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anónimos, de la situácion en que se halla el Perú y particularmente su capital. Separe de sí todo temor, cumpla con sus deberes ó renuncie el puesto, que no faltarán varones esforzados que lo desempeñen." [Cat. núm. 545 número 8.] Excitado el Cabildo por éste y otros anónimos, porque realmente conocia que eran la expresion del pueblo; urgido por sus necesesidades, y lo que es mas positivo, porque en su seno habia patriotas, se dirigieron al Virey suplicándole que apagara el volcan de la guerra, pues no habia título mas glorioso que el de Pacificador. Desgraciadamente las negociaciones de Punchauca no daban esperanzas de pronto arreglo, y llegaban los males á un término casi insufrible. La desvastacion mas espantosa reinaba en la capital y en sus pueblos vecinos, decian: "los ganados, las sementeras, todo ha perecido por el furor del soldado. Provincias las mas ricas y opulentas han sucumbido á la fuerza preponderante del enemigo: otras se hallan amenazadas de un igual fracaso, y esta virtuosa capital sufre un bloqueo el mas horroroso por el hambre, el latrocinio y la muerte. Entretanto el soldado no respeta aun el último resto de las propiedades rurales, y acaba hasta con los bueyes que surcan tierra y la fertilizan con su sudor en beneficio del hombre. Si continúa asi esta plaga, ¿cual será en breve nuestra suerte, cúal nuestra miserable condicion? El soldado debe mantenerse, pero sin perjuicio del ciudadano. Regidos por una misma constitucion, deben marchar sin preferencia y en línea igual: formando todos el Estado, su alimentacion es igualmente necesaria, como fundada en los primeros elementos de la naturaleza y de la sociedad, si no se hicieron en tiempo provisiones de boca; pero dejemos, continuan diciendo, estas ideas melancólicas y contraigámonos á la paz. Ella es el voto general del pueblo. Gravando sobre él la guerra desde 1815, carece ya de fuerzas para sostenerla. No hay dinero, no hay víveres, no hay opinion, no hay hombres. Los pueblos se reunen á porfia bajo el pabellon del General San Martin. Centenares de hombres desertan de nuestros muros para no perecer de necesidad. Un enjambre de especuladores obstruye los canales de nuestra provision, insultan y saquean nuestros hogares. El público increpa ágriamente nuestro silencio, y ya son de temer males peores y mas temibles que la misma guerra. La felicidad de la capital y de todo el reyno pende tan solo de la paz, y esta de un sí de V. E. El Cabildo espera conseguirla, y promete á V- E. á nombre del pueblo generoso que representa, una gratitud constante y sempiterna.” El Virey contestó que á pesar de que la guerra era una de las mas temibles plagas y que él amaba la paz, no podia aceptarla si no era una paz decorosa y digna de la nacion española, y si era así su voto seria por la paz, pero si no nó; pues jamás admitiria nada que pudiera manchar el honor nacional, y valia mas en este caso morir que existir. [Cat. núm. 546.]

Como los Jefes del ejército vieron en el oficio del Cabildo una

acusacion contra ellos, se quejaron al Virey amargamente de la conducta observada por esa corporacion, calificándola de criminal, y exigiendo que el Ayuntamiento satisfaciera al ejército, á quien se le imputaba que todo lo habia hecho perecer por su furor, y que no respetaba aun el último resto de propiedades. Llegó la insolencia de esta representacion al extremo de terminar amenazando, que si no se les hacia justicia, no habrian atrevidos que impunemente se lisongeáran de haber atacado el honor del ejército. [Cat. núm. 546. número 4.] De este modo los Jefes españoles por un exceso de orgullo sembraban la discordia y el odio, por su altaneria, haciendo mas difícil todo arreglo. De pronto tuvieron buen resultado las intrigas de los patriotas.

