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La vida del general Miranda abunda en episodios verdaderamente dramáticos. Este insigne venezolano, defensor de la libertad, tuvo la adversa fortuna reservada á los que al igual suyo ejercen en la tierra el benéfico apostolado de la justicia y del derecho.

No sucumbió en el ardor de la contienda entre el ruidoso batallar de las ideas y el frenético aplauso del pueblo redimido; no sucumbió de pié ante el ara santa de su devoción politica, ni cortejado por la

gratitud popular, ni jubiloso ante el espectáculo de las cadenas rotas, ni viendo elevarse triunfalmente al cielo en espirales de incienso las bienhechoras ideas, por el exaltamiento de las cuales luchara tanto mientras recorrió el espinoso tránsito de su vida hasta llegar herido y exangüe á la afrentosa cruz de su inmerecido sacrificio.

Entregado con alevosía de sus compatriotas al brazo vengador, quedaran enterrados entre los muros de la sombría ergástula que fué su tumba, el amor y el respeto que se consagran hoy á su memoria, sus merecimientos personales, sus virtudes cívicas, sus trabajos en favor de la independencia, y con todo esto los justos títulos á la gloria de la patria, su misión en lo pasado y su parte en lo porvenir, si no sonara siempre, aunque tardía, la hora de las reivindicaciones sociales y políticas.

Perdurable oprobio mancillara á la patria que por extravío del entendimiento, más que por perversidad del corazón, fué indiferente espectadora de esta carrera fúnebre, silenciosa y fría, sin más cortejo que el odioso de las pasiones, sin otra luz que la vertida difusamente por la claraboya de una prisión; per

durable oprobio, repetimos, si esa misma patria no celebrara ahora la apotéosis del finado patricio, iluminada con los resplandores de luz vivísima que arrojan testimonios irrecusables.

El mérito sin erguimientos, la virtud hollada por el fraude, la lealtad corroida por la envidia, el hombre de honor vulnerado por la ingratitud á quien él encumbrara, tienen derecho á la glorificación de la patria; que no siempre se ha de tributar culto al dios éxito, ciego y arbitrario, que reparte sin tiento las coronas del triunfo.

Devolver honra y prestigio publicando testimonios en punto á la verdad histórica empañada por las sombras del crimen ó expuesta con tales mixtificaciones que apenas si es conocida de la actual generación venezolana, hé aquí el objeto y la misión de este libro, con el cual trabajamos en el propósito de historiar los acaecimientos de nuestra patria.

Enmudeciera nuestro entusiasmo si hubiéramos de hacer la apotéosis de un contemporáneo. En buen hora narren otros con fácil pluma y pomposo elogio el éxito del día; reproduzcanlo hasta el infinito en estatuas coronadas con mirto y laurel

floridos, y regeneren los estragos que la intemperie o casione en ellas. Nosotros, que no sabemos rendir culto al endiosamiento efímero, narramos con amor las vicisitudes de un destino misterioso que se nos aparece perpetuado por el mármol, coronado por la gloria y regenerado eternamente por la mano de la Justicia en el verdadero calvario de una gran desgracia resignada y abatida en la lobreguez de un calabozo; desgracia que arrastró consigo la historia de un hombre extraordinario, cuyos despojos mortales no tienen tumba, y cuya fama no ha tenido hasta hoy más homenaje que una estatua de bronce colocada en la plaza del Panteón de Caracas.

París, 24 de enero de 1884.

MIRANDA

I

Empezemos á trazar el perfil del ilustre personaje y el bosquejo de la grande idea, recordando lo que escribimos en la semblanza SIMÓN BOLÍVAR, á propósito y con motivo del general Miranda :

De inteligencia luminosa, de carácter reflexivo y austero, de temperamento firmísimo, sobrio en costumbres y parco en juicios, probado en el crisol de la adversidad y atento siempre á la idea que engendró su mente, era Miranda de la madera de los hombres convencidos que jamás tiemblan las consecuencias de un hecho ni repasan lo andado en el camino de las revoluciones politicas.

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