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poner, como lo hace Pombo (poeta y versificador notable), que en los 1.170 versos de las dos odas marciales de que se trata, sólo hay uno que pueda tacharse de prosáico ó desmayado. De esa clase hay varios en ambas, principalmente en La victoria de Junín, donde no brilla la exquisita corrección y ultimada belleza que resplandecen en La Agricultura de la zona tórrida. Bello, no obstante, es inferior á Olmedo en el género lírico heróico, según observa atinadamente Caro, para quien el mérito principal del vate de Guayaquil consiste en lo que le niegan los críticos chilenos, esto es, en la animación sostenida.

Arrebatado como Quintana, sostiénese efectivamente á grande altura, sin acudir á la ampulosidad declamatoria que á veces desluce al autor de La invención de la imprenta, ni perder la naturalidad ni el brío que le distinguen. En cuanto á las reminiscencias de autores clásicos que tan agriamente le critican, añadiré, ampliando lo expuesto al examinar el Canto á Bolívar, que tales como en Olmedo se encuentran merecen aplauso en vez de censura, por ser gala del saber y del gusto propia de superiores ingenios. Ilícito me parece apoderarse de una composición extraña y traducir trozos enteros para apropiárselos calladamente, como hizo el cubano Heredia con el Carme dei sepol

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cri de Fóscolo en la Elegía, también titulada Los sepulcros, dirigida á D. Manuel Robredo (1). Pero ¿á quién le ha ocurrido tildar á Quintana porque en sus versos para la Corona fúnebre de la Duquesa de Frías imite y haga suyo en una de las mejores estrofas un pensamiento de Marco Aurelio? ¿Quién acriminará al Duque de Rivas porque al retratar á Napoleón I diga en sus bellos romances históricos que el prepotente emperador era

«De infierno, de cielo y tierra

Un incomprensible aborto,

Un prodigioso compuesto

De ángel, de hombre y de demonio,»

recordando el verso

"Esprit mystérieux, mortel, ange ou démon,»

en que Lamartine retrata á Byron, ni porque en esotro verso de La fuerza del sino:

Monarca de la luz, padre del día,»

(1) Así empieza Hugo Fóscolo su poesía dedicada á Pinde

monte:

"All' ombra de' cipressi e dentro l' urne
Confortate di pianto é forse il sonno

Della morte men duro?»

La poesía de Heredia á Robredo principia así:

"De lánguidos cipreses á la sombra,
Y en urnas que el amor baña con llanto
¿Es más plácido el sueño de la tumba?»

traduzca, hermoseando la frase, el del poeta

inglés:

"King of the sky, and father of the day?»

«<lo su

En resolución, cuando Pombo dice que blime, que para otros poetas es rapto de embriaguez momentánea, es agua ordinaria para el Homero de Guayaquil,» afirma una gran verdad, comprobada como en ninguna poesía del autor en la oda Al General Flores, vencedor en Miñarica.

XIII.

OTRAS COMPOSICIONES DE OLMEDO.

CONCLUSIÓN.

EDUCIDO por el mérito del poema que acabo de examinar, me he detenido mucho hablando de él. Seré, pues, muy breve al discurrir sobre los otros. De algunos tiene ya conocimiento el lector por los varios trozos citados en la parte biográfica. Mas si bien es cierto que las obras en que principalmente se funda la reputación de Olmedo son La victoria de Junín y la oda Al General Flo— ves, sería injusto dejar olvidadas, entre otras piezas de menos valer, composiciones como la titulada Á un amigo en el nacimiento de su primogénito, y el Ensayo sobre el hombre, de Alejandro Pope, vertido gallardamente á nuestro idioma.

Aunque de índole más sujetiva, no es aqué

lla inferior en calidades poéticas á las famosas odas marciales. Los excelentes escritores chilenos, cuya opinión desfavorable al cantor del Guayas me he visto precisado á contradecir por rendir tributo á la verdad, reconocen paladinamente que no pueden negarse las bellezas externas de tan hermosa poesía; pero exajeran el rigor de la censura en cuanto hace relación á lo sustancial de los conceptos. Sensible es para quien aprecia en mucho á los Sres. Amunáteguis encontrarlos en esta ocasión tan extremados en su falta de benevolencia. En prueba de ello, véanse las palabras en que formulan tal juicio: «Considerad que Olmedo se encuentra junto á la cuna de un niño, el hijo único de dos esposos que por diez años han estado pidiendo al cielo esa bendición de su amor. El padre y la madre se hallan presentes, con el oído atento á la voz del poeta. Aguardan sin duda un horóscopo de felicidad. Pero Olmedo no sabe pronunciar más que palabras lúgubres, no sabe expresar más que presentimientos de desgracia... Es cierto que después de estos pronósticos de desgracia, de estas blasfemias contra la vida, el poeta encuentra acentos para estimular á su amigo Risel á que sepa á fuerza de talento y de virtud, no sólo encaminar al bien la índole tierna de aquel niño, sino también purificar de algún modo el aire infecto que va

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