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toresca variedad, y la singular elegía titulada Elvira, donde hay hermosos rasgos de ternura. Lástima que no sean igualmente correctas y que las deslustre alguna vez la suma llaneza del lenguaje ó lo escabroso y duro de ciertos versos. Sin embargo, todas son lo que hoy debe ser la poesía lírica: sentimiento individual, al mismo tiempo vivo reflejo de la civilización que la produce. Todas acreditan que el Duque de Rivas era un gran poeta, y que pueden aplicársele exactamente aquellos versos de Calpurnio:

y

"Non pastor, non hoc triviali more viator, Sed Deus ipse canit: nihil armentale resultat: Non montana sacros distinguunt jubila versus.»

XII.

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ARA completar estas breves indicaciones acerca del prócer que ocupa lu

gar tan importante en la historia de la literatura española del presente siglo; examinadas sus composiciones líricas, dirigidas á satisfacer la necesidad que experimenta el alma de contemplarse en la expresión de sus propios sentimientos; apreciado ya el valor de las piezas dramáticas, de los poemas, romances y leyendas con que supo enriquecer el tesoro de la poesía nacional, corro á buscarle en campo menos florido, es decir, en sus escritos en prosa, en los cuales logró también cosechar laureles.

Como escritor de costumbres, publicó el Duque hacia 1839, en la obra titulada Los españoles pintados por ellos mismos, dos retratos bosquejados con mucha gracia: El Hospedador de provincia y El Ventero. En ambos resaltan las

mismas dotes, la misma intuición y atenta observación de la naturaleza, el mismo vigor de realidad que en el cuadro de la Posada del Don Álvaro. Como escritor de viajes, merece aplauso por la pintoresca y animada descripción de sus excursiones á Pesto y al Vesubio. Como didáctico, por sus Discursos Académicos, de sana doctrina y elocuente vena. Como político, por sus Discursos parlamentarios, alguno de los cuales es de gran mérito (1) y demuestra que no le faltaban condiciones de orador ni de repúblico. Finalmente, de 1847 á 48 escribió en Nápoles la Sublevación capitaneada por Masanielo, de la cual han hablado con justo encomio jueces muy competentes y se han hecho repetidas ediciones dentro y fuera de nuestra nación (2).

Dice el sabio Agustín Thierry (Homero de la historia, según Chateaubriand), que la historia nacional es para todos los hijos de una misma patria como propiedad común, como porción del patrimonio moral que cada generación que desaparece lega á la que la reemplaza. En su

(1) El que pronunció en el Estamento de Próceres sobre la exclusión de la rama de D. Carlos á la sucesión de la corona.

(2) El título con que se publicó en Madrid este libro, en 1848, es el siguiente: Sublevación de Nápoles capitaneda por Masanielo, con sus antecedentes y consecuencias hasta el restablecimiento del gobierno español.-El editor D. Luis Navarro lo ha reimpreso é incluído recientemente en su selecta Biblioteca Clásica.

concepto nadie debe trasmitirla tal como la recibió, antes bien se hallan todos obligados á añadirle alguna cosa en claridad y certidumbre. Fiel á este precepto, síguelo felizmente el Duque de Rivas procurando exclarecer uno de los más importantes períodos de nuestra dominación en Italia. Émulo de los grandes líricos y dramáticos de los siglos XVI y XVII, ha querido emular tambien á los Melos y Mendozas, codiciando generosamente el laurel de Tucídides y de Tácito, de Jenofonte y de Livio (1).

La historia, mejor dicho, el drama terrible y sangriento que ofrece á nuestros ojos ese concienzudo Estudio, no es de tal naturaleza que, abriendo el corazón de siglos pasados, descubra el sendero trazado á las naciones por la Providencia. Y sin embargo, ¡qué cuadro para el político y para el filósofo! ¡Qué lección tan amarga, y al mismo tiempo tan provechosa, para gobernantes y gobernados!

Los excesos de un poder imprevisor y arbitrario siembran en el abatido pueblo de Nápoles la semilla venenosa del descontento, y establecen lamentable divorcio entre el representante de la autoridad y los que ven con

(1) Las observaciones acerca de esta obra histórica (traducida más de una vez à diferentes idiomas y modestamente apellidada estudio por el autor) están extractadas en su mayor parte del artículo crítico que publiqué en El Heraldo en 1849.

dolor que se abusa de su obediencia pasiva. Pero los virreyes, que se juzgan omnipotentes y cierran los ojos al espectáculo de las convulsiones casi periódicas de sus esquilmados súbditos, prosiguen en el desacertado sistema de vejaciones, hasta que el sufrimiento se apura y las masas populares se arrojan á romper el yugo que las oprime.

Un hombre de la plebe, un pescadero miserable dotado de genio y de audacia, Tomás Anielo, se pone al frente de los sublevados, los dirige con destreza, y, merced al influjo que llega á ejercer en la multitud, consigue libertarla de gabelas é imponer su voluntad y hasta sus caprichos al Lugarteniente del Rey, alzándose en el espacio de breves horas á dictador, convirtiéndose en dueño absoluto de aquellos que le trataban como á esclavo. Tan brusca transición desordena el juicio del plebeyo jefe de las turbas; y el robo, el saqueo, el asesinato, la desolación, la ruina forman el cortejo que le sigue por todas partes, y á cuantos se habían levantado con él en nombre de la justicia para poner coto á las demasías de sus opresores.

en

Los extravíos de la revolución tardan poco

desacreditarla. Roto el dique, los mismos que la emprendieron se encargan de su exterminio, cediendo á rastreras pasiones. El que ocho días antes era llamado libertador del pue

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