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insenescencia del alma. Á los cincuenta y seis años de edad escribió La Azucena milagrosa, planta nacida en los vergeles partenopéos y que todavía despliega sus hojas con juvenil verdor y lozanía primaveral. Cuando rayaba en los sesenta dió ser á Maldonado, leyenda en que se ven resplandecer aún las dotes características del Don Álvaro y de El desengaño en un sueño. Cumplidos ya los sesenta imaginó El Aniversario, última de sus producciones de alguna extensión, si no me engaña la memoria. En estas tres obras de la vejez del poeta se puede observar que no envejece su espíritu. Pero al mismo tiempo dejan ver, examinadas atentamente, un si es no es de gradual cansancio en las facultades poéticas del autor. Así es que el elemento sobrenatural, parte esencialísima en la primera y en la última de dichas leyendas, y que en El Aniversario se prestaba, por la índole del asunto, á desarrollo más grandioso y de efecto más imponente, lo produce menos activo y eficaz que en La Azucena milagrosa.

Dedicó el autor esta hija querida de su ingenio al celebérrimo D. José Zorrilla, á quien profesaba grande amistad, y que ha sido en nuestro país, según he indicado antes, uno de los primitivos y más afortunados propagadores de ese género poético. De la singular esti

mación en que tenía el Duque las dotes y las obras del creador de Margarita la tornera y de El capitán Montoya, poemas que adquirieron desde la cuna mucha popularidad, nos da razón él mismo en estos versos, prueba evidente de su generoso entusiasmo y de que no anidaba en su corazón el gusano de la envidia. Zorrilla había dedicado al Duque un poemita titulado La azucena silvestre. Refiriéndose á tal circunstancia le dice el vate cordobés en la introducción de su leyenda:

"No es contender ni competir contigo
En quien de Calderón arde la llama;
Que solamente admiración abrigo

Por tu renombre y brilladora fama.
Pues raros hay que desde tiempo antigo
Merezcan como tú la verde rama

Que corona tu sien, claro Zorrilla,
Lumbrera del Parnaso de Castilla.

»¿Ni cómo competir numen helado,

Que al occidente rápido declina,

Con el que joven, en zenit sentado,

Bebe del sol la inspiración divina?........»

Estas palabras del esclarecido autor de La Azucena milagrosa no eran modestos encarecimientos debidos á la cortesía, sino fruto de una opinión profundamente arraigada en el alma. del poeta.

pesar de la diferencia de edad

Á que mediaba entre nosotros y de la admiración y el respeto que me inspiraban las dotes y circunstancias del Duque; llevado del cariño que le tenía y de la cordial amistad con que tuvo á bien honrarme, le contradije varias veces en ese punto con mi natural vehemencia. La suya, que sólo se apagó en el sepulcro, le hacía ponerse furioso conmigo cuando yo insistía calorosamente en que su leyenda estaba mejor escrita y encerraba mayor caudal de pensamiento's poéticos felizmente expresados que las de Zorrilla; y más, si cabe, cuando sostenía que el amigo á quien él ponía constantemente en las nubes no le superaba ni le igualaba. Tan bello rasgo de sincera modestia y de profunda estimación al mérito ajeno, en hombre de prendas como las del Duque, parecerá actualmente cosa fabulosa. Hoy el último zarramplín que disparata á más y mejor en renglones desiguales bostezando sandeces con el usurpado nombre de poesías, suele tenerse por más inspirado que Homero y considerar como casi ofensivo que haya quien estime y aplauda versos de cualquier ingenio que no sea el suyo. En esto de la vanidad egoista, la nueva cría de regeneradores del arte ha progresado, sobre poco más o menos, tanto como en ignorancia y en mal gusto.

Bueno es á todas luces el que despliega el Duque de Rivas en La Azucena milagrosa, y ahora, lo mismo que en la época ya lejana de mis altercados con su ilustre autor, me parece más cendrado y puro que el de Zorrilla. Aunque algunos cuadros que éste traza (sobre todo en las leyendas fundadas en tradiciones religiosas y populares, como A buen juez mejor testigo) están poéticamente imaginados, no carecen de vigor y ostentan en la traza sobriedad artística de buena ley, la uniformidad del colorido, que los hace un tanto monótonos, y el desaliño habitual de la frase y de la versificación distan mucho de la amena variedad, de la riqueza y gallardía que resplandecen en La Azucena milagrosa. Por natural inclinación y espontáneo impulso ambos poetas vuelven sus ojos al espíritu castizo y esencialmente español que anima á nuestros antiguos dramáticos y romanceros. Pero mientras el Duque de Rivas, formado en el estudio de las humanidades como sus antecesores de los siglos de oro, procura y consigue mantenerlo incólume conservándolo en su integridad con la misma esplendidez y abundancia de que ellos hicieron magnífico alarde, Zorrilla lo vicia y desnaturaliza, por haberse amamantado y nutrido desde muy luego en la exótica inspiración de Víctor Hugo y de su escuela, sin te

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ner de la hermosa lengua castellana el sólido conocimiento que del francés mostraba entonces, en verso y en prosa, el elocuente aunque exagerado autor de Notre-Dame de París. Hay, pues, en la manera de concebir y desarrollar la acción de La Azucena milagrosa, en el modo de caracterizar los personajes que la determinan y en el de expresar sus afectos, mayor encanto, más verdad, estilo y lenguaje más castizos, arte de un orden superior y de más subidos quilates que el de las leyendas de Zorrilla.

El argumento de la del Duque es el siguiente:

Nuño Garcerán, caballero leonés, vive feliz en el soberbio castillo desde el cual domina sus ricos estados, en compañía de su amante esposa Blanca y de su hermano de leche Rodrigo, á quien trata y quiere, no como á simple servidor, sino con afecto fraternal. Llamado por los Reyes Católicos á tomar parte en la guerra de Granada, resuelve acudir al llamamiento. La juventud de ambos esposos y el recíproco amor que se tienen hacen más costoso y amargo el sacrificio de la separación. Nuño parte con su hueste, dejando á Rodrigo el cuidado de velar por la que reina en su alma con absoluto poderío.

Como la ausencia es aire

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