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no parecieron allá en largo tiempo. El consejo estrañó con razon que no se escribiesen por otra parte cosas tan graves, y que sobre el dicho de unos cuantos hombres apasionados se hubiesen de creer unos delitos tan negros y en ministros tan celosos y que pocos años ántes, á peticion de los mismos señores obispos y vireyes, habian entrado en aquel pais. En esta atencion se despacharon dos cédulas, una al padre provincial de la Compañía y otra á la real audiencia de Guadala jara. Este tribunal cometió la averiguacion de todo al nuevo gober nador de Sonora, y el padre provincial, que desde 31 de agosto de 1753 lo era el padre Ignacio Calderon, encomendó una rigorosísima informacion sobre estos puntos al visitador general de las misiones. En uno y otro juicio depusieron á favor de los acusados los mejores y mas abonados testigos de toda la provincia, y no pocos de aque Hlos mismos que habian declarado en contra en los primeros autos.. La remision de estos favorables informes al consejo se procuró impedir por varios caminos, hasta que la Compañía hubo de presentarse jurídi-, camente, no sin sentimiento y pesadumbre de los que creian triunfar á vista de su humilde y religioso silencio. Interin se esperaba la úl. tima resolucion, los sucesos mismos justificaron sobradamente la conducta de los jesuitas. El nuevo gobernador de Sonora, por no recru decer la llaga, no habia querido proceder contra el cacique Luis, cón. tentándose con amonestarlo privadamente y observarle muy de cerca los pasos. No tardó mucho en prorrumpir su genio inquieto y ambi cioso; é inquiridas jurídica, aunque muy secretamente las causas, fué puesto en prision, donde consumido de melancolía murió á poco tiem po. A los pimas que él permitia andar vagabundos y que comenzaban. á alborotarse, se les señaló plazo para que se restituyesen á los pue. blos. Restituyéronse á sus misiones algunos padres y á las iglesias muchas alhajas, que hasta entonces no se habia cuidado de recobrar. Perseveraban rebeldes los hijos y parientes del cacique Luis y al gunos otros pimas; pero con la muerte de su principal gefe y algunos otros golpes, fueron obligados á entrar en su deber. El gobernador formó de todo esto los correspondientes autos, que remitidos a México y á Madrid, dieron un solemne honorífico testimonio de la fidelidad y observancia de los jesuitas para con el rey, no menos que de piedad, celo y fervor para con Dios, por quien se esponian diariamente á tantas vejaciones en la salud, en la vida y en la honra

Las reliquias de los pimas foragidos se agregaron entonces á los se.

TOMO III.

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ris, aunque eran ántes irreconciliables enemigos. Estos bárbargs, á fines de 1753, comenzaron á dar oido á las proposiciones de paz que les ofreció el gobernador D. Pablo Arce y Arroyo. Capitularon efectivamente, con las condiciones siguientes. Que les habian de ser restituidas sus mugeres. Que se les devolviesen las tierras que ántes poseian. Que se quitase de allí el presidio y se restituyese al Pitic, y finalmente, que se les señalase por su ministro al padre Nicolas Pereira. No pudiéndoseles prometer abierta y absolutamente el pri mer articulo, no tuvieron efecto las paces deseadas. Sin embargo, prometiéndoles el gobernador hacer en el asunto cuanto estuviese de su parte, vinieron en unas treguas que guardaron fielmente todo el tiempo de aquel gobierno, exceptos algunos pequeños robos que no pu dieron tomarse por justa causa de rompimiento. A D. Pablo Arce y Arroyo sucedió en el gobierno D. Juan Antonio de Mendoza, que mantuvo siempre viva la guerra con los siris desde á poco de su entrada, y en que finalmente vino á morir en 25 de noviembre de 1760, Fué famosa en esta ocasion la pertinacia y el valor de diez y nueve seris, que desamparados de los demás, resistieron por algunas horas á mas de cien hombres, Entre los bárbaros habia caido ya, desangra. do y moribundo, un cacique que era la alma de la accion. Viéndo lo en el suelo se le atrevieron á acercar, y entre ellos el gobernador que marchaba el primero; pero le costó muy cara su inadvertencia o sú valor. El rabioso y soberbio seri, aunque luchando con la última ago nía, se arrastró cuanto pudo hasta estribar contra una peña, desde don de atravesó al gobernador con una flecha que á pocos instantes lo sa có de esta vida. A D. Juan de Mendoza sucedió D. José Tienda de Cuervo. A su arribo los seris se habian refugiado al Cerro Prieto, de donde hasta ahora no se les ha podido desalojar enteramente. Este cerro se halla á doce leguas al Poniente de S. José de Guaimas, y otras tantas al Sur del Pitic, de la costa del mar de California catorce leguas al Oriente, y como treinta al Norte de la embocadura del Yaqui. Es un conjunto de cerros de fortaleza incontrastable con innumerables cortaduras de la misma naturaleza, que no pueden cami. narse sino por mil diferentes rodeos, siempre con peligro de ser aco. metido y sin esperanza de poder dar alcance al enemigo. Las quebradas mas famosas (para decir esto de una vez) son la de Cosario al Oriente, la que llaman de Rodriguez al Nordeste, Caron grande al Nornordeste, el de la Palma cuasi al Norte, Cara pintada al Nordeste, Otates al

