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ra.

lade ese breve en letra inteligible. Los circunstantes y aun el mismo Sr. obispo, dudaron si se burlaba; pero se desengañaron bien presto viendo al hermano Francisco de Leon leer corrientemente el breve y traerlo luego trasladado de su bellísima letra. La admiracion del Sr. obispo fué grande, y tanta, que escribiendo pocos dias despues al romano Pontífice, no pudo menos que prorrumpir en extraordinarias alabanzas de la Compañía, que pondriamos aquí á la letra, si no fueran siempre odiosas las comparaciones.

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Gloriosos traEn este medio tiempo á la mision de guazaparis, habia añadido el bajos del pa dre Salvatier- padre Juan María Salvatierra una nueva cristiandad en el pueblo de S. Francisco Javier de Jerocaví. Este hombre infatigable sin perdonar trabajo hacia una guerra contínua á los pocos restos de gentilidad que habian quedado ya en ochenta leguas en contorno de la villa de Sinaloa. En el pliego de gobierno que habia venido á fines del año antecedente de provincial el padre Luis de Castro, habia venido juntamente destinado al gobierno de no sé cual de los colegios el padre Salvatierra; ocasion con que al principio de este año hubo de pasar México. El sentimiento y tristeza inconsolable que mostraban sus neófitos, y mas que todo, la humildad del mismo padre y su celo por la conversion de las almas, le inspiraron tales y tan eficaces razones, que persuadido el padre provincial y sus consultores, á que era interrumpir la obra de Dios el sacarlo de misiones, le dieron permiso para volverse á sus amados serranos, cuasi sin haber respirado del camino cuando pasó á Cuteco, cinco leguas, segun el mismo padre al Norte de Jerocaví. En este pueblo habia ya estado otra vez, aunque sin haber bautizado sino muy pocos párvulos. Sabiendo ahora que en tiempo de su viage á México habian muchos taraumares foragidos procurado amotinar las cristiandades vecinas,, temió no se hubiesen resfriado los eute. cos en sus antiguos deseos; tanto mas, cuanto sabia que muy cerca de sus rancherías tenia su estancia un gentil taraumar, por nombre Corosia, hombre inquieto y aborrecedor del nombre cristiano, que incesantemente habia procurado destruirlo tanto en su pais como entre los conchos, chinipas, barohios, guazaparis y otras naciones confinantes. Los picachos en que habia siempre habitado despues de las últimas guerras con los españoles, eran el refugio de todos cuantos huian de bautizarse, 6 de cuantos ya bautizados profanaban por su apostasía ó por sus perversas costumbres el sagrado carácter. Sin embargo de la vecindad de tan perverso huésped, los cutecos perseveraban en sus antiguos

deseos de recibir el bautismo, como efectivamente se bautizaron cincuenta dentro de pocos dias, y co nenzaron, aunque muy lentamente, á trabajar en reducirse á forma de pueblo. De aquí pasó á la famosa quebrada 6 barranca de Hurich, que en aquel idioma quiere decir tierra caliente. Desde antes de su viage á México habia pensado en esta espedicion; pero ni pareció conveniente á los superiores por entónces, ni estaban tampoco de ese humor los indios, que antes procuraban ocultarse, como lo hicieron al principio, ó imposibilitar la ejecucion, diciéndole que era un camino impenetrable, y donde solo podian bajar las aves con sus alas. Vuelto de México, y sabiendo que habia allí al. gunos cristianos enfermos, no pudo contenerse su celo sin intentar un descubrimiento que tanto le parecia mas importante, cuanto mayores dificultades se le aparataban.

de Hurich.

