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te, con palos, velas y timon, en un barquichuelo entregado á merced de las olas y del viento. Errábase tambien, y no menos funestamente, si queria encontrarse una España liberal, ardientemente deseosa de variaciones y reformas. Diez años trascurridos desde 1823 hasta 1832 habian creado intereses nuevos, ya bastante robustos, pues contaban diez años de existencia. Los usos, las costumbres y las creencias amenazadas, debian producir, y produjeron en efecto, una fuerza de resistencia avivada por el temor del cambio de instituciones, que ensayadas dos veces, habian sucumbido entrambas. En una palabra, la situacion era inmensamente crítica, y solo hubiera podido atenuarse aprovechando la mano omnipotente del Rey para dulcificar el desencadenamiento inevitable de las pasiones el dia que él faltara, prepa→ rando un tránsito suave á una situacion nueva. Debióse en efecto preparar este tránsito social casi inevitable con medidas conciliatorias, y que en vez de encender pasiones y conmover intereses, se apagasen las unas y se consolidasen los otros. En suma, debió crearse antes de verificar el tránsito una administracion vigorosa y completa, ó sea una organizacion gubernamental y económica en toda su latitud.

El ministerio de 1.o de octubre, ó sea el minis

terio Zea, tardó bastante en reunirse, pues su presidente se hallaba en Londres; y antes de su llegada, y durante la corta época que S. M. la Reina en la convalecencia del Rey rigió los negocios del Estado, inclinó su direccion, de acuerdo con los ministros Encima Piedra y Cafranga, que ocupaban el ministerio de Hacienda y Gracia y Justicia, para acomodar en lo posible la situacion con las necesidades del porvenir. Creóse el ministerio del Fomento, que se encargó á Encima Piedra. Dióse una amnistía, aunque con algunas restricciones: se empezaron por fin á tomar algunas de las medidas que en aquella época merecian la aprobacion general. Sí, general, pues contados eran los que, no siendo apostólicos, no pensasen que fuese preciso hacer algo, aceptando con juicio y discrecion el principio de reforma, sin soñar nadie entonces en el cambio de formas.

Convalecido el Monarca, estremecióse al ver el camino por el que, durante su enfermedad, quiso su augusta Esposa enderezar el carro del Estado. Llegado el presidente del consejo Zea, que en Londres habia defendido la línea misma de política que el Soberano, y que estaba tan poco dispuesto á variar como él mismo, volvió á entrar la cuestion política en su carril ordinario, limitándose el presidente del consejo á ocuparse de consolidar el estado legal de la

cuestion de sucesion, prescindiendo completamente de la cuestion política. A este fin, en junio de 1833, se convocaron las córtes, compuestas de los procuradores de las treinta y siete ciudades de voto en ellas, para jurar á la Infanta Isabel como heredera de la corona, lo que se verificó en S. Gerónimo con las formalidades de uso. Concluida la solemnidad para habian sido convocadas las córtes, fueron disueltas inmediatamente. Verificóse aquel acto en junio de 1833, despues que en el de diciembre de 1832 el Rey habia hecho una declaracion solemne ante una reunion, que si bien estraña y única en los usos antiguos, y no conocida como corporacion en nuestras leyes, su naturaleza la hacia hasta cierto punto respetable.

que

Compúsose esta reunion de la corporacion llamada Diputacion de los reinos; de la Diputacion permanente de la grandeza de España; de una comision de títulos de Castilla nombrada por el gobierno, y otra de algunos individuos de todos los consejos supremos. Ante esta reunion declaró el Rey nulo y de ningun valor su decreto, no publicado, de revocacion de la pragmática que cerca del sepulcro le arrancara la intriga durante su permanencia en S. Ildefonso en setiembre de 1832.

Yo mismo oí al Monarca decir con voz enérgica

y firme que su voluntad era conservar su fuerza y vigor á la pragmática de marzo; que la intriga habia querido obligarle á anular lo que no podia hacer ni como Rey ni como padre. Con esto, y con hacer salir de España y marchar á Portugal al Infante D. Cárlos que se habia negado redondamente á jurar á su sobrina como heredera del reino, creyóse asegurada la suerte de la ley de sucesion, alucinándose hasta el punto de considerar fácilmente resueltas todas las dificultades del momento, prescindiendo de su enlace con la cuestion política, á que no se atendió absolutamente, como tambien de la diplomática que coetáneamente habia promovido la abortada mision de Sir Strafford Caning, conducida por el gabinete de Madrid, sin tomar en cuenta la delicada y embarazosa situacion de la monarquía con respecto á las demas naciones europeas.

El estado de nuestras relaciones esteriores antes de la muerte del Rey era consiguiente al sistema político y á la calidad del gobierno que regia el pais en vida de aquel Monarca. Existia una estrema frialdad de relaciones, que pudiera calificarse de recelosa desconfianza con el gobierno y la nueva dinastía que ocupaba el trono de Francia desde julio de 1830. Frialdad completa existia tambien con el gabinete británico, nacida principalmente de la cuestion de

Portugal, de inmediatos y positivos intereses para la Inglaterra.

La España seguia respecto al Portugal una conducta opuesta á la de aquella nacion, y aun mas adelantada que la de ninguna potencia europea del otro lado del Rhin, puesto que solo España habia reconocido y apoyado ostensiblemente la verdadera usurpacion de D. Miguel. Consiguiente á esta marcha seguida por el gabinete español, se hallaba este en la cuestion portuguesa en línea análoga, aunque mas avanzada á la que seguian las potencias del norte. Estas potencias sin embargo no reconocieron á Don Miguel como Rey legítimo, si bien le apoyaban. Inspirábanles, no menos que á la España de entonces, vivos recelos á causa de sus contrarios principios políticos la Inglaterra y la Francia, sobre todo despues de la reforma inglesa y de la revolucion de julio. En todo caso, aquellas grandes potencias no podian dejar de obrar en consecuencia de su política general. La principal direccion la daba el gabinete de Viena, ó sea el príncipe de Metternich, para quien la identidad de principios políticos era objeto referible aun á los intereses materiales del Austria. Sometida sin embargo á la condicion del siglo la política y los procedimientos, las grandes potencias debian ajustarse en su conducta al sistema de tér

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