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de Oeste Nordeste, Abispas al Oeste Sudoeste, y Nopalera al Poniente. Al Sudoeste el Rincon de Marcos, nombre que se impuso el año de 61 á causa de haber aquí hallado, despues de haber buscado inútil. mente por otras partes, á este gefe de los rebeldes. Esta accion se efectuó el dia 7 de noviembre con mas de 420 hombres de armas. De los salvages quedaron cuarenta y nueve sobre el campo y sesenta y tres prisioneros.con trescientos veintidos caballos que se les quitaron ̧ El golpe pudiera haber sido decisivo á poderse haber multiplicado la persona de D. José Tienda de Cuervo; pero habiendo faltado en algu. nos cabos la precaucion necesaria, escaparon los mas de los seris, y pasaron á la isla de S. Juan Bautista, situada como á ocho leguas de la costa, y cerca de nueve al Sur Sudoeste del Tiburon. Actualmen te así contra esta nacion como contra la de los apaches, azote de la Sonora y Taraumara alta, por la parte boreal y oriental, se hacen en Nueva-España grandes preparativos.

En este medio tiempo gobernaron la provincia los padres Agustin Carta y Pedro Reales; el primero celebró en noviembre de 1757 la vigésima nona congregacion provincial, en que siendo secretario el padre Estanislao Ruanova, fueron elegidos procuradores el padre José Redona, el padre Francisco Zevallos y el padre Juan de Villavi. cencio. La division de la provincia porque tantas veces se habia instado, y á que el M. R. P. general Ignacio Visconti desde la antecedente congregacion habia ya condescendido, se volvió á poner ahora á arbitrio de su paternidad muy reverenda por las graves dificultades que de acá se pulsaban en el modo y práctica de la ejecucion que hasta ahora no han podido vencerse. El padre Pedro Reales entró á gobernar á principios del año de 1760. En 62 se reconoció en México la antigua epidemia del matlazahuatl en que los operarios desempeñaron el crédito de la Compañía entónces bastantemente afligido con las malas noticias y atroces papeles que de toda la Europa venian contra dicha Compañía. Este año memorable en la Habana por la invasion de los ingleses el dia 6 de junio, estuvo para arruinar aquel colegio que padeció tanto en sus haciendas, cuanto los buenos oficios de los padres para con la afligida ciudad los hicieron mas recomendables.

En 19 de mayo de 1763 succedió al padre Pedro Reales el padre Francisco Zevallos. En estos últimos tiempos han fallecido en la provincia sugetos muy recomendables por sus letras y virtud. En México el padre Oviedo, el padre José María Genovese y el padre

Dr. Francisco Javier Lascano, en el colegio máximo. En Puebla el hermano Juan Gomez, el padre Francisco Javier Solchaga y el padre Antonio Ordeñana. En California el padre Fernando Consag, en Taraumara el padre Francisco Hermanno Glandorff, cuyo elogio omi. timos viviendo aun los que los conocen hasta qué los autorice el tiempo. Fallecieron tambien en estas años los lllmos. Sres. D. Manuel Rubio y Salinas, arzobispo de México, y D. Francisco Pardo, D. N., primer arzobispo de Guatemala, el segundo recibido en la Compañía, y el primero su amantísimo protector y bienhechor insigne de la Casa Profesa. En Puebla el Illmo. Sr. D. Domingo Pantaleon Alvarez de Abreu, y en Ciudad Real el Illmo. y Rmo. D. Fr. José Vital de Moctezuma, del órden de nuestra Señora de la Merced; á cuyo afecto y constante proteccion debemos un eterno agradecimiento. El Sr. Moctezuma que vivia aun cuando se recibió la bula de la Santidad de Clemente XIII Apostolicum Pascendi en que de nuevo confirma el instituto de la Compañía, fué de los que mostraron su singular amor á nuestra religion dando las gracias al soberano Pontifice por aquel breve, y esplayándose en alabanzas por lo mucho que le servian en su diócesis nuestros operarios. Este mismo favor debió nuestra provin. cia al Illmo. Sr. D. Pedro Anselmo Sanchez de Tagle, obispo de Michoacán, al Illmo. Sr. D. Miguel Anselmo Alvarez de Abreu, obispo de Oaxaca; y porque nada es mas honroso á nuestros ministerios que la aprobacion y aprecio de estos grandes prelados y pastores de la Igle. sia, hemos determinado añadir aquí las respuestas de su Santidad á las sobredichas cartas, para que juntamente con lo que han escrito de nuestra provincia estos ilustrísimos, se vea el aprecio que hace de los operarios evangélicos la silla de Pedro....

Hasta aquí la hermosa pluma del padre Alegre.... Un rayo desprendido del tronofde Cárlos III destruye en un momento el augusto edificio de la provincia de la Compañía de Jesus de México, cuyos hijos son arrebatados por el torrente impetuoso de la espulsion de los jesuitas: entre ellos marchó á Italia el padre Alegre á llenar de honor con sus escritos á esta América........ Apenas puedo esplicar el sentimiento que ha causado en mi corazon la relacion de esta desgracia cuando he reflexionado sobre ella y sus consecuencias en una edad madura, y renunciando (harto desengañado como el cardenal de Pacca) las siniestras impresiones que se me hicieron concebir desde mi infancia contra esta corporacion respetable. ¡Oh! ¡Si me fucra dado

verla restablecida en nuestro suelo como lo está ya en Bueno-Aires y en diversos lugares de América y Europa! ¡Con cuánta satisfaccion bajaria al sepulcro augurando à mis compatriotas una felicidad que no puede venirles sino del amor á la virtud y que tan diestramente han sabido inspirarles los Jesuitas!

EXPATRIACION DE LOS JESUITAS

EN TODA LA MONARQUÍA ESPAÑOLA

Y ESPECIALMENTE DE MEXICO.

El 25 de junio de 1767 poco antes de rayar la luz matinal se intimó á una misma hora el decreto defexpulsion de los jesuitas discutido a presencia del rey Carlos III, con el mayor sigilo. Este monarcaanduvo tan solícito de su ejecucion que dirijió una carta autógrafa al virey de México para que se verificase del mejor modo, y que pudiera llenar sus deseos, la cual existía en la secretaria del vireynato.

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Para que el golpe se diese simultáneamente y se evitasen conmociones de los pueblos que amaban cordialmente á los jesuitas, se tuvo presente en el consejo privado del rey lá carta geográfica de ambas Áméricas; midiéronse las distancias de todos los lugares donde habia colegio de jesuitas, el tiempo que gastaban los correos, y se tuvieron presentes hasta las menudas mas circunstancias conducentes al intento, Con achaque de levantar las milicias provinciales del reino que resis. tieran una invasion enemiga como la que acababa de sufrir la Habana, habian venido varios regimientos veteranos de España conocidos por el pueblo de México con el nombre de Gringos, y la organizacion de los nuevos batallones se habia confiado á buenos generales, como el teniente general Villalba, el marqués de la Torre, el marqués de Rubí, y Ricardos; así es que en México habia entonces una gran fuerza capaz de contener cualquier asonada. Era provincial de la Compa. ñía en la provincia de México el padre Salvador de la Gándara, que á la sazon estaba en Querétaro de vuelta de la visita de los colegios de Tierradentro, y venia tan satisfecho del arreglo en que los habia encontrado y dejaba, que aseguraba no haber tenido en ellos que reprender ni reformar cosa alguna.

La intimacion del decreto de espulsion se hizo á los jesuitas en la

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