Viéndolo tomarge resueltamente el Sto. Cristo, y el báculo y el som- Entrada á la brero, que solia ser todo el tren de sus caminos, el gobernador de Je- famosa sierra rocavi se ofreció á acompañarlo, diciéndole que bien podia caminar á caballo las tres primeras leguas; que harto tendria despues que andar á pié. Fué tal (dice el mismo venerable padre) el espanto al descabrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador si era tiempo de apearme, y sin aguardar respuesta, no me apié sino me dejé caer de la parte opuesta al principio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abria á mano izquierda una profundidad que no se le veia fondo, y á la derecha unos paredones de piedra viva que subian línea recta; á la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta á cuesta, sina violenta y empinada, y la vereda tan estrecha que á veces es menester caminar á saltos por no haber lugar intermedio en que fijar los pies. Desde lo alto se descubre toda la provincia de Sinaloa, y la gentilidad que queda en medio rodeada de las misiones cristianas de ella, y de la Taraumara y Tepehuanes. La quebrada es muy amena, y mas caliente que Sinaloa. Pasa por ella un rio grande que es el brazo mayor de que se forma el Zuaque. Corre esta quebrada mas de veinte leguas, y como diez mas abajo de donde yo estaba: me dicen corre otro rio menor que se junta con este, y los dos con en el de Chinipas, forman el rio de Zuaque. Llegó y consoló el fervoroso padre á los cristianos enfermos, y bautizó en el mismo estado á dos gentiles. Los demas, á pesar de su grosería, no pudieron dejar de admirar tanta caridad, y parecieron quedar bien dispuestos para rendirse al Evange. lio. No fué el menor fruto de esta jornada haber descubierto muchos

Motin de los tabaris y su éxito.

cristianos fugitivos, que encantados de la dulzura y suavidad del padre se redujeron luego á sus pueblos creyendo que no habia lugar tan inacces.ble ó tan oculto, que pudiese serlo á su fervor y á su celo. Halló que los tubaris tenían amedrentados á aquellos serranos, entrando frecuentemente á su pais, amenazándolos que jamás recibiesen padres ni se hiciesen cristianos, ó descubriesen la entradada á los españoles.

Acaso parecerá muy contraria y enteramente increible esta conducta en los tubaris, á los que se acordaren de lo que dejamos escrito en otra parte acerca de la mansedumbre y humanidad de csta nacion, la amistad que habian conservado siempre con los españoles, y los deseos que habian manifestado cuasi desde los principios de la villa de Sinaloa de hacerse cristianos en tiempo del capitan Diego Martinez de Hurdaide. Pero ¡qué mudanzas no suele causar aun en los hombres mas racionales la memoria de un agravio! Hemos dicho como algu nos años antes el Illmo. Sr. D. Bartolomé de Escañuela habia intentado y aun llegado á poner un cura clérigo en la villa de Sinaloa, é . impedir á los misioneros en muchas cosas el libre ejercicio de su mi, nisterio. Por real provision, que dejamos arriba inserta, hubo de cesar aquel prelado en sus procedimientos; pero alguno de los ministros que habia puesto en distintas partes, ya que se vieron impedidos de administrar á los pueblos cristianos, y asentados, á lo menos quisieron formarse feligreses de algunas gentilidades en que aun no habian cntrado misioneros regulares, franciscanos ó jesuitas. Uno de estos qui. so ser apóstol de los tubaris. Entró improvisamente por sus tierras con cinco ó seis españoles armados. Se mantuvo algunos pocos dias á costa de los indios él y sus compañeros. Bautizaba ó de grado 6 por fuerza los párvulos que encontraba á los pechos de sus madres. Sucelo por la reduccion de los adultos llegó á tanto, que no habiendo podido bautizar alguno, amarró unos cuantos y los cargó de cadenas hasta que pidieron el bautismo. Una conducta tan irregular y tan agena de lo que por muchos años habian visto aquellos gentiles en los lugares vecinos, irritó á la nacion: corrieron á las armas los unos, los otros hu. yeron á los montes, pasó la noticia á los taraumares y tepehuanes. El celoso clérigo hubo de salvarse por la fuga, y su imprudencia prendió un fuego que no pudo apagarse en muchos años, y en que estuvieron para perecer todas aquellas nuevas cristiandades. Esta fué la causa del desabrimiento de los tubaris y su aversion al cristianismo, que ojalá hubiera sido en los demas tan breve y pasagera como en ellos. A

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la vuelta del padre Salvatierra á Jerocaví le siguieron mas de treinta de esta nacion que vinieron á instruirse y bautizarse. Continuaron despues visitándole muchos, otros emparentados con los guazaparis, y ofreciéndole la entrada á sus tierras. A poco tiempo quiso el padre abrir un camino de Jerocaví á Vaca, la primera mision de Sinaloa. Los tubaris, sin ser requeridos, le enviaron luego un cordel con cuarenta nudos, diciéndole que otros tantos hombres pondrian ellos á trabajar para escusarle ese cansancio cuando pasase por sus tierras. Estos felices indicios tenian al padre Juan María lleno de esperanzas de ver muy presto reducida á nuestra santa fé aquella nacion, como lo significa pidiendo licencia para aquella jornada al padre privincial en carta de 24 de octubre de 1684.

