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V.

NUEVOS DATOS QUE SUMINISTRAN LAS CARTAS DE

OLMEDO Á BELLO.

o porque sea corto el número de poesías que Olmedo ha legado á la pos

teridad, procedería con acierto quien dudase de que la vocación poética fué en él la más avasalladora y prepotente. Obligado desde muy joven á mirar por sí y á buscar medios de labrarse una posición decorosa en tiempos nada á propósito para entregarse con sosiego al cultivo de las letras, habríale sido imposible desentenderse de lo que pasaba á su alrededor y no dejarse arrastrar por el torbellino de los sucesos en que se fijaba entonces la consideración y se empleaba principalmente la actividad de los pueblos hispano-americanos, empeñados en ásperas lides para conseguir llevar á térmi

no la obra de su independencia. Mas á pesar de lo duro de las circunstancias y de lo mucho que preocuparon á Olmedo las atenciones inherentes á su intervención en la política y á los deberes propios de los cargos que desempeñó, nunca dejó de alimentar en su alma el cariño de las musas, ni de consagrar al amor de las letras todas las horas de vagar que le permitían los negocios confiados á su inteligencia y patriotismo.

Fortuna grande fué para un hombre de las aficiones literarias de Olmedo tropezar en Inglaterra y en Francia con dos personas como Bello y Fernández Madrid, que, además de ser literatos y poetas, abrigaban un corazón noble, honrado, afectuoso, lleno de la savia en que se nutre la verdadera amistad y que aviva y acrecienta el fuego de todo generoso entusiasmo. Este punto luminoso en medio de las oscuras luchas que el vate de Guayaquil hubo de sostener en el puesto diplomático donde estaba llamado á mirar por intereses de gran cuenta, pero en cierto modo extraños á su natural inclinación, merece que nos fijemos en él, porque deja ver muy á las claras lo que era el alma del poeta, ya que la publicación de sus hasta hoy desconocidas cartas confidenciales nos permite sorprenderla en el secreto de amistosas expansiones. Dirigiéndose á Be

llo desde París, el 20 de marzo de 1827, le escribía con esta expresiva cordialidad:

«Queridísimo amigo:

desea verme para dar

>>Si V. me dijera que me un abrazo, me haría una expresión dulce y lisonjera para mí; pero diciendo que desea verme para pedirme consejos, me hace V. un cumplimiento que debe ser risible, puesto que me ha hecho reir.

>> Yo pienso volver pronto; pero si se realiza el pensamiento de V. de venir en la primavera, que ya por todas partes está preparando las rosas de su corona, me detendría gustoso por pasar con V. siquiera un mes.

>>La carta para la Sra. Cea está entregada. Madrid me encarga dar á V. finas memorias, y de pedirle en su nombre las fechas de las últimas cartas oficiales que V. ha recibido del Gobierno, pues las suyas son de noviembre.

»V. es el demonio. ¡Pensar que yo puedo hacer versos ahora, y aquí, y pronto, y para el Repertorio!-V. ha visto los pocos que tengo conmigo; indignos, no digo de la prensa pública, pero aun de la prensa de la carpeta en que duermen en paz. Si V. hubiera seguido mi insinuación, hubiera dado en uno de los primeros números noticias de la traducción de la primera epístola popea, y de ese modo se

habilitaba para poder imprimir en los siguientes la segunda, por supuesto, después de haberla limado, castigado y corregido; cosa que á nadie podía ser tan fácil como á V. Así V. me habría procurado ese nuevo honor, y me habría estimulado á continuar una obra que cada día estoy más lejos de concluir.

>>Pero con el deseo de complacer á V. de algún modo, le propongo darle una composición muy superior á todo lo que yo puedo dar ni aun esprimido. Es una oda Á los pueblos de Europa (1824), de ciento treinta versos en estrofas regulares. Es una buena composición de Madrid; la mejor de todas las suyas en mi humilde opinión. Me ha permitido que se la ofrezca á V.; pero no debe llevar su nombre, porque, siendo un diplomático en Europa, sería muy mal visto que hablase de la Santa Alianza de los Reyes y de los pueblos como habla en sus versos. Deberá, pues, salir firmada por Un Colombiano, 1824.

» Yo no debo ocultar á V. nada; esta composición es y no es inédita. No lo es, porque se imprimió en un periódico de Colombia. Y lo es, porque la impresión en los diarios no se cuenta. Tan cierto es esto, que yo que soy lector, y estaba en Colombia por aquel tiempo, no la he visto hasta ahora.

»Hábleme V. con franqueza; porque la per

misión del autor es en términos que no habrá nada perdido en caso de que V, tenga razones para no insertarla.

>>Deseo mucho ver el segundo Repertorio. En fin, ya mis hijos no podrán escribir sobre mi losa:

Yace aquí Olmedo, que no era

Ni académico siquiera (1).»

La carta que antecede corrobora lo que ya he dicho acerca de la natural modestia del autor y de la desconfianza con que miraba sus obras. Cualquiera de los presuntuosos metrificadores ó engreidos poetastros que ahora pululan en todas partes habríase apresurado á utilizar la ocasión de componer versos para darlos á la estampa, aceptando inmediatamente sin ningún reparo la invitación de los que le hubiesen hecho tal propuesta, muy persuadido de que los partos de su fantasía, en el mero hecho de ser frutos del propio ingenio, merecían fatigar las prensas y obtener los honores de la publicidad. Olmedo pensaba de otra manera, siendo, en realidad, injusto consigo mismo. Mal satisfecho de sus producciones, por no estimarlas nunca tan perfectas como su imaginación las concebía; enamorado de un bello ideal que el poeta de buen gusto suele

(1) AMUNÁTEGUI: Vida de D. Andrés Bello, págs. 265 y 266.

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