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No me cansaré de repetirlo: la pasión es siempre mal consejero, y la del odio tal vez más ocasionada que otra ninguna á exageraciones é injusticias, sobre todo cuando nace al calor de contrapuestos deseos y se alimenta y aviva en el choque de encontrados intereses.

«En la declamación contra la conquista (añade Caro con recto y desapasionado juicio), aunque en boca del Inca, se ven en parte los sentimientos del poeta, que en este trozo estuvo injusto en lo que dijo y desgraciado en el modo ́de decirlo. Tratar á «todos, sí, todos» los descubridores y conquistadores, sin perdonar á Colón, de «estúpidos, viciosos y feroces; » decir que los sacramentos que trajeron eran «sangre, plomo y cadenas; » hacer solamente una excepción en favor del nombre de Las Casas, condenando á olvido ó á ignominia la multitud de varones apostólicos que evangelizaron la tierra americana, muchos de los cuales sellaron la fé con su sangre muriendo á manos de salvajes, es un rasgo de flagrante injusticia é ingratitud, una blasfemia y sacrílego insulto á la verdad histórica. No vale cubrirse con el fuero de la licencia poética. En esos casos, la musa abandona al poeta y le deja hablar sólo el lenguaje de la canalla. Vuélvase á leer el trozo aludido y se verá cuán por debajo quedó Olmedo del más ruín coplero. De la propia suerte man

chó Quintana su oda á la Imprenta, con un pasaje verdaderamente «inmundo y feo.» Con todo, la indignación se trueca en risa cuando después de ensartar improperios, acaba Olmedo con el ya citado verso colocando al exceptuado Casas, á fuer de inapreciable recompensa, en un empíreo de incas (1).»

(1) Repertorio Colombiano, tomo II, págs. 448 y 49.-El elocuente escritor y poeta D. Rafael Pombo, Secretario de la Academia Colombiana, que en 1872 publicó en El Mundo Nuevo de Nueva York, bajo el seudónimo de Florencio, una calorosa defensa de Olmedo encareciendo sus altas cualidades poéticas, en la brillante Reseña leída ante aquella Corporación el 6 de agosto de 1882, se ha hecho cargo de lo que opina Caro acerca de La Victoria de Junín. Refiriéndose al plan de esta obra y á la asendereaia profecía del Inca, escribe:

«Convengamos en que el problema era complicado y no admitía solución intachable; pero me inclino á aceptar la que le dió el poeta, porque veo en Huaina-Capac por una parte el genio del Nuevo Mundo, más interesado aún que Bolívar y Sucre en su pasado y su porvenir; ellos los paladines, el Inca la dama dolorida de su empresa; y por otra, un pretexto indispensable para describir la segunda batalla, lo cual hizo con la amplitud, viveza y frescura de la realidad, que son condiciones allí preferibles para mi deseo al estilo oracular y misterioso que el Sr. Caro observa debió haber asumido la visión sobrehumana. Añádese que el vaticinio es fastidioso por prolongado; mas yo dudo que pueda señalarse en dónde empieza (para un americano por lo menos) el fastidio del lector, puesto que al romper la descripción de Ayacucho, la voz del Inca es exactamente la del poeta, y si describe como gran poeta mal puede fastidiar. Sugiere nuestro amigo que un sueño de Bolívar se habría prestado mejor para salir de este empeño; pero, amén de otras desventajas, Bolívar no podía ensalzarse ni aconsejarse á sí mismo, y aquellas duras reminiscencias y contrastes históricos salen del espíritu al cual correspondía mejor el hacerlos y sentirlos. Á la tacha de Bolivar, fundada en la naturaleza humana, contesta el

He preferido, á discurrir sobre este punto por cuenta propia, trasladar textualmente las palabras de americano tan ilustre como el sabio director de la Academia Colombiana, celosísimo de sus glorias nacionales, por dos razones que han pesado mucho en mi ánimo: la primera es que, pensando yo, desde que hace ya muchos años leí por vez primera La Victoria de Junín, lo mismo que acerca de ella piensa hoy Caro, me exponía, no sólo á repetir sus ideas ú observaciones y á ser tenido por plagiario, sino á expresar menos atinadamente lo que él ha dicho con tanto acierto y lucidez; la segunda, que toda reflexión pro

cantor señalándole á Huaina-Capac ya en la mansión de la paz y de la luz, ciertamente incompatible con el encono y la venganza, mas no con la justicia ni con la visión de la verdad plena y de la unidad de nuestra raza.»

La manera como Pombo aprecia en estos renglones la significación y el valor moral y patriótico del que llama genio del Nuevo Mundo tiene mucho, á mi parecer, de caprichosa y fantástica, y no invalida en manera alguna la sensata opinión de Caro. El fogoso entusiasmo de Pombo le ha impedido ver que la mansión de la paz y de la luz, morada celestial del Inca, ó no debía ser como él dice incompatible con el encono y la venganza, ó el Huaina-Capac de C1medo era un bergante indigno de habitar en ella, cuando así mentía para atizar rencores, expresándose en versos bastante flojos:

"Guerra al usurpador.-¿Qué le debemos?
¿Luces, costumbres, religión ó leyes?
¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos,
Feroces, y por fin supersticiosos!

¿Qué religión? ¿La de Jesús?...... ¡Blasfemos!
Sangre, plomo veloz, cadenas fueron

pia encaminada á combatir ó desvanecer con cierta energía los graves errores acumulados en el vaticinio de Huaina-Capac, donde el autor parece como que reniega de su verda ́dera progenie, y en el cual, cegado por pasión adversa, prorrumpe en invectivas é insultos contra la madre España á quien mostraba tanto amor en su florida juventud, se habría podido interpretar injustamente considerándola nacida de sentimientos rencorosos y de un espíritu no menos apasionado que el del poeta, aunque en opuesto sentido. Por dicha ha sonado ya la hora en que hispanoamericanos y españoles peninsulares empiezan á hacerse recíprocamente justicia, prescindiendo de anti

Los sacramentos santos que trajeron.
¡Oh religión! ¡Oh fuente pura y santa
De amor y de consuelo para el hombre!
¡Cuántos males se hicieron en tu nombre!
¿Y qué lazos de amor?... Por los oficios
De la hospitalidad más generosa
Hierro nos dan: por gratitud, suplicios.
Todos, sí, todos: menos uno sólo;
El mártir del amor americano,

De paz, de caridad apóstol santo,

Divino Casas, de otra patria digno,>>

Menos apasionados contra los primitivos civilizadores del Nuevo Mundo, americanos muy beneméritos por su gran saber y elevado espíritu les han hecho noblemente estricta justicia, como lo prueban las mismas palabras de Caro antes citadas y la admirable biografía del Arzobispo Zumárraga publicada en Méjico por el sabio y profundo escritor D. Joaquín García Icazbalceta, honra de las letras castellanas del siglo actual.

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guos resentimientos y lamentables exageraciones perjudiciales á todos. Pruébalo el juicio de Caro que en gran parte acabo de transcribir.

Al hacer notar el hecho de que en la declamación contra la conquista Olmedo estuvo injusto en lo que dijo y desgraciado en el modo de decirlo, el inspirado traductor de la Eneida viene implícitamente á corroborar mi antigua opinión de que la poesía debe ante todo ser verdadera, porque donde no hay verdad no puede haber poesía. El que es poeta nunca expresa mal lo que siente bien; pero jamás puede sentir bien lo que por ser falso carece de persuasión y atractivo. Olmedo lo demuestra en La Victoria de Junín de un modo muy eficaz. Allí le vemos remontarse á las nubes arrebatado por la inspiración, y encontrar acentos, si no superiores al de todos, no inferiores al de ninguno de nuestros mejores líricos, siempre que se trata de expresar lo que directamente le ha conmovido ó afectado. Allí le vemos caer de tan grande altura y arrastrarse y fatigarse prosáicamente, cuando se aparta de la esfera luminosa de la verdad para engolfarse en el laberinto de lo meramente artificioso. Ese y todos los defectos del Canto á Bolívar son consecuencia ineludible de su desdichado plan, esto es, del pecado original del poema.

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