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NOTICIA

DE LA RECUPERACION DE LAS PROVINCIAS

DEL NUEVO MEXICO.

E

L modo verdaderamente admirable, y observado raras vezes en las historias, con que el dilatado reyno del nuevo Mexico se sujetò al suave yugo del evangelio, que años pasados sacudio de si; y la facilidad con que se reunio à la corona real de Castilla, à que negò la obediencia con desvergüenza, al mismo tiempo que se la negò tambien à Dios con su apostacia, pedia para su relacion, no las ojas volantes, que aqui estan juntas, sino muchos pliegos de un gran volumen, para que durase perpetuamente; pero la grandeza del hecho sin ponderaciones retoricas, creo se conservarà sin este requisito, mientras tubieren su devido lugar las resoluciones heroicas, de cuya cathegoria es la presente, y cuya entidad, mas que las palabras, pocas ò muchas con que se razonare, serà estimable siempre en la memoria comun.

No haziendo caso de los viajes de Fr. Marcos de Nisa, y Francisco Vazquez Coronado, por no haver sido precisamente al nuevo Mexico, como ellos mismos lo dizen, la primera noticia de sus Provincias se la devio Fr. Francisco Ruiz, religioso observante de San Francisco, à los Indios Conchos, à quienes administraba en el Valle de San Bartolome el año de mil quinientos y ochenta y uno, y con licencia del Excelentissimo

35.-AP. IV.

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Señor Conde de Coruña, Virrey entonces de la Nueva-España, y beneplacito de sus superiores, con dos compañeros de su habito, y ocho soldados, se entrò por ellas, pero por no se que accidente, se volvieron estos, y prosiguieron el descubrimiento los Religiosos. Obligò esta fervorosa temeridad à un Fr. Beruardino Beltran à hazer quantos empeños le parecieron à proposito para socorrerlos, y ofreciendose Antonio de Espejo vezino de Mexico, que alli se hallava, à que lo haria con gusto si alguno que tuviese autoridad publica se lo mandase, con orden de Iuan de Ontiveros, Alcalde mayor de las quatro Ziènegas, saliò à esta empresa.

Principiola à diez de Noviembre de mil quinientos y ochenta y dos con ciento y nueve cavallos, y quanto fue preciso, y llegò à la Provincia de los Conchos, Passaguates, Tobosos, Iúmanas, y à muchas otras, supose, que en Poala, pueblo de los Tiguas, havian muerto alevosamente à los que buscavan; y dudando si se volverian à la nueva Viscaya, de donde avian salido, o proseguirian el descubrimiento de tan dilatadas y hermosas tierras, despues de algunas consultas, se resolvio esto vltimo. Con esta determinacion corrieron la Provincia de los Queres, la de los Cunàmes, donde el pueblo de Zia era la Corte. De aqui pasaron à Acoma por entre los Ameges, y vltimamente à la Provincia de Zuñi. Quedandose aqui Fr. Bernardino Beltran con casi toda la gente para volverse, prosiguío Antonio de Espejo con solos nueve hombres su descubrimiento. Y despues de haver hallado muchas naciones y vuelto à Zuñi (de donde aun no avian salido los que se quedaron, como lo hizieron despues), prosiguio por la Provincia de los Queres, Tamos y Hubätes, hasta salir à primero de Julio de ochenta y tres al Valle de San Bartolome, por el rio de Conchas.

Con las noticias que por esta ocasion se adquirieron de la bondad de la tierra, intentò su pacificacion ò conquista vn luan Baptista de Lomas, sin efecto alguno: encomendosele despues al General D. Francisco de Urdiñola, y por vltimo, al Adelantado D. Iuan de Oñate, natural de Mexico, quien con varios sucesos, aviendose aposesionado de sus Provincias à treinta de Abril de mil quinientos y noventa y ocho, las sujetò à la

corona real de Castilla à fuerza de armas. Tomaron à su cargo los Religiosos de San Francisco el doctrinar à sus moradores, erigiendo en sus pueblos vna dilatada Custodia: Fundose la Villa de Santa Fe, donde residia el Governador y Capitan general con su Regimiento, y avezindandose muchos Españoles por todas partes, se ennoblecío aquel Reyno.

