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honroso timbre de su administración. Pero aquel Ministerio cayó en breve empujado por el asqueroso motín de la Granja, y el Duque se vió precisado á refugiarse en casa del Ministro de Inglaterra y á emigrar á Portugal tan pronto como pudo hacerlo.

Esta nueva emigración, por causa tan distinta de la que ocasionó la primera, duró poco más de un año. Promulgada la Constitución de 1837, el Duque la juró en manos del cónsul de España en Gibraltar, de donde salió para Cádiz á principios de Agosto. Elegido senador por la provincia de Córdoba y por otras varias aquel mismo año, volvió á tomar parte en las luchas y agitaciones políticas; pero el pronunciamiento de setiembre de 1840 que arrojó de España á la Reina gobernadora, con escándalo de la disciplina militar atropellada por los más interesados en sostenerla y arraigarla, le apartó de la arena candente de los partidos y le indujo á retirarse con su familia á Sevilla. Allí permaneció hasta mediado el año 43, que se trasladó á Madrid por asuntos particulares.

En ese periodo, que él llamaba de desgracia y que fué uno de los más tranquilos de su vida, convirtió de nuevo su actividad al cultivo de las letras. Respirando las auras del Guadalquivir que arrullaron su cuna; amado, respetado, festejado constantemente por las personas

más ilustradas é importantes de aquella culta población; convertida su casa en una especie de templo de la poesía y de las artes, compuso allí entre flores, á la grata sombra de los limoneros y naranjos de sus embalsamados jardines, las comedias Solaces de un prisionero, La morisca de Alajuar, El crisol de la lealtad, El desengaño en un sueño y El parador de Bailén, prueba evidente del esplendor y abundancia de su numen. En Solaces de un prisionero no hay la exuberancia vital ni el vigor y energía que rebosan en Don Álvaro; pero se hallan bien trazados caracteres, nobles pasiones, sabor á los grandes modelos del siglo XVII, y cierta lozanía de expresión que hace olvidar la falta de interes dramático y la excesiva languidez de varias escenas. La morisca de Alajuar y El crisol de la lealtad son dos comedias antiguas por el corte y por el estilo. La primera no vale tanto como supone Pastor Díaz, para quien es la producción más acabada y más bella del Duque de Rivas, la más interesante, la de más movimiento y de más preparado desenlace; >> pero merece sin duda mayor aplauso que el que le otorgaron á su estreno el público y los críticos de esta corte. El parador de Bailén es una farsa poco digna de la pluma de tan gran poeta, bien que no carezca de gracejo.

Después de Don Álvaro y de El moro expósi

to, El desengaño en un sueño me parece la más original y encumbrada obra poética de nuestro autor. Acaso en ninguna otra de las suyas atesora tan gran número de pensamientos sublimes, versos tan robustos y sonoros, tanta ni tan superior elocuencia. El desengaño en un sueño es exactamente lo que su título indica. Lisardo vive en un pequeño islote con el sabio Marcolán, su padre, suspirando por volar al mundo y dar empleo á la actividad juvenil de su corazón. Pero Marcolán, en comercio con espíritus sobrenaturales, conoce el alma de Lisardo, sabe que el ímpetu de sus pasiones puede perderlo, y quiere á toda costa impedir que se lance en el torbellino social. Para lograrlo forma un conjuro que postra y adormece al joven; le hace pasar mientras sueña por todos los placeres, grandezas ó amarguras de la realidad, y le despierta cuando, caido en una cárcel desde un trono, horrorizado de los crímenes á que le arrastra su ambición, penetrado de la vanidad de humanas grandezas, se encuentra dispuesto á comprender que la serena paz del alma es el mayor gozo de la vida. En este rápido viaje por la ardiente imaginación de Lisardo ha derramado el autor los más ricos tesoros de su fantasía. No parece sino que el drama ha surgido de la mente del poeta como Minerva de la cabeza de Júpiter: tan ló

gico y fácil se precipita el asunto desde la poética exposición hasta el imponente desenlace; tan llena de interés dramático está la fábula desde la primera escena hasta la última.

La historia de Lisardo, personificación varonil del pensamiento del drama, es la historia de la humanidad: siempre codiciando, para menospreciar lo codiciado, no bien lo consigue, y codiciar en seguida cosa mayor. Nuevo Sísifo condenado á levantar incesantemente el peñasco del deseo, para verlo rodar, apenas logrado, al abismo del hastío. La gradación de estas aspiraciones que empiezan por el amor y que á impulsos de ambición indomablellegan á todo, menos á la felicidad, por el camino del crimen, está diestramente concebida y con singular belleza realizada. Para hacerla más visible aún, encerrando en muy breve espacio el cuadro completo de la vida, penetra el autor en las regiones de la conciencia y personifica los móviles de las acciones humanas. Esta intervención del mundo interior materializado, principal elemento de la acción en El desengaño en un sueño, no es nueva en nuestro teatro; pero jamás se la había hecho servir á tan altos fines ni sistematizado con tanta elevación y grandeza. El Duque de Rivas procura hermanar en tan bello poema el sombrío individualismo de Shakespeare con el lujo poético de

Calderón; los tenebrosos pensamientos de Macbeth con los impensados arrebatos de Segismundo; y aunque no sigue servilmente la forma de Fausto y de Manfredo, á que Jorge Sand da el nombre de metafísica, busca y halla recursos para realizar por el camino de El condenado por desconfiado, El mágico prodigioso, El ermitaño galán ó El Anticristo (dentro siempre de las condiciones propias del tiempo en que vive) el drama filosófico del Mediodía, profundo en esencia como el del Norte, brillante y lozano en su aspecto como el sol ardiente que nos ilumina.

Cierto que la idea generadora de El desengaño en un sueño no es completamente original del Duque de Rivas. Desde que el turbulento Príncipe D. Juan Manuel, nieto de San Fernando y sobrino del sabio autor de Las Partidas, tomándolo quizá de libros ó tradiciones orientales, escribió en el capítulo XIII de su Conde Lucanor (impreso en Sevilla por Argote de Molina el año de 1575) la historia de don Illán el Nigromántico, esa idea ha ido echando raices en nuestra literatura, reapareciendo en ella de vez en cuando, bajo una ú otra forma, según el objeto y el gusto de los diversos ingenios que han tenido á bien utilizarla. Aun sin salir del antiguo teatro español pudiéramos encontrarle puntos de semejanza, no sólo

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