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juzgar de imposible realización, porque al expresar la idea se encuentra siempre con dificultades que en cierto modo la despojan de la pura y esencial belleza con que él la ve dentro de sí retratada en el claro espejo de su mente, no sólo desconfiaba del mérito de sus composiciones, sino á veces caía en el extremo de tenerlas por de todo punto indignas. Semejante pirronismò, al que jamás rinden tributo las medianías pagadas de la propia insignificancia, tiene tambien sus escollos; y cuando raya en exagerado, hasta llega á ser vituperable. En buen hora que el verdadero poeta, que ama con sincero amor lo bello y conoce bien lo que se debe á la naturaleza, á la hermosura, á la dignidad y al honor del arte, sea juez severo de sus propias obras y no se contente y satisfaga con lo primero que se le ocurra. Mas al huir de tal extremo no debe dar en el contrario, so pena de condenarse á malograr felices inspiraciones.

Menos disgustado que de las otras poesías que sepultaba en sus carpetas por no creerlas merecedoras de pública luz, debía estar Olmedo de la traducción del Ensayo sobre el hombre, poema filosófico de Pope, dividido en cuatro epístolas, del cual había ya puesto en verso castellano las dos primeras, y comenzaba por aquellos días á traducir la siguiente. Y sin embar

go, al ofrecer á Bello para El Repertorio la segunda de dichas epístolas, no solamente la considera necesitada de corrección y de lima, sino asegura estar penetrado de que á nadie le sería tan fácil como á su docto amigo atildarla y perfeccionarla. Nuevo testimonio es este de la superioridad y excelentes condiciones de Olmedo; pues, bien mirado, si los ingenios vulgares y pedestres piden alguna vez consejo á los que más saben, no es tanto para atender sus discretas observaciones, que por lo común les molestan y los sacan de tino, como para buscar lisonjeras ó corteses alabanzas. En cambio los que valen mucho no dan en la insensatez de desoir el consejo de los entendidos.

Por lo demás, al decir Olmedo en su carta

que estimaba la oda Á los pueblos de Europa como la mejor de todas las composiciones del vate neogranadino daba muestra indudable de fina crítica y de gusto literario; mas no acertaba de igual suerte cuando, llevado en alas de generosa amistad, la creía muy superior á todo cuanto pudiera él mismo dar de sí. Entre la oda de Madrid y las de Olmedo citadas repetidas veces antes de ahora hay grandísima distancia.

Prosiguiendo éste en tan dulce y sabrosal correspondencia, escribía á Bello el 12 de junio de aquel mismo año:

«Queridísimo compadre y amigo mío:

>>Si no he contestado á su bellísima carta del mes pasado, y si no he escrito á V. con la frecuencia que solía, á nadie culpe V. sino á V. mismo. Desde que nos separamos empecé á escribir á V. siempre que podía; y con la mejor fé del mundo, dejaba correr mi pluma á salga lo que saliere. Pero apenas me dijo V. que se saboreaba con mis cartas y me descubrió el secreto de que mi pluma era delicada y graciosa, cuando ya me tiene V. todo mudado, deseando por la primera vez escribir por agradar y por sostener la reputación de gracioso y delicado. Y como la negligencia ha sido siempre todo mi arte, apenas he tenido pretensiones, que me he encontrado fuera de mi elemento, embarazoso, irresoluto, difícil, lento, descontentadizo, en fin, buscando para mis cartas otra cosa que expresiones sencillas de amistad. Esta situación no era agradable, y sin pensar la he ido difiriendo de día en día: lentitud que me ha sido provechosa, pues, si no me engaño, me parece que ya van disipándose los humos de la embriaguez en que me puso la mágica eufonía de su carta. (Note V. que todavía no estoy bien curado...) De. todo esto resulta, por último análisis, que yo soy un necio, que no habiéndoseme ocurrido cosas agradables y sabrosas que decir, me he

privado de la dulcísima correspondencia de V., por no perder el concepto; y que V. es tan dócil, que se ha conformado fácilmente con mi silencio.

»Á estas razones gravísimas se allegaron otras causas que me impidieron tomar la pluma. Contestaciones odiosas y largas con mi compañero; noticias de la próxima venida de V. (¡ojalá fuese pronto!), y una correspondencia oficial que he tenido en estas últimas semanas, etc., etc., etc.

>>No he visto el número tercero de El Repertorio. Después de mes y medio de salido á luz, todavía no ha llegado á mis manos. Hasta el segundo vino tarde y por casualidad. Por esto no puedo decir nada sobre la crítica de Burgos. V. se engaña diciéndome que no quiere poner á mi amistad en compromiso con mi sinceridad... Nunca soy más sincero que cuando amo. Nadie como V. tiene la prueba de este mi carácter; á la primer visita, antes de conocerle, antes de amarle, acuérdese V. que fuí sincero con V.

>>No puedo prometer versos para El Repertorio. Ya me parece que he perdido esta gracia. En uno de aquellos días de la embriaguez consabida, y en que estaba templado de ambición, nuestro buen amigo Madrid leyó unos pocos versos de mi segunda epístola de Pope;

y como los alabase, me despertó el deseo de continuar la traducción. Pues, señor, empecé la tercera con calor, han pasado cerca de dos meses y me da vergüenza decir que apenas tengo veintinueve versos. Vaya, ¡esto es perdido, y quizá para siempre!

>> Sea que los cuarenta versos improvisados como principio de una epístola tengan un mérito real; sea que yo vea con preocupación las cosas de V.; sea que las palabras de patria, Guayas y Virginia tengan una magia irresistible para mi oído y mi corazón; sea lo que fuere, lo cierto es que pocas cosas me han agradado tanto en ese género como aquellos cuarenta versos. Los prefiero, hablando con candor, los prefiero á los mejores trozos de la mejor epístola del mejor de los Argensolas. Nada hay comparable al elogio del cantor de Junín. Este es el verdadero modo de alabar... ¿Quién puede sufrir una alabanza directa y descarada? ¿Y quién puede resistir á la que viene por un camino tortuoso, tímida, modesta como una virgen que desea y no puede expresar su pasión, pero que quiere que se la adivinen?

Y suspirando entonces por las caras
Ondas del Guayas... Guayaquil un día,

Antes que al héroe de Junín cantaras.

»>Sí, amigo, nada hay comparable á esta de

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