma del pais y otro en castellano. Daba gracias y tomaba un leve desayuno: se iba otra vez á la iglesia con el breviario y algun libro espiritual, donde en el rezo, leccion ó meditacion gastaba toda la mañana, si alguna cosa urgente de la caridad ó de la obediencia no le hacia interrumpir. Siendo ya de ochenta años se quejó en cierta ocasion que ya no podia estar de rodillas tres y mas horas como en otro tiempo cuando la continuacion le habia hecho crear callos en las rodillas como á Santiago Apóstol. En esta su oracion se transportaba tanto, que muchas veces no atendia á

que pasaba en la iglesia, y otras prorrumpia en cánticos espirituales con tanta fuerza de espíritu que añadia á una voz suave, entera y argentada, que aun cerrada la iglesia se oia á alguna distancia. La materia de estos cáticos eran, ó los salmos ó himnos del breviario por lo comun, ó algunas otras alabanzas de Dios y de su Madre Santísima y del Santísimo Sacramento, en castellano unas veces, otras en latin, tal vez en mexicano, y muchas mas en vascuence, tomadas de los soliloquios de S. Agustin, los cuales, el Kempis y el breviario eran sus únicos libros. Los capitanes D. Sebastian Lopez de Ayala y D. Pedro Cuello, no se esplican sobre este punto sino diciendo que el padre

Urquiza estaba siempre en la presencia de Dios, que siempre estaba en oracion, que vivia en la iglesia y en el coro de dia y de noche.

Con este espíritu de oracion no será de admirar el profundo silencio y recogimiento que observó toda su vida. Jamás tuvo familiaridad con persona alguna, ni hay ni habrá, dice el padre Ignacio Duque que concurrió con él cuatro años, quien diga que siquiera por el corto espacio de un cuarto de hora ó menos le oyó conversacion seguida ó hilada. Sus palabras eran siempre muy medidas, cortadas, y como de quien estaba atendiendo siempre á otra cosa. Con los seglares y gente de su partido, aunque fuesen de los mas autorizados, como alcaldes mayores ó capitanes del presidio, despues de las salutaciones comunes, eran sus únicas palabras.... El corazon en Dios.... el corazon en Dios. Jamás tuvo cuidado alguno de cosa temporal, fiado enteramente en el amor de sus indios, de quienes recibia su corto y grosero alimento. Por esto quiso vivir siempre en las dos misiones mas pobres de toda la provincia, donde no tenia fondos que cuidar, y habiéndolo mudado á otras mas acomodadas, luego propuso á los superiores volverse á aquellas, echando menos las incomodidades y estrechez da su primera morada; pero la falta de lo temporal la suplia Dios con la abun dancia de celestiales consuelos. La pobreza no podia ser mayor: yo (dice el citado padre) estuve con él cuatro años; ví su mision aposento, me hallé á su entierro, nunca ví sino el crucifijo, rosario, breviario, soliloquios de S. Agustin, y el librito de Contemptus mundi. Llegó en esta materia á lo sumo de no tocar aun con sus manos la moneda. La limosna anual que da el rey á los misioneros, hacia que se entregase á los fiscales indios de los pueblos, sin tomar para sí un medio real. Ignoraba enteramente el valor de la plata. Hubo ocasion que dándole una piedra de mina de valor de tres ó cuatro pesos, el santo hombre la dió al conductor de las platas que venia á México encargándole una memoria de géneros de los que usaban los indios que importaba mas de cien pesos. El conductor, admirado de su sencillez, se valió de la ocasion para hacer á su pobre partido aquella limosna, quedando el padre muy satisfecho de que le habia costado su dinero.

y su

El general D. Andres Rezabal, que mandaba los presidios de aquella provincia, por la singular veneracion que tenia al padre Antonio, habia procurado muchas veces hacerle recibir alguna cosa en dinero ó efectos; pero siempre en vano, porque ó no lo admitia, ó lo enviaba luego sin verlo al padre rector de Sinaloa. Sabiendo despues el con

