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en España durante el bienio progresista de 1854 á 1856. Yo que, invitado cariñosamente por el Duque, fuí á Cádiz desde Sanlúcar de Barrameda en el verano del año 55 para pasar á su lado una semana en la misma habitación que había ocupado hasta entonces su hijo Gonzalo, hoy Marqués de Bogaraya, y que tuve el gusto de acompañarle constantemente mientras gocé su cordialísima hospitalidad en aquel emporio de cultura, pude apreciar por mí mismo el vivo afán con que las personas más distinguidas de la sociedad gaditana, fueran cuales fuesen sus opiniones, se disputaban la honra de tratarle y agasajarle, recreándose en su conversación siempre chispeante y amena, y viendo y considerando en él, más aún que al egregio prócer, al autor de Don Álvaro y de El Moro expósito, es decir, á una de las más altas glorias literarias de nuestra nación.

Pasado el bienio (paréntesis desastroso y de universal inquietud, como todos aquellos en que por ceguedad ó por sorpresa han prevalecido aquí las ideas torpemente revolucionarias), el Duque volvió á entrar en juego y á obtener los altos puestos y elevadas consideraciones correspondientes á quien había merecido tan gran renombre en los azares de la vida pública.

Pero como el tiempo es inexorable, aquel

hombre ceñido de tan honrosos laureles, aquel íntegro Presidente del Consejo de Estado, aquel glorioso Director de la Real Academia Española é individuo de número de otras Reales Academias, aquel insigne caballero del Toisón de oro y de las órdenes más calificadas y encumbradas de varias naciones pagó á la muerte inexcusable tributo y dejó de existir el 22 de Junio de 1865, á la edad de setenta y cuatro años, tres meses y doce días. La indole propia de su ingenio, en quien se hermanaba lo jovial con lo fogoso; la afabilidad de su carácter, la riqueza de su imaginación, el fuego de su espíritu, la gallardía de su persona, todo coadyuvó á librarlo de los comunes achaques de la vejez y á darle hasta en sus últimos años cierto aire de juventud. Este juvenil aspecto del anciano, que le hacía tan atractivo, era sin duda como anticipado reflejo de la perpetua juventud de sus admirables creaciones. ¡Felices aquellos que, como el autor de Don Álvaro, puedan exclamar, aludiendo á sus obras inmortales:

Pasma, absorta,

Admirando-se n'arte a natureza!»

APÉNDICE I.

CARTA INÉDITA DEL SR. RANZ ROMANILLOS.

Córdoba 15 de Marzo de 1819.

uy señor mío y estimado amigo: Vm. graduará de tardía esta contestación, y á mí también me lo parece; pero además de haber sido estorbo para ella sucesos domésticos, que han llamado hacia sí indispensablemente mi atención, ha concurrido también con éstos cierto miedo, ó de haber de engolfarme demasiado en una materia difícil, si había de satisfacer cumplidamente á lo que parecía habérseme preguntado, ó de quedar escaso y diminuto, si me limitaba á hablar de las dos tragedias que ha tenido Vm. la bondad de querer sujetar á mi censura, manifestando solamente el juicio que de sus bellezas ó defectos hubiese formado. Realmente, para lle

nar del todo los deseos de Vm., parecía preciso hacer un completo tratado de la tragedia, en el que se señalasen y explicasen con claridad las calidades esenciales que constituyen perfecto este drama; diciéndome Vm. en su apreciable carta, que no sólo desea saber los defectos de sus tragedias, sino también los que tenga el sistema que se ha propuesto para escribirlas, el que me manifiesta, para ver si es de mi aprobación. Mas habiendo reflexionado después, que tanto en esta parte, como en el juicio de las dos tragedias, pueden bastar indicaciones con quien ha leido cuanto hay que leer sobre este delicado ramo de la poética, y le posee á fondo en la teórica y la práctica; he vencido ya aquella especie de recelo, y aun de pereza, si va á decir verdad, y tomo la pluma con ánimo de no levantarla del papel hasta dar cabo á esta carta, en la que diré á Vm., si no lo que apetece y cómo lo apetece, á lo menos lo que entienda sobre ambos objetos.

Desempeñado lo que Vm. dice se propone para la composición de sus tragedias, en los cinco números en que explica el plan que se ha formado, resultarán, sin duda, dramas acabados y perfectos, que entretengan agradabilísimamente y sirvan de lección y ejemplo para contener el desarreglado ímpetu de las pasio

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