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pués de explicarlo con amoroso entusiasmo escribía las siguientes frases: «este plan, mi querido señor, es grande y bello, aunque sea mío» -«temo que á pesar de la perspicacia de V. no

conociera toda la belleza de la idea, ofuscada con la muchedumbre de los versos, que es el principal defecto de mi canto»-«descontento de la ejecución, me contento con la bondad del plan.» De tal modo suelen equivocarse hasta los más esclarecidos ingenios cuando se llegan á encariñar vivamente con lo que engendra ó concibe su fantasía.

Júzguese, pues, qué penosa impresión no causarían en Olmedo, tan pagado del pensamiento y del giro de su obra, estas palabras de Bolívar: «El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene un defecto capital en su diseño. V. ha trazado un cuadro muy pequeño para colocar dentro un coloso que ocupa todo el ámbito y cubre con su sombra á los demás personajes. El inca Huaina-Capac parece que es el asunto del poema: él es el genio, él la sabiduría, él es el héroe en fin.» Bolívar tenía razón; pero el poeta debió experimentar gran sentimiento al ver que el hombre á quien había querido hacer héroe principal de su poesía encontraba en ella otro héroe que á su juicio parecía como que menguaba y ofuscaba la importancia de los que él se había propuesto en

salzar. Á pesar de ello, el vate del Guayas, que se apresuró motu propio á corregir algunas máculas, haciendo en la oda modificaciones y adiciones considerables, no pudo ó no quiso efectuar alteración ninguna en lo que tanto le llenaba. Para disculparse á los ojos del Libertador, le escribía: «Como no se ha variado el plan, en caso de ser imperfecto, imperfecto se queda. Ni tiempo ni humor ha habido para hacer una variación que debía trastornarlo todo.» Y para remachar indirectamente el clavo de su arraigada creencia en la bondad del plan censurado por Bolívar, añadía: «Una de las razones que he tenido, á más de las indicadas, para no hacer un trastorno general en el poema, es que así como vino ha tenido la fortuna de agradar á paladares delicados y difíciles.» Tal era, sin duda: Olmedo hubiera podido comprobarlo con lo que escribieron acerca de la oda en cuestión literatos y poetas de tanto saber y de tan buen gusto como Don Andrés Bello ́y D. José Joaquín de Mora.

El primero se expresaba en estos términos: «La materia del canto á La Victoria de Junín presentaba un grave inconveniente, porque constando de dos grandes sucesos, era difícil reducirla á la unidad de sugeto que exigen con más o menos rigor todas las producciones poéticas. El medio de que se valió el Sr. Olmedo

para vencer esta dificultad es ingenioso. Todo pasa en Junín, todo está enlazado con esta pri→ mera función, todo forma, en realidad, parte de ella. Mediante la aparición y profecía del inca Huaina-Capac, Ayacucho se transporta á Junín, y las dos jornadas se eslabonan en una. Este plan se trazó, á nuestro parecer, con mucho juicio y tino. La batalla de Junín sola no era la libertad del Perú. La batalla de Ayacucho la aseguró; pero en ella no mandó personalmente el general Bolívar. Ninguna de las dos por sí sola proporcionaba presentar dignamente la figura del héroe; en Junín no le hubiéramos visto todo; en Ayacucho le hubiéramos visto á demasiada distancia. Era, pues, indispensable acercar estos dos puntos é identificarlos, y el poeta ha sabido sacar de esta necesidad misma grandes bellezas, pues la parte más espléndida y animada de su canto es incontestablemente la aparición del Inca (1).».

Mora consignaba de esta suerte su parecer en el Correo literario y político de Londres (2); «Sólo un artificio ingenioso podía formar el simplex et unum recomendado por Horacio é indispensable en toda composición artística. En efecto, cantar sólo la acción de Junín, que fué la que Bo

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lívar mandó en persona, hubiera parecido frío, cuando tan de cerca le siguió la de Ayacucho,

que fué la que consolidó el triunfo de las armas americanas. Cantar sólo la de Ayacucho hubiera sido obligarse á oscurecer al héroe principal, que no estuvo presente al conflicto. La profecía del Inca salva este inconveniente de un modo realmente épico, y conforme con el ejemplo de los grandes poetas de la antigüedad.»

Más que de estricta justicia, me parecen estos dictámenes, en lo que toca al punto concreto de la aparición del Inca, fruto de bien nacida benevolencia ó del impulso propio de las doctrinas literarias predominantes por entonces y que Bello y Mora profesaban, cuando no consecuencia natural de la especie de fascinación que obras esmaltadas de grandes aciertos, sean cuales fueren los lunares que por otra parte las desluzcan, ejercen en almas capaces de generoso entusiasmo. Porque el hecho es (lo cual prueba hasta qué punto se equivocaba el cantor de Junín en el modo de apreciar su oda) que el poema de que se trata vive y vivirá excitando admiración y obteniendo aplauso mientras no desaparezca del mundo la poesía castellana, no ya por virtud de la hermosura del plan, sino á pesar de sus defectos. Tantas y de quilates tan subidos son las bellezas acumula—

das por Olmedo al traducir en sonoros versos lo que pensaba ó sentía, desatando con estro sublime los puros raudales de su poética inspiración.

La idea de enlazar las dos victorias de Junín y Ayacucho mediante la aparición y el vaticinio del Inca, ha sido muy controvertida desde que salió á luz pública este poema por los años de 1825. Ya hemos visto lo que acerca de ella decían Mora y Bello, que al publicar en Londres sus respectivos juicios debían tener conocimiento por Olmedo mismo de la opinión de Bolívar. De lo que expusieron sobre el asunto los contemporáneos del poeta D. Juan García del Río y D. Antonio José de Irisarri no puedo decir cosa alguna, porque no he logrado verlo. En cuanto á Bello, cuya intimidad con Olmedo desde que éste llegó á Inglaterra conocen ya los lectores, cumple observar que añadía á las reflexiones anteriormente citadas, insistiendo en ellas y ampliando su parecer: «Algunos han acusado este incidente de inoportuno porque, preocupados por el título, no han concebido el verdadero plan de la obra. Lo que se introduce como incidente, es en realidad una de las partes más esenciales de la composición, y quizá la más esencial (1). Es ca

(1) Lo mismo pensaba Bolívar, juz gando desde punto de vista enteramente distinto.

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