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duro yunque de la experiencia, que va á vivir en incesante inquietud mientras permanezca lejos del suelo natal. Proféticas suelen ser las inspiraciones del cariño sometido á los rigores de cruda ausencia: ocasión hemos tenido de ver, y lo comprobará en adelante alguna otra, que no engañaron á Olmedo sus presentimientos.

Cualquiera menos patriota, menos honrado, menos escrupuloso en el cumplimiento de sus deberes habría antepuesto su interés propio á los intereses de la patria, procurando, á río revuelto, sacar para sí ganancia que mejorase y acrecentase su peculio (1). Olmedo no era hombre capaz de tal vileza, frecuente en todos tiempos, frecuentísima en nuestros días, y que, desgraciadamente, en vez de incapacitar á los enriquecidos por tales medios atrayéndoles el desprecio público, sirve casi siem

(1) No todos los que entendieron en agencias semejantes á la encomendada á Olmedo procedieron con la rectitud y delicadeza que él. En carta de Andrés Bello á Bolívar, no publicada hasta hace poco y fechada en Londres á 21 de abril de 1827, se leen las siguientes líneas: "Vuestra Excelencia me conoce, y sabe que un sórdido interés no ha sido nunca móvil de mis operaciones. Si yo hubiera jamás puesto en balanza mis deberes con esa especie de consideraciones, estuviera hoy nadando en dinero, como lo están muchos de los que han tenido acceso á la legación de Colombia desde más de seis años á esta parte, y no me hallaría reducido á mi sueldo para alimentar mi familia.» AMUNÁTEGUI: Vida de D. Andrés Bello, página 229.

pre para encumbrarlos y darles más importancia. El poeta de Guayaquil experimenta en el desempeño de su misión privaciones y contrariedades muy amargas; no obstante lo cual mira hasta con terror que se le pueda suponer capaz de desertar de aquel espinoso puesto ínterin no haya terminado y cumplido cuanto se podía esperar del mayor celo y de la abnegación más generosa. Nobilísimo proceder que pone de bulto el acierto de Bolívar al nombrar al cantor insigne para tal cargo en tan difíciles circunstancias.

Durante la permanencia de Olmedo en Londres apenas halló en sus pesares más lenitivo que el trato afectuoso de algunos compatriotas, el de varios emigrados españoles que habían sido compañeros suyos en las Cortes de Cádiz y que procuraban mitigar las amarguras del destierro consagrando sus ocios al cultivo de las letras, y sobre todo, y más que todo, el del ilustre venezolano Andrés Bello. Almas gemelas nacidas para comprenderse y estimarse, el cantor de La Agricultura de la Zona Tórrida y el de La Victoria de Junín, no bien se conociesen personalmente, habían de unirse con lazos de entrañable afecto. Como Goëthe y Schiller en Alemania, aquellos dos ingenios, crecidos para la gloria bajo la fecunda influencia del ardiente sol de los trópicos, luego que se pusieron en

contacto entre las nieblas del Támesis abrieron su corazón á los halagos de fraternal amistad, atraidos recíprocamente por la mancomunidad de origen, de lengua, de aficiones y de gusto. Sacerdotes de un mismo culto, enamorados de un mismo ideal, aptos para producir flores poéticas de igual ó parecida fragancia, penetrados de unos mismos sentimientos, extraños á las miserias de la envidia, á los pocos días de tratarse se consideraron como amigos íntimos de toda la vida. Ansiosos de estrechar más cada vez el vínculo de mutuo y desinteresado cariño que los unió desde luego, aprovecharon la ocasión de haberse aumentado la prole de Bello con un hijo habido en Doña Isabel Antonia Dunn (con la cual contrajo segundas nupcias el vate de Caracas á 24 de febrero de 1824) para que Olmedo tuviese al recién nacido en la pila del bautismo, añadiendo así á la calidad de amigo el consiguiente parentesco espiritual (1).

(1) El ahijado de Olmedo recibió en la pila bautismal el mismo nombre de su padre.

IV..

ESTANCIA DE OLMEDO EN PARÍS.

N los últimos meses de 1826, pocos después de haber pedido al Libertador licencia para volver á América, partió Olmedo á París, obligado á orillar en la capital de Francia algunos particulares relativos á los asuntos que se le habían encomendado al venir á Europa. Las cartas que desde allí dirigió á Bello, secretario de la legación de Colombia en la Gran Bretaña por nombramiento del General Santander, Vicepresidente de la República (1), manifiestan hasta qué punto se habían estrechado en poco tiempo las amistosas relaciones de ambos poetas. Así daba cuenta Olmedo á su grande amigo de haber arribado al emporio de la cultura francesa:

(1) Fechado en Bogotá el 8 de noviembre de 1824.

«París, diciembre 1.o de 1826.—Hotel des Princes.

>>Mi querido amigo y compadre:

» Mi aparición aquí debe haber sido cosa muy ruidosa. Palais royal parece un hormiguero alborotado; todo París está en movimiento, y hasta el sol ha querido celebrar mi venida con un eclipse.

>>He escogido mal tiempo para hacer esta visita: el día es cortísimo, y más corto todavía el plazo de mi residencia en este pueblo, excelente para quien tenga negocios ó para quien busque placeres. Los teatros me han parecido bien; pero menos de lo que me había imaginado, exceptuando la Academia Real de Música. El Museo merece ser el museo de la Europa. Ha sido una necedad haber devuelto á sus dueños las estatuas y los cuadros con que lo enriqueció Napoleón. Pero siempre hace honor á los Reyes, que disponían á su placer de provincias y de reinos ajenos, el escrúpulo de quedarse con piedras y con lienzos.

»>Finas memorias á mi amable comadre, y mil cariños á mi Andresito. V., como buen repartidor, resérvese la mejor parte de los afectos de su sincero amigo-Olmedo. >>Memorias al amigo G. del Río (1).

(1) El neogranadino D. Juan García del Río, predecesor de

A

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