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publicó Gutiérrez en la América poética dice únicamente que desde que Olmedo regresó á las orillas de su querido Guayas permaneció en ellas «hasta que fué nombrado miembro del Congreso Constituyente del Perú en 1822,» y lo mismo da á entender Torres Caicedo. Ambos se equivocan. En ese intervalo hizo por lo menos una excursión á la capital del antiguo Virreinato, dado que en 1817 fecha en Lima la hermosa poesía que dirigió Á un amigo en el nacimiento de su primogénito, la mejor de cuantas había escrito hasta entonces. Raro es sin duda que ni Torres Caicedo ni Gutiérrez se fijasen en tal circunstancia, habiendo este último incluído esa composición, con la fecha al pié, en la hoja siguiente á la que inserta su noticia biográfica de Olmedo. Pero más raro me parece aún que no hablen de la familia del poeta, ni de su casamiento, ni de sus hijos, ni de nada de aquello que ocupó en su corazón el primer lugar, y que su generoso pecho antepuso al amor de la gloria poética, por la que suspiró siempre, y á los honores é intereses que á tantos seducen y deslumbran. De que amaba tiernamente á su madre, que hubo de fallecer mientras el hijo residió en España ejerciendo el cargo de diputado, tenemos testimonio expresivo en esa elocuente poesía. Hablando con la esposa del amigo á quien la dirige, que se

había visto obligada á permanecer durante diez años lejos del país natal, exclama:

"Gózate para siempre, amiga mía;

Huyó la nube en tempestad preñada,

Y te amanece bonancible día.

Gózate, tierna amiga, para siempre:
Éste, éste de la patria el caro suelo;
Éste su dulce y apacible cielo,

Estos tus lares son. ¿Por qué suspiras?

No es ya mentido sueño lo que miras...

Esa que tierna abrazas es tu madre.

Tú, más feliz que yo, tu madre abrazas...
Mientras yo ¡desdichado!

Que una ventura igual me prometía,

Sólo en la tumba abrazaré la mía.»

Las divisiones intestinas que estallaron entre los fautores de la independencia mucho antes de ver logrado su objeto; los celos recíprocos de diversas comarcas que hubieran debido marchar al apetecido fin unidas por un interés común; la guerra de emancipación que se prolongaba de año en año sangrienta y terrible, con el horror que inspiran siempre luchas entre hombres nacidos de un mismo tronco y que hablan una lengua misma, todo contristaba profundamente el ánimo de Olmedo y le hacía prorrumpir en dolorosas exclamaciones:

"¡Qué escenas, Dios, qué ejemplos, qué peligros!

El indigno espectáculo te espera

De una patria en mil partes lacerada,

Sangre filial brotando por doquiera;

Y, crinada de sierpes silbadoras,

La discordia indignada

Sacudiendo cual furia horrible y fea

Su pestilente y ominosa tea.»

Cinco años después de haber escrito estos versos (viva expresión de las amarguras del poeta, preludio de interno combate por vencer y acallar sentimientos monárquicos y españoles), Olmedo fué uno de los tres miembros de la Junta de Guayaquil que pretendía constituir la ciudad en Estado independiente: «pretensión loca (dice Caro) que le mereció al triunvirato aquel una justa é irónica reconvención de Bolívar.»>>

El sesudo escritor colombiano utiliza las Memorias inéditas del general O'Leary, que un hijo de éste ha tenido á bien franquearle con oportuna liberalidad, para sacar á luz pública curiosas noticias sobre sucesos de 1822 y de años posteriores concernientes al ilustre poeta. Gracias á ello puedo enriquecer estos apuntes con algunas que no se hallan en las anteriores biografías de Olmedo.

Caro agrupa de este modo, con su habitual pericia y discreción, los datos que extracta del irlandés O'Leary, cuyas Memorias, por lo vis

to llenas de interés, deben ser muy útiles para ilustrar acontecimientos de una época preñada de sucesos importantísimos, de influencia decisiva en la futura suerte de nuestra nación, y de recuerdo imperecedero en los fastos de la América española.

«En Guayaquil querían unos, y eran los menos, adherirse á Colombia; otros, dirigidos por La Mar, eran resueltamente adictos al Perú; un tercer partido, á cuya cabeza figuraba nuestro poeta, proclamaba la independencia de la ciudad, aceptando en retirada la unión al Perú; jamás á Colombia. Chasqueados en sus pretensiones los tres miembros de la Junta de gobierno, Olmedo, Roca y Jimena, de callada y precipitadamente pasaron al Perú, donde fueron muy bien recibidos y obtuvieron cargos del gobierno. El trance de muerte en que se vieron los patriotas peruanos, si no les acorrían las fuerzas de Colombia, les hizo volver los ojos al libertador, y «el genio y la fortuna» de este caudillo, según la expresión de Olmedo, como también su elocuencia maravillosa, acabaron por seducir y arrastrar al poeta y á sus rehacios compañeros. En 1823 Olmedo y Sánchez Carrión fueron comisionados por el Congreso del Perú para llamar á Bolívar. En 1825 canta Olmedo la victoria de Junín, y Bolívar le nombra Ministro en Lon

dres. La amistad de estos dos hombres no se alteró jamás. Bolívar, escribiéndole de Bucaramanga en 1828, le ofrecía la cartera de Relaciones exteriores. Con todo, tratándole de soberano á soberano (1), mostraba respeto á las afinidades peruanas del poeta, convidándole en estos corteses términos, honrosos sobremanera para el que los dictara, cuando recordamos que era el fundador de tres naciones: «Diré á V. que celebro mucho su regreso á Colombia, para que nos sirva, si V. no prefiere á nuestro Gobierno el de su amigo La Mar. ¿Tendremos querella por este dichito? Yo espero que no, pues no hay malicia, sino franqueza en lo que digo (2).»

Aunque gran admirador de Bolívar, Olmedo no amaba á Colombia ni renunció nunca á los sentimientos que le ligaban al Perú. El mismo O'Leary, edecán y confidente de aquel caudillo, lo atestigua en las siguientes cláusulas trasladadas por Caro de las susodichas Memovias á sus interesantes artículos de El Repertorio: «Nacido en una comarca que, por su situación, belleza y fertilidad es la envidia de las regiones que baña el mar del Sur, ponía Ol

(1) Siendo los grandes grandes en todo, he querido tratar á usted en grande.» ¡Qué bella frase, qué noble sentimiento!-(Nota de D. M. A. Caro.)

(2) El Repertorio Colombiano, núm. 12, págs. 452 y 453.

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