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medo todas sus complacencias en su tierra natal y en el río que la hermosea. Filósofo sin pretensiones, prefería estudiar el mundo en su gabinete más bien que en el tumulto de la sociedad. Como poeta, menos ambicionaba gobernar su país que celebrarle en sus versos. Los acontecimientos políticos que ocurrieron después le sacaron de su retiro, y sus paisanos le hicieron la honra de confiarle las riendas del Gobierno. Como hijo de Guayaquil, la idea de la independencia halagaba tal vez su patriotismo. Educado en Lima, el suave y afeminado carácter de los peruanos, no desemejante del suyo propio, y los recuerdos de su primera juventud, le ligaban al Perú. Como americano, admiraba el valor y constancia que desplegaron en la guerra de independencia los soldados de Colombia; y en su amor á las bellezas de la naturaleza, gozábase en admirar desde las risueñas márgenes del Guayas el estupendo Chimborazo, que alza la nevada frente allá en las nubes, sin que el distante espectador acierte á distinguir si es cosa del cielo ó de la tierra. El genio aún más sublime de Bolívar, ganó su respeto y veneración. Mas estos eran sentimientos que profesaba como poeta y como americano, y no vínculos que le ligasen á la República. >>

Las anteriores observaciones honran la pers

picacia del general irlandés. Así era Olmedo. Pero hay algo más eficaz todavía para revelarnos mejor el carácter y los sentimientos del poeta: sus cartas al Padre de Colombia y Libertador del Perú (1). Las siete inéditas publicadas por Caro en El Repertorio son como transparente cristal que deja ver á clara luz el alma del que las escribe. Añade quilates al interés de tan precioso documento histórico-literario la circunstancia de haberlas trazado el autor cuando estaba en la plenitud de sus facultades poéticas y creaba la más aplaudida de sus obras, La Victoria de Junín. En todas esas cartas hay algo á propósito para ponernos en camino de convertir el lijero bosquejo en verso de la inexperta mano del joven, en retrato acabado y perfeccionado en severa prosa por la edad viril.

«Siempre he dicho yo (escribía Olmedo á Bolívar el 15 de abril de 1825) que V. tiene una imaginación singular; y que si se aplicara V. á hacer versos, excedería á Píndaro y á Osián. Las imaginaciones ardientes encuentran relaciones en los objetos más diversos entre sí; y sólo V. pudiera hallar relación entre un poeta que canta con su flauta á orillas de su río, y entre un Ministro que representa una

(1) El Dr. Fernández Madrid nombra así á Bolívar en una de sus canciones patrióticas.

nación en las Cortes de los Reyes. Pues bien, sea. Yo, para desempeñar á V., lo más que puedo hacer, lo más que prometo es trabajar con celo, portarme con honradez, y vivir modestamente para no deshonrar la elección de V. ni el nombre republicano.

>>En el correo escribiré al Gobierno de Colombia pidiendo el permiso; pero no esperaré el resultado en caso de que deba salir antes de la contestación; pues estando estos departamentos á la disposición de V., con más razón debe estarlo la cosa más pequeña de la República, mi persona.»

Los hombres de entonces no solían ser tan duchos como los de ahora en el arte de fingir sinceridad y honradez, ni tan fáciles en faltar descaradamente á sus promesas. Las de Olmedo al Libertador no eran, pues, ni fueron jamás, vanas palabras. Su gratitud al héroe por la merced recibida arrancaba del fondo del corazón. Halagábale, sin duda, una distinción envidiable y honrosa que no había solicitado. Pero sus gustos sencillos y la dolorosa perspectiva de alejarse por algún tiempo de su hogar y de sus hijas que tanto amaba, le hacían sentir mucho que á deshora le sacasen de su colmena de Guayaquil, donde empezaba á vivir tranquilo, aun cuando no le salían muy buenos los panales.

Con el afán de quien se halla en situación difícil y anhela salir de ella pronto para pasar el mal trago y cumplir sin demora penosos deberes, decía más adelante en la misma carta:

«Yo necesito unas instrucciones muy claras y prolijas, porque mi intención es no propasarme una línea de mis atribuciones. Aun la parte dispositiva que suele dejarse á los apoderados, según las circunstancias, quisiera que fuese lo más estrecha y circunscripta que ser pudiera. Á los que no tienen bien sentado el pulso, cuando escriben sin, pauta suelen salirles torcidos los renglones.>>

Y un mes después (en carta del 15 de mayo) añadía en son de apremio:

«Estoy esperando con ansia los papeles que me remitan de Lima sobre mi comisión. Quisiera que allá aprovecharan de la salida de algún buque para mayor brevedad. Saldré cuanto antes pueda: la vía de Panamá me parece la mejor; pero si en Lima no andan listos, temo que pase el julio sin estar yo en Jamaica, y entonces se pasa la buena estación de navegar por las Antillas, Usted sabe que en agosto no salen buques de Jamaica, y que es preciso esperar á los paquetes que salen cada mes ó cada mes y medio; y que cuando está amagado el mal tiempo, suelen retardarse más. Yo estoy prevenido; de modo que después de recibir

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mis credenciales, nada tengo que hacer sino embarcarme.»>

Todavía se vió precisado á insistir de nuevo el 30 de junio en la reclamación de credenciales é instrucciones, repetida ya sin fruto una y otra vez:

«Hasta ahora no he recibido los despachos del Gobierno ni parece mi compañero Paredes. Cuando recibí en abril el nombramiento de mi comisión, me formé estos jardines alegres. Mientras llega mi aceptación se habrán extendido las instrucciones. El buque que debe llevar á los diputados del gran Congreso al Istmo, estará pronto: saldrá luego de Chorrillos con escala en Guayaquil; me embarco, llego á Panamá á principios de junio; á fines del mismo llego á Jamaica; aprovecho el paquete que sale en julio, y en todo agosto puedo ver en Windsor la casa de Pope. Todo se ha disipado, y tengo ahora el sentimiento de que quizá mi viaje empezará por el mismo tiempo en que yo creía debía estar concluído.

>>Yo no podía tener ni podía desear un compañero mejor que Paredes. Sus luces me ilustrarán y su conducta será el ejemplar y el freno de la mía.»

Por último, en 5 de agosto de aquel mismo año anunciaba su partida al ilustre caudillo cuyas glorias había cantado con estro pindá

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