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en tela de juicio y que hoy puede ser juzgado de una manera evidente á la luz que arrojan los documentos del archivo de Miranda.

Apenas tuvo efecto el arresto de este general, cuando el Dr. Peña, caballero en mula, salvó la serranía á las altas horas de la noche para presentarse á Monteverde en Caracas. A poco andar se cruzó con el correo enviado ya á la autoridad militar y portador de la orden de Monteverde para cerrar el puerto hasta que se verificara la entrega de la plaza, bajo amenaza de que, de no hacerse así, no tendría efecto el pacto que había celebrado. El Dr. Peña refirió á Monteverde los incidentes del suceso, y habiéndole preguntado si consideraba cumplida la capitulación por parte de los patriotas, obtuvo del jefe realista una contestación tan satisfactoria como pérfida.

Los republicanos que habían tomado parte en la maquinación de la víspera se alarmaron con motivo de la llegada del emisario de Monteverde, y pretendían que Casas, burlando la amenaza, les franquease la salida; pero Casas se opusó, contestando agriamente: «Nadie se embarca. Juntos correremos una misma suerte con nuestras familias y con los demás compatriotas comprometidos en

causa. >>

en nuestra

Lo que se pretendía de Casas era una insigne co

bardía: el sacrificio de Miranda y que Monteverde tuviera algo de que asirse para burlar lo estipulado en la capitulación; que á todo esto hubiera dado margen la marcha de los patriotas. No podía plegarse á estos deseos, comprometiendo la suerte del país, quien era, además, amigo personal de Miranda, aunque contribuyó á su arresto, creyendo candorosamente que dependía de esto la salud pública y que la medida no perjudicaría al ilustre patricio. Una explicación habría bastado según la aseveración del Dr. Gual, para restituir las cosas á su primer estado. Pero esta explicación hubiera sido tardía, porque Monteverde había ordenado ya la clausura del puerto, y lo que era más, enviado una fuerza, que llegó á las pocas horas, al mando de Cerberiz, para tomar posesión de aquél en sustitución de Casas, y Cerberíz redujo á prisión á todos los patriotas que hubo á mano, tan pronto como se hizo dueño de la Guayra. El Dr. Peña permaneció en Caracas bajo la protección de Monteverde. A Casas se le envió escoltado á dicha ciudad, y obtuvo luego del Dictador que le permitiera vivir en el retiro de una propiedad rural, y alejado de las luchas polí

ticas.

El único documento que acusa y denuncia, pertenece al Dr. Peña, y está escrito y firmado de su puño y letra. El único patriota que había meditado y

resuelto oponerse al embarque de los republicanos aun antes de que éstos concibieran el desatentado propósito de arrestar á Miranda, fué el Dr. Peña. Nosotros entregamos su responsabilidad á los altos juicios de Dios y de la Historia.

Hemos de apuntar, sin embargo, una creencia arraigada en nuestro ánimo. No vacilamos en decir que el Dr. Peña no tuvo la intención de favorecer á la causa realista: pensó tal vez que el alejamiento de aquel jefe y de los demás que intentaban embarcarse estorbaría el cumplimiento de la capitulación y redundaría también en agravio de la patria. Los importantes servicios que prestó á ésta, después de aquel funesto acontecimiento, así en puestos civiles como también en puestos militares, en los cuales brillaron su valor, su poderoso talento y su elocuencia jamás igualada en nuestras lides parlamentarias, alejan de la mente la sospecha de que procediera con intención alevosa. Y si fuere cierto que es responsable de la catástrofe de Miranda en 1812, y que lo es también de la catástrofe de Bolívar en 1830, no olvidemos que, en la historia de la humanidad, los más grandes caracteres suelen producirse de una manera inconciente ó fatalmente atraidos por la vortice de las pasiones del momento.....

VI

El infortunado cautivo no tardó en ser víctima de horribles penalidades carcelarias, impuestas con verdadero lujo de ensañamiento por el comandante Cerberíz; y como si no rebasaran la medida del odio hacia Miranda, empezó la dolorosa ruta, de cárcel en cárcel y de pueblo en pueblo, erizada de peligros contra la vida y de rebajamientos de la dignidad. Del castillo que le dieron por prisión sus compatriotas pasó, arrastrando el grillete, por orden del jefe realista, á un inmundo calabozo.

¡Destino aciago el de este hombre extraordinario! Él, que si no había saboreado los refinamientos de la opulencia, vivió siempre holgadamente, tenía ahora, por todo alimento, el agua y los mendrugos

de la mendicidad. Como á Napoleón, en su destierro, roíale el cerebro la sospecha de morir envenenado por los enemigos. Como un criminal de oficio, habitaba en compañía de soeces presidiarios. Así iba muriendo á pedazos el organismo físico y moral de Miranda abandonado de Dios y envilecido por los hombres.

De las prisiones de la Guayra fué trasladado á las prisiones de Puerto Cabello, y desde el oscuro fondo de estas dirigió á la Audiencia de Caracas una luminosa página que parece escrita con sangre y arrancada del corazón. No vertió en ella ni una sola queja de los hombres que le arrestaron el 30 de julio; expuso noblemente ideas y defendió los derechos de sus compatriotas.

En Puerto Cabello no padecía bastante ni estaba suficientemente custodiado... Buscábase adrede el mejor potro de suplicio para torturar á la víctima, y fué llevado al castillo del Morro de Puerto Rico. Vió brillar un rayo de luz y sintió una ráfaga de aire cuando le arrancaron de aquel subterráneo para sumirlo en la prisión gaditana conocida con el nombre de arsenal de la Carraca. Pero á seguida se esparció densamente la sombra del calabozo, y sintió la asfixia que mata poco á poco, y la muerte, con el olvido de sus compatriotas, como último bien recibido de los hombres.

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