Con suficiente trato para pasar la vida con abundancia y regalo, y bien fundamentada en el (à lo que parecia), la religion catolica, se iba pasando, hasta que valiendose los Indios de todos sus pueblos (sin excepcion) de pretextos frivolos, emulandoles, quizas, à sus vezinos gentiles la vida ociosa, ò lo mas cierto, por el odio innato que à los Españoles les tienen (presupongo que seria al principio entre algunos pocos), començaron con el mas ponderable secreto que jamas ha havido, à discurrir entre chicos y grandes el sublevarse. Por el prolijo tiempo de catorze años durò esta platica, sin que los Españoles, ni los Religiosos, que con mas immediacion los trataban, no solo llegasen à saberlo, pero ni à presumirlo, y convenidos vniversalmente en executar la traicion y en abandonar para siempre la christiandad, destinaron el dia diez de Agosto de mil seiscientos y ochenta para declararse.

Con el pretexto de acudir à Misa, como en dia festivo, al salir el Sol, que era la fatal hora que de mancomun eligieron, se hallaron con sus armas en los Conventos, donde descargaron la furia del primer avanze. Pasaron de alli à donde avia Españoles, asi en caserias como en haciendas, y en el corto tiempo de media hora consiguieron lo premeditado en catorze años. Lo menos fue haverles quitado la vida en tan breve espacio como à quinientas personas, entre quienes la perdieron à fuerza de tormentos y de ignominias, veinte y vn Religiosos. Lo mas fue haver profanado las Iglesias, destrozado las imagenes, pisado y escarnecido las especies Eucharisticas. ¡Qué puedo añadir a semejante abominacion! Pero no es digno de omitir el que no quedò piedra sobre piedra de los conventos y templos, y que hasta en las gallinas, en los carneros, en los arboles frutales de Castilla, y aun en el trigo, en odio de la nacion Española se empled su enojo.

No se atrevieron à hazer lo propio en la Villa de Santa Fè; pero à pocas horas despues de haverse refugiado à ella algunos pocos seglares y Religiosos que se les fueron de entre las manos en la Cañada, le pusieron sitio, y se aquartelaron en el cordon que le echaron mas de dos mil apostatas. Capitaneaba à estos Alonso Càtiti, y otro no menos malvado Indio, que se llamaba Popè. Y era Governador y Capitan General de aquel Reyno D. Antonio de Otermin; y como le faltava à este de prevencion (y lo mismo fuera à qualquiera otro) lo que à aquellos les sobrava de gente y de fuerza de armas, no solo no se les hizo oposicion alguna, pero por instantes, entre congojas y sustos, se temia la muerte. Pusose el mismo dia donde los sitiados la viesen vna vandera blanca, y acudiendo vno de los nuestros à esta llamada, se le enbiò à dezir al Governador: Que saliendo de la Villa quantos en ella estavan, y dexandoles su Reyno desocupado, se les concederian las vidas; y que de no executarlo desta manera (y al mismo tiempo mandaron arbolar otra vandera roja), los pasarian todos à cuchillo sin reservar per

sona.

Perseverò el sitio hasta los quinze de Agosto, y quizas porque los Indios no lo estorvaron, pues lo pedian, ò porque à fuerza de braços se consiguio, salieron como ochenta personas, chicas y grandes, de entrambos sexos; y con el aditamento de algunos muy pocos, que de los que vivian desde la Isleta para el sur se les agregaron en el camino en diferentes dias, llegaron à vn lugar fuera ya de aquel Reyno, que se nombra el Paso, desde donde fortalezidos primero, como mejor se pudo, se dio aviso de esta desgracia al Excelentissimo Señor Conde de Paredes, Marques de la Laguna, Virrey entonces de la Nueva-España.

Del excesivo numero de dineros que para reclutar gente y embiar lo necesario para restaurar lo perdido, se gastò entonces; de las jornadas que se emprendieron sin fruto alguno, se podia formar vn discurso largo; pero no es mi asunto. No obstante, no puedo dexar de dezir haverse entrado el año siguiente de ochenta y vno à los pueblos de la Isleta y de Cochiti, donde se apresaron algunos de los que havian sobresalido en el al

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