EL LUGAR de las negociaciones se trasladó de la hacienda de Punchauca al pueblo de Miraflores, para consultar mayor comodidad. Allí los Diputados reales propusieron la formacion de una junta que se llamara Junta de Gobierno Provisional, compuesta de tres individuos: el Presidente, y uno de los vocales seria nombrado por La Serna y el tercero por San Martin. Estos dos Jefes irian á España á manifestar el verdadero estado en que se encontraba la América y procurar el medio de su total pacificacion: en caso de ir, dejarian elegidos los vocales de la Junta, la cual gobernaria á nombre de la Nacion Española; pero si San Martin no quisiera ir á la Península, se quedaria mandando su ejército, ocupando el territorio que poseia y se nombraria siempre los miembros de la Junta. El territorio se dividiria por una línea que partiera del rio de Chancay hasta el pueblo de Reyes; la parte Norte la ocuparian los patriotas y la del Sur los realistas: si Pasco quedaba por estos daria á San Martin 30,000 pesos mensuales. Los derechos ó productos de Aduanas se sujetarian á Reglamentos formados de comun acuerdo; y para cuidar del exacto cumplimiento de este armisticio, la Junta nombraria un Jefe que permaneciera entre los patriotas: se les contestó que estaban prontos á continuar y concluir la negociacion de la paz sobre las bases y garantias propuestas en 19 de Mayo, es decir entrega de los Castillos. Los Diputados reales aceptaron esas bases, exigiendo que el Gobierno de Chile y la Escuadra garantizasen su cumplimiento. Se les respondió asegurándoles [17 de Junio] que el Gobierno de Chile aceptaria gustoso el convenio que se celebrase, y que el Almirante de la Escuadra lo respetaria, pues así lo exigia la subordinacion militar; y que la conducta que habia observado hasta el dia el General San Martin, era la mejor garantia de que cumpliria por su parte lo que se pactara. Como durante estas negociaciones se cumplia el término del armisticio, fué necesario prorrogarlo por doce dias mas. [Cat. núm. 550.]

Nuevamente se varió el lugar de las negociaciones, trasladándose á bordo de la fragata Cleopatra surta en la bahia del Callao. Allí se acordó un cange de prisioneros y que concluidos los doce dias de prórroga, no principiaran las hostilidades hasta seis dias despues. Tambien

se acordó el permitir la entrada de víveres á la ciudad de Lima, bajo ciertas reservas. [*]

VOLVIENDO á lo principal de la negociacion, los Diputados del Virey principiaron á hacer dudoso lo que antes habian ofrecido, alegando falta de cumplimiento en el armisticio, cuyos cargos fueron completamente desmentidos con los hechos y confrontando fechas.

Ya era bien conocido que todo arreglo seria infrutuoso: La Serna durante el armisticio se habia preparado para salir de las dificiles circunstancias en que se colocó, y que lo pusieron en la necesidad de evacuar la capital. Con este motivo se ofreció la duda de ¿si existiria la Junta de pacificacion, supuesto que La Serna, que era el Presidente, y dos de sus miembros, se habian ausentado de Lima; y en caso de subsistir, si podria continuar en sus funciones cuando los ejércitos estaban en movimiento: finalmente, si esos vocales tendrian autoridad deliverativa para decidir sobre el armisticio definitivo y quién debia ratificarlo en ausencia del Virey? Los comisionados reales contestaron afirmativamente asegurando que, la Junta existia, á pesar de la ausencia de su Presidente y los vocales, que podia y debia reunirse, deliberar y decidir, supuesto que la pluralidad de votos resolvia las cuestiones y por lo mismo la Junta podia ratificar el armisticio definitivo que se acordara. Allanados todos los inconvenientes, entrando á discutir sobre el armisticio definitivo, orígen de las negociaciones pen dientes, se propuso por los Diputados de San Martin una suspension de hostilidades por 18 meses hasta que se ajustara un tratado definitivo con su Magestad Católica. El Virey debia mandar dos comisionados á la Península y San Martin otros dos; uno por Chile y otro por el Perú para acordar con la Córte de España los medios de terminar las desavenencias entre S. M. C. y los Gobiernos independientes de América y ajustar un tratado que consolidara la paz, la amistad y la union entre ámbos países. Mientras tanto San Martin con su ejército ocuparia Lima y todo el territorio del Perú que queda al norte del Departamento del Cuzco, y el Virey todo el Sur. Chiloé debia tambien ser abandonado por las tropas del Rey: como garantia del cumplimiento del armisticio, el Virey deberia entregar los Castillos del Callao con su armamento y provisiones, obligándose San Martin, bajo su palabra de honor, á devolverlos si no se ajustaba un tratado definitivo con la Metrópoli; pero si el Virey quebrantaba el armisticio cesaba su compromiso. Los mas de los otros artículos se referian á determinar los límites que ocuparian ámbos ejércitos, el modo y plazo para romper las hostilidades, la manera de arreglar el comercio entre los nuevos gobiernos &. No era de suponerse que tales bases fueran aceptadas, porque equivalia á declarar la soberania de los nacientes Gobiernos de América, desde que