ductor de las platas lo que le habia pasado con el padre, quiso valerse de este medio para socorrerlo en sus graves necesidades. Le hacia dar por tercera mano algunas pedrezuelas de aquellas instruyendo al donador que dijese al padre que en la tienda de D. Andres Rezabal darian por aquella piedra estos y los otros efectos. Enviaba allá el padre y el piadoso general tenia el consuelo de vestirle á sus indios ó hacer alguna cosa que necesitaba: añadia algun chocolate y algunas otras cosas, tanto que el hombre de Dios llegó á preguntarle si tanto valian aquellas piedras. D. Andres solia responderle que aun todavía le quedaba á deber, para poderle enviar mas. Otras veces le decia que ya no quedaba en su poder cosa alguna, y de allí á algun tiempo volvia á enviarle otra piedra. En estos y otros muchos casos semejantes convienen cuantas personas le trataron, religiosas y seglares. Con la misma exactitud que su pobreza, observaba la castidad y la obediencia, los ojos ó cerrados ó en el suelo. Su misma simplicidad y candor le hizo confesar que en esta materia lo mas sublime y elevado de esta bellísima virtud era el no sentir aun las tentaciones y primeros movimientos de la sensualidad. Confesando algunas de estas culpas los penitentes, les decia con admirable sinceridad.... Amen á Dios: ¿cómo yo no he sentido jamás esas cosas? De su obediencia baste decir que era fundada sobre la admirable sencillez de su corazon, dejándose gobernar como un niño de su madre sin proponer cosa alguna sino lo que pudo serle de alguna comodidad cuando lo sacaron de su pobre mision de Ocoroiri. Era tal el respeto y veneracion que tenía á los superiores, que hasta ahora (dice un padre su conmisionero), no he visto niño alguno mas ajustado ó temeroso ante su padre ó maestro como lo estaba el padre Antonio ante su rector. Usaba un medio virrete viejo de paño, y cuando se ofrecia entrar á ver al padre rector, mucho ántes se lo quitaba y lo tenia en la mano hasta que volvia á salir. Por muchas instancias que se le hiciesen jamas se cubria la cabeza, ni tomó asiento delante de superior alguno. Pasando ya ochenta años, cuando ya no podia andar sino cargado en hombros de indios, venia sin embargo cuando lo llamaban á algunas fiestas al colegio de Sinaloa á que solian concurrir anualmente los demas misioneros vecinos; en estas ocasiones, atendiendo á su edad y enfermedades, solia detenerlo el padre rector algunos dias, y aun meses. Obedecia ciegamente el bendito padre; pero sus indios, poniéndolo en un tapextle ó lecho portátil, cargaban con él ocultamente y lo llevaban á Ocoroiri, edificándose tox

dos los sugetos, no menos del hurto piadoso de los buenos indios, que de la amable mansedumbre y sencillez del padre.

Estas singulares virtudes manifestó el Señor cuanto le agradaban con algunos sucesos admirables que le conciliaron á su humilde siervo mucha veneracion y una comun y constante fama de santidad. Dicien do misa en la iglesia de Sinaloa el dia de S. Miguel Arcángel del año de 1717, repentinamente quedó transportado y como fuera de sí por largo rato. Luego, volviéndose al pueblo con rostro encendido dijo con gran fervor. Ayer se arruinó la ciudad de Guatemala; Dios está muy airado por nuestras culpas. Prosiguió el santo sacrificio de la misa, y luego, to mando aquello por asunto, hizo un largo y fervoroso sermon en que re-› firió muchas particulares circunstancias de aquel lastimoso terremoto, y acabó diciendo...... Yo no sé como es esto: no me crean á mí, esperen á que vengan cartas..... Halláronse presentes D. Sebastian Lo. pez de Ayala, D. Martin Verástegui, y algunas otras personas de ca rácter. D. Martin tuvo la curiosidad luego que salió de la iglesia de apuntar el dia y las circunstancias que todas se hallaron muy conformes á la verdad. En otra ocasion volvió diciendo..... Rueguen á Dios por la alma de Doña Nicolasa Pereira, muger del teniente de los Alamos, que anoche murió; era buena muger, pero se haya en gravísimas penas por algun exceso en el aliño de su cuerpo. La dicha señora habia muerto muchas leguas de allí, de donde en tan corto tiempo no podia llegar noticia, la que se tuvo despues de dos dias. Habiendo salido del real presidio de la villa la compañía de soldados arreglados para la sierra de Chinipas á reparar cierta invasion de los taraumares, iba de capitan D. Nicolás de Ibuera, vecino honrado del lugar. Algun tiempo despues de su partida, saliendo de la iglesia el padre Urquiza, llamó al indio sacristan llamado Francisco Hernandez, indio de mucha razon y de notoria cristiandad.... Francisco (le dijo) ¿has oido algun rumor de llanto, ó cosa de novedad en casa del capitan İbuera? Diciéndole el indio que no sabia que hubiese novedad, y que le hacia fuerza la pregunta, el padre, como corrido, añadió.... No sé de donde se me ofreció preguntarte esto; yo de la casa no sé nada, ni tú le digas cosa alguna. Pasó esto, y á pocos dias llegó el general D. Andres Rezabal con noticia de haber muerto D. Nicolás Ibuera el mismo dia en que el padre hizo aquella misteriosa pregunta. Murió algunos años despues este mismo indio (Francisco Hernandez) y pasado mucho tiempo, estando el padre Antonio rezando en la iglesia, y

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