El referido descontento de los tubaris, aunque causa bien pequeña, fué principio de una grande revolucion en todo el resto de las misiones de Sonora y Taraumara. A la voz de socorrerlos contra la violencia de aquellos pocos españoles con un pretesto racional, el cacique Corosia que no estaba muy lejos, y que por su génio feroz y revoltoso estaba siempre muy pronto para hacer guerra á los cristianos, comenzó desde luego á esparcir rumores sediciosos contra los españoles. Decíales que estos eran los que con tanta solemnidad habian jurado las paces pocos años antes. Estos son los que no procuran sino nuestro bien, y de quienes sin embargo jamas tenemos seguras nues tras haciendas y nuestras vidas. Mirad si yo os aconsejaba bien que no dejáseis las armas de la mano hasta acabar con todos, y qué bien hice en no fiarme jamas de sus palabras cariñosas. De este cacique y sus parciales, que no eran pocos, pasó presto la voz á los con. chos, de aquí á los tobosos, á los cabezas, y mas adentro ácia el Norte

y

el Oriente, á los sumas, ó yumas, á los janos, á los chinanas y otras naciones mas remotas. Los taraumares y los conchos como enemi. gos de quien menos se podia desconfiar, recorrian los pueblos engros sando cada dia su partido con gran número de foragidos y mal contentos. Las demas naciones, que de auxiliares se habian hecho los principales autores de la rebelion, determinaron tener una junta ge. neral cerca de un grande edificio ó ruinas antiguas que hasta hoy lla. man Casasgrandes, de que hemos hablado en otra parte. Allí se debia determinar de comun acuerdo el modo, lugar y tiempo de hacer la guerra, y se citaba para fines del mes de octubre con motivo de ha cer las primeras hostilidades á la entrada del invierno, tiempo muy to

Principios del alzamiento de

Taraumara.

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mido de los españoles por la inclemencia de los climas. No pudieron tener esta asamblea tan secreta que no llegase á noticia del padre Juan Antonio Estrella, ministro del partido de Santa María Basaraca, el cual pasó luego la noticia á D. Juan Antonio Anguis, teniente de los presidios de Sonora y Sinaloa por D. Isidro de Atondo y Antillon, que por orden del rey habia pasado al descubrimiento y poblacion de la California. El padre Estrella le requirió por escrito en nombre de Dios y del rey que acudiese con sus armas al socorro y remedio de la provincia, impidiendo la entrada del enemigo en unos paises donde una vez establecido podia mantener obstinadamente la guerra á costa de los mismos pueblos cristianos que habian de dejar en su poder los ganados y sus siembras. Las mismas noticias llovian á un tiempo de Janos, del Parral y de otros lugares, que pusieron en suma consternacion á los cabos de aquellos presidios.

El de Sinaloa respondió que por carta del Sr. virey se les habia nuevamente intimado conforme á la mente de S. M. que no se hiciesen entradas con armas á las tierras de infieles, sino que con dulzura y humanidad se procurasen atraer. Que se hallaba con solos treinta hombres por estar los demas ocupados en servicio de S. M. y en el descubrimiento y conquista de California: que con ellos apenas tendria para defender sus fronteras en caso de algun insulto, pues se le avisaba del Parral que era general la conspiracion: que el lugar de Casasgrandes donde pretendia se llevase su gente, distaba cuarenta y seis ó mas leguas de los límites de su territorio y pertenecia á la jurisdiccion del gobernador de la Nueva Vizcaya, á quien el capitan de aquel puesto D. Francisco Ramirez de Salązar habia pedido ya socorro: que dentro de sus mismos límites tenia bastantes motivos de temer por haber tenido noticias de algunas humaredas y otras señales de indios junto al valle de Vatepito inmediato al presidio de San Miguel Babispe en que se hallaba. Entre tanto ya en aquellos paises mas remotos habian comenzado con bastante furor las hostilidades, sin que hubiese á tanta distancia de los presidios fuerzas suficientes para contener á aquella inundacion de bárbaros que parecia haber de acabar muy en breve con todas aquellas gentes, iglesias y presidios.

Mientras que en la Sonora y Taraumara habia lugar de temerlo todo de la saña y furor de tantos enemigos confederados, los dos padres Eusebio Kino y Pedro Matías Gogni en California, trabajaban incesantemente en grangearse el afecto y amor de aquellos bárbaros. Se

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