[*] Se calculó que el pueblo de Lima, no comprendiendo el ejército, consumiria en doce dias tres mil fanegas de trigo [la fanega tiene 164 libras] y mil quintales de arroz.

que dicta

trataban con el Rey de España como iguales; sin embargo de pronto se eludió la contestacion solicitando un convenio para regularizar la guerra; y como se les contestára que desde un principio estaba de hecho regularizada, supuesto que los patriotas habian tratado desde las primeras hostilidades á los españoles con toda la lenidad y humanidad la ilustracion del siglo y el derecho de gentes, á pesar de que los realistas habian cometido mas de una vez actos de barbárie, incendiando poblaciones y matando prisioneros, no habria necesidad de tal pacto sobre regularizacion de guerra. Los dias trascurrian, la capital estaba ya en poder de San Martin; el Virey con parte de su ejército marchaba al interior, y era evidente que sus comisionados procuraban ganar tiempo. Los negociadores se trasladaron á Lima é insistieron en la regularizacion de la guerra, y los patriotas tambien insistieron en la negativa, por ser innecesaria.

LA NEGOCIACION se hacia interminable, en lo cual tenian tambien interes todos; las bases del arreglo definitivo presentadas en 10 de Julio no habian sido contestadas. Se solicitó por el Gobernador del Callao mariscal de campo D. José de Lamar una entrevista con los comisionados de San Martin, con el objeto de arreglar de un modo pronto, definitivo y terminante las negociaciones pendientes: San Martin accedió á la entrevista señalando el perentorio término de 24 horas para concluirlas, que fué preciso prolongar. Despues de muchos dias aceptaron los tres primeros artículos, pero modificándolos en lo demas, con el único objeto de esperar auxilios de España, como se deduce claramente del tenor de todos ellos: sin embargo los Diputados de San Martin no rechazaron las modificaciones, limitándose á pedir que la entrega del Castillo se hiciera con restriccion de dos dias ménos de los que se propusieron al principio; y ademas que se habia de dar una contestacion favorable ántes de llegada la noche, en la que cesaban sus facultades y por consiguiente la negociacion. Desde que La Serna se habia retirado con el ejército de Lima, cincuenta y cinco dias ántes, ya estaba conseguido uno de los objetos que se propuso al abrir las negociaciones, y por consiguiente no era dudoso que terminara el último plazo sin haber conseguido mas que una pérdida de tiempo, de lo cual supieron aprovecharse ámbos beligerantes. No era posible suponer que el Virey entregara sencillamente los Castillos, que eran el apoyo mas seguro con que contaba España para sostener sus dominios de Sud-América. Despues de 110 dias de discusiones y promesas alhagüeñas terminaron las conferencias sin haber sacado otro fruto que la íntima conviccion de que nuestra libertad é independencia la conseguiriamos por los esfuerzos de nuestro valor y constancia. Tambien conseguimos la incomparable ventaja de ser republicanos; porque aceptadas las bases propuestas por San Martin en su entrevista con La Serna, hubiera sido muy distinto nuestro sistema político. [Cat. núm. 550.]

El mismo San Martin contribuyó á que no tuvieran buen resultado estos

arreglos; porque confiaba en la debilidad y desorganizacion del enemigo; en el entusiasmo que cada dia aumentaba por la causa de la independencia, no solo en la América sino tambien entre los extrangeros. Monteagudo tampoco creia ni esperaba nada de las negociaciones. En carta particular decia á San Martin. "Los sucesos de Arenales, la amputacion de Ricafort, el movimiento que se iba á practicar y la buena fortuna que precede á cuanto V. se propone, son las verdaderas transaciones de Punchauca. Riámonos solemnemente de lo demas. Nada hay en este mundo que no tenga un momento decisivo; la prudencia está en aprovecharlo, y espero lleno de confianza que V. está próximo á hacer. lo." [Cat. MS. núm. 264.] Véase el apéndice de documentos número 3.

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