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imperio; qué es la fundación de otro venciendo pequeñas hordas de salvajes; qué es la conquista de un sepulcro vacío, y la fundación de un reino pequeño y efímero?... ¿Qué es todo esto en comparación de la libertad de los infiernos, y la redención de los ángeles precitos? Yo no sé si en otros hará esta idea tanta impresión como en mí. Puede ser que no, porque en mí ha llovido sobre mojado... Hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imperfecta la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador vulgar; por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones.

>>No hay más tiempo que para saludar á mi comadre y á toda la familia, haciendo una expresión particular á mi Andrés.

» Y adiós, mi querido amigo. Su-J. J. OL

MEDO.

>>Se disipó la expedición de Flores. El Gobierno inglés mandó embargar los dos grandes vapores, y el gran trasporte, cuando iban á sa–

lir. Hasta el carbón que traían quedaba ya vendido públicamente (1). »

En ninguno de los escritos de Olmedo se deja ver con tanta claridad como en los precedentes renglones qué horribles estragos causa la duda en almas no fortalecidas por creencias religiosas sólidamente arraigadas. Formado en el estudio y en los ejemplos de una escuela. literaria engendrada más ó menos directamente por el enciclopedismo francés del siglo anterior; nutrido desde temprana juventud con el regalado manjar de los clásicos griegos y latinos; enamorado del pagano espíritu que los informa; tocado un tanto del volterianismo que en aquella época prevalecía entre muchos de los aficionados ó dedicados al cultivo de la literatura; espectador de guerras sangrientas é interminables; actor durante la mayor parte de su vida en luchas civiles provocadas, mantenidas y atizadas por ideas ó intereses esencialmente revolucionarios, aquel carácter bondadoso, aquel corazón apasionado y sensible, aquel hombre favorecido por la Naturaleza con tan gran calor de alma, no pensó tanto como debiera en fortalecer la suya con el bálsamo de la fe, ni en enriquecerla con la fecundísima savia del sentimiento cristiano, ni en hacerla bri

(1) AMUNÁTEGUI: Vida de D. Andrés Bello, págs. 289, 290 y 291.

llar más con los resplandores de la única luz que no se extingue.

¿Cómo no había de ser injusto á última hora con los mismos eminentes patricios á quienes prodigó en otro tiempo altos encomios? ¿Cómo no había de inculpar con cierto aire de menosprecio al ya difunto Libertador, mártir de su patriotismo, porque antes de morir no había hecho el milagro de que todos sus compatriotas tuviesen la sensatez y abnegación necesarias para no desgarrarse mutuamente en desdoro de su nombre y en menoscabo del bien de la patria, quien, tal vez amargado y extraviado á consecuencia de largos padecimientos, osaba pensar que es imperfecta la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso? Compadezcamos tal desdicha, la mayor posible en quien se avecinaba á la muerte, y confiemos en que la misericordia infinita habrá perdonado al poeta insigne este mal pensamiento que con frecuencia le asaltaba.

Pocos días después de habérselo comunicado á Bello, el 17 de febrero de 1847 (1), á los sesenta y tres años de edad, falleció Olmedo en la ciudad de Guayaquil, donde había naci

(1) En esta fecha fijan la muerte del vate del Guayas Torres Caicedo y los hermanos Amunáteguis. Gallegos Naranjo dice que falleció, no el 17, sino el 19 de febrero.

do. Enterráronle modestamente en la iglesia de San Francisco, y allí «una humilde lápida que se halla sobre su túmulo, contrasta con la gloria de tan grande hombre (1). »

Conocido lo que éste fué, réstame ahora decir algo acerca del mérito é índole de sus composiciones poéticas.

(1) Con estas palabras termina Gallegos Naranjo sus ligerísimos apuntes biográficos del poeta.

VIII.

ESTADO DE NUESTRA POESÍA LÍRICA AL APARECER OLMEDO.

on el advenimiento de la dinastía borbónica se introdujeron en España y

comenzaron á prevalecer en nuestras producciones literarias de toda especie las máximas y el gusto del clasicismo francés. Pero al tiempo mismo que aquí se consolidaban y difundían esas doctrinas, torciendo el rumbo á la genial inspiración española, empezaban á experimentar en obras de sus adeptos cierta modificación esencial que alteraba un tanto su genuino carácter. Esto se deja ver con más claridad que en ningún otro ramo de la literatura en algunas composiciones líricas, y sobre todo en las de aquellos poetas que florecieron y sobresalieron á fines del siglo anterior y principios del presente.

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