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tar las glorias del ejército americano. Á lo copiado en aquel lugar debo añadir aquí estos otros párrafos de dicha epístola, concernientes á la poesía de que se trata: «Aseguro á V. que todo lo que voy produciendo me parece malo y profundísimamente inferior al objeto. Borro, rompo, enmiendo, y siempre malo. He llegado á persuadirme de que no puede mi musa medir sus fuerzas con ese gigante. Esta persuasión me desalienta y resfría. Antes de llegar el caso estaba muy ufano, y creí hacer una composición que me llevase con V. á la inmortalidad; pero venido el tiempo, me confieso no sólo batido sino abatido. ¡Qué fragosa es esta sierra del Parnaso, y qué resbaladizo el monte de la gloria!-Apenas tengo compuestos cincuenta versos: el plan es magnífico. Y por lo mismo me hallo en una doble impotencia de realizarlo... Usted dirá que yo soy sumamente ambicioso de gloria bajo la apariencia de despreciarla. Yo no sé si V. se engaña... pero mi actual desaliento proviene de que me ha llegado á dominar la idea de que nada vulgar, nada mediano, nada mortal es digno de este triunfo. Yo no amo tanto la gloria como detesto la infamia. ¿Y qué responderé yo si alguno me dice al leer mi oda: «si te hallabas sin fuerza para esta empresa, ¿para qué la acometiste? ¿Para deslustrar su resplan

dor? Más ganaría callando.» Mi querido señor, dígame V., ¿qué responderé yo entonces?

»¿Usted ve estas humildades? Pues aguarde V. un poco, y verá lo que son los poetas. Usted me prohibe expresamente mentar su nombre en mi poema. ¿Qué, le ha parecido á V. que porque ha sido dictador dos ó tres veces de los pueblos, puede igualmente dictar leyes á las Musas? No señor. Las Musas son unas mozas voluntariosas, desobedientes, rebeldes, despóticas (como buenas hembras), libres hasta ser licenciosas, independientes hasta ser sediciosas.-Yo no debo dar á V. gusto por ahora: y no debo, por muchas razones; la primera y capital es porque no puedo. Ya tengo hecho mi plan con un trabajo imponderable; ya tengo medio centenar de versos:-ya no puedo retroceder. Sucre es un héroe, es mi amigo, y merece un canto separado: por ahora bastante dosis de inmortalidad le cabrá con ser nombrado en una oda consagrada á Bolívar. En fin, déjeme V., por Dios, y no venga á ponerme una traba que me impediría, no digo volar ó correr, pero aun andar. Déjeme V. Si á V. no le gusta que le alaben, ¿por qué no se ha estado durmiendo, como yo, cuarenta años? Sin embargo, me atrevo á hacer á V. una intimación tremenda: y es que si me llega el momento de la inspiración y puedo llenar el mag

nífico y atrevido plan que he concebido, los dos, los dos hemos de estar juntos en la inmortalidad. Si por desgracia no llegare el cuarto de hora feliz, entonces me contentaré con el placer (porque los placeres suplen muy bien todas las cosas) de ver la América libre y triunfante, con recordar el nombre de su Libertador, y con hacer cariños á mi Virginia en mi filosófica oscuridad (1).»

Poco después, el 15 de abril de aquel mismo año, escribía Olmedo á Bolívar sobre el propio asunto: «Mi canto se ha prolongado más de lo que pensé. Creí hacer una cosa como de 300 versos, y seguramente pasará de 600. Ya estamos en 520; y aunque ya me voy precipitando al fin, no sé si en el camino ocurrirá dar un salto ó un vuelo á alguna región desconocida. No era posible, mi querido señor, dejar en silencio tantas cosas memora— bles, especialmente cuando no han sido cantadas por otra musa.-He padecido una fluxión que ha estado de moda; he tenido un mal-parto; es decir, que he perdido como un mes: y cuando hay tos, no está dispuesto el pecho pa-› ra cantar. Haré toda fuerza de vela para remitir á V. en el correo que viene mi composición, sea como fuere (2).»

(1) Repertorio Colombiano, tomo II, págs. 291 y 92. (2) Repertorio Colombiano, tomo II, pág. 293.

Terminada al cabo la composición; copiada y remitida al ilustre caudillo quince días después de escritos los anteriores renglones, Olmedo se creyó obligado á explicar minuciosamente á Bolívar el pensamiento que se había propuesto desarrollar, y á darle razón de los medios y recursos empleados para conseguirlo. Hízolo así en carta de 15 de mayo, hacia la cual llamo la atención de los aficionados á estos curiosos estudios. La estimo tan interesante, que no puedo menos de copiar los párrafos que se refieren á La Victoria de Junín. Dicen de este modo:

«Ya habrá V. visto el parto de los montes. Yo mismo no estoy contento de mi composición, y así no tengo derecho de esperar de nadie ni aplauso ni piedad. Buena desgracia ha sido que en más de dos meses no haya tenido dos días de retiro, de quietud ni de abstraimiento de toda cosa terrena para habitar en la región de los espíritus. Cuando el entusiasmo es interrumpido á cada paso por atenciones impertinentes, no puede inspirar nada grande, nada extraordinario: feliz quien en tal situación no se arrastra. Pero cuando el entusiasmo se sostiene y está desembarazado por algún tiempo de toda impresión extraña, nunca deja de venir el momento de los milagros. En el primer caso, la musa va corriendo por los va

lles, ó trepando por las montañas; va registrando los árboles, los lagos y los ríos; su viaje es largo y quizás fastidioso. En el segundo no: tiende sus alas, remonta el vuelo, desdeña la tierra, salva los montes, visita el sol, abre los cielos, y si le place se hunde á los infiernos un instante para suspender el lloro y los tormentos de los condenados. Yo me he visto en el primer caso; así mi canto ha salido largo y frío, ó lo que es peor, mediocre. Quizá si hubiera podido retirarme al campo quince días, habría hecho más que en tres meses; habría espiado el momento feliz, y sólo en 300 versos habría corrido un espacio mucho mayor del que he corrido en 800. Devuelvo, cedo y traspaso la parte de inmortalidad que me prometí al principio. Triunfe V. solo.

>> Cuando yo amenacé á V. con arrebatarle parte de su gloria, V. me tendría por un jactancioso; pero como mi jactancia á nadie dañaba, no tengo necesidad de hacer explicaciones sobre este punto. Mas cuando yo dije á V. que el plan que había concebido era grande y sublime, V. quizá lo creería; y como al leer mi poema V. puede creerme mentiroso, me veo precisado á vindicarme.

>>Mi plan fué éste. Abrir la escena con una idea rara y pindárica. La Musa arrebatada con la victoria de Junín emprende un vuelo rápido;

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