Ni dormidos, ni alegres, Y á mucho honor lo tengo, Los hombres grandes fueron: El inmortal Homero, El amoroso Ovidio, Mi amigo y mi maestro. La boca no es pequeña, Ni muy grande en extremo: El labio no es delgado, Ni pálido ó de fuego. Los dientes son muy blancos, Cabales y parejos, Y de todo me río Para que puedan verlos. La barba es algo aguda, Pero con poco pelo. El color no es muy blanco, Pero tampoco es prieto. No es largo, ni encogido, Ni gordo mi pescuezo: Tengo algo anchos los hombros, Y no muy alto el pecho. Aire de petimetre Ni tengo, ni le quiero. La pierna no es delgada, El muslo no muy grueso, Y el pié que Dios me ha dado Ni es grande ni es pequeño. >> Hecha esta prolija enumeración de sus partes físicas, entra Olmedo á referir las de otra especie que le adornan, indicando como de pasada que obtenía premios académicos en el Colegio de San Carlos, donde estudió antes de ir á la Universidad de San Marcos y de merecer y alcanzar en ella el grado é insignias doctorales. "Una banda celeste Me cruza por el pecho, Que suele ser insignia De honor en mi colegio. >> El joven amigo y discípulo de Ovidio, que ni tenía ni quería tener aires de petimetre, no podía menos de huir de todo extremo ó exageración para estar concorde consigo mismo, y de preferir los encantos de la Naturaleza, las delicias del saber y el dulce trato de las Musas á vanas ó enojosas futilidades. "En vicios, en virtudes, Pasiones y talentos, En todo, ¡vida mía! En todo guardo un medio. Mi trato y mis modales Van á par con mi genio: Blandos, dulces, sin arte, Lo mismo que mis versos. >> Esta pintura, que me parece verdadera por el perfume de ingenuidad que respira, se completa con la que traza el autor para dar idea de sus aficiones literarias. Las cuales son prueba evidente de que le habían encaminado bien desde el principio, y de que bajo la dominación española el estudio de las humanidades estaba en las escuelas de América menos descuidado que suponían Gutiérrez y Olmedo. "Junto á mí pocos libros. Muy pocos, pero buenos; Virgilio, Horacio, Ovidio, Á Plutarco, al de Teyo, Á Richardson, á Pope, Y á tí joh Valdés! joh tierno Amigo de las Musas, Mi amor y mi embeleso!»> Tal era en cuerpo y alma, por testimonio de quien le conocía mejor que nadie (1), el (1) Ciertamente que nadie podía conocer á Olmedo mejor que él mismo, ni darnos descripción más exacta de su persona; y aunque en un pasaje de su festiva composición parece hablar de burlas, pues le oímos decir: "Deja que sin desquite En mis alegres versos, Muy ufano me ría De esos hombres soberbios hombre honrado por sus compatricios con la investidura de legislador antes de haber llegado á la edad viril. Mucho debió distinguirse Olmedo desde los floridos años de la juventud, cuando le otorga Que piensan perpetuarse Pintándose en los lienzos,» poco después toma aire más formal y escribe, dirigiéndose á su querida hermana que le pedía el retrato: "Por tí hago el sacrificio: Mis gracias y defectos.>> No dudo que el pintor habrá exagerado y sobrecargado de color algunos rasgos de su figura; pero estimo verdaderos los contornos. Con quien este retrato no tiene ningún parecido es con el que trazó de sí propio Salvador Jacinto Polo de Medina, del cual dicen los Sres. Amunáteguis que está imitado el de Olmedo. No hay tal imitación. El retrato de Polo es una burleta gongórica no exenta de chiste, pero toda en este revesado estilo: "Del desván de mi cabeza Es mi chuzo cuerpo Atlante, Un cascabel de remate. ¡Qué huérfanos son los pobres! "Madre mía, como algunos, Porque hay poetas con madre.»> ¿Dónde está aquí, no ya la semejanza, mas ni sombra siquiera de parecido entre uno y otro? ron tan codiciada investidura la primera vez que los pueblos americanos iban á tener representación en las Cortes españolas. En ellas fué compañero de Quintana, de Gallego, de Martínez de la Rosa, de D. Eugenio de Tapia y de otros poetas y escritores conocidos ya, ó que adquirieron fama en aquel palenque por su saber y elocuencia. Y aunque presumo que hubo de trabar amistad con ellos mientras vivió en Cádiz, donde le vemos figurar entre los que firman la Constitución de 1812, no hizo resonar su nombre, como D. José Mejía ú otros diputados ultramarinos, ni en el campo de la política, ni en la oratoria, ni en las bellas le tras. En 1814, terminada ya su misión en la Península, ó huyendo con fortuna de la persecución que alcanzó á sus compañeros (según afirman Gutiérrez y Caro), el futuro cantor de La Victoria de Junín regresó á su ciudad nativa, que aspiraba por aquel entonces á romper el lazo que la unía con la madre Patria, aunque no se mostrase aún tan decidida contra nosotros como otros pueblos americanos de origen español. Poco saben los biógrafos sobre la vida de nuestro poeta desde su vuelta á Guayaquil, ú omiten cuanto podía interesarnos más para conocer al hombre. En las breves noticias que |