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Y romper su altiveza sabremos,

Como escollo las furias del mar,>>

no es difícil comprender que quien tal pensaba y decía estuviese pronto á secundar como diputado las exageraciones de sus íntimos amigos D. Antonio Alcalá Galiano y D. Javier Istúriz, ni que en la tempestuosísima sesión de Cortes del II de Junio de 1823 votase á par de ellos la suspensión del Rey y su traslación á Cádiz. Á consecuencia de ese voto, luego que Fernando VII recobró la plenitud de su poder tuvo D. Ángel que emigrar de España, consiguiendo á duras penas salvarse en una barca que le transportó á Gibraltar en compañía de Galiano.

Sobre un año antes de verse en tal apuro compuso en muy breves días la tragedia titulada Lanuza, que inmediatamente después se representó en Madrid y en los principales teatros de provincia. En esa obra se desata Don Ángel contra el despotismo, prescindiendo completamente, no sólo de la verdad y de la verosimilitud histórica, sino del espíritu y de las ideas predominantes en el siglo xvi, y levanta á las nubes la figura del Justicia de Aragón que murió en un cadalso por su debilidad y torpeza. Al hacerlo así trataba de personificar en Lanuza el liberalismo anti-monárqui

co; y como estaba entonces muy en boga la poesía patriotera y abundaban espíritus demagógicos que aplicasen á Fernando VII los denuestos fulminados en la tragedia contra Felipe II, se concibe que los enemigos del Rey aprovechasen la ocasión de aplaudir estrepitosamente á quien halagaba sus gustos y sus pasiones. Lo cual no impide que haya en tan declamatorio poema escénico algunas situaciones no mal compaginadas, versos robustos, y ciertos rasgos de calorosa inspiración.

V.

ENTENCIADO á muerte D. Ángel, confiscados sus bienes á consecuencia de la

votación de 11 de Junio, hubo de dirigirse á Inglaterra, centro de la emigración española. En la travesía compuso á bordo del paquete Francis Freeling, por Mayo de 1824, la extensa poesía lírica El desterrado, desahogo de su afligido espíritu al alejarse de España. Ya en Londres, con más tranquilidad y sosiego, encendido por el patriotismo que tuvo siempre en su corazón tan hondas raices, escribió El sueño del proscripto y los dos primeros cantos de Florinda, menos sumiso que anteriormente al rigorismo de la escuela clásica, y por lo tanto con más originalidad. Ni podía ser otra cosa. Para que la imaginación no se malogre en esfuerzos impotentes es necesario alimentarla de impresiones variadas, herirla y exaltarla en el espectáculo del mundo, no exigirle que saque

de sí propia todos los recursos que haya de poner en acción, ni que pinte afectos que no comprenda ó no haya experimentado. Una vida tranquila y uniforme rara vez produce las vigorosas concepciones que nacen de sentimientos combatidos en el mar tempestuoso de la sociedad ó sujetos á diversas aventuras.

En las primitivas composiciones de nuestro autor se encuentra cierta espontaneidad, cierta frescura de color común á todas sus poesías antiguas y modernas, clásicas y románticas. Pero, exceptuadas las patrióticas que antes he citado y alguna que otra animada del mismo generoso espíritu, casi ninguna se sostiene á la altura conveniente, y pecan, ya en amaneradas, ya en vulgares, ya en desaliñadas é incorrectas. En todas, sin embargo, se descubren destellos de la luz que andando el tiempo había de convertirse en fanal de una revolución literaria. En todas se ven rasgos del antagonismo latente entre el espíritu liberal, ingénito en el poeta, y la subordinación á los preceptos que fueron norma constante de sus escritos, y que iban insensiblemente perdiendo fuerza á medida que arraigaban en nuestro suelo, vigorizadas por la lucha, las ideas políticas destinadas á transmutar instituciones y costumbres.

Se ha dicho repetidas veces que la virtud se

acrisola en la desgracia, que los varios accidentes de la vida son la mejor y más eficaz enseñanza del hombre. Lo mismo sucede con el ingenio. El del Duque de Rivas, fortalecido en crisol tan duro, revélase con más independencia y caudal propio que en las rutinarias poesías de su juventud, en El Desterrado y El Sueño del proscripto (cánticos nacidos lejos de la patria al calor de sentimientos verdaderos), y más tal vez en el poema titulado Florinda. Parangónese su plan con el de El Paso honroso, que también tiene aspiraciones épicas; examí→ nense los recursos de que el autor se vale para desenvolver y graduar el interés de la acción en ambos poemas; véanse los elementos humanos que los constituyen, y, sin tocar en la mayor novedad y grandeza de los símiles, ni en la intensión con que están bosquejados los caracteres, ni en la variedad de las descripciones, ni en los resortes sobrenaturales, ni en el número y oportunidad de las sentencias, ni en la mayor fluidez y lozanía de la versificación, se comprenderá desde luego la inmensa distancia que los separa. En una cosa, no obstante, se identifican las dos obras: en su severa unidad, fruto de la clareza de términos con que en ellas se distribuye y desenvuelve la acción. Esta cualidad, que tanto avalora los productos del ingenio y que en mayor ó